Internacionales / Cultura y sociedad

Y para Brasil, ¿valió la pena organizar los Juegos?

Con la clausura de los Juegos Olímpicos Río de Janeiro 2016, Brasil cierra un capítulo de su historia en el que mostró al mundo que es capaz de organizar los mayores eventos deportivos del planeta, pero ¿valió la pena el titánico esfuerzo?


Lunes, 22 de agosto de 2016
Laura Bonilla (AFP) / El Faro

Un muchacho observa desde la favela Mangueira la clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Foto Carl De Souza (AFP).
Un muchacho observa desde la favela Mangueira la clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Foto Carl De Souza (AFP).

Río de Janeiro, BRASIL. La esperanza dio lugar a un sabor agridulce con las masivas manifestaciones callejeras de 2013 contra la corrupción y los gastos en el Mundial de fútbol de 2014 en vez de en salud, educación o transporte públicos, de pésima calidad.

Y la tormenta perfecta que se cebó desde entonces se abatió sobre Brasil en 2016, en plena preparación de los Juegos, bajo los proyectores del mundo entero: crisis política y recesión económica históricas, desempleo récord y un colosal escándalo de corrupción en su empresa estatal más preciada, Petrobras.

El telón ha caído. ¿Qué queda para Río de Janeiro, para el país entero?

“El mayor legado de los Juegos fue la fiesta para el pueblo carioca, que jamás se olvidará de estos días”, estima Juca Kfouri, uno de los mayores analistas deportivos de Brasil. Pero “la cuenta a pagar será altísima”, lamenta en declaraciones a la agencia AFP.

“Ojalá que haya servido también para educar un poco a la hinchada brasileña, pero no lo creo”, añade en referencia al hábito de sus compatriotas de silbar y abuchear a atletas extranjeros en plena competencia o en el momento de cantar su himno nacional o recibir medallas, como si fuese en el fútbol.

Un retrogusto amargo

Lejos quedaron los gloriosos días llenos de posibilidad y de autoconfianza de 2009, cuando miles de cariocas estallaron en júbilo en la playa de Copacabana en medio de una tormenta de confetti al ver en una pantalla gigante cómo Rio era elegida como la primera sede de unos Juegos Olímpicos en Sudamérica.

En la televisión, vieron cómo el entonces presidente Lula lloraba y abrazaba a Pelé en Copenhague, envuelto en la bandera auriverde. El niño analfabeto que lustraba zapatos en la calle, que se hizo obrero metalúrgico, líder sindical, enemigo de la dictadura y presidente en su cuarto intento había logrado lo que nadie antes.

Pero hoy un clima de pesimismo se cierne sobre el país.

El hombre que ocupa el despacho presidencial en Brasilia, Michel Temer, no fue electo en las urnas y muchos brasileños lo consideran ilegítimo.

El Senado iniciará este jueves la etapa final del impeachment de la impopular presidenta Dilma Rousseff, delfina de Lula y acusada de contabilidad 'creativa' de las cuentas públicas. Suspendida desde mayo, todo indica que será destituida a fin de mes y que Temer, su exvice devenido acérrimo enemigo –y tan impopular como ella–, gobernará hasta el 1 de enero de 2019.

La Fiscalía sospecha que Lula jugó un papel clave en el megafraude en Petrobras, que ya llevó a prisión a grandes figuras de su izquierdista Partido de los Trabajadores y a algunos de los mayores empresarios del país.

“Para nosotros como brasileños es un orgullo ser sede de las Olimpíadas, pero este es un momento muy triste de la historia que va a quedar marcado para siempre”, dice Fernanda Corezola, una funcionaria pública que vino a ver los Juegos desde Porto Alegre.

Más transporte

Para 2017, el gobierno de Río estima que un 63 % de la población utilizará el transporte público (contra apenas 17 % en 2009), tras la construcción de una nueva línea de metro de 16 kilómetros, de 156 kilómetros de corredores de buses expresos (BRT) y de 28 kilómetros de tranvía.

“El transporte es el mayor legado de los Juegos por volumen de inversiones y por cantidad de personas beneficiadas”, dice a la AFP Rafael Picciani, número dos de la alcaldía.

Los habitantes se quejan no obstante de que los autobuses van llenos y son insuficientes, y de la falta de transporte y otros servicios como saneamiento en muchas zonas pobres. La espectacular bahía de Guanabara, que las autoridades prometieron descontaminar para los Juegos, sigue siendo una letrina.

Aunque las autoridades insisten en que han sido unas Olimpíadas baratas, organizadas con un 60 % de capital privado, muchos piensan como Guilherme Dias, maestro de una escuela pobre de Río. “Esta fiesta de obras sobrefacturadas no fue hecha para el pueblo, los eventos son lejos de donde vive la población carente” y han dividido la ciudad entre ricos y pobres, dice.

El paisaje del centro, al menos, ha mejorado: una caótica avenida es ahora peatonal y la recorre un silencioso tranvía que sale del aeropuerto doméstico. Otra anticuada avenida que bordeaba el puerto fue convertida en un atractivo paseo con dos nuevos museos.

“Los Juegos Olímpicos han servido de catalizador para el desarrollo de Río de Janeiro. No creo que nadie esté en desacuerdo con que todas esas mejoras en infraestructuras eran necesarias y han creado miles y miles de puestos de trabajo”, evalúa Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional.

Pero para muchos cariocas pobres –un tercio de la población de seis millones vive en favelas– poco o nada ha cambiado. La endémica violencia continúa pese a la ocupación policial de varias de estas barriadas carenciadas. Un promedio de casi cinco cariocas tienen cada día una muerte violenta, a veces a manos de la policía, a veces de los narcotraficantes.

© Agence France-Presse

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