El teólogo Gustavo Gutiérrez regresó por cuatro días a El Salvador para la beatificación de Óscar Arnulfo Romero. Fiel a sí mismo, se mantuvo alejado todo lo que pudo de flashes, de solideos y de templetes engalanados, hospedado en pleno centro de San Salvador, en una humilde habitación del edificio anexo a la iglesia de El Rosario, administrada por los dominicos, orden de la que él forma parte.
Gutiérrez nació el 8 de junio de 1928, va para los 87 años, pero no se quiso perder la oportunidad histórica de estar en San Salvador el día que la alta jerarquía de la Iglesia Católica enmendó un silencio cómplice que duró décadas, y elevó a la categoría de beato al más insigne de sus mártires del siglo XX. “Su martirio va a alumbrar muchas cosas que han pasado en América Latina”, dice.
Fundador y principal vocero de la Teología de la Liberación, una propuesta que todavía levanta ampollas en determinados círculos eclesiásticos y políticos, Gutiérrez sorprende en esta entrevista con un discurso en las antípodas de la confrontación, con un llamado explícito a mirar al futuro sin recrearse en las heridas del pasado: “Lo más conveniente es mirar hacia delante. Romero ya es beato. ¿Qué va a pasar a partir de ahora?”
¿Creyó que sus ojos llegarían a ver a Romero beatificado?
Bueno... ha habido muchos momentos de escepticismo, por ver que tanta gente se oponía al proceso, pero también hubo momentos de esperanza.
¿Cuándo lo empezó a ver claro?
Con Francisco. Desde que asumió se sintió una frescura evangélica, y se supo que la beatificación iba. Francisco es alguien que va a las fuentes y, a partir de ahí, anuncia, predica, y naturalmente hay que reconocer que, siendo una persona del mismo continente, tenía más conocimiento de Romero que el que podía tener cualquier otro papa.
¿Usted estuvo el 23 de mayo en el templete?
No, no, no... yo no tengo contactos de ese tipo, aunque creo que tampoco habría ido al templete si me hubieran invitado.
En marzo de 2008 Leonardo Boff dijo que Benedicto XVI beatificaría a Romero, pero que lo haría por conveniencia.
Lo que hay que entender es que la beatificación era muy conveniente, claro que lo es, pero conveniente en el sentido de saludable. Es saludable para la Iglesia que reconozca la condición de mártir de Romero.
¿No era saludable hace 20 o 10 años?
Pero no viene al caso entrar en eso. Lo que sí veo es que este reconocimiento del martirio va a alumbrar muchas cosas de las que han pasado en América Latina, porque los martirios han sido más.
¿No teme lo contrario: que la figura de Romero se edulcore?
Hacer pronósticos es muy difícil. Trato de no razonar así. ¿Qué puede pasar en el futuro? Yo espero que cuando se use el testimonio de Romero, no se deje a un lado su lucha por la justicia, contra los opresores, contra la desigualdad. Yo en esas claves voy a usar su testimonio. ¿Cómo estaremos en 10 años? ¿Qué uso se habrá hecho de la figura de Romero? Pues en 10 años se verá.
¿Siente que de alguna manera con la beatificación se ha reivindicado la 'opción preferencial por los pobres'?
Sí, pero no me termina de gustar la palabra reivindicación. Yo creo que hemos entrado en una etapa para que se comprenda mejor qué es la opción preferencial por los pobres, y para que nosotros también revisemos todos los errores que se puedan haber cometido, con la idea de mirar siempre hacia delante. El testimonio de Romero ya nos marcó en el pasado en todo el continente, Romero ya ha ayudado a mucha gente a comprender cosas, y eso es lo que yo espero que se impulse con la beatificación.
¿Puede compartirnos su visión de lo que Romero supuso en vida para el continente?
Romero es un mártir, entregó su vida por anunciar el evangelio. Romero tenía miedo de que lo mataran, sabía que eso podía suceder, pero tenía claro que no podía dejar a su pueblo. Ese es el testimonio fundamental. Además, un santo –porque el martirio es una manera de acceder a la santidad– es un modelo que la Iglesia identifica para mostrar al pueblo cristiano cómo es una persona que siguió a Jesús. Por eso es tan importante para la Iglesia en América Latina este testimonio, y los que se vienen, como Enrique Angelelli, como Gerardi...
El padre Rutilio Grande.
Sí, pero mencionaba a los obispos, por el impacto de asesinar a un obispo. Rutilios hay un montón en América Latina. Y no lo estoy banalizando. Lo que quiero decir es que mucha gente ha dado su vida, de una u otra forma, y el escándalo mayor es que todo eso ocurrió en un continente cristiano, y mayormente católico.
¿A quién atribuiría usted el mérito principal de la beatificación?
En primer lugar, al personaje mismo. Romero tenía distintas opciones para anunciar el evangelio y eligió una que lo llevó a pagar con su vida. Pero las personas viven en comunidad, y por supuesto que el valor del pueblo salvadoreño y el amor de Romero hacia ese pueblo contribuyeron en las decisiones que tomó en su vida, y por lo tanto en su beatificación. Luego, como cristiano, yo también creo que hay una intervención del Espíritu Santo. Es un conjunto de cosas, pero el punto de partida es él.
¿Nos puede ayudar a perfilar a monseñor Romero en vida? ¿Qué representaba exactamente?
El Salvador comenzaba a sonar en todo el continente por su situación política, y Romero era el principal referente. Sus predicaciones se escuchaban en radio en varios países, y hasta circulaban impresas. Las bombas que pusieron en la radio del arzobispado tuvieron mucho impacto en el extranjero.
¿Usted lo conoció en persona?
Mi primer contacto con él fue en agosto de 1972, durante un curso de teología para los obispos centroamericanos que organizó el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) en Antigua, Guatemala. Fueron cuatro semanas, si mal no recuerdo. Los capacitadores eran Boaventura Kloppenburg, Segundo Galilea... y a mí me asignaron una semana para hablarles sobre Teología de la Liberación.
Su libro acababa de ser publicado.
Sí, en 1971, pero la fecha de publicación es algo simbólico, porque llevábamos años trabajando en la Teología de la Liberación. Ahí conocí a Romero.
¿Hubo oportunidad de interactuar? Dicen que era muy reservado.
Claro. Éramos un grupo pequeño, todos reunidos en el mismo edificio; nos encontrábamos para comer, para cenar.
En 1972 era obispo auxiliar de San Salvador, un Romero todavía profundamente conservador.
Yo no diría conservador. Creo que él era un hombre tradicional, pero en el buen sentido de la palabra. Creo que hay diferencia. Él se formó en Roma, con unos valores...
No es solo cuestión de valores. En esos años chocaba constantemente contra todos los sectores progresistas de la Iglesia salvadoreña.
Sí, pero yo creo que las únicas personas capaces de cambiar son las personas honestas. Romero cambió, sí, pero siempre fue honesto, antes y después de llegar al arzobispado.
¿Y después de aquel encuentro en Antigua?
Coincidimos alguna que otra vez. Recuerdo que nos vimos en Puebla, en 1979. También vine a su entierro... ¡un día terrible! Yo tenía una oración que decir en la misa, pero ni la pude hacer por lo que sucedió en la plaza.
¿Qué pasó aquel día? Cuéntenos su versión .
Yo estaba en la escalinata de la catedral; y la gente, en la plaza. Estábamos en medio de la homilía y se escucharon ruidos enormes, como explosiones, y la gente empezó a correr y se aplastó entre ella misma. Fue terrible.
¿Usted cómo reaccionó? ¿Entró en la catedral?
No tuve oportunidad de pensarlo: nos metieron. Después de las explosiones, hubo gente que saltó las vallas. Yo entré en la catedral empujado, e igual que yo, toda una masa asustada. Esa plaza, no lo olvidaré nunca, quedó llena de ropa, de zapatos, blusas... con un airecito que levantaba las cosas. Espectacular aquello.
¿Cuánto tiempo permaneció en catedral?
Toda la mañana, porque las delegaciones extranjeras nos negamos a salir antes que los salvadoreños, como exigían los del gobierno. Creímos que si salíamos primero, podría pasarle algo a la gente que se había refugiado, y por eso se retrasó todo, y tuvimos tiempo hasta de enterrar a Romero, cuando ya quedaba poca gente. Luego salimos de tres en tres y con las manos en la nuca; a mí me tocó con Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz, dos obispos mexicanos. Salimos y ya ni me acuerdo cómo llegué a la UCA, donde estaba alojado.
Regresemos al presente. ¿Por qué cree usted que la beatificación de Romero tardó 35 años, y la de Escrivá de Balaguer, 17?
No me interesan ese tipo de comparaciones, pero sin duda que en el caso de Romero influyó que hubiera tanta gente hablando en su contra, tantos obispos y laicos salvadoreños que pidieron que no fuera beatificado; personas que pesaban, pues. Aclarar todo ese rechazo llevó tiempo.
¿No le parece que la Iglesia Católica, como institución, se tardó demasiado? La Iglesia Anglicana ensalza su figura desde hace 15 años...
Eso no importa ya.
Incluso Naciones Unidas...
No importa ya.
¿Seguro que no importa?
Yo soy un antinostálgico sectario, y eso del 'Y si yo' o 'Y si hubiera' a mí no me mueve. Trabajemos ahora, ¿no? Creemos el futuro.
El día de la beatificación leí esta pancarta en el evento: “La oligarquía lo mandó a matar y ahora lo vienen a adorar”.
Puede ser, pero cerrarse en eso también es creer que la gente es inmóvil, que nadie ha podido cambiar en 35 años. ¿Por qué no? Esa manera de fijar a la gente hay que cambiarla, y no estoy diciendo que todos han cambiado, porque estoy convencido de que algunos se acercarán ahora a Romero por conveniencia, pero tampoco se puede generalizar de esa manera.
¿A usted le agradó el lema #MártirPorAmor, elegido por la Iglesia salvadoreña?
Sé que ha habido polémica por eso. Se pudo haber elegido otro lema, pero el amor es el centro de todo y por supuesto que comprende la justicia. Pero no creo que sea lo más conveniente retroceder, sino que conviene mirar hacia delante. Romero ya es beato. ¿Qué va a pasar a partir de ahora?
El templete de invitados resultó elitista, nada que ver con el espíritu de las homilías de Romero. ¿No le genera dudas?
Sí, pero ya está hecho. Si alguien no está de acuerdo, está bien que lo diga, pero creo que hay que poner punto y pasar página. No se gana nada rascando ahí.
Lo siento muy diplomático, padre.
No, no, no es ser diplomático, sino tener esperanza y querer caminar hacia delante. Lo que usted plantea merece ser criticado, y usted como periodista puede estar en descuerdo con la forma como de desarrolló la beatificación, pero no hay que perder de vista que Romero ha sido beatificado. Eso es lo más importante: construir.
El homicidio de Romero sigue en la más absoluta impunidad. ¿Cómo construir cuando aún se niega la verdad?
Y no hay paz sin justicia, ni amor sin justicia. El día del entierro recuerdo que una religiosa de un colegio privado lloraba porque a muchas de las estudiantes, influenciadas por sus padres, no les importó la muerte del arzobispo, que incluso se alegraban de su muerte. Eso ocurrió. Y a los culpables espero que los juzguen, pero eso no nos debe impedir ver que desde una perspectiva cristiana todos los seres humanos podemos cambiar.
Qué optimista lo siento.
A mí me preocupa la idea de forjar cosas. ¿Qué es tener esperanza? Pues crear factores de esperanza. No se puede tener esperanza cuando uno se queda en casa encerrado. El pasado hay que denunciarlo y corregirlo, la verdad sobre el asesinato hay que conocerla, igual que las verdaderas causas de la pobreza del país, pero al mismo tiempo hay que proponer y construir alternativas.
¿Cómo puede la sociedad salvadoreña beneficiarse de la beatificación de Romero?
La situación de El Salvador no va a cambiar en una semana, esto no es algo mágico, pero Romero es un hombre que dio su vida por su pueblo. O sea, que es posible hacerlo. Él es un testigo de amor, pero un amor, ya hemos dicho, que comprende paz y comprende justicia. Creo que compromisos como el que él tuvo hacia su pueblo son un ejemplo a seguir.