A propósito de mi columna No me toquen, no me miren y no me digan qué hacer con mi vida, un miembro de mi red de amigos en Facebook me envió un mensaje privado que copio literal:
“algunas de las q contas si son feas. otras estas sobredimensionadas. yo mismo les he dicho cosas peores a vichas en una cena (haciendo alusión a la q le dijeron porquerias en la cena) y he terminado encamado. tambien las he besado de entrada mil veces. a veces resulta a veces no. a mi me lo han hecho chicas tambien, casi siempre les resultó. pero bueno. lo q si no me cuadra, y me parece bien sacado de la manga o del discurso curtido feminista es el de las posiciones subordinadas. (…)”.
La perorata continúa muchas líneas más para terminar diciendo que mi argumento -el que sostiene que en las actitudes y acciones cotidianas de acoso y abuso hacia las mujeres se podría encontrar la explicación de por qué muchas, que no todas, son golpeadas, violadas, desaparecidas o asesinadas– es falso, un “dato choco” y sin valor empírico.
“esas afirmaciones asi bien vacias, de discurso. se podrian decir cosas iguales de los salvadoreños, jóvenes o de los pandilleros solo q en estos casos sí hay dato empirico detrás. no no no y no. rechazo esas afirmaciones de q aca las mujeres son especialmente matadas por su condicion de mujer. dato choco es ese”.
Aunque usé los relatos literales de las mujeres, me acusa de hacer parecer como violencia lo que, según él, son simples piropos y proposiciones indecorosas.
Esta joya de comentario lo escribió un amigo, uno de esos que vi crecer de cerca y convertirse en adulto, uno de esos que hoy es un profesional comprometido con entender el fenómeno de la violencia en nuestro país. De eso vive. Incluso ha trabajado sobre violencia hacia las mujeres. Y sin embargo así habla, así piensa, así actúa.
El cuerpo y la sexualidad son dos aspectos de la vida humana que por sí mismos no deberían marcar ninguna diferencia social entre hombres y mujeres. Pero en realidad tienen un significado distinto para unos y otras, y su uso tiene consecuencias diferentes para unos y otras. En los hombres el cuerpo y sexualidad son componentes entre muchos otros de su identidad, pero en las mujeres la convención social los convirtió en el núcleo de nuestro ser. Un ser idealmente doméstico y creado para la maternidad, el matrimonio y el hogar. Quienes no cumplimos o somos sospechosas de no cumplir con ese supuesto mandato biológico y social nos tenemos que atener a las consecuencias: acoso callejero, maltratos físicos y sexuales, estigmatización, marginación social y hasta la perdida de nuestra vida. Es ahí donde cuerpo y sexualidad se convierten en una expresión de la desigualdad social entre hombres y mujeres.
Recuerdo que durante mis estancias de investigación en la frontera sur de México tuve que ocupar un anillo de casada. Me busqué uno grande y muy vistoso que dejará claro, sin tener que decirlo, un mensaje: tengo marido, ya no estoy disponible, aléjese, respéteme que soy mujer de alguien. Fue la estrategia que ocupé para parar las proposiciones de los taxistas con los que tuve que viajar. Al oír mi acento extranjero y que era una salvadoreña de paso, inmediatamente se ofrecían a enseñarme la ciudad, a llevarme al cine, a comer, a bailar, a dormir a las montañas. Aquel pequeño aro de metal representaba un muro de protección contra los riesgos que me implicaba ser una mujer “sola” y extranjera en ese lugar.
Ser mujer para muchas de nosotras implica -entre otras cosas- idear cotidianamente tácticas de protección. No dejamos que nuestro cuerpo parezca demasiado atractivo porque corremos el peligro de ser excluidas de grupos sociales, de trabajos, de instituciones por provocar el instinto masculino. Si vamos a la calle nos pensamos mucho la ropa que usamos para pasar desapercibidas y evitar un bombardeo de piropos y palabras horribles. Sabemos que por nuestro propio bien es mejor taparnos las carnes, si las enseñamos demasiado es probable que alguno lo interprete como una invitación y termine violándonos o que nuestro esposo, novio, pareja crea que salimos con la intención de provocar a otros hombres. Para muchos el cuerpo de la mujer es naturalmente incitador, no importa si es el de una adolescente o niña. Por eso, más de alguna vez, a muchas nos han recomendado no reírnos tanto, no ser tan amables, no dar la impresión de ser accesibles. Tampoco importa que seamos solo unas adolescentes o niñas. No ser lo que se supone que tenemos que ser como mujeres (parafraseando el argumento curtido feminista) es la razón para que a algunas no solo las toquen, las violen, les revientes los puños en la cara sino también las maten. Que no a todas, pero a muchas. Veamos algunos números.
Entre 2007 y 2009 la Fiscalía General de la República registró 1,951 casos de acoso sexual (frases, tocamientos, señas y molestias, hasta abuso sexual). El 88% de personas acosadas eran mujeres. Solo en el 2009 el Instituto de medicina legal (IML) reportó 3,634 hechos de violencia sexual (violación, otras agresiones sexuales, estupro). El 90.18% fueron cometidos contra mujeres. Del 2008 al 2010 la Policía Nacional Civil recibió 5,502 denuncias de delitos relativos a la libertad sexual. En el 84.4% las víctimas fueron mujeres. Durante el 2009 y 2010 el ISDEMU atendió 9,100 casos de violencia intrafamiliar. El 97% de las víctimas fueron mujeres. Este tipo de violencia la define el ISDEMU como cualquier acción o conducta que ocurre en el ámbito de las relaciones familiares con el propósito de obtener poder, dominación o control sobre la víctima y que causa muerte, daño o sufrimiento físico, psicológico, sexual o patrimonial. En el primer semestre de 2015, el IML registró 230 muertes violentas de mujeres de entre 10 y 40 años. Los registros todavía no distinguen entre feminicidios y otras causas de muerte, pero el caso de Marleny Canales puede ser indicativo. Ella fue estrangulada por su pareja en La Unión, en noviembre de 2015. El agresor dejó una nota a la par del cadáver que decía: “Por infiel te mato”.
Dice mi amigo que en un país como el nuestro, en el que más del 85% de asesinados son hombres, es irresponsable hablar de la violencia que las mujeres enfrentamos por ser mujeres. Yo digo en cambio que irresponsable es hacer parecer nuestras quejas como lamentos banales, nuestra mirada como una perspectiva exagerada y nuestras vivencias como una mala interpretación de los cortejos picarescos de conquistadores empedernidos y traviesos.
En un momento como el que vive actualmente El Salvador lo responsable es que hombres y mujeres hablemos de las diferentes violencias, que hagamos conciencia sobre nuestra participación, que intentemos entender las causas, las especificidades, la complejidad, que generemos solidaridad con las víctimas sin importar su género y sobre todo que exijamos justicia para todas.
*Laura Aguirre es estudiante de doctorado en sociología en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Su tesis, enmarcada dentro de perspectivas feministas críticas, está enfocada en las mujeres migrantes que trabajan en el comercio sexual de la frontera sur de México. Su trabajo también abarca la sexualidad, el cuerpo, la raza, la identidad y la desigualdad social.