La tarde del jueves 27 de mayo de 1999 Armando Calderón Sol estaba a solo cinco días de entregar la presidencia de El Salvador y una preocupación repentina le martillaba la cabeza a tal punto que la antesala de su despacho en la casa presidencial se le hacía pequeña. 'Estoy contento de dejar esto', admitiría minutos después, en referencia al alivio que le provocaría que Francisco Flores tomara las riendas de un país que aún estaba saliendo de los escombros de la guerra civil.
Calderón Sol terminaba un período en que como cabeza de gobierno había tenido la responsabilidad de que los otrora todopoderosos militares se encerraran en sus cuarteles y que muchos de los principales mandos pasaran a retiro porque también habían sido los principales violadores de derechos humanos. Aquel hombre que en sus cinco años había tenido que apagar multitud de incendios para salvar los Acuerdos de Paz, que había enfrentado el primer gran escándalo de corrupción financiera en la historia reciente de El Salvador y que había desafiado al sector más conservador al impulsar una nueva legislación penal que garantizaba el respeto a los derechos humanos, tenía dificultades para resolver un dilema de última hora.
Indeciso y sin personal de apoyo que le aconsejara en aquel momento de duda, finalmente reveló a los periodistas que estaban a punto de entrevistarle el motivo de su preocupación: “¿Me cambio la corbata? Es que si no, voy a salir con la misma en sus fotos y en la televisión”. El presidente acababa de grabar un mensaje para televisión y una pizca de vanidad lo hacía vacilar. Sin esperar respuesta, entró a su despacho con aquella corbata predominantemente amarilla y en un minuto regresó con una corbata roja.
Calderón Sol enfrentaba aquella entrevista a solas. Terminaba en solitario aquella maratón de cinco años, y poco más tarde explicaría que la sensación de que corría solo por una vereda escabrosa había aparecido en los momentos más críticos de su administración: “Se siente en ese momento la soledad del mando”.
El primer presidente elegido tras la firma de los Acuerdos de Paz anunciaría que a partir del 1 de junio se dedicaría más a sus asuntos personales, a la familia. Pero la verdad es que nunca se alejó demasiado de la política y en su partido Arena siempre fue una voz escuchada a lo largo de por lo menos los siguientes 15 años.
Cuando Calderón Sol falleció este 9 de octubre de 2017 en un hospital en Houston, Estados Unidos, muchos lo recordaron, y con acierto, como el gobernante que ejecutó una gran parte del proyecto privatizador de la derecha salvadoreña. Otros añadieron que fue el artífice de que el IVA subiera del 10 al 13 % en 1995 gracias a un pacto fraguado en secreto con siete diputados disidentes del FMLN. Pero pocos recuerdan o conocen su rol determinante para que la guerra civil terminara con una negociación y con un acuerdo fundó un nuevo país. Muchos en Arena tienen en mente a Alfredo Cristiani como “el presidente de la paz” y a Calderón Sol como “el presidente de la reconstrucción”. Pero en los momentos más difíciles de la negociación este tomó del brazo a Arena y a los militares más radicales para arrastrarlos hacia los Acuerdos de Paz. Fue la culminación de una transformación que también sufrió el mismo Calderón Sol, pues pasó de ser miembro de una organización vinculada a los escuadrones de la muerte, a convertirse en un activista de la paz.
Amigo de escuadroneros, heredero de un polvorín
Cuando Arena nació en 1981 Calderón Sol tenía 33 años de edad. Fue uno de los fundadores del partido e integró como director de asuntos jurídicos el primer Consejo Ejecutivo Nacional (Coena) de Arena, su máximo organismo permanente de dirección.
Para entonces, Calderón Sol tenía casi dos años de estar en política. Cuando el general Carlos Humberto Romero fue derrocado en octubre de 1979, un grupo de empresarios jóvenes creó el Movimiento Nacionalista Salvadoreño. Uno de los fundadores, Alfredo Mena Lagos, reclutó a Calderón Sol, y así el joven abogado se convirtió en compañero de personajes como David Ernesto Panamá y Ricardo Paredes.
El MNS fue el precursor ideológico de Arena junto al Frente Amplio Nacional que lideraba el mayor Roberto d´Aubuisson. Este logró unificarlos en 1981, cuando dio vida al partido Arena. El MNS surgió con el propósito de hacer una lucha ideológica contra el régimen golpista y con simpatía por los organismos paramilitares que asesinaban a presuntos izquierdistas.
Los vínculos del MNS y de algunos de sus integrantes con los escuadrones de la muerte y con delitos como secuestros fueron ampliamente documentados desde temprano en la década de los 80. El nombre de Calderón Sol apareció en más de una ocasión.
Ricardo Paredes, uno de los fundadores del MNS, admitió al Albuquerque Journal, en 1983, que la pretensión de la organización no era jugar limpiamente a la política. “Esta no es una guerra civil, ni una guerra abierta, y tampoco una guerra legal”, dijo. Añadió que la clave para enfrentar a la incipiente guerrilla marxista salvadoreña estaba en apuntar a la población civil que apoyaba políticamente a los hombres en armas. “No queremos librar una guerra justa: tenemos que salir y hacerlos mierda”.
Los cables del Departamento de Estado y de la CIA desclasificados en 1993 brindaron información detallada sobre las relaciones de Calderón Sol con miembros de escuadrones de la muerte y sobre las actividades ilegales de algunos prominentes empresarios y políticos de inicios de la guerra.
En enero de 1981 un escuadrón de la muerte asesinó en el Hotel Sheraton de la colonia Escalón, de San Salvador, a dos asesores civiles estadounidenses y al presidente del Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria. Uno de los involucrados en el triple homicidio, el teniente Isidro López Sibrián, dio amplia información sobre la operación de los escuadrones de la muerte y sobre diversidad de conspiraciones. López Sibrián llegó a decir que Calderón Sol había participado en atentados dinamiteros contra instalaciones del Ministerio de Agricultura, en protesta por la reforma agraria.
Los cables desclasificados en 1993 incluían un memorando fechado en 1990 y suscrito por el embajador William Walker, en el que este aseguraba que en 1981 el mayor D´Aubuisson y un grupo de allegados complotaron en la casa de Calderón Sol para secuestrar al presidente de la Liga Mayor del fútbol profesional salvadoreño. El cable aclaraba que no había “evidencia dura” de la participación de Calderón Sol en la conspiración. Pero esa fue la parvularia donde el futuro presidente comenzó su carrera política, y una década más tarde aprovecharía su influencia, su credibilidad y su ascendencia entre aquellos extremistas para que la firma de la paz fuera una realidad.
Desde aquellos días, el gobierno estadounidense puso en la mira a los escuadrones de la muerte salvadoreños y solo la presión política de Washington, D.C., que aportó alrededor de 5 mil millones de dólares durante toda la guerra, logró que aquellos delincuentes adinerados poco a poco redujeran su actividad.
En 1984 Arena perdió su primera elección presidencial, con el mayor Roberto d´Aubuisson como candidato. Dos años después, un puñado de militares, políticos y empresarios vinculados a Arena o del círculo más íntimo de D´Aubuisson, fueron acusados de integrar una banda de secuestradores. Uno de los más relevantes acusados era Víctor Antonio Cornejo Arango, señalado también por presuntamente ser miembro de escuadrones de la muerte. Cornejo Arango fue absuelto y 10 años después sería protagonista de la primera gran fractura arenera.
En 1988, Calderón Sol asumiría la presidencia del Coena y ganaría la alcaldía de San Salvador. Ese año, el partido de derechas designó al empresario Alfredo Cristiani como su candidato presidencial para 1989.
En 1993, cuando Calderón Sol desempeñaba su segundo mandato como alcalde de San Salvador y llegaba al quinto año como presidente de Arena, se autoproclamó candidato presidencial para 1994. Algunos en su partido lo acusaron de haberse robado la salida, pero él siempre sostuvo que en realidad no tenía contendientes para la postulación.
La candidatura de Calderón Sol despertó temores en Washington, D.C. Temores de que aquellos excompañeros de andanzas del candidato vieran en la llegada de Calderón Sol al poder un aliento a su disposición a la lucha violenta. A inicios de 1994, un funcionario del gobierno estadounidense explicaba a un periodista del Washington Post las razones de la preocupación del gobierno de Bill Clinton: 'Cuando decían que Calderón Sol iba a ser el próximo candidato de Arena, nosotros esperábamos que estuvieran bromeando: él tiene todo lo malo que tenía D´Aubuisson, pero ninguna de las cualidades redentoras de este'.
Las elecciones generales de 1994 fueron las primeras que se realizaban después de la firma de la paz y el FMLN debutaría en ellas. El día de la elección, el 20 de marzo, Calderón Sol no pudo celebrar el triunfo: con el 49.5 % de los votos tuvo que resignarse a resolver todo en una segunda ronda, contra Rubén Zamora, el candidato del FMLN.
El 24 de abril obtuvo el 68 % de los votos válidos y así heredó de Cristiani un polvorín: una economía estragada por 12 años de guerra, con una oposición feroz que pasaría a encabezar el FMLN. A esto se sumaban un sinfín de compromisos derivados de la firma de la paz que pasaban por cerrar el capítulo de los represores cuerpos de seguridad del pasado y por consolidar una nueva institucionalidad que incluía una nueva policía. Aquellos temores que a inicios de 1994 expresaba al New York Times un funcionario estadounidense estaban alimentados también por el hecho de que cuando Cristiani dejó el gobierno, los escuadrones de la muerte habían asesinado a algunos excomandantes guerrilleros, así que el nuevo gobernante tendría que dar respuesta a las suspicacias no solo del FMLN respecto de la voluntad de respetar los Acuerdos de Paz, sino también de la comunidad internacional garante, que se reflejaba en la Misión de Observadores de Naciones Unidas en El Salvador (Onusal).
El nuevo país en paz también demandaba una nueva legislación que enterrara los vestigios de autoritarismo reflejados aún en las leyes penales, y en esto Calderón Sol también encontraría gran resistencia de quienes preferían las prácticas de un Estado represor y autoritario.
El 1 de junio, en su discurso de toma de posesión, Calderón Sol trazó sus expectativas: 'Queremos hacer una paz que sea un ejemplo para el mundo. La época del dogma y de la confrontación ya pasó'. Pero la precariedad de recursos y la desmovilización de unos 55,000 combatientes (40,000 de la Fuerza Armada, entre militares y paramilitares, y otros 15,000 de la guerrilla) iban a jugar en su contra. Antes de que cumpliera un mes, era sorprendido por un cruento asalto a una agencia del Banco de Comercio, en San Salvador. Un puñado de hombres vestidos con uniformes de la Policía Nacional y protegidos con chalecos antibalas robó 1.5 millones de colones. El atraco causó la muerte de cuatro personas y quedó en la impunidad.
Tres meses después, el 26 de septiembre de 1994, centenares de exmilitares irrumpían en la Asamblea Legislativa para tomar como rehenes a 29 diputados durante tres días. Los desmovilizados exigían compensación económica para ex defensas civiles y acceso al crédito. Mientras la administración intentaba aplacar la furia de los desmovilizados, ese mismo año el presidente decidía usar la fuerza para despejar la carretera Panamericana, bloqueada por empresarios de buses en las cercanías de San Miguel, que exigían aumento al pasaje. La operación a cargo de la PNC se saldó con la muerte de algunos empleados del servicio de transporte.
Así comenzaban aquellos largos cinco años. Y por prescripción de los Acuerdos de Paz, 1995 amaneció sin la Policía Nacional y, desde entonces, toda la seguridad recayó en la inexperta PNC. Para agravar la situación, casi de inmediato comenzaron las denuncias de que el gobierno estaba incumpliendo los Acuerdos en lo relativo a la integración de la nueva policía, al permitir un exceso de miembros provenientes de la Fuerza Armada o al permitir que militares vinculados a actividades ilegales ingresaran a la institución.
Calderón Sol debía rendir cuentas a la ONU e insistía en que cumpliría los Acuerdos. Y el país no lo dejaba tranquilo. En agosto de 1995 una banda robaba 227 mil dólares al atracar un camión blindado, y en septiembre otra secuestraba a Andrés Súster, hijo de Saúl Súster, una eminente figura de la derecha económicamente más pudiente y muy cercano al partido Arena. Así continuaba aquel primer gobierno elegido en la posguerra que, al acercarse a su final, mostraría a un presidente encanecido y ansioso por entregar el cargo a Flores.
Más allá de un gran privatizador
Calderón Sol hizo un gobierno con tres aristas principales. Una, que el presidente no pudo escoger, pues fue la administración de esa herencia explosiva que le dejó Cristiani. Las otras dos fueron el sello que el presidente estampó a sus cinco años, y que él llamó “mi estilo”: por un lado, una serie de reformas legales que cambiaron el rumbo económico del país, y por otro, un discurso agresivo acompañado de esfuerzos de concertación y de disposición a dar explicaciones. Esto no lo eximió de algunos episodios oscuros en su administración pero, a diferencia de como actuaron sus sucesores, la mayoría de sus grandes reformas legales fueron ampliamente discutidas antes de que se votaran.
El segundo gobierno de Arena montó el piso para la privatización de las distribuidoras de electricidad y de las telecomunicaciones en noviembre de 1995, cuando el presidente creó la Comisión Especial para la Modernización del Estado. A partir de ahí, todo cobraría gran velocidad. Al año siguiente la Asamblea Legislativa aprobaba la venta de la Administración Nacional de Telecomunicaciones y en 1997 la de las distribuidoras de electricidad.
1997 es el año que mejor resume el afán reformador de Calderón Sol: mientras se privatizaba la electricidad, los diputados paralelamente trabajaban en un nuevo Código Penal y en un nuevo Código Procesal Penal. Además, en simultáneo, la Presidencia creaba el Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales y preparaba la Ley del Ambiente, que se aprobaría al año siguiente. En mayo de 1997 también entraba en vigencia el nuevo sistema de pensiones, que había sido privatizado por decreto legislativo en diciembre de 1996.
La reforma previsional se hizo solo después de largos meses de debates y de consultas y en ella jugó un rol fundamental la hermana del presidente, la diputada Carmen Elena Calderón Sol de Escalón. Desde el Ejecutivo, Calderón Sol esperaba ansioso la nueva ley, mientras su hermana, que presidía la Comisión de Hacienda, conducía la discusión y la elaboración de la normativa. Salvo las últimas sesiones de la Comisión de Hacienda a finales de año, todo se hizo bajo escrutinio público. O, al menos, ante los ojos de la prensa.
En 1998 entraba en vigencia el nuevo marco normativo penal, que se echó a andar después de años de trabajo y de amplia divulgación y debate público, y pese a la oposición de sectores conservadores que preferían un sistema inquisitivo y alegaban que un sistema garantista era para países como Suiza. Esa perspectiva se expresaba a veces en las páginas de El Diario de Hoy, que denunciaba “ocurrencias” como que una persona fuera sobreseída si Policía o Fiscalía o jueces incumplían alguna parte del proceso. El Diario de Hoy también rechazaba las garantías para los menores infractores en aras de su posible recuperación.
Apenas entraron en vigencia los nuevos códigos, por iniciativa del mismo partido del presidente comenzó la Asamblea Legislativa un progresivo desmantelamiento de ellos, con el argumento de que la creciente violencia hacía necesario endurecer las penas y los procesos. Hubo diputados de Arena que valoraron proponer que se discutiera la confesión extrajudicial como medio legal de obtención de prueba. Esos extremos nunca lograron suficiente apoyo.
“Son cerdos políticos”
En su imagen ante el público, Calderón Sol resultó una contradicción: a su discurso frecuentemente agresivo sumaba una apertura a discutir prácticamente de todo. Él mismo se jactaba de sus entendimientos con el icono efemelenista Schafik Hándal, y a los periodistas nunca les negaba respuestas. Pero aunque era de espíritu afable y campechano, tenía dificultades para oralizar sus ideas y a veces lo traicionaba su impulsividad. A inicios de 1995 llegó a El Salvador el nuevo secretario general de Naciones Unidas, Boutros Boutros Ghali, interesado en el desarrollo de los Acuerdos de Paz. En esos días se celebraba la Teletón y Ghali apareció sorpresivamente en el Teatro Presidente. La presentación del visitante la hizo el presidente salvadoreño, quien sin proponérselo provocó risotadas en el público, que no pudo contenerse cuando Calderón Sol dio la bienvenida a “Brutus Brutus Ghali”.
Un año más tarde, en abril de 1996, la lengua zancadillaría de nuevo al presidente. Arena acababa de lograr un decreto legislativo para proteger a los alcaldes ante acusaciones penales. Los diputados del FMLN advertían que el fuero violaba la Constitución y que si Calderón Sol no vetaba el decreto, iba a amparar la impunidad. La respuesta de Calderón Sol fue llamarles “cerdos políticos”, aunque después intentó desdecirse. “Estamos claros en que hay que juzgar al que violente la ley, sea quien sea, pero tampoco vamos a prestarnos a una intriga y suciedad política, pues hay muchos cerdos políticos”, dijo. Después, la Secretaría de Comunicaciones de la Presidencia intentó persuadir a la prensa de que el gobernante había dicho “seudos políticos”, pero nadie se lo creyó. En el FMLN, el entonces diputado Gerson Martínez reaccionó con humor cuando los periodistas le pidieron opinión sobre el exabrupto presidencial. “Imagino que el presidente se veía al espejo cuando dijo eso”, dijo, como para restarle importancia al incidente.
Calderón Sol tenía aquellos tropiezos porque corría un riesgo que sus sucesores no estuvieron dispuestos a correr: exponerse a los cuestionamientos sobre la marcha del país, sobre los Acuerdos de Paz, sobre su programa privatizador o sobre la creciente violencia delincuencial. El presidente había establecido como norma una conferencia de prensa semanal con agenda abierta, y estaba dispuesto a dar declaraciones cuanta vez los periodistas lo tenían a su alcance. Y ante la que a veces era poca elocuencia y a veces una notable desarticulación de discurso, la gente elaboró numerosos chistes sobre una presunta torpeza del presidente. '¡Ya ni recuerdo los chistes! ¡Eran tantos, ja, ja, ja!', dijo a El Faro en agosto de 2008. 'A mí eso no me molestaba. El que se moleste por esas cosas no entiende el privilegio de estar en la presidencia'.
La diferencia fue notable cuando su sucesor, Francisco Flores, suprimió las conferencias semanales. Luego, ante las quejas de la prensa, Flores intentó retomarlas pero pretendía que los periodistas preguntaran solamente de los temas que él quería abordar. El sucesor de Flores, Antonio Saca, aunque con un gran don de gentes, daba declaraciones con frecuencia pero en realidad no daba explicaciones. Y luego Mauricio Funes y ahora Salvador Sánchez Cerén, terminaron de enterrar aquella práctica de rendir cuentas ante la ciudadanía por medio de la prensa.
Esa apertura no significa que Calderón Sol no tuvo episodios de escasa o nula transparencia. Como cuando en 1997 destituyó al superintendente general de electricidad y telecomunicaciones, Orlando de Sola, después de que este intentó subastar la frecuencia del canal 8 de televisión. De Sola decía que intentaba generar alguna competencia en el mercado de la televisión salvadoreña, acaparado por las frecuencias de la familia Eserski, y el presidente lo paró en seco. El argumento fue que el Ministerio de Educación quería reservar esa frecuencia de televisión. De Sola denunció públicamente que en esos días hasta recibió amenazas provenientes de la Secretaría de Información de la Presidencia. El presidente lo despidió y, al año siguiente, la asociación Ágape, liderada por el padre Flavián Mucci, obtuvo la concesión del canal de televisión sin mayores explicaciones por parte del gobierno.
Otro episodio que transcurrió en la oscuridad se produjo al final de su gobierno. Después de meses de trabajo conjunto, el Ministerio de Salud y el de Educación estaban listos en 1999 para implementar en los colegios el documento 'De adolescentes para adolescentes: manual de salud sexual y reproductiva'. Sin embargo, la férrea oposición de sectores ultraconservadores, encabezados por la Iglesia Católica, hicieron retroceder a la administración, que retiró su manual.
Tampoco fue nada claro cómo el gobierno obtuvo en 1995 los votos para subir el IVA del 10 al 13 % de siete diputados elegidos en 1994 por el FMLN. El alza al impuesto al consumo fue posible por el Pacto de San Andrés, que suscribieron los efemelenistas disidentes y el gobierno. A cambio, el excomandante guerrillero Joaquín Villalobos y los siete diputados disidentes salieron con un nuevo partido bajo el brazo: el Partido Demócrata.
En aquella entrevista del 27 de mayo de 1999, cuando le quedaban cinco días para entregar la presidencia a Flores, Calderón Sol dijo que esa había sido su mejor “movida política'. 'Hubo varias, y no fueron producto de mi astucia, sino que se produjeron porque El Salvador era el objetivo”, decía, con falsa modestia. 'Lo del Pacto de San Andrés… cualquiera cree que fue audacia, pero solo fue creatividad'. Acto seguido, felicitaba a los disidentes efemelenistas que lo apoyaron. 'Mis respetos para ellos porque tuvieron la nobleza de suscribir el pacto pensando en los intereses de El Salvador'. Esa 'nobleza' selló la primera gran fractura del nuevo partido político.
Desertan los 'maneques' y estalla un fraude financiero
El presidente sabía que aquella decisión de subir el impuesto al consumo con la complicidad del PD podía acarrearle algún costo electoral, pero también sabía que el Estado salvadoreño necesitaba recursos. Si de algo carecía Calderón Sol era de la inmovilidad. Durante todo su gobierno estuvo haciendo cosas significativas para el país. El alza al IVA posiblemente fue un factor en el decaimiento del dominio electoral de Arena a partir de 1997. Pero antes, en 1996, los areneros habían entrado en una agria disputa sobre cuán separados deberían estar partido y gobierno y fue imposible la conciliación de posiciones. Calderón Sol vio frente a sus narices la primera gran fractura arenera.
Sucedía que en Arena valoraban como un mandamiento divino un principio cuya autoría atribuían al fundador del partido, Roberto d´Aubuisson: gobierno y partido en el gobierno deben estar suficientemente distantes como para que el partido pueda tener una visión crítica del gobierno, pero suficientemente cerca como para que la crítica se pueda hacer llegar. A mediados de año, Víctor Antonio Cornejo Arango, que había sido mano derecha de D´Aubuisson, criticó en público la presunta injerencia excesiva del presidente de Arena, Juan José Domenech, en el gobierno. Cornejo Arango -a quien llamaban “El Maneque”- representaba, con otros políticos como el exvicepresidente Francisco Merino y el expresidente de la Corte Suprema de Justicia Mauricio Gutiérrez Castro, al ala más radical de Arena. Nunca se supo el motivo concreto de la disputa, pero esta se zanjó con divorcio: Domenech tuvo que dejar la presidencia del Coena y durante la asamblea general arenera de ese año, realizada en un hotel capitalino, el grupo de políticos descontentos a quienes se conoció como 'los maneques' llegó a hacer una manifestación callejera. Después, estos desertaron y la mayoría recalaron en el PCN.
Esas discusiones sobre la relación entre partido y gobierno se repetirían poco después. Una de las mayores diferencias entre el gobierno de Calderón Sol y el de su sucesor, Franciso Flores, fue que Flores optó por una dinámica en la que el partido tenía un mínimo de participación en las políticas públicas que se diseñaban desde el Ejecutivo. Flores hizo un gobierno muy al margen de Arena, y Calderón Sol -como la gran mayoría de dirigentes areneros- llegó a resentir aquel distanciamiento. Las críticas comenzaron a permear hasta a los medios de comunicación. Hubo un día en que, en una entrevista con La Prensa Gráfica, el expresidente Cristiani soltó una crítica abierta: dijo que Flores se había olvidado de 'la cara social del modelo de gobierno de Arena'.
En el caso de Calderón Sol, a pesar de que aquella tarde de mayo de 1999 dijo que estaba contento de dejar la presidencia porque “ya es justo poder dedicarle más tiempo a mi familia”, en realidad no estaba anunciando su retiro. Acompañó a Arena durante la administración Flores y miraba de reojo cómo este imponía la dolarización de la economía prescindiendo del debate nacioinal. Años después Calderón Sol confesaría que él había sido partidario de dolarizar, pero que durante su gobierno no lo intentó porque al hacer los sondeos necesarios supo que la medida no tenía suficiente apoyo. Porque él no quería hacerlo solo porque tuviera los votos necesarios en la Asamblea. Calderón Sol en una entrevista con El Faro en 2008 se comparó con Flores. 'Él emitió unos 57 o 60 vetos, y yo solo tres o cuatro”. Calderón Sol llegó a detestar a Flores a tal punto que cuando hablaba en privado no podía guardarse comentarios sumamente peyorativos.
Pocos meses después de la deserción de los maneques, en marzo de 1997, el FMLN arrebató a Arena las principales alcaldías del país, como San Salvador, Soyapango, Mejicanos, Ilopango y Santa Ana. Asimismo, los areneros vieron reducidos sus escaños legislativos de 39 en el período 1994-1997 a solo 28 en el trienio 1997-2000. En cambio, el FMLN, que había logrado 21 curules cuando debutó en elecciones en 1994, en 1997 casi igualó a Arena y, con 27 diputaciones, obtuvo la posibilidad de evitar que la Asamblea Legislativa tomara decisiones de mayoría calificada sin su respaldo.
Ese mismo año a Calderón Sol le estalló una bomba cuyas ondas expansivas dañaron aun más al partido Arena: el millonario fraude de las financieras Finsepro-Insepro, que bajo el esquema de pagar altos intereses a cambio de depósitos de dinero, construyeron una pirámide que se derrumbó en la insolvencia ese año. Rodaron algunas cabezas, incluida la del superintendente del sistema financiero, y fueron procesados los principales responsables de aquel engaño, entre ellos Roberto Mathies Hill, un millonario hijo de uno de los principales patrocinadores de Arena, que terminó preso. Del gabinete de Calderón Sol se salvó el presidente del Banco Central de Reserva, Roberto Orellana Milla, quien sobrevivió a una interpelación en la Asamblea Legislativa, donde sufrió un feroz ataque de los políticos del PCN que habían abandonado Arena.
Calderón Sol enemigo de Arena
Los cinco años de gobierno de Calderón Sol fueron estridentes. Cada año de su gobierno había más de un estremecimiento nacional. Esto fue en gran medida porque tuvo que estrenar un país que se retorcía en una profunda metamorfosis derivada de las reformas prescritas en los Acuerdos de Paz. Además, el documento firmado en Chapultepec ratificaba los objetivos del diálogo por la paz suscritos en Ginebra en 1990, que incluían la reconciliación de la sociedad. Así que, después de 12 años de enfrentarse a muerte, las partes beligerantes de un día para otro debían convivir en armonía y en paz. Y Calderón Sol debía administrar todo esto, sin descuidar su responsabilidad de relanzar una economía postrada por la guerra y que debía ayudarle a cumplir aquella su oferta del discurso de toma de posesión, el 1 de junio de 1994: “Debemos romper con la fatalidad de que el que nace pobre esté condenado a morir pobre”.
Con aquellas palabras, Calderón Sol reconocía tácitamente que una de las ofertas de gobierno de su antecesor, Alfredo Cristiani, no se había convertido en realidad o se había quedado corta. 'Trabajaré para los más pobres de los pobres', había dicho Cristiani, para que al cabo de un lustro Calderón Sol afirmara que en El Salvador los pobres seguían condenados a morir pobres.
Cristiani había llegado al poder el 1 de junio de 1989, y cuando apenas habían transcurrido 10 meses, su gobierno y el FMLN suscribían en abril de 1990 en Ginebra, Suiza, un acuerdo para buscar una salida negociada a la guerra, con la intermediación de Naciones Unidas. Al siguiente mes, en el Acuerdo de Caracas, las partes pusieron en agenda el tratamiento del que eventualmente sería el tema más difícil para el gobierno: el futuro de la Fuerza Armada. Ya para julio, en el Acuerdo de San José, acordaron la creación de una Comisión de la Verdad, que terminaría señalando en su informe de 1993 que la Fuerza Armada había sido la gran perpetradora de las más graves violaciones a los derechos humanos durante la guerra.
Un cuarto de siglo después de la firma de Chapultepec, no muchos tienen en mente qué rol jugó Calderón Sol a partir de 1989, cuando Arena ganó la presidencia por primera vez tras hacer una atrevida oferta electoral: tender puentes a los guerrilleros para buscar una solución política a la guerra.
Cuando el gobierno de Cristiani y la guerrilla del FMLN acordaron firmar la paz, el abogado entonces de 43 años de edad tenía dos cargos relevantes: era alcalde de San Salvador y presidente del Coena. Los dos cargos desde 1988.
La llegada de Cristiani al poder coincidió con el inicio del derrumbe de la Unión Soviética, y para entonces Estados Unidos estaba exasperado de la guerra civil en El Salvador. En noviembre de ese año, los militares asesinaron a los sacerdotes jesuitas y, tal como había ocurrido en más de una ocasión en los 10 años pasados, el respaldo estadounidense al gobierno salvadoreño se hacía muy injustificable: la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono ayudaban a un gobierno que atropellaba los derechos humanos.
La decadencia soviética fue un hecho que a Estados Unidos le supuso un alivio, porque significaba que se reducía la amenaza de influencia de Moscú y eventualmente de La Habana al sur de México. Así que, en cuestión de año y medio Washington y la URSS dejaron claro que ya no les interesaba ganar ninguna guerra en El Salvador. Al contrario, comenzaron a exhortar a las partes a buscar una salida negociada. La guerra se quedaba sin nutrientes externos y, en cambio, la comunidad internacional se volcaba a apoyar las negociaciones de paz.
Pero el posible triunfo de la paz iba a significar la derrota para muchos. Algunos, porque iban a sufrir el castigo directo de los Acuerdos, que incluirían medidas contra la impunidad, y otros porque simplemente tenían la convicción de que a los “delincuentes terroristas” no se les podía hacer ninguna concesión y la única salida era la solución militar. Pero la debilidad de la Fuerza Armada quedó patente en noviembre de 1989, cuando en su última gran ofensiva el FMLN demostró la incapacidad de los militares para defender incluso la ciudad capital: los guerrilleros llegaron hasta las cercanías del Estado Mayor de la Fuerza Armada y de la residencia presidencial, en la colonia Escalón, de San Salvador. Estuvieron combatiendo en el Área Metropolitana de San Salvador durante más de una semana hasta que optaron por replegarse, de nuevo, a las montañas.
La ofensiva hizo que algunas voces radicales se alzaran contra la posibilidad de la negociación, pero Cristiani cumplió su promesa. Aunque sabía que no podía hacer el trabajo solo. Cristiani, es cierto, pertenecía a una millonaria familia cafetalera, pero eso no era garantía de poder dentro del partido fundado por el mayor D´Aubuisson. Cristiani había sido ya presidente del partido, pero para quienes se tomaban más a pecho la letra de la marcha arenera que anuncia que El Salvador será la tumba de los comunistas, eso no era suficiente. Y es que Cristiani no era un político nativo de Arena. Había nacido en el partido Acción Democrática y solo hasta 1985 se convirtió en arenero. Calderón Sol sí tenía un pedigrí tricolor cuando Arena tomó el poder, y tenía mucho arraigo en la ultraderecha, en la cual había militado desde el inicio de su carrera.
Las raíces areneras estaban en la oligarquía terrateniente pero tenían una fuerte ascendencia militar. El hecho de que el mayor D´Aubuisson hubiera creado la organización y que su discurso siempre hiciera guiños hacia los militares, hacía que el sector más conservador de la Fuerza Armada se identificara con la causa arenera, que tenía esencialmente una vocación anticomunista. Entre los militares célebres que fueron del entorno de D´Aubuisson está el capitán Álvaro Saravia, la única persona hasta ahora condenada por el asesinato de monseñor Romero. También están el mayor Mario Denis Morán y el teniente coronel Joaquín Zacapa, señalados por varios asesinatos y por crímenes como secuestros.
Estos ingredientes fueron fermentando a lo largo de una década hasta que llegó Cristiani a la presidencia. Un documento de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) de agosto de 1989 revela que justo cuando Cristiani tomó posesión en junio de ese año, un sector de la Fuerza Armada se rebeló ante el nuevo presidente. El descontento se originaba en que el jefe de la Fuerza Aérea, general Juan Rafael Bustillo, codiciaba el cargo de ministro de la Defensa, y Cristiani se resistía a nombrarlo en ese cargo. Otro cable, de 1990, habla de un complot dentro del mismo partido Arena para asesinar al presidente.
Armando Calderón Sol atribuía aquellas amenazas a la resistencia de aquellos que rechazaban la disposición al diálogo del gobierno, porque la veían como símbolo de debilidad y de claudicación ante “los comunistas”. El partido que había nacido con un himno que pregonaba que El Salvador sería la tumba de los comunistas del mundo, ahora tenía que escuchar un discurso de conciliación con sus enemigos. Había muchos que no concebían otra salida a la guerra que no fuera la eliminación física de los guerrilleros.
“Eso era lo lindo de un partido democrático, en el que había distintas formas de ver las cosas”, comentaba Calderón Sol a El Faro en la entrevista de 2008, en un esfuerzo por restar relevancia a la resistencia en su partido. Pero hubo un momento en aquellos días en que Calderón Sol, convencido de que continuar la guerra era inviable y cuando las negociaciones de paz avanzaban rápidamente, decidió encararlos: 'Si no quieren la salida negociada, ganen la guerra. ¡Gánenla, pues!”.
Las negociaciones se precipitaron en 1991, cuando se concretó dos acuerdos que impactarían en la Fuerza Armada: se acordó crear la Comisión de la Verdad que investigaría los principales crímenes ocurridos durante la guerra, y se decidió quitar la responsabilidad de la seguridad pública a los militares. Las fuerzas armadas se someterían al poder civil, y enfrentarían una purga para sacar de sus filas a los militares responsables de las más graves violaciones a los derechos humanos.
Su pasado junto a D´Aubuisson y junto a aquellos más radicales que creían que a los marxistas había que matarlos, le resultaba útil en esos días a Calderón Sol. Por eso él podía hablarles en un tono en que posiblemente Cristiani no podía hacerlo.
1991 entrañó mucho riesgo para Cristiani. Cuando se discutía el tema de la Fuerza Armada, el FMLN llegó a plantear la disolución de la institución. La contraparte en algún momento llegó a considerar la posibilidad de una reforma constitucional no para desaparecerla, sino para quitarle el carácter permanente que le otorga la Constitución de la República. Cuando los militares se enteraron de aquella posible concesión, que se discutió en abril de 1991 en México, volvieron a meditar la posibilidad de un golpe de Estado.
La mayor dificultad, sin embargo, aún estaba por venir. En septiembre, las comisiones de diálogo firmaron el Acuerdo de Nueva York. En este se acordó la reducción de la Fuerza Armada, su subordinación a las autoridades constitucionales y la depuración de sus miembros corruptos tras un informe de una comisión ad hoc. El Acuerdo de Nueva York también dio vida a la Comisión para la Consolidación de la Paz (Copaz), que estaría integrada básicamente por los partidos políticos y que tendría como misión esencial asegurarse de acompañar con las reformas legales que fueran necesarias los futuros Acuerdos de Paz.
Calderón Sol, al igual que los otros dirigentes de los partidos políticos, endosó el Acuerdo de Nueva York, que marcó la mayor crispación en la extrema derecha salvadoreña a tal punto que ni el presidente arenero se salvó de los ataques públicos. 'Traidor', le llamó en un campo pagado publicado en los principales periódicos la Cruzada Pro Paz y Trabajo, que era una organización que desde hacía años hacía demostraciones de calle para reivindicar el rechazo a la negociación y la insistencia en que no se podía hacer concesiones a los terroristas.
'Eran sectores dentro de la sociedad salvadoreña, dentro del partido, que desgraciadamente no entendían la necesidad de la solución negociada', evocó el expresidente en la entrevista de 2008. Según Calderón Sol, en este punto el mayor D´Aubuisson volcó todo su respaldo al proceso de diálogo y eso hizo posible que la negociación sobreviviera.
A medida que se acercaba el fin de año, los equipos negociadores sentían la presión que significaba que el mandato del secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, expiraba el 31 de diciembre de 1991, y que no había garantías de que el entrante Boutros Boutros Ghali retomara automáticamente la responsabilidad de tutelar la negociación. El fin de año podía ser una fecha fatal para la negociación.
Se llegó diciembre y aún estaban pendientes de resolver detalles como la desmovilización del FMLN y su desarme, la integración de la nueva Policía Nacional Civil, y la definición general del calendario de implementación de los acuerdos, incluido el de la depuración de la Fuerza Armada y el cese del enfrentamiento armado. Y mientras no hubiera acuerdo general, todos los pactos firmados previamente en diversas ciudades del mundo, podían convertirse en letra inútil.
Y Calderón Sol no perdía tiempo y seguía prestándose al juego del diálogo. El martes 3 de diciembre, el Instituto de Estudios Jurídicos (IEJES) anunció en La Prensa Gráfica que al siguiente día comenzaría a celebrar un “Congreso nacional ciudadano” de tres días de duración, al que había denominado “Hacia un nuevo El Salvador”. Lo sorprendente eran la temática y los participantes.
“Ponencias magistrales: 1. Un representante del FMLN”, comenzaba el detalle del programa. Luego mencionaba a los representantes de los partidos MNR, PDC y Arena. Por Arena, por supuesto, la cara la pondría Armando Calderón Sol. El presidente arenero, de nuevo, legitimando a los guerrilleros del FMLN al participar en un debate cívico en San Salvador. Y luego el anuncio del IEJES detallaba las “ponencias especiales”. Y la primera estaba a cargo del jurista José María Méndez, quien abordaría nada menos que el tema más urticante de los últimos meses: “El papel de la Fuerza Armada”.
Aquel 4 de diciembre, mientras Calderón Sol disertaba sobre las virtudes de la búsqueda de la paz negociada, el vicepresidente arenero, Roberto Angulo, expresaba la posición del ala más radical y daba a entender que en la mesa de diálogo se discutía la posibilidad de que sobrevivieran grupos armados del FMLN, algo que ya había quedado descartado desde hacía meses: “El gobierno no debe aceptar que grupos del FMLN se escuden bajo el privilegio de las armas. Hacerlo implica aceptar una paz armada”, sentenciaba.
En la etapa final, el secretario general, Pérez de Cuéllar, decidió intervenir directamente en las conversaciones. El día 10 anunció dos cosas: que iniciaría una nueva ronda de discusión el 16 de diciembre en la sede de Naciones Unidas, y que ya se había decidido la integración de la Comisión de la Verdad.
Pérez de Cuéllar invitó a dar sus aportes al subsecretario de la ONU, el británico Marrack Goulding, quien asumió como su tarea particular ayudar a construir el calendario de cese al fuego, de separación de fuerzas y de desarme y desmovilización.
Para el día 19, el gobierno aún tenía pendiente la tarea de presentar a la mesa de diálogo su propuesta de reducción del ejército, que por aquellos días contaba con unos 55 mil hombres.
El jueves 26 de diciembre de 1991, Pérez de Cuéllar giró invitación oficial a Cristiani para sumarse a las conversaciones en Nueva York. Al día siguiente, Calderón Sol decía a la prensa que el FMLN persistía en su intransigencia y seguía demandando cuota de participación en la integración de la Policía Nacional Civil y que por esa razón no tenía sentido que Cristiani viajara: “No hay condiciones para que el presidente Cristiani viaje a Nueva York”. Mientras decía eso, en realidad preparaba su equipaje para viajar al siguiente día a la sede de Naciones Unidas en compañía de Cristiani.
Cristiani y Calderón Sol se sumaron a la mesa en Nueva York y las partes lograron un acuerdo definitivo la medianoche del 31 de diciembre, justo cuando expiró el mandato de Pérez de Cuéllar. El acuerdo fue posible gracias al compromiso y respaldo decidido de Armando Calderón Sol. La historia posiblemente recuerde a Cristiani como el presidente de la paz, pero tras Cristiani siempre estuvo luchando contra los militares más extremistas y contra los más rabiosos areneros anticomunistas un discreto Armando Calderón Sol.
En esos últimos 12 meses de negociación también se preparó el camino para elaborar la primera ley de amnistía que tendría como propósito la reinserción de los guerrilleros a la vida civil. Ese fue otro momento de exasperación para Calderón Sol ante las protestas de los militares, pero también otro momento de triunfo para su lucha por la negociación.
Una vez que se redactó el proyecto de decreto, antes de enviarlo a la Asamblea Legislativa se envió tres copias a la Presidencia de la República. Quien llevó esas copias fue Armando Calderón Sol, a bordo de un helicóptero. Lo esperaban Cristiani, parte de su gabinete y el alto mando de la Fuerza Armada. Rubén Zamora contó a El Faro que uno de los participantes en esa sesión le reconstruyó la escena: Calderón Sol distribuyó las copias y leyó el contenido. El ministro de Defensa, general René Emilio Ponce, dio un golpe en la mesa y advirtió que la Fuerza Armada bajo ninguna circunstancia iba a aceptar esa amnistía. Los militares no aceptaban un beneficio como tal para aquellos a los que se venía llamando delincuentes terroristas desde inicios de la guerra. Calderón Sol hizo su jugada: dejó claro que si el diálogo fracasaba podría responsabilizarse al general Ponce. Se puso de pie, lanzó los papeles sobre la mesa y, dirigiéndose a Ponce, le dijo: “¡Entonces sigan ustedes con su guerra y que hasta acá llegue todo esto!”