No diré que estoy desilusionado con esta campaña electoral para diputados y alcaldes, porque para ello era necesario haber estado ilusionado, haber esperado propuestas, haber creído que escucharía a candidatos capaces de describir el país en el que viven, haber esperado que se disculparan por las conductas mezquinas, rapaces o criminales de sus partidos políticos. Desde luego que no, porque hace ratos dejé de asociar la esperanza con nuestro sistema de partidos y las sombras tenebrosas con las que nos acechan.
Me dije alguna vez lo mismo que nos aconsejan –con las mejores intenciones– aquellos que predican no dejar la elección de nuestros diputados en manos de los borregos votos duros; que vale la pena escudriñar con lupa las listas de candidatos; que votemos por los más jóvenes o por los que nunca han ocupado una curul, o por el que ha firmado un papel donde asegura que no nos robará. Me dije también que esta elección era muy importante, que de ella depende la Sala de lo Constitucional y el fiscal general y que por tanto era urgente considerar con detalle el perfil de cada candidato.
Pero me descubrí a mí mismo jugando un juego maligno: me descubrí haciendo cuentitas, contando escañitos, jugando con un ábaco ingenuo: “Tal vez si voto por este muchacho; tal vez si voto por estos partiditos pírricos, históricamente irrelevantes; tal vez si voto por los últimos de todas las listas…”. Tal vez… me descubrí desde hace demasiados años diciéndome: “Tal vez”. Y me harté.
En lo que a mí respecta, doy por perdida esta elección. Considero inevitable la rapiña de las instituciones, la instalación de títeres obtusos en las oficinas de justicia e inevitable que de nuevo los partidos políticos nos muestren sus dentaduras cuando se sientan cómodos en sus sillas.
Pero no me resigno. No me resigno a que estas organizaciones perversas sean lo único a lo que yo puedo aspirar. No me resigno a que la única salida decente sea pepenar entre pillos, mentirosos, vulgares, bribones y oportunistas algún nombre que no espante, alguna idea coherente, algún brillo en medio de la carroña. No me resigno a bailar el baile que me proponen; no me resigno a aceptar la sentencia de que vote por ellos o me calle la boca y no me resigno a que me impongan la idea de que la única manera de preocuparme por mi país e incidir en su destino sea votando por alguno de los anzuelos que me proponen estos partidos. Estos partidos.
Así que el 4 de marzo iré “en familia” a mi centro de votación, tomaré la papeleta de diputados y escribiré algún improperio sobre ella. Anularé.
Desde luego, si el amable lector de estas líneas conoce a algún candidato que, en medio de las sombras, le genere esperanza o haya dicho algo que usted considere importante, vaya y vote por él. Yo no he escuchado nada que me ilusione. Nada. Creo que hasta el último de la lista ha sido rigurosamente filtrado por las cúpulas partidarias. Estoy seguro de que los dirigentes se han encargado con denuedo de revisar que no se cuele alguna neurona anarquista con ganas de echarse a andar: no importa si uno vota por el último de la lista porque esa persona ya fue elegida por el primero de la misma. ¿De verdad hay quien cree que el recién llegado va a elegir al fiscal general o a los magistrados? ¡Claro que no! Los van a elegir Medardo González, José Luis Merino o Mauricio Interiano, el señor Regalado Dueñas o Guillermo Gallegos o Francisco Merino. O todos ellos juntos.
Lo he visto: mis colegas de El Faro se dieron a la tarea de entrevistar a varios miembros de la juventud de los dos principales partidos, en busca de eso mismo, de juventud, de ideas frescas. Los del FMLN, ni hablar, unos borreguitos bien adoctrinados, repitiendo que este país es Jauja desde que su maravilloso partido llegó al poder, sin salirse ni un solo milímetro del guion, repitiendo al dedillo los discursos de los viejos comandantes guerrilleros, porque el pueblo unido… Los de Arena, en cambio, resultaron desafiantes al oficialismo, dueños de ideas propias, lejanas o claramente enfrentadas con el pensamiento dominante en su partido, cuestionando las posturas rancias y ultraconservadoras y exigiendo más transparencia en el ejercicio de la función pública. Luego de la entrevista, los echaron del partido. Ahora llevan de candidato a un muchachito cuya principal y única propuesta es aprobar una ley que obligue a los estudiantes del sistema público a leer la Biblia dos minutos diarios a fin de terminar con la violencia y las pandillas. Ese mismo candidato no supo responder de cuántos libros está compuesta la Biblia, alegando que no sabía cómo los habían “dividido” últimamente y tampoco tenía puñetera idea de cuántos apóstoles escribieron evangelios. ¡Ni el más básico conocimiento del libro que quiere obligarnos a leer a diario!
No es la primera elección en la que se vota por rostro, con derecho a elegir libremente de entre todos los partidos. Incluso se colaron algunas voces frescas, por ejemplo Johnny Wright o Juan Valiente. Desde luego, más tardaron en abrir la boca que en terminar fuera de su partido. También se coló una atleta joven, orgullo nacional, una mujer pobre que se superó a punta de esfuerzo: Cristina López. Las dos únicas intervenciones que recuerdo de esta diputada fueron para quejarse porque no le habían dado computadoras portátiles y cuando propuso una reforma a la ley de escuchas telefónicas a solicitud y para favorecer a uno de los 100 prófugos más buscados por la justicia.
Se ha dicho también que “votar racionalmente depura las instituciones”. Tenemos años bailando esa cancioncita, votando por los mismos partidos y soportando sus desmanes. Es cierto, han mejorado algunas cosas: hace ya algunos años que los despachos de los miembros de la junta directiva no se usan como salones de orgías, como se estilaba en la década de los ochenta, e incluso hace ya algún tiempo que un presidente del parlamento no conduce una plenaria estando borracho: el último fue el infame Ciro Cruz Zepeda en 2011, cuando apenas conseguía articular palabras y el resto de partidos repitió alegremente que el hombre estaba mareado por el efecto de unas pastillas contra la gripe. Pero en esencia, esa idea de buscar trigo entre espinos nos tiene varados, derrapando en el mismo sitio. Los partidos –todos– se han aliado en nuestra contra para ocultarnos quién los financia y para humillarnos y llamarnos “enemigos” cuando les pedimos cuentas; para explotar a la Asamblea Legislativa como si fuera un show de premios: se asignan carros de lujo, se pagan más sueldos, se compran seguros médicos lujosos, viajan a manos rotas sin ningún provecho para nadie… o sea, para robarnos. Existe entre todos los partidos un pacto mafioso de silencio y de tolerancia a las conductas repugnantes. ¿Quién le dijo algo a Guillermo Gallegos por regalarle medio millón de dólares del presupuesto nacional a la oenegé de su esposa? ¿Quién dijo esta boca es mía cuando Gallegos explicó que no sabía que su esposa dirigía esa oenegé? ¿Quién ha impedido a Rodolfo Parker tener 40 empleados? ¿Quién regañó a Cristina López por llevar propuestas a la Asamblea por encargo de un prófugo de la ley? ¿Quién censuró a Ernesto Muyshondt y a Benito Lara por arrodillarse ante la Mara Salvatrucha-13 y las dos facciones del Barrio 18 a cambio de votos? ¿Quién ha cuestionado que tanto Muyshondt como Lara sean ahora candidatos después de que los vimos mendigando ayuda a las mafias? ¿Quién ha cuestionado la forma exprés en que se han hecho millonarios algunos diputados?
¿Qué hay de racional en votar por partidos que son institucionalmente tolerantes a ese constante saqueo, a esa inaceptable manera vulgar de entender el ejercicio del poder? Se ha dicho mucho que el voto nulo es inútil para cambiar las cosas en la práctica, pero no he escuchado a nadie cuestionar la ética y la utilidad de pe-pe-nar en busca de alguno menos indecente, menos cómplice. ¿Es más ingenuo el que anula como forma de protesta o el que cree que va a ahogar el voto duro de los partidos? ¿Es más inútil el que anula su voto que el que legitima este sistema de partidos putrefacto?
Anular el voto no es enmudecer. Anular es decir cosas muy concretas, muy claras. Cito al padre Rodolfo Cardenal: “El argumento más fuerte de los defensores del orden establecido se cae, porque el voto no cambia la realidad actual, sino que, al contrario, legitima una democracia secuestrada por los poderes fácticos del país. El único futuro que decide el voto, en las actuales circunstancias, es la continuidad. La abstención y nulidad expresan el rechazo contundente de la población a esa forma de hacer política, no a la democracia. Ninguna democracia funciona sin el voto para elegir a los gobernantes, pero el voto solo es real si existen alternativas reales y viables entre las cuales elegir”.
Amén.
P.D. #1: Agrego el hecho de que, si votara, me sentiría un idiota regalando 4.93 dólares de las arcas públicas a esos partidos.
P.D. #2: Voy a anticiparme a las voces que veo venir con antorchas y azadones llamándome 'Nayilíber': son ustedes los que convierten al alcalde Bukele en un hombre muy poderoso, endilgándole el monopolio del descontento y de la desilusión.
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* Carlos Martínez (1979) es periodista de la Sala Negra de El Faro.