Londres, REINO UNIDO. “Trump ha aparecido como una hada madrina, un regalo masivo, enorme”, dijo entusiasmado, sobre el nuevo presidente estadounidense, un diputado pro-Brexit a la revista Spectator. De hecho, la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, se convirtió en la primer mandataria extranjera en ser recibida en la Casa Blanca por el magnate de la construcción, y ambos mostraron una gran sintonía, sonriendo y llegando a tomarse las manos brevemente durante un paseo.
“Los opuestos se atraen”, dijo May cuando se le preguntó cómo iban a congeniar esta política rigurosa, hija de un vicario, con el exhuberante magnate de la construcción. En la mente de muchos reaparecieron las estampas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Pero en cuanto May se fue de la Casa Blanca, Trump soltó como una bomba su decreto prohibiendo la entrada de ciudadanos y refugiados de siete países musulmanes. Y el retraso en condenar la medida por May, que rechazó hasta en tres ocasiones hacerlo en una conferencia de prensa en Turquía, le valió fuertes reproches en su país, hasta que finalmente la tildó de “equivocada y divisiva”.
Pero May no puede prescindir de Trump en estos momentos, aún a riesgo de enojar a sus todavía socios europeos que vieron la visita a Washington como “un signo de debilidad, más que de fuerza”, sentencia una alta fuente diplomática europea que pidió el anonimato.
“No hay duda de que un acuerdo comercial con Estados Unidos podría crear la ilusión de un aterrizaje suave por el Brexit, así que es políticamente muy importante para Theresa May asegurarse uno”, explica a la agencia AFP Brian Klaas, profesor de política comparada de la London School of Economics.
“Hay una cuestión, sin embargo”, prosigue Klaas, “que es, ¿hasta dónde esta dispuesto a llegar el Reino Unido en sacrificar lo que profesa para alcanzar tal acuerdo?”.
¿Reagan-Thatcher o Blair-Bush?
May todavía “no está atada a él, pero ha empezado a estarlo. Puede deshacerse, pero ahora, es difícil distanciarse de la foto de ambos tomados de la mano sin pronunciar palabras muy duras”, sentencia Klaas.
Pero más allá de los gestos, no le será fácil a Londres arrancarle un acuerdo comercial a Estados Unidos, advierte Iain Begg, del Instituto Europeo de la LSE.
“El problema es que Estados Unidos tiene un déficit comercial con el Reino Unido, y con Trump diciendo ‘Estados Unidos primero, Estados Unidos primero, Estados Unidos primero’, la idea de un buen acuerdo comercial para Washington sería uno que recuperara el equilibrio” en la balanza comercial, dice Begg.
“Creo que una cosa que ha subestimado Downing Street es que no basta con alcanzar un acuerdo comercial, sino que ha de ser un buen acuerdo”, añade.
Más que recordar los viejos buenos tiempos de Thatcher y Reagan, la actual situación recuerda a los de Tony Blair y George W.Bush y la invasión de Irak, donde el premier británico se lanzó en brazos de Washington.
“Blair afrontaba el dilema de alinearse con la oposición” a la invasión “que venía de Europa y eligió apoyar a Estados Unidos. Eso se parece a lo que May está haciendo al no condenar a Trump”, dice Begg: “Es el dilema entre algo que los europeos condenan y algo que Washington ve como un interés inmediato”.
Nada representa más la apuesta de May que su invitación a Trump para que realice una visita de Estado este año, cuando los precedentes ocupantes de la Casa Blanca tardaron mucho más en ganarse el derecho a dormir en el palacio de Buckingham.
Hasta el 2 de febrero, más de 1.8 millones de británicos han firmado un manifiesto exigiendo que se rebaje el rango de la visita, para evitar a la reina Isabel II dispensar los más altos honores protocolarios a un huésped tan polémico.
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