Conozco a la doctora Lidia Patricia Castillo desde hace unos cuantos años, y puedo afirmar con certeza que es una de las juristas mejor preparadas que tiene el país. Inquieta, joven, temperamental y siempre con ganas de crecer profesionalmente; sensible con causas más humanas, justas y menos ideologizadas.
La conocí, primero, como investigadora en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Dr. José Matías Delgado; luego como estudiante de un doctorado en Derecho Constitucional en Italia, en Università degli Studi di Bari Aldo Moro y en el Centro Didattico Euro Americano sulle Politiche Costituzionali UniSalento. Posteriormente, fue investigadora en el Instituto de Ciencias de la Universidad Francisco Gavidia bajo mi dirección, de donde partió a Brasil a realizar sus estudios posdoctorales en la Universidad Federal de Santa Catarina. En su trayecto académico logró publicaciones –en diversos idiomas- junto a destacados juristas internacionales.
A su regreso, luego de lograr una sólida formación académica, le ofrecieron un puesto de trabajo como asesora en derecho constitucional para la fracción del FMLN. Esto lo conversamos con Lidia, y para ella fue un trabajo “técnico” que nunca implicó una vinculación partidaria. Simplemente necesitaba trabajar y no había mayores opciones en el país. No obstante, aquí es pecado trabajar para un partido político, sea de derecha o de izquierda; los idiotas siempre tardan más en leer tu hoja de vida que en etiquetarte.
Hace unos meses se embarcó en el proyecto de aspirar a una magistratura en la Corte Suprema de Justicia, y ahí comenzó un calvario que lo resumiría más o menos así:
1. Nunca se le trató como “Doctora” sino como “Licenciada”. Esto, por supuesto, es simbólico, pero no deja de ser importante. Seguramente ocurrió debido al complejo de inferioridad de quienes la evaluaban. Véanse todas las publicaciones: siempre se referían a ella como “Lic. Castillo [sic]'.
2. Iniciaron los ataques y rumores cobardes sobre su vinculación a la izquierda, sin conocer bien su trayectoria académica.
3. Le tendieron emboscadas en sus evaluaciones. A diferencia de otros candidatos, le hicieron preguntas y le plantearon temas con una intención que buscana hacerla verse mal, pero no lo lograron.
4. Su mayor debilidad fue ser joven y honesta. En la última evaluación del Consejo Nacional de la Judicatura, que cerró votaciones el pasado miércoles 9, luego de pasar todas las trampas que le pusieron, los evaluadores se agarraron de una hipótesis muy discutible: “limitada experiencia en el campo público”. Yo diría que eso, en este país, ¡es una virtud!
En realidad, Lidia, fuiste testigo –y a la vez víctima- de la ineficiencia de nuestro sistema judicial, siempre catalogado como corrupto. Tu caso es otra muestra de la intolerancia ideológica que guía a las instituciones que imparten justicia y a sus “aliados”. Por eso estamos como estamos…
De los Acuerdos de Paz (1992) hasta 2009, a nadie le importó que hacía la Corte Suprema de Justicia, la Sala de lo Constitucional y toda la camarilla judicial de parásitos. Hicieron y deshicieron a sus anchas; permitieron y legitimaron la corrupción; aplastaron cualquier intención de velar por la transparencia y la anticorrupción; entre otras iniciativas de ingrata recordación.
Con los nuevos magistrados de la Sala –F. Meléndez, S. Blanco, B. Jaime, R. González- se comenzó a descubrir –entre bemoles- lo importante que puede ser para la democracia la independencia judicial. La derecha política comenzó a celebrar lo que antes ignoraba, y la izquierda a sufrir las inclemencias de sus sentencias. Ahora, todos están más preocupados que nunca, ya que una buena Sala de lo Constitucional puede poner quieto al típico manoseo del Ejecutivo o Legislativo. Más allá de las hipótesis y conjeturas, hay vinculaciones de vinculaciones: se persiguen y expanden las teorías de vinculación partidarias que pondrían en jaque la independencia de la jurisprudencia, pero nadie dice nada de otras vinculaciones economicistas -asociadas a grupos de poder económico- igualmente perniciosas.
No era tu tiempo, Lidia, pero hiciste el mejor intento posible. Nuestra democracia no está preparada para tener magistradas jóvenes, independientes y pensantes; más bien se necesitan funcionarios judiciales obedientes a los poderes fácticos del momento. Yo no te veo ahí. Sigue estudiando e investigando, en algún momento el país te necesitará.