El 1 de junio de 2000, cuando apenas cumplía un año como presidente de El Salvador, Francisco Flores hizo un guiño a una oposición legislativa que ya le era muy hostil. El FMLN por primera vez había obtenido más escaños que el partido Arena, Flores, consciente de su capacidad para crispar a los diputados efemelenistas, llegó a la Asamblea Legislativa a anunciar que en adelante le verían tender puentes de entendimiento. Ni cinco meses habían transcurrido cuando lo que llegó a la puerta de los diputados del FMLN fue una propuesta para dolarizar la economía. Una propuesta que había sido diseñada y negociada a escondidas para garantizar su inmediato aval sin que importara la opinión de los diputados efemelenistas. En una semana, el 30 de noviembre, la Ley de Integración Monetaria quedaba aprobada por mayoría simple.
El presidente Flores no se preocupaba por ser políticamente correcto. Aunque fue elegido el 7 de marzo de 1999 solamente por un poco más de un tercio de los votantes inscritos, gobernó como si hubiera obtenido el voto del 100 % de los electores. Y por su estilo, por sus tácticas y por su profunda devoción a la minimización del Estado, terminó sus cinco años con un desgaste tal que incluso en su partido Arena le dieron la espalda cuando dejó la presidencia el 1 de junio de 2004.
Flores fue un presidente implacable y casi impecable. En su presidencia y después de ella quizás solo tuvo tres grandes fracasos. El último, demasiado costoso.
Se convirtió en presidente a los 39 años de edad. Había sido elegido diputado en 1994 y ganó un segundo mandato en 1997, convirtiéndose en presidente de esa Asamblea Legislativa, hasta que en 1998 dejó el parlamento para perseguir la presidencia de la República.
Dueño de un verbo brioso y de una elocuencia envidiable, sus participaciones públicas a menudo estaban salpicadas de frases memorables. Había destrozado el estilo de trompicones, resoplidos y exabruptos de su antecesor Armando Calderón Sol, pero detrás de esa apariencia conciliadora Flores tenía una férrea voluntad de salirse con la suya. Y aunque su tono mesurado fue posiblemente la característica más destacada de su discurso, pronto dejó claro que debajo de sus buenos modales había un peleador brutal y casi despiadado. Rudo. La primera impresión que podía causar era la de ser un funcionario noble, bien intencionado, transparente, predecible y concertador. Un demócrata. La segunda impresión que podía causar... es que cuando Flores ponía sus ojos en un objetivo, era un formidable luchador para llegar a él. Y si algo se interponía en su camino, estaba listo para aplastar. Y aplastó.
A Flores siempre le sobraron defensores, aunque seguramente no eran mayoría. Para empezar están los que creen que la dolarización de la economía fue un gran acierto, que garantizó estabilidad en la economía y la blindó ante las tentaciones de manipularla con emisiones de moneda sin respaldo. Para seguir, están los que gozaban -o gozan- sus ataques al comunismo y al FMLN. Y, para finalizar, hoy están todos los partidarios que le han nacido después de fallecido.
A Flores, sin embargo, siempre le sobraron detractores y acabó con escasa popularidad. Incluso entre los suyos, que lo convirtieron en el primer expresidente de la República surgido de las filas de Arena a quien sus correligionarios no le concedían el título de presidente honorario de su partido.
'Aunque seas más poderoso que el jefe del Pentágono'
El desgaste de Flores arrancó temprano en su administración. Aquel hombre que hablaba como un profeta de la democracia, había iniciado su quinquenio con una bofetada a la incipiente rendición de cuentas: eliminó las conferencias de prensa semanales que habían convertido en tradición los presidentes Alfredo Cristiani (1989-1994) y Armando Calderón Sol (1994-1999). Nombró un vocero presidencial que nunca tenía mucho que decir y la prensa buscaba y preguntaba, y la única respuesta que había era el silencio.
El silencio informativo era tan contrastante que aún no cumplía un mes en el cargo cuando, el 25 de junio de 1999, pareció reconocer su error. 'Paso encerrado entre las gruesas cortinas y las blancas paredes de casa presidencial', se excusó. Después diría que su ausencia de la palestra pública no era antojadiza ni perjudicial: 'Son silencios productivos'.
Aquella declaración era una ironía. Cuando asumió la presidencia, Flores hizo una serie de promesas y, como garantía de cumplimiento, ofreció esta frase: 'Seré esclavo de mi palabra'. Así que aquel presidente que el 1 de junio de 1999 se había descrito 'no como el último presidente del siglo XX, sino como el primero del nuevo milenio', se había visto obligado a dar explicaciones.
Con el tiempo, Casa Presidencial hizo un intento por aliviar la tensión en sus relaciones con los medios. Un día a las salas de redacción llegó una convocatoria de prensa. El presidente quería hablar e invitaba a los periodistas a escucharle exponer algunos de sus planes en materia de entendimientos con la oposición. Pero sucedía que la delincuencia arreciaba y el día previo a la rueda de prensa había ocurrido un homicidio que llamó la atención de los periodistas. Flores dio sus declaraciones e inició el momento de preguntas y respuestas. Y la primera pregunta fue sobre la violencia. Y el equipo de comunicaciones de Flores atajó a la periodista y le dijo que el gobernante solamente respondería sobre los temas que él había abordado en sus declaraciones. 'Entonces no preguntaré nada', protestó aquella periodista. Luego vino el turno de otro medio y la escena se repitió. Y luego otro. Aunque no hubo unanimidad, aquel episodio no tenía precedentes: un buen grupo de periodistas había rechazado seguirle el juego a un mandatario elocuente pero renuente a entablar un diálogo.
El siglo XX cerró con un anuncio que marcaría el inicio de un prolongado desencuentro del gobierno con poderosos sectores de la sociedad salvadoreña. El presidente anunció un plan para dar en concesión los servicios médicos de un par de hospitales del Seguro Social y ahí nació un conflicto que marcó uno de los tres grandes fracasos de Francisco Flores.
En el año 2000, cuando Flores ofreció tender puentes hacia la oposición, su gobierno empujó la eliminación de la exención del pago de IVA para los productos agropecuarios y las medicinas. Seguía profundizándose el conocimiento del puerto de llegada de su administración y del estilo que adoptaría. Pero ese año no será recordado tanto por ese episodio, sino por otros dos que vinieron en los últimos días.
El primero de ellos ocurrió el 19 de noviembre de 2000. Panamá era la sede de la Cumbre Iberoamericana. Y sucedió que en la víspera de la cita de presidentes y jefes de Estado, Panamá capturó a una persona con pasaporte salvadoreño cuyo nombre en el documento era Franco Rodríguez Mena. La capturó porque descubrió un plan para atentar contra uno de los invitados a la cumbre: el presidente cubano Fidel Castro.
El gobierno salvadoreño admitió que el pasaporte era genuino, pero nunca pudo explicar por qué el terrorista anticastrista Luis Posada Carriles se identificaba con aquel documento.
En la sesión plenaria de ese 19 de noviembre, durante la construcción de la agenda, Flores hizo una moción: pidió que se condenara el terrorismo del grupo separatista ETA. Castro protestó: dijo que si iba a condenarse el terrorismo, que la propuesta de Flores se quedaba corta y que había que incluir el terrorismo contra Cuba. Castro dijo que todo apuntaba a que Posada Carriles había obtenido no solo refugio, sino ayuda para esconderse en El Salvador y protección del gobierno. Flores, el elocuente, replicó:
'Que usted me acuse a mí en este foro de que tengo responsabilidad en el caso de Luis Posada Carriles, después que usted tuvo la cruel e inaceptable responsabilidad en la guerra de El Salvador, es absolutamente intolerable', dijo al dictador cubano. Fidel Castro, el irónico, le respondió:
'No te he acusado a ti. Pero si tengo que acusarte, te acuso tranquilamente aunque seas más poderoso que el jefe del Pentágono'.
Aquel episodio le granjeó a Flores la simpatía de la poderosa comunidad cubana anticastrista radicada en Miami, y se enraizó en la memoria de los salvadoreños que vieron, asombrados, cómo un salvadoreño intentaba dar una tunda a uno de los grandes enemigos de Estados Unidos, Fidel Castro. Ese episodio estuvo enmarcado por el triunfo de George Bush en la presidencial de Estados Unidos y sería luego parte de una importante lista de guiños de Flores hacia Washington, y particularmente hacia los sectores neoconservadores de aquel país.
Tres días después de aquel pulso, la noche del 22 de noviembre, Flores apareció en cadena de radio y televisión para anunciar su decisión de enviar a la Asamblea Legislativa una propuesta para facilitar la circulación de monedas extranjeras solventes como el dólar estadounidense. El anuncio de Flores fue un terremoto. El presidente sostuvo que gracias a la ley iban a poder circular juntos el colón y el dólar. El anteproyecto llegó a los diputados el 23 de noviembre. Una semana después, el día 30, virtualmente sin discusión y sin mayores explicaciones y en realidad con la mentira de que se venía un bimonetarismo, los diputados de los partidos Arena, PCN y PAN votaron en favor de la Ley de integración monetaria, que a partir del 1 de enero de 2001 sacó de circulación el colón.
¿Y por qué Flores nunca anunció su propósito de dolarizar la economía? Preguntado por periodistas, una vez él dijo que sí lo había hecho durante la ceremonia de asunción de la presidencia, cuando se refirió a garantizar el poder adquisitivo de los salvadoreños. En su discurso del 1 de junio de 1999, Flores dijo: 'Debemos plasmar y fijar en el ancla segura de nuestras leyes el marco jurídico que imposibilite manipulaciones cambiarias'.
El cierre del año 2000 fue definitivo para que Flores quedara etiquetado para siempre como un presidente cataclísmico y dispuesto a imponer al país decisiones tan relevantes como la dolarización de la economía. Tender puentes, en realidad, no era su fuerte.
Flores flecha a Bush
Flores no necesitaba que hubiera terremotos: él los provocaba. Provocó varios a lo largo de sus cinco años de administración y también después de ella, el último cuando en enero de 2014 dijo que él personalmente había gestionado donativos de Taiwán, que había recibido el dinero y que él lo había administrado sin control de institución alguna.
El 1 de enero de 2001, cuando inició la dolarización de la economía, medio país estaba en contra de la medida y de inmediato la población percibió el incremento de precios de la canasta básica producto de los esperables ajustes cambiarios. El fenómeno no era bueno en un país en el que un 38.8 % de los hogares estaban bajo línea de pobreza. Los bancos retenían los colones y los bolsillos comenzaban a recibir dólares. Flores se había salido con la suya, pero ya acarreaba algunos lastres, incluido el incipiente conflicto con los trabajadores del Instituto Salvadoreño del Seguro Social.
Al terremoto monetario del 1 de enero se sumarían luego otros dos sismos: uno de 7.6 grados Richter, el 13 de enero de 2001, y otro de 6.6 grados Richter el 13 de febrero. La visita de Flores a la devastada colonia Las Colinas, el 13 de enero, se convirtió en un escenario para la indignación de los salvadoreños, que impotentes veían en el presidente o bien la encarnación de la irresponsabilidad estatal o bien el rostro de la desgracia de aquellas familias de clase media que murieron enterradas bajo toneladas de tierra.
Así como Flores no tenía forma de saber que el conflicto con los trabajadores -incluidos médicos- del ISSS iba a dejar una enorme cicatriz en su administración, tampoco podía saber que 13 años después de los terremotos de 2001 finalmente iba a hacérsele realidad aquella promesa de ser esclavo de su palabra. Porque 13 años después de los terremotos, Flores llegó confiado a la Asamblea Legislativa a admitir que había recibido millonarios donativos del gobierno de Taiwán y que él había dispuesto su destino personalmente y sin control de funcionario o institución alguna.
El quinquenio de Flores fue estruendoso, estridente y de terremotos permanentes. El Salvador vivió de sobresalto en sobresalto, de choque en choque, de enfrentamiento en enfrentamiento, de conflicto en conflicto. Aquel Flores que en su primer aniversario había ofrecido a la oposición tenderle puentes, no iba a tenderlos sino que evidenciaría más una disposición a destruir los pocos que hubiera si eso le garantizaba llegar a su puerto de destino.
Ahora que Flores ha muerto, las palabras que pronunció el 24 de enero de 2001 sobre el impacto del terremoto del día 13 en su administración, son otra gran ironía. Dijo que los tres años y cuatro meses de gobierno que le restaban iba a ocuparlos en ejecutar los proyectos de reparación de los daños causados por el terremoto. 'Ya no tengo otra cosa que hacer más que eso', dijo. Y los dos últimos años de su vida se los pasó huyendo de lo que el 7 de enero de 2014 llegó a decir a la Asamblea Legislativa, cuando confesó que había recibido millones de dólares de Taiwán para, entre otras causas, ayudar a las víctimas de los terremotos de 2001. Los últimos dos años de su vida no hizo otra cosa más que intentar escapar de una versión funesta de aquella su promesa de ser esclavo de su palabra del día de toma de posesión: sus palabras ante los diputados fueron usadas en su contra y lo llevaron hasta un juicio por corrupción que quedó truncado con su muerte.
A medida que pasaba el tiempo y sus proyectos de gobierno avanzaban, Flores fue ganando confianza. El episodio ante Fidel Castro en Panamá le había granjeado importantes admiradores, y el nuevo gobierno republicano de Estados Unidos había reparado en él. El presidente salvadoreño estaba destacando entre sus colegas centroamericanos.
En julio de 2001, Flores asistió a la cumbre del G-8 en Génova, Italia. El gobernante salvadoreño se codeó ante las personas más poderosas del mundo apadrinado por George Bush hijo. Era una fotografía extravagante aquella: los principales líderes políticos del mundo más Flores. Y Flores de la mano de Bush.
2001 dejó bien plantado a Flores ante el mundo, pero a nivel doméstico tenía enormes problemas y grandes descontentos. En el ISSS estallaban pequeños incendios a cada rato y se estaba incubando una gran revuelta. Flores no tenía forma de saberlo, pero su afán de seguir hacia su objetivo independientemente de quiénes se interpusieran en su camino, iba a provocar las más grandes e importantes movilizaciones antigobierno que ha visto El Salvador en el siglo XXI.
Eso se cultivaba en El Salvador cuando el mundo se estremeció el 11 de septiembre ante los ataques de Al Qaeda a las ciudades de Nueva York y Washington, D.C. Flores no tenía forma de saberlo, pero el ataque terrorista organizado por Osama Bin Laden iba a terminar acercando más a Flores con Bush hijo.
Mientras ese momento llegaba, en su partido Arena, a Flores también le recelaban su estilo de gobernar al margen de la organización. Flores había construido un gabinete que se caracterizaba por no tener muy evidente sangre partidaria. Y se avecinaba otro terremoto. El último día de septiembre de 2001 los dirigentes tradicionales areneros fueron desplazados por una dirección nacional repleta de los más conocidos empresarios y millonarios de El Salvador, vinculados particularmente al poderoso sector financiero. Entre los nuevos dirigentes estaban Roberto Murray Meza, Roberto Palomo, Ricardo Sagrera y Archie Baldocchi. El tradicional sector agropecuario, que había sido el caldo de cultivo del que nació Arena en 1981, quedó borrado repentinamente. 'Arena se ha privatizado', denunció ante la prensa Gloria Salguero Gross, expresidenta arenera.
No fueron pocos quienes vieron en este episodio la mano de Flores. Y el presidente pareció estimular las sospechas sobre su autoría cuando criticó los señalamientos de Salguero Gross: 'La izquierda siempre ha querido poner en pugna a los empresarios con el resto de sectores del país', dijo el gobernante. 'Pero yo no estoy juzgando a Gloria Salguero Gross, estoy juzgando el concepto, que es equivocado', añadió.
Para entonces, en Arena había muchos que responsabilizaban a Flores por lo ocurrido un año y medio antes, cuando en la elección de alcaldes y diputados de marzo de 2000, por primera vez el FMLN obtuvo más escaños legislativos que Arena. Además, ese año el FMLN ganó casi la totalidad de las alcaldías del Área Metropolitana de San Salvador y una buena cuota de los principales municipios del interior del país.
En Arena, un grupo de fundadores del partido se retiraron para formar otra organización. Ese mismo año, las sospechas sobre el rol del gobierno de Flores en rupturas partidarias también saltaron en diciembre, cuando la Asamblea Legislativa rompió sorpresivamente un entrampamiento y el día 20, en una sesión plenaria especial, un puñado de diputados del FMLN se unieron a Arena y los otros partidos de derecha para votar en favor del presupuesto general de la nación del año 2002. Esa votación eventualmente causó que el FMLN expulsara a varios de sus diputados por desobedecer la orden de la dirección nacional de abstenerse de apoyar el programa de gastos del gobierno.
Se llegó el año 2002 y Flores volvió a ser noticia, no solo nacional sino también mundial. El 24 de marzo se cumplían 22 años del asesinato de monseñor Romero. Ese día Flores iba a tener una fiesta, pero no tenía nada que ver con el arzobispo asesinado por un escuadrón de la muerte vinculado al fundador del partido Arena. Flores ese día recibiría al hombre más poderoso sobre la Tierra: el presidente de Estados Unidos.
La visita fue breve, pero significativa: apenas cinco horas, pero Bush solo visitaría en su gira tres países latinoamericanos, y uno de ellos era El Salvador. En la conferencia de prensa conjunta, Bush hijo llamó repetidas veces 'mi amigo' a Flores. Cuando llegó el turno de este, no pudo evitar una genuflexión verbal que también quedó grabada para la posteridad: 'He tenido muchos honores en mi vida, pero ninguno tan grande como que el presidente Bush me llame su amigo'. Había un idilio que solo iba a intensificarse en los años siguientes.
Bush se fue a continuar su gira, y pocos días después otro sismo estremeció al continente: un golpe de Estado depone al presidente venezolano Hugo Chávez el 12 de abril de 2002. Ese mismo día, Flores se convierte en el primer jefe de Estado en reconocer al gobierno de facto. Flores lo reconoció a pesar de que El Salvador es parte de la Carta Democrática Interamericana, que instruye a los países miembros de la Organización de Estados Americanos a abstenerse de apoyar golpes de Estado. Pero Flores era una persona muy segura de sí misma y si se le agrega que Chávez se había convertido ya en un dolor de cabeza para Estados Unidos, aquel gesto bien podría ser un enorme guiño para la Casa Blanca.
Flores unifica a El Salvador
Lo unificó en contra suya.
El presidente salvadoreño había sorprendido a sus gobernados con el rápido reconocimiento al gobierno golpista de Venezuela. Sobre todo porque aún estaba fresco en la memoria el recuerdo de la pronta y generosa ayuda del gobierno de Chávez a El Salvador con motivo de los terremotos de 2001. Fueron las fuerzas armadas venezolanas las que se tomaron la tarea de levantar en emergencia la destruida ciudad de Comasagua. Así que cuando Flores reconoció a los golpistas venezolanos, aquella decisión pareció, cuando menos, grosera.
Chávez volvió al poder un par de días más tarde y el presidente salvadoreño no se quedó solo con haber dado su apoyo a los golpistas, sino que concedió asilo a uno de los militares involucrados en el derrocamiento, el coronel Carlos Molina Tamayo.
El año siguió avanzando y el conflicto laboral en el ISSS fue ganando terreno después de aquel intento de concesionar a manos privadas los servicios médicos de dos de los hospitales del Seguro Social. El plan de Flores, sin embargo, continuó. En agosto, los dos grandes sindicatos de la institución, el de trabajadores (STISSS) y el de médicos (Simetrisss), acordaron un paro general indefinido.
Trabajadores y médicos se lanzaron a las calles aledañas a las instalaciones del Seguro Social y así se produjo la primera de varias 'marchas blancas'. En octubre de 2002, Flores envió a la Asamblea Legislativa una propuesta para privatizar algunos de los servicios del ISSS, y esto desató de inmediato una segunda marcha blanca. Las protestas fueron ganando terreno y lograron atraer al gremio médico del sector público y apoyos del sector de salud privado. Asimismo, se sumaron a las protestas gremios de otras ocupaciones, motivados por un plan de privatizaciones de la salud que creyeron nocivo. Flores atravesó la peor crisis en el sector público, con bloqueos de las vías públicas de la ciudad frecuentes, con grandes movilizaciones ciudadanas y con la paralización de los servicios públicos de salud.
El presidente intentó someter a los huelguistas con medidas administrativas como descuentos. El caso llegó a la Asamblea Legislativa, que le volvió la espalda al presidente y emitió un decreto que ordenó el pago completo a los trabajadores en paro de labores. Flores puso en práctica el que fue uno de sus deportes favoritos durante el quinquenio: vetar el decreto legislativo. La Asamblea tiene dos caminos posibles: acepta el veto o intenta derrotar al presidente. Pero para esto necesita el concurso de al menos 56 de los 84 diputados. Los partidos opositores, encabezados por el FMLN, hicieron sus estimaciones y sabían que tenían justo los 56 votos. Se llegó la sesión plenaria y todo estaba listo para derrotar a Flores. Pero a última hora uno de los diputados del PDC se negó a levantar la mano y solo cuando el jefe de bancada le toma el brazo y se lo alza por la fuerza, la Asamblea Legislativa celebró un triunfo sobre el presidente. Pero para entonces el presidente ganaba por goleada. El presidente Flores -'veto Flores', como decían algunos de sus opositores- emitió 59 vetos a lo largo de sus cinco años. Todo un récord. Casi uno por mes.
Su virtud no era ni tender puentes ni concertar.
Fue en aquellos días cuando uno de los predecesores de Flores, Alfredo Cristiani, soltó en público una crítica muy inusual a la administración e hizo ver una distancia entre partido y Presidencia de la República.
Cuando Flores tomó el gobierno, el 1 de junio de 1999, aludió al fenómeno de inequidad en El Salvador. 'No basta con dar igualdad de oportunidades: hay que dar oportunidad a la igualdad', dijo, auspicioso. Pero sus actuaciones, tendientes a privilegiar privatizaciones, a eliminar IVA a productos agropecuarios y medicinas, a potenciar una economía de servicios y a semiabandonar al sector agropecuario, dejaban un sabor amargo. En ese contexto fue que Cristiani, en una entrevista con La Prensa Gráfica, dijo que el problema era que Flores había dado la espalda al componente social del modelo de gobierno de Arena.
Las huelgas médicas duraron nueve meses. Nueve meses de caos en aquel El Salvador que aún no se recuperaba de los terremotos de 2001 y que lucía mayoritariamente alineado contra Flores. Aunque Flores no era presidente para preocuparse por caer bien. Y demostraría al año siguiente su enorme creatividad para generar controversia del más alto nivel.
'Yes, Mr. President'
El presidente estaba agotando el capital político ya precario con que llegó al cargo en 1999. Tras 10 años de gobiernos de Arena, Flores había triunfado en 1999 después de serias dudas en el camino. En 1998 parecía que se acercaba el año en que el FMLN podría acceder a la Presidencia de la República con un político emergente que había sacado a Arena de la alcaldía de San Salvador en 1997 y que rápido se había convertido en figura nacional: Héctor Silva. Pero el ala radical del FMLN bloqueó la candidatura de Silva y terminó postulando a dos impopulares excomandantes guerrilleros. Flores y Carlos Quintanilla Schmidt ganaron fácilmente a Facundo Guardado y Nidia Díaz.
Flores inició 2003 teniendo a la vista la paralización de servicios de salud en el ISSS y en varios hospitales públicos en apoyo a los huelguistas del Seguro Social y en rechazo a los planes privatizadores. Nueve meses duró la paralización y el presidente salió derrotado. El panorama era sombrío, pero Flores estaba dispuesto a abrir otros frentes de batalla.
En marzo, el FMLN derrotó de nuevo a Arena en las elecciones de alcaldes y diputados. En Arena surgieron voces que atribuyeron a la lejanía del gobierno de Flores respecto de su partido el triunfo de la oposición. El vicepresidente Carlos Quintanilla Schmidt admitió que se había promovido insuficientemente las obras de la administración, pero Flores salió al paso y responsabilizó a su partido de haber hecho una mala campaña electoral.
Para colmo, el 1 de mayo de 2003, la Asamblea Legislativa se instala con una junta directiva que había sido negociada en secreto entre el FMLN y el PCN. El PCN había sido el tradicional aliado de los areneros en la legislatura, pero los pecenistas estaban resentidos con Flores, entre otras cosas por sus constantes vetos a los decretos legislativos. Así que esa vez se fueron con el gran partido opositor y en Arena atribuían la responsabilidad a Flores. El panorama era sombrío incluso en su casa arenera, pero Flores estaba dispuesto a abrir otros frentes de batalla.
Ese año, el presidente hizo dos enormes concesiones a la administración Bush. Primero, firmó un convenio por medio del cual El Salvador se comprometía a abstenerse de poner en manos de cualquier tribunal extranjero o internacional a algún ciudadano estadounidense requerido por crímenes de guerra. En marzo, el amigo estadounidense de Flores, George Bush, inició la invasión a Iraq en una operación para acabar con el régimen de Sadam Husein, usando como pretexto los ataques de Al Qaeda de septiembre de 2001.
Ese mismo mes, Flores estremeció de nuevo a El Salvador: anuncia que enviará tropas a Iraq para incorporarse a las fuerzas invasoras dirigidas por Estados Unidos. El primer contingente del Batallón Cuscatlán, armado, transportado, entrenado, alimentado y vestido por Estados Unidos, salió de El Salvador en agosto de 2003.
En Latinoamérica, El Salvador fue el único país que se quedó en Iraq como aliado militar de Estados Unidos. Colombia había rechazado la propuesta. Nicaragua, Honduras y República Dominicana accedieron en un primer momento, pero eventualmente desertaron la misión.
Flores arrastra a Bush al fracaso
Flores había entrado a su último año de gobierno y la inseguridad iba ganando terreno poco a poco. Las pandillas comenzaban a ser noticia relevante y cotidiana y una noche de julio el presidente apareció en una colonia populosa de San Salvador, vestido con una chamarra de cuero, para anunciar un 'plan mano dura' contra la violencia.
La administración desató una cacería discrecional que se saldó con centenares de capturas infructuosas. Paralelamente, el gobierno emitió una agresiva 'ley antipandillas' que llevó a Naciones Unidas a pedir su derogación porque violaba la Convención de los Derechos de la Niñez. La represión arreció, pero los crímenes no disminuyeron. Su gobierno cerró en 2004 con un promedio de 7 homicidios al día.
Para 2003 uno de cada tres hogares seguía en situación de pobreza y El Salvador no entraba a las cadenas de producción mundial que en teoría iba a facilitar la dolarización. ¿Qué pensaba hacer Flores en sus últimos meses en el cargo? Y al dejar la Presidencia, el 1 de junio de 2004, ¿a qué se dedicaría?
Un día de mayo, un político costarricense hizo una revelación: Francisco Flores estaba considerando lanzarse como candidato a secretario general de la OEA, y cifraba sus esperanzas en el respaldo de la Casa Blanca. El colombiano César Gaviria terminaría su segundo mandato en septiembre de 2004 y ya había algunos interesados en relevarlo, como el expresidente costarricense Miguel Ángel Rodríguez y el excanciller chileno José Miguel Insulza. Centroamérica, sin embargo, tenía en el papel una ventaja: ya era tiempo de que el secretario general de la OEA fuera alguien de Centroamérica. Esa idea prevalecía.
Rodríguez oficializó su candidatura en junio. Francisco Flores no confirmaba nada, pero en octubre, el secretario de Estado de Estados Unidos, George Bush, informó a Costa Rica que Washington preferiría apoyar a Flores, aunque este aún no formalizaba su interés en el cargo.
Un lastre de la candidatura de Flores era su pasado reciente: en 2002 había apoyado un golpe de Estado en uno de los países miembros de la OEA. Y la Carta Democrática de la OEA establece que ningún país miembro de la organización respaldará un gobierno golpista.
Eventualmente, la secretaría fue ganada por el expresidente de Costa Rica. Un mes duró Rodríguez en el cargo, tras ser acusado de corrupción en su país. La prensa costarricense también reveló que Rodríguez recibió millones de dólares procedentes de Taiwán.
Con la salida de Rodríguez de la secretaría general, Flores volvió a ser candidato y en enero de 2005 Estados Unidos anunció su apoyo a la postulación del expresidente salvadoreño. El día 27, el secretario de Estado adjunto para Asuntos Hemisférico, Róger Noriega, declaró ante la OEA su decisión de respaldar a Flores: 'Francisco Flores dirigió un gobierno honrado, combatió la corrupción, destacó los derechos humanos y la seguridad y presidió una administración incluyente que llegó hasta la oposición para interesarla en el negocio del gobierno democrático', dijo Noriega.
Noriega tal vez no tenía por qué saberlo, pero entre octubre y noviembre de 2003, Flores había recibido 10 millones de dólares de Taiwán, transacción que lo tenía en la última etapa de un juicio por corrupción cuando falleció este 30 de enero.
El respaldo de Washington a la postulación del exgobernante salvadoreño fue importante, pero insuficiente. Flores se embarcó en una intensa campaña proselitista, viajó a intentar persuadir a la Comunidad de Países del Caribe (Caricom) que, con la mitad de los votos de toda la OEA, es fundamental para el triunfo. En esta etapa de la competencia todo valía y Flores no tuvo problemas en dar una conferencia de prensa en la sede de la embajada de Estados Unidos en uno de los países del Caribe para hablar sobre sus posibilidades.
Al final el esfuerzo fue en vano y el continente prefirió al chileno Insulza. Bush y Flores salieron derrotados. Y la OEA se salvó de tener a un secretario general que en sus credenciales habría exhibido el respaldo a un gobierno de facto.
El peor error de Flores
Flores fue casi impecable. Era un hombre acostumbrado a salirse con la suya. Lo más importante era el fin, no los medios. Y gobernó con mano dura y por eso recetó 59 vetos en sus cinco años como presidente. Gobernó como si casi no necesitara a nadie. A lo largo de su administración no solo confrontó con la oposición del FMLN, sino también con la Asamblea Legislativa y hasta con sus correligionarios areneros.
Cuando Flores dejó la presidencia el 1 de junio de 2004 en su partido había muchos que lo detestaban. En ese momento eran presidentes honorarios de Arena los dos predecesores de Flores en la Presidencia de la República: Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol. Ese título honorífico era un reconocimiento a areneros valiosos para su organización. Pero a Flores, a quien habían responsabilizado por las derrotas en las legislativas y municipales de 2000 y 2003, le negaron ese privilegio.
El último legado de Flores fue abrir la puerta para la firma del tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Centroamérica. En algún momento de duda en la región, George Bush dijo que Washington estaba dispuesto a firmar un tratado solo con El Salvador si las demás naciones del istmo no se decidían. El 28 de mayo de 2004, cuando al mandato de Flores le restaban solo cuatro días, los ministros de Centroamérica firman el CAFTA-DR (Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos). La ratificación en El Salvador se produciría en la Asamblea Legislativa en diciembre de ese año.
Al dejar la presidencia, Flores intentó continuar en un proyecto personal conjunto con quienes habían sido sus aliados políticos principales. Y esos no estaban en El Salvador. Fundó el Instituto América Libre, un tanque de pensamiento con sede en Washington que pretendía divulgar las virtudes de la democracia y el libre mercado, y en el que entraba como socio José María Aznar, el expresidente del gobierno español.
La institución tuvo poca actividad y Flores casi desapareció de la vida pública una vez que tampoco pudo acceder a la secretaría general de la OEA.
Lo sucedió Antonio Saca en la presidencia de El Salvador. En 2009 el FMLN ganó por primera vez la elección presidencial con Mauricio Funes. Cuando El Salvador se preparaba para otra contienda por la presidencia, en octubre de 2013 Funes hizo público que algunos millones de dólares donados por Taiwán para programas de desarrollo social nunca habían ingresado a las cuentas del Estado. Funes acusó a Francisco Flores, quien era el principal asesor de campaña del candidato presidencial de Arena, Norman Quijano.
Flores y Quijano aseguraron que eran víctimas de declaraciones calumniosas de Funes. Este añadió que existía un documento emitido por un banco estadounidense que daba cuenta del otorgamiento de 10 millones de dólares por parte de Taiwán a Flores, y que no había ningún registro de que ese dinero hubiera ingresado a las arcas estatales. La Asamblea Legislativa creó una comisión investigadora y convocó al expresidente a audiencia para el 7 de enero de 2014.
Esa fecha marca el inicio del final de Flores. El expresidente que se bastaba a sí mismo, que actuaba como si siempre pudiera prescindir de los demás, acudió a la audiencia y admitió que había recibido a lo largo de su gobierno 'unos 25 millones de dólares' de Taiwán para diversidad de programas de gobierno, y que los fondos habían llegado a sus destinatarios. Sin embargo, a falta de cuatro semanas para la elección presidencial, fue incapaz de detallar cómo había administrado esos fondos. Se negó a explicar si los cheques por 10 millones de dólares emitidos por Taiwán a su nombre habían sido endosados o si él mismo los había cobrado en algún banco. Flores, el hombre que había flechado al hombre más poderoso del mundo, por alguna razón misteriosa optó por decir demasiado para sus propios intereses.
Quijano perdió la elección presidencial. Muchos en Arena pidieron la separación de Flores, pero su caso siguió en estudio hasta el día de su muerte.
Flores nunca fue tan esclavo de su palabra como desde ese 7 de enero de 2014. Su palabra se convirtió en su sombra a lo largo de sus dos últimos años de vida. Su palabra fue, sobre todo, su cruz de enero de 2014 a enero de 2016. Esas confesiones del 7 de enero de 2014 fueron su más grande error de cálculo. Aquel hombre con altas dosis de soberbia que había aplastado a la Asamblea Legislativa durante sus cinco años de presidencia; aquel hombre que en la cumbre de sus vanidades interactuaba con el Príncipe de Mónaco o acudía a la boda de la hija de su amigo Aznar en Italia; aquel hombre que se dejaba llevar por Bush a la cumbre de los países más industrializados de la Tierra y que gozaba oírle decir que era su amigo, fue de repente un prófugo de la justicia durante cuatro meses.
Cuando se entregó a las autoridades, en septiembre de 2014, dijo que lo hacía por su convicción de inocencia. Y que si había huido había sido por desconfianza en el sistema judicial. Flores fue esclavo de su palabra literalmente, y entre septiembre de 2014 y enero de 2016 estuvo confinado o en bartolinas policiales o en su casa, bajo arresto domiciliario.
Flores, el hombre que apoyó el golpe de Estado contra Chávez, que desafió a Fidel Castro y que envió a centenares de salvadoreños pobres a pelear la guerra de Iraq de la mano del Pentágono, fue esclavo de su palabra pero también guardó silencio sobre el cómo y con quiénes planificó que los millones donados por Taiwán fueran desviados a las cuentas de su partido Arena para financiar la campaña presidencial de Antonio Saca en 2004.