Ricardo Castaneda Cornejo puede asir la historia como si fuera un gigantesco diario personal que se consulta en cualquier página para hallar una detallada explicación de la realidad pasada. Fue embajador de El Salvador ante Naciones Unidas justo cuando la ONU accedió a intermediar en el diálogo por la paz. Nació en 1938 en San Juan Opico, La Libertad, y en su memoria guarda episodios que protagonizó junto a prominentes políticos del planeta. Con Fidel Castro sostuvo un encuentro cara a cara; y en el lado doméstico, el de El Salvador, interactuó con personajes como el presidente Arturo Armando Molina (1972-1977).
Castaneda nació en una familia acomodada y estudió en la Universidad de El Salvador y luego en el extranjero. A los 32 años, en 1970, entró a la diplomacia, ocupando un cargo de asistente de la misión oficial en Nueva York, a la cual volvería casi 20 años más tarde, después de haber fundado organizaciones no gubernamentales como Salvanatura y Fusades. Su segunda etapa como diplomático, a partir de 1989, la vivió gracias a una recomendación del empresario Herbert de Sola, a quien el presidente Alfredo Cristiani había pensado primero para el cargo. “Yo no soy ni de izquierda ni de derecha, yo resuelvo problemas”, dice. Cuenta anécdotas como cuando introdujo al edificio de Naciones Unidas un lanzamisiles Sam 14 para denunciar ante el Consejo de Seguridad que la guerrilla salvadoreña había adquirido armamento para derribar aviones. De joven participó en un movimiento estudiantil llamado Izquierda Democrática, pero recuerda haberlo dejado porque hubo una división entre izquierdistas que se consideraban revolucionarios y los que no se consideraban así. Eran los años 60, cuando el militarismo estaba enquistado en el Estado y ser de izquierdas a lo mejor era una elección casi automática si se estaba en contra de los regímenes que asfixiaban la libertades democráticas.
Hoy día, Castaneda Cornejo se llama a sí mismo un optimista responsable. Dice haber visto mucho como para no tenerle fe a los salvadoreños. Nos recibe en una de las tres oficinas de abogados en las que es socio. Viste saco y corbata y dice que tiene mucho tiempo para conversar... aunque probablemente ni él se imagina que la charla durará tres horas.
¿Y cómo comenzó en el servicio exterior?
Por recomendaciones de unos profesores de la Universidad de El Salvador en el 68. Yo para ese entonces había estudiado unos posgrados en Michigan, en la escuela de Derecho. En septiembre de ese año era la Asamblea General de Naciones Unidas y el doctor Reynaldo Galindo Pohl, que había sido mi profesor en la universidad, y que había sido mi jefe en la universidad, aceptó una recomendación de otro profesor para que yo pasara tres meses ahí.
¿Lo contrataron después?
Sí, cuando regresé a El Salvador después de Michigan, en 1972, llegó como presidente Arturo Molina, con quien habíamos sido grandes amigos en España más de 10 años antes. Él había estado en España haciendo estudios de Estado Mayor, a los 27 años, y yo a los 17 estudié el primer año de derecho, antes de estudiar en la Universidad de El Salvador. Nos hicimos ahí amigos, era un hombre muy estudioso, salíamos los domingos, íbamos a misa, después a tomarnos unas cañitas, de ahí a estudiar. Él fue desarrollándose en su carrera militar, y la coincidencia era que en el 72 buscaban a una persona que hubiese estado conectada con el servicio exterior.
En su hoja de vida sobresalen estudios en derecho mercantil, derecho público, legislación sobre energía eléctrica, hidrocarburos y gases, comercio internacional e inversión extranjera. Castaneda también fue profesor de derecho de la Universidad de El Salvador entre 1969 y 1970. Pero antes, en su etapa de estudiante, su visión fuera de radicalismos le valió para ganarse la confianza de los representantes estudiantiles para enviarlo a Cuba, donde conocería a Fidel Castro.
Por cierto, estando en la universidad hice un viaje a Cuba, representando a la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños (AGEUS). Era mil novecientos... ¿cuándo fue que asesinaron a Kennedy? En el 62.
En noviembre del 63.
Entonces el 21 de noviembre llegué yo a Cuba. Yo estaba estudiando en la casa y llegaron de la AGEUS, con otros compañeros, a proponerme para ir a una semana de solidaridad con Cuba. Yo había salido como una de las personas que en nombre de AGEUS no se habían pronunciado ni a favor ni en contra de la revolución cubana, y querían que alguien así fuera a Cuba. Pero había que mantenerlo escondido, porque si aquí se enteraban de que usted había ido, lo metían preso, a investigarlo y todo lo demás. El viaje fue San Salvador-México-París. En el consulado checo en París sacamos la visa de Checoslovaquia, y estando ahí sacamos la de Cuba también. Nos fuimos en un avión de Cubana de Aviación, nos reunimos con un nicaragüense de México que iba desde aquí, pero ninguno de los dos dijo para dónde iba y resulta que al llegar a París andábamos en lo mismo, fue una gran sorpresa. Esperamos una semana ahí en Praga y de ahí salimos para Cuba, y al día siguiente para nuestra gran sorpresa asesinaron al presidente Kennedy. Yo solo pensé que por andar de solidario iba a morir con los cubanos porque sin Kennedy era más seguro que llegara la invasión. “¡Ahí viene la invasión!”, decía yo, ja, ja.
¿Y cómo se tomó la noticia en La Habana?
Había efervescencia, tensión, un portaaviones Oxford se veía desde el Habana Libre, donde yo estaba hospedado. El día 27 de noviembre, Fidel Castro dio un discurso, como todos los 27 de noviembre, cuando conmemoran el martirio de unos estudiantes de medicina en la escalinata de la Revolución, frente de la Universidad. Ese día, en su discurso, Fidel estaba haciendo el análisis de Lee Harvey Oswald y del que mató a Oswald, la conspiración...
¿Y usted se presentó con Castro?
Fidel estaba ahí y todos los estudiantes que habíamos ido a la semana de la solidaridad con Cuba estábamos enfrente de él y a todos nos dio la mano. Recuerdo que él estaba diciendo que Cuba no tenía nada que ver con lo de Kennedy pero que Estados Unidos seguramente los iba a culpar, y luego comenzó a hablar de que los estudiantes debían estudiar carreras técnicas. Había una estudiante que nos andaba atendiendo, que estudiaba filosofía que increpó a Fidel por eso que acababa de decir: 'Fidel', le dijo, 'pero nosotros creemos en la filosofía. Hay que estudiarla...' “Mira”, le respondió Fidel, “hasta el poeta Nicolás Guillén dice que todo está bien, pero si no tienes el estómago lleno, no sirve de nada”. Fue muy interesante eso que dijo.
¿No ha vuelto a ver a Fidel?
En el año 2000, cuando yo ya había regresado de Naciones Unidas por segunda vez. Hubo una reunión cumbre del grupo de los 77 en La Habana, de los países en vías de desarrollo. Habían invitado al presidente Francisco Flores, quien aún no había tenido ese zipizape con Fidel Castro en Panamá, pero el presidente no pudo ir porque no sé qué cosa había ocurrido aquí.
Quizás el plan de dolarizar lo tenía algo ocupado.
Quizás, es cierto. Ningún funcionario del Ejecutivo pudo acompañarme. Al llegar me recibieron y como conocía también al presidente del parlamento cubano que era Ricardo Alarcón de Quezada, a quien había conocido entre el 68 y el 70 cuando fue embajador en Naciones Unidas, cuando llegué me metieron en la fila de los jefes de Estado. Fidel iba a recibir a todos los delegados en el edificio de la Revolución. Cuando lo saludé, me preguntó por Francisco Flores. “Lamentablemente los presidentes no son dueños de su tiempo y no pudo venir”, le dije yo. 'Qué lo siento', me dijo, y yo le respondí: “Honestamente, yo no lo siento porque si no, no estaría yo saludándolo aquí, estrechando su mano por segunda vez en La Habana”. Él se extrañó por haberle dicho que era la segunda vez, y me preguntó por la primera vez, y ahí le recordé que nos habíamos saludado en la escalinata de la universidad, en 1963, el 27 de noviembre... “¿Oye Chico, eras guerrillero?”, me preguntó, ja, ja, ja.
¿Y qué le dijo?
“Guerrillero nunca he sido, pero amigo de Cuba, sí”. Entonces le pedí que si había estudiantes salvadoreños, quería hablar con ellos, saludarlos, y también le dije que sabía que había dos personas condenadas a muerte por actos de terrorismo, y que quería visitarlas. Ordenó, se comunicó con alguien y me llevaron.
Raúl Cruz León y Otto Rodríguez. ¿Intercedió por ellos?
No, estaban condenados. Otros embajadores me decían que no los ejecutarían porque eso sería contraproducente para el turismo. La cosa es que me reuní con ellos. A uno de ellos yo lo conocía porque es sobrino de Abraham Rodríguez: Otto Rodríguez, que era militar retirado, y el otro muchacho había sido cadete en la Escuela Militar. Pusieron una bomba, mataron a un turista italiano y creo que a una cubana le mutilaron la mano. Siempre me pregunto cómo es que andaba Otto Rodríguez ahí, su familia no entiende. Abraham ha ido varias veces a verlo, antes iba con el papá, que creo que murió de la pena moral. Se enfermó y murió.
¿De qué hablaron cuando los vio?
De la familia, de El Salvador, nada más. Yo sentía que Cruz se sentía como bien cerca, por la necesidad. Él no iba a decir que los trataban mal, él pidió que le dijéramos a la familia que estaban bien, que esto y lo otro, pero se emocionó cuando vio la bolsa del Super Selectos. '¡Ijjjjj... del Selectos!', exclamó, como que era algo fantástico. Eso me impresionó, nos impresionó a ambos, pero se veía que estaban bien atendidos, no se veían maltratados ni nada de eso.
Usted conoció a Bush padre. ¿Quién le cayó mejor: Fidel Castro o George Bush padre?
Bush padre fue el representante de Estados Unidos que yo conocí cuando estuve en Naciones Unidas por primera vez, entre el 70 y el 72. Yo era el segundo de la misión en Nueva York, el jefe era el doctor Reynaldo Galindo Pohl, pero a él lo consultaban mucho por problemas de café y por cuestiones limítrofes con Honduras, así que cuando presentaron al nuevo representante de Estados Unidos yo estaba al frente. Era George Herbert Walker Bush. 'Ah, usted es de El Salvador', me dice. 'Sí', respondí, “es que en El Salvador está de embajador un gran amigo mío, Henry Catto', y que la esposa y los amigos y etcétera... y a todo esto, yo hablando con él, con cierta pena, porque detrás de mí había una gran fila de gente con mayor rango. También me dijo: “Hay un salvadoreño que estuvo con nosotros en nuestra casa, quizás de intercambio. Vicente Sol Bang'. Es el hermano de Billy Sol Bang, que se casó con la hija de un médico salvadoreño y que murió en Estados Unidos. Hablamos de Vicente y otras cosas hasta que me preguntó dónde estaba viviendo... y a todo esto, toda la gente que estaba en la fila estaba aburrida y yo sentía que aquella conversación no se terminaba, que era larga y larga, y yo lo que quería era pasar ya. Le conté que yo vivía en Greenwich, Connecticut, como a 45 minutos de ahí, y me contó que sus papás vivían ahí. Después él pidió un lápiz y un papel y anotó el teléfono de sus papás. 'Llámeles, y dígales que estuvimos aquí y que nos conocimos'.
¿Y fue a visitar a los papás de Bush?
A la semana era la Asamblea General y pensé que si me encontraba con el embajador Bush me iba a preguntar, así que les hablé y así fue como los conocí. Después hubo una amistad con él, y cuando me vine para acá me hizo una despedida.
Volvamos a Cuba: ¿le gustan los cambios con la administración Obama después de más de medio siglo de ruptura?
Está muy difícil porque como dependen de toda la ayuda que les dé Venezuela, pero yo creo que algunos son pragmáticos, si ellos tienen comunicación con los Estados Unidos mejor que la nuestra. ¿Usted conoce La Plaza de la Dignidad que hay en La Habana?
Sí.
Castaneda se refiere a un monumento que está colocado justo frente al edificio de negocios del gobierno de Estados Unidos en La Habana. El monumento es una estatua alusiva a José Martí, quien carga un niño en brazos mientras señala el edificio de la misión estadounidense.
Le cuento algo a propósito de estos cambios. Yo estaba ahí en la reunión del Grupo de los 77, y un domingo fuimos con otros embajadores latinoamericanos a la playa Varadero a pasar el día, en un bus de turismo cubano. La guía cubana joven que nos atendió, graduada en historia y literatura, cuando íbamos pasando enfrente de la Plaza de la Dignidad preguntó: “¿Quieren saber ustedes lo que le está diciendo Martí al niño que tiene en sus brazos?” “Sí”, dijimos. 'Oye, chico, cuando seas grande, ahí sacas la visa'.
Ja, ja, ja...
Ja, ja, ja... lo que quiero decir es que ellos hasta hacían bromas, pues, Cuba está cambiando desde entonces, ya no es como antes. Nosotros siempre teníamos relaciones cordiales aunque no teníamos diplomáticos ahí.
Con el fin de la administración del coronel Arturo Armando Molina, Castaneda pasó a dedicarse a su carrera de abogado. En la década de los 80 integró organizaciones como Fusades e instituciones como INCAE. En este Castaneda, junto a otros profesores, diseñó un programa de Diálogos Intersectoriales con el objetivo de comenzar a calibrar soluciones para dar fin a la guerra. Luego, en Harvard, hizo estudios en la Escuela de Gobierno, entre los años de 1988 y 1990, donde profesores como Roger Fisher propiciaron sesiones de negociación entre representantes del gobierno y de la guerrilla del FMLN. Para abril de 1990, las partes sorprendieron al mundo al suscribir el Acuerdo de Ginebra, que fue el documento marco de las negociaciones que estaban por venir entre la guerrilla y el gobierno de Alfredo Cristiani, en las que participaría como intermediador el secretario general de la ONU. Pocos meses antes de eso, Castenada había regresado al servicio diplomático precisamente para representar al Estado salvadoreño en Naciones Unidas.
¿A usted Alfredo Cristiani lo resucitó en el servicio diplomático?
Herbert De Sola, un amigo en común con el presidente Cristiani, me llamó por teléfono y me preguntó si yo estaría en disponibilidad de regresar al servicio exterior porque Fredy Cristiani iba a solicitar a las Naciones Unidas su intervención en una mediación. Herbert me dijo que Cristiani sabía que yo había estado en Naciones Unidas, y que yo había promovido Diálogos Intersectoriales y que estaba con ese pensamiento de que tenía que llegarse a una negociación. Cuando pregunté quién iba a ser el ministro de Relaciones Exteriores, resultó que iba a ser mi compañero de universidad, Manolo Pacas Castro, y y así se amarró todo. Yo dije que solo estaría un par de años en Naciones Unidas... y se hicieron 10 años y medio.
Cuando asumió el cargo los militares acababan de asesinar (el 16* de noviembre de 1989) a los jesuitas. ¿Cómo fueron esos primeros meses?
Tremendo. Ya estaba en Naciones Unidas hablando con el padre Moreno que era el representante del FMLN allá en Naciones Unidas, cargo que en realidad no existía. Lo que había era una unión internacional de iglesias, una asociación que es observadora en Naciones Unidas, y en la que el padre Moreno participaba. Lo busqué a él y lo primero que hice fue proponerle al canciller que asistiría a una reunión de Jefes de Estado del Grupo de los No Alineados (los países que se decían independientes de la órbita de la Unión Soviética o de la de Estados Unidos) para buscar una reunión con el gobierno cubano. Ese año, en 1989, la reunión la hicieron en Belgrado. Me consiguieron la reunión con Raúl Castro y la conversación que tuvimos fue cordial. La misión que a mí me habían dado era promover la idea de la mediación, aunque aquí todavía había serias dificultades porque estaba el presidente Cristiani quien tenía que actuar con mucha prudencia porque tenían sus grupos de radicales en el ejército y en el partido. Pero quiero mostrarle algo que es de actualidad.
Castaneda enciende la tablet que lo acompaña y comienza a buscar un correo electrónico. Es un correo de Álvaro de Soto, quien fuera el representante del secretario general de las Naciones Unidas para las negociaciones de paz entre el FMLN y el gobierno. Castaneda le había escrito con urgencia unos días antes de esta entrevista para que este expusiera en detalle las relaciones que se construyeron y que permitieron en diciembre de 1991 el fin de las negociaciones. Castaneda encuentra el correo y lo extiende para que lo leamos. El correo describe el detalle de las negociaciones y por un momento pareciera que Castaneda ha preferido que alguien más dibuje el rol que él, como representante de El Salvador ante la ONU, tuvo en esos meses.
Vaya, lo describen casi como un héroe en esas negociaciones.
Es que cuando yo llegué a Naciones Unidas yo tenía una serie de ventajas ahí que eran providenciales. Por ejemplo, el embajador de los Estados Unidos era Thomas Pickering, a quien yo había conocido en El Salvador. El presidente era George Bush, a quien yo conocía también. A Javier Pérez de Cuéllar lo conocía también porque cuando yo estuve con el doctor Galindo Pohl, él había sido embajador de Perú y nuestros países habían trabajado muy estrechamente en todo lo que fue el proceso preparatorio para la conferencia del mar, el doctor Galindo Pohl era experto en derecho del mar, entre otras cosas. Entonces todo eso fue bien importante. A Álvaro de Soto también lo conocía porque había sido asistente de Pérez de Cuéllar en la embajada y trabajó mucho para la conferencia del mar y él presidió una mesa.
¿Qué tanto se puede negociar con ética en Naciones Unidas? Las negociaciones pasan por ceder cosas a otro país. Pasó con Israel cuando El Salvador cambió su embajada de Jerusalén a Tel Aviv, a cambio de un favor...
Sí, fue un error.
Hemos visto cómo Taiwán entregaba dinero a los países de Centroamérica a cambio de apoyo en Naciones Unidas. ¿Hay negociaciones que se dan en términos “buenos”?
Le voy a decir: hay que poner en contexto lo que pasó con Israel. Siempre había aquí un grupo que presionaba a favor de los israelíes y otro grupo a favor de los palestinos. Creo que fue el doctor Álvaro Magaña (1982 -1984) cuando estaba de presidente provisional, que se cometió un error a mi juicio de mover la embajada de la capital Tel Aviv a Jerusalén, porque los Estados Unidos estaba a punto de cortar la ayuda militar y temieron que esa ayuda... ¡aquí había una guerra interna, pues!
Mire, usted conoce muy bien un incidente que ocurrió en Naciones Unidas en el Consejo de Seguridad...
Lo del Sam, lo de los misiles.
¿Y cómo se hace parar meter un lanzamisiles a ese edificio?
Se decidió hacer la convocatoria del Consejo de Seguridad. Era finales del 89. Yo le había dicho a los de la seguridad que íbamos a llevar un Sam 7 desactivado, que teníamos que presentarlo ante el Consejo de Seguridad para hacer la denuncia de que con eso se estaba armando la guerrilla. El de seguridad me dijo: 'Mire, embajador, haga como que no me ha dicho nada. Usted viene acá, tiene inmunidad diplomática y no se preocupe'. El viceministro era el encargado de llevarlo desde el aeropuerto al Consejo de Seguridad, y llegó tarde, así que ya habíamos comenzado la exposición. Ahí denunciamos que un avión se había accidentado y que en él iban muchos lanzacohetes. A esas alturas quizás ya habían derribado un par de aviones con Sam 14, y eso cambiaba seriamente el equilibrio. Los que tenían aviación tenían ventaja, y con los lanzacohetes la situación era indiscutiblemente otra.
El Salvador buscó al Consejo de Seguridad porque la guerrilla de pronto tenía potencial para derribar aviones.
No, lo que había que hacer era evitar que se siguieran armando, que pararan los bombardeos y que se parara la guerra. Y la guerra se terminó. Fue Rafael Alfaro, un subalterno mío en la misión, quien lo llevó y cuando al regreso le preguntaron qué llevaba ahí, él lo que dijo fue: 'Ah, nada, solo un Sam 14'.
¿Cómo se sintió usted cuando justo en el último minuto, a la medianoche del 31 de diciembre de 1991, se firmó el acuerdo de suscribir la paz el 16 de enero de 1992?
Mire, cuando se firmó no a las 12 de la noche sino que se paró un poquito el reloj, lo que hubo fue una fiesta.
Dicen que pararon el reloj en la sala donde sesionaban las partes.
Si no paró el reloj nadie, hombre, ahí se acordó que... es que todo mundo quería.... era una cosa que ya iba a salir... Cuando se firmó, todo el mundo contento, todo el mundo abrazándose... era algo extraordinario, fiesta. Allá en Naciones Unidas toda los salvadoreños estábamos apenados con la gente porque ya era el 31 de diciembre y teníamos ese lío de las negociaciones que no los dejaba salir de vacaciones. 'Nos van a odiar porque les estamos estropeando el año nuevo', decía yo. Hasta Pérez de Cuéllar, que tenía ahí su avión porque dejaba de ser secretario general... y pensábamos que por habernos pasado de la hora, ¡a lo mejor es nula la cuestión, ja, ja, ja!
¿Entonces no se paró el reloj en realidad?
La hora no importó porque había presión de todos. Decidieron firmar y al firmar se encontraron con que se sintieron felices. Incluso horas antes ya había bromas. Por fastidiar, Schafik Hándal una vez, en la última reunión que tuvimos en la casa de Pérez de Cuéllar, el mismo 31 de diciembre, cuando el secretario general ya había quitado todos los retratos y todas las cosas personales de su casa porque ya dejaba el cargo, Shafick Hándal dijo que no estaba de acuerdo con un punto: 'Bueno, ¡si es así, nosotros nos regresamos a la montaña a pelear!', dijo. Y sus mismos compañeros de la delegación se tuvieron que tapar la boca porque les dio risa.
¿Y qué debería hacerse para que aquel espíritu de los Acuerdos de Paz se tome como ejemplo actual?
Yo creo que no se debe olvidar qué pasó, no es algo que ya quedó concluido. Esa fue una etapa y ahora estamos en otra, ahora tenemos que llegar a acuerdos de nación, pero ya no hay guerra, ahora tenemos problemas de inseguridad con las pandillas, que son un problema nuevo que hay que tratar a fondo.
El exembajador ante Washington, Ernesto Rivas Gallont, como que no pudo olvidar la guerra y pidió perdón por haber ocultado la masacre de El Mozote.
Ah, ahora que usted me lo dice sé a qué se refería porque leí que estaba diciendo que el presidente Cristiani también debía pedir perdón. Es que sí, él era el embajador y él allá dijo que no había ocurrido eso. Realmente a él le habían dicho que no había ocurrido.
Rivas Gallont dijo que esa fue la orden, que lo negara, y que...
Y no le quedaba de otro camino, o renunciaba.
Y no renunció.
O si no, decir, miren, yo no voy a ir o hacer como Pilatos.
¿Usted enfrentó órdenes similares?
Fíjese que no. Lo que dije fue la verdad, ahí han ocurrido asesinatos, han ocurrido secuestros, quiénes hicieron más o menos. Realmente quien está del lado de la ley tenía más responsabilidad que los que estaban proscritos. Lo mío fue presentar la verdad, y eso fue algo que fue bien importante e impactó.
¿Usted qué reacción tuvo con el asesinato de los jesuitas?
A mí el canciller me informó de lo sucedido y me dijo que se sospechaba que no había sido la guerrilla. Eso lo trasladé al organismo. Yo creo que los militares estos que tomaron esa decisión entraron en pánico y cometieron esa barbaridad, no tenían límites. Eso impactó tanto interna y externamente que esa tragedia tan horrible nos ayudó a impulsar la negociación. Pero yo creo que en esos casos hay que decir la verdad, hombre... ¡No se puede de otra manera! Bueno, con El Mozote, yo conocí a (la periodista) Alma Guillermoprieto y el otro amigo (el otro periodista que junto con Guillermoprieto dio a conocer la masacre) que era el que estuvo en El Mozote y llegó a decirme lo que había pasado; yo no creía, yo decía: 'No puede ser'. Y él me decía que lo había podido comprobar, incluso el embajador de los Estados le prohibió a los funcionarios de la embajada que hablaran con este periodista porque claro, él estaba tratando de investigar pero los funcionarios tenían otras instrucciones, estaban apoyando al ejército.
¿Entró en contradicción alguna vez lo que usted decía y lo que le tocaba decir oficialmente?
No, porque tenía instrucciones oficiales de apoyar al proceso de paz. Mire, había demostraciones de repudio frente a la embajada de El Salvador... una vez llevaron hasta un ataúd a ponerlo. Por cierto, uno de mis hijos estaba estudiando con los jesuitas en Loyola, Nueva York, en Manhattan, entonces en sus últimos años de bachillerato le llamaron a él a ver si quería algo en especial porque pudieran decir algo... Yo le dije a mi hijo que no, le dije que había sido un asesinato el que habían cometido y se ha comprobado que los responsables eran parte del colectivo militar, no digo que todos los militares estaban. Creo que hay que ver que la institución que más cumplió con los Acuerdos de Paz ha sido el ejército, pues se apartó de la política. Ese es el gran adelanto. Una vez hablando con Eugenio Vides Casanova, que es mi amigo y a quien traté mucho, somos amigos desde la infancia, él me decía que en El Salvador estamos preparados para que el ministro de Defensa sea un civil, aunque el Estado Mayor esté compuesto de militares.
¿Con Vides Casanova ha hablado últimamente?
Tengo años de no hablar con él, desde que se fue a Estados Unidos. En alguna ocasión cuando estaba procesado le hablé para saludarlo, nada más.
¿Usted cree que estos procesos judiciales contra los militares son injustos, tomando en cuenta que solo obedecían órdenes?
Bueno, esas son las consecuencias, hom´. Eso es inevitable, pero para nosotros, lo importante era que hubiera condiciones para seguir adelante. Pero los individuos que tuvieron una situación así van a tener... un problema que les acompañará de por vida.
Es lo que la sociedad quiere, quizás.
Bueno, es que es algo bien individualizado en la conciencia de cada cuál. En la columna de Rivas Gallont él decía 'perdón y olvido'. Pero eso es bien fácil decirlo cuando uno no es el caso. Usted tiene al presidente, por ejemplo, él tendrá su conciencia, ¿verdad? ¿De qué sirve volver? Lo que queremos es seguir adelante, sin embargo, para las personas que sufrieron directamente no es justo, ¿verdad? Por ejemplo, el caso de Mauricio Borgonovo, a quien sacaron de su casa desnudo y el día de la madre le pegaron dos tiros en la cabeza cuando era un hombre conciliador, que estaba apoyando que hubiera un cambio... porque eso se veía venir, tenía esto que cambiar. ¿Por qué hubo conflicto armado? Esa es la historia del país, no se pudo evitar, pero sí logramos firmar la paz.
Y hablando de conciencias tranquilas, ¿qué piensa de los expresidentes y su vinculación a corrupción?
El caso Flores por ejemplo, no creo que él se llevó los 10 millones o 15 millones para su casa. Es probable que si le dieron dinero -que siempre daban dinero para los partidos políticos...
... Bueno, a un partido político nada más...
... Al que estaba en el gobierno. ¿Por qué Funes no estableció relaciones diplomáticas con China popular? Porque probablemente también recibió de Taiwán alguna cantidad, aunque yo no lo sé. ¿Cómo es que el presidente Saca de la noche a la mañana sale con dinero, y el otro sale? Creo que eso sí hay que combatirlo, si ellos se han enriquecido ilícitamente, deberían procesarlos, más hay que estar interesados que eso ocurra que en los casos de la guerra. La misma evolución de la sociedad va a ir dando la pauta: son casos importantes pero no los más importantes.
A veces parece que no hay evolución de nada.
Este país es extraordinario, es sorprendente. El presidente Sánchez Cerén anduvo visitando todos los cuarteles y estableciendo una relación con el ejército contra el cual estuvo luchando, porque cambiaron las circunstancias, las coordenadas históricas.
¿Usted es optimista respecto del futuro?
Por supuesto que soy optimista, no irresponsablemente pesimista. ¿Quién dice que no tiene futuro el país? Es como querer decir que no tenemos futuro cada uno de nosotros aquí en esta mesa. ¿Qué futuro va a ser? Depende de las acciones individuales y colectivas.
Ok.
Creo que el periodismo tiene una misión extraordinaria porque hoy sí es una herramienta de modernización de la sociedad y de análisis de la verdad. ¿Por qué no podemos entrar a los temas, pues? Si el tema de la impunidad y que si la amnistía es valedera para quién... si todo se puede contestar en los tribunales internacionales se va a hacer.
*Fe de Errata: En la versión original de este texto se escribió por error que el asesinato de seis jesuitas en San Salvador, en la Universidad Centroamericana, había ocurrido el 19 de noviembre de 1989, cuando lo correcto es el 16 de noviembre de 1989.