El Faro Académico reprodujo la semana pasada un artículo publicado en 1911 en el efímero periódico salvadoreño Vox Populi, en el que “una señorita” que usaba el seudónimo América argumentaba a favor del derecho al sufragio, la participación política y la opción a cargos públicos de las mujeres salvadoreñas. “Son infinitas las esferas en que puede desarrollar su actividad y muchos, muchísimos los resultados prácticos que resultarían de la activa gestión de la mujer en nuestros asuntos políticos centroamericanos”, decía.
El texto, que diversos análisis atribuyen a Teresa Masferrer, hermana de Alberto, supone una expresión temprana de la búsqueda de la igualdad de género en nuestro país, y se enlaza con las luchas que desde años antes se desarrollaban en Inglaterra o Estados Unidos, así como con otros movimientos de mujeres en El Salvador de inicios del siglo XX.
Solicitamos a las académicas e investigadoras Laura Aguirre, Julia Evelyn Martínez, María Candelaria Navas Turcios, Josefa A. Viegas Guillem y Olga Vásquez Monzón sus comentarios sobre este documento, exponente de la lucha histórica de las salvadoreñas para obtener la igualdad. Estos son sus análisis.
Laura Aguirre, socióloga con doctorado de la Universidad Libre de Berlín:
Este texto es un llamado a las mujeres para que se decidan a exigir un lugar como iguales en la esfera pública, un rol en el mundo político que hasta entonces seguía siendo, por derecho, exclusivo a los hombres. Recordemos que cuando fue publicado hacía apenas unas décadas que las mujeres podían educarse académicamente y aún faltaban casi cuarenta años para que El Salvador reconociera el voto femenino como derecho de todas. La columna tiene varios elementos que invitan a ser tratados; sin embargo, voy a referirme al primer aspecto que llamó mi atención: el título. Tres palabras que resumen muy bien el significado de ser mujer en el incipiente estado salvadoreño moderno.
Habla una señorita, dice la autora. Estamos ante una afirmación que, en primer lugar, revindica a un sujeto femenino con la capacidad de enunciarse en el espacio público. En la actualidad, para algunos, esto es una obviedad, pero en El Salvador de la segunda década del siglo XX, hablar y ser escuchado era todavía un acto masculino e impropio de las mujeres. El verdadero lugar de una mujer virtuosa estaba por naturaleza en el matrimonio y la familia y, por lo tanto, dentro de los límites del hogar.
Este mito, construido con base en el ideal burgués-victoriano occidental sobre la feminidad, justificaba la exclusión de la mujer de todo ámbito que no fuera el privado. Jacques Rousseau, uno de los padres de la ilustración y de los Derechos del Hombre, dejó muy claro en su obra Emilio cuál debía ser el papel de la mujer en la modernidad: “Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando niños, cuidarlos cuando mayores, aconsejarlos, consolarlos y hacerles grata y suave la vida son las obligaciones de las mujeres en todos los tiempos, y esto es lo que desde su niñez se las debe enseñar”. Por eso, atreverse a hablar en público fue por sí solo un acto de rebelión, de rebeldía femenina a ese supuesto rol natural.
El texto, sin embargo, no fue una rebelión cualquiera. El desafío que representa al status quo de la época fue doble porque quien se atrevió a hablar era una “señorita”. Este apelativo, como sabemos, hace referencia a una joven soltera, en espera de casarse, en el estado previo a convertirse en “señora de” un hombre. Si la única voz femenina con valor era la que se emitía dentro de los confines del hogar y como eco de la masculina, entonces la de una “señorita” era prácticamente inexistente. Al atreverse a hablar desde esa posición, América revindica a un sujeto femenino independiente, con voz propia y capacidad de existir, no como complemento de otro, sino por sí misma. No es difícil imaginar el escozor que sus palabras debieron causar en la sociedad de la época.
Someramente, sobre el contenido del texto solo quiero plantear la pregunta que me surgió al terminar de leerlo: ¿Pudo esa señorita hablar? Una interrogante que formulé en alusión al famoso ensayo ¿Puede el sujeto subalterno hablar? de la académica feminista Gayarati Spivak. Más de cien anos después, ahora que las mujeres podemos votar y tener representación política, vale la pena cuestionarnos si el mensaje que América pretendía comunicar realmente fue escuchado.
Julia Evelyn Martínez, catedrática e investigadora del Departamento de Economía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”:
Este texto debe leerse en el marco de la creciente movilización social y política de las mujeres salvadoreñas que ocurrió a inicios del siglo XX, y que culminó con la candidatura presidencial de Prudencia Ayala en 1930.
Es importante señalar que la participación de las mujeres en las luchas sociales de estas décadas puede calificarse como un movimiento potencialmente feminista. Las protagonistas de este movimiento pertenecían a diversos sectores sociales y sus demandas incluyeron tanto reivindicaciones en contra de la opresión de género (derecho al voto, derecho a participan en el gobierno, derecho a la educación, igualdad de derechos en la familia) como luchas en contra de otras formas de opresión, como la opresión económica y política de la dinastía Meléndez Quiñonez.
En julio de 1920, durante la presidencia de Jorge Meléndez, se aprobó una ley monetaria que transformó el patrón plata en patrón oro. Esta ley fue seguida de un decreto ejecutivo del ramo de Hacienda según el cual se prohibía de inmediato la circulación de todas las monedas y se instituía el uso de un sistema monetario decimal, que implicó la obsolescencia de los reales, medios y cuartillos de plata. Frente a los efectos negativos de esta reforma monetaria en el poder adquisitivo de la mayoría de las familias salvadoreñas y en el nivel de ventas de los pequeños comercios, las vendedoras de los mercados de San Salvador, Santa Tecla y Santa Ana protagonizaron diferentes actos de protesta contra la Asamblea Legislativa y el Ejecutivo.
El 28 de febrero de 1921 una manifestación de vendedoras de mercados y otras mujeres provenientes de sectores populares urbanos, que se dirigía a la Asamblea Legislativa para exigir la derogación de la nueva ley monetaria, fue reprimida por la policía. Ante esta represión, las manifestantes, en especial las comerciantes de carne, respondieron atacando y dando fuego a un pequeño cuartel de policía en el barrio El Calvario, en el que las mujeres procedieron a ejecutar a varios agentes policiales que habían tomado parte en la represión.
Otro ejemplo de la efervescencia social fue la marcha pacífica de seis mil mujeres que en 1922 desfilaron en apoyo al candidato presidencial opositor Miguel Tomás Molina, denunciando la muerte de la democracia a manos de los sucesivos gobiernos de la dinastía Meléndez Quiñonez. La manifestación fue ametrallada, con un saldo indeterminado de manifestantes muertas y muchas otras más detenidas como prisioneras políticas.
En resumen: En las primeras décadas del siglo XX las “señoritas salvadoreñas” no solo escribían cartas llenas de corrección política para enaltecer las bondades de la participación de mujeres en la defensa de sus intereses sociales y políticos. También estaban listas para salir a las calles a convertir su indignación en acción y a luchar por sus derechos económicos, políticos y sociales. El feminismo salvadoreño contemporáneo necesita conocer más de las luchas de las mujeres salvadoreñas de principios del siglo XX.
María Candelaria Navas Turcios, académica-investigadora feminista de la Universidad de El Salvador:
El tema central del artículo es la necesidad del reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres salvadoreñas, en especial el derecho al sufragio, haciendo referencia a Juana de Arco (santa y heroína francesa, 1412-1431); a las sufragistas inglesas que estaban en plena lucha hasta obtener, el 6 de febrero de 1918, el derecho a votar; y a Rafaela Herrera de Mora (heroína nicaragüense, 1742-1805).
En 1911, en pleno auge del movimiento sufragista mundial, que duró aproximadamente 80 años, las luchas sufragistas tenían como objetivo común la conquista de la igualdad jurídica o política de las mujeres. En América Latina, el movimiento sufragista propiamente dicho se desarrolló en los años veinte y treinta del siglo pasado. En países como El Salvador, el pronunciamiento de Teresa Masferrer, la aparente autora del artículo, pareciera que se da más bien como un caso aislado. Tiempo después, en 1930, aparecerá la figura audaz de Prudencia Ayala, quien se autoproclama candidata a la Presidencia de la República. En 1950 se obtendrá el derecho al voto.
Tanto la autora del artículo como Prudencia Ayala, son unionistas: En su artículo, Teresa argumenta que la mujer centroamericana puede “terciar de algún modo en la persecución del gran ideal que se ventila en la actualidad como es el de la Unión Centroamericana… con un poco de iniciativa, menos modestia y un poco de decisión y energía”. Prudencia, por su lado, desde 1913 publica su pensamiento feminista y unionista centroamericano y fustiga a las dictaduras del istmo apoyando a Sandino y rechazando la intervención extranjera.
Sugerentes el título “Por la unión” (de las cinco fracciones) y también el subtítulo “Habla una señorita”, expresión de un rasgo dominante de la época: la visión conservadora sobre las mujeres. Destacable igualmente su planteamiento de que las mujeres “somos un destello divino que iluminamos el sendero del hombre”. Pienso que la autora se expresa así para ganar autoridad y credibilidad.
Olga Vásquez Monzón, docente universitaria e investigadora en la Universidad de El Salvador y la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”.
“Creemos que sí puede la mujer centroamericana terciar de algún modo en la persecución del gran ideal que se ventila en la actualidad, como lo es el de la Unión Centroamericana”. El punto sobre el cual quiero comentar no es el de la participación de la mujer en las luchas por el unionismo en Centroamérica, sino la convicción de esta autora sobre la posibilidad de intervención de las mujeres en los ideales de la actualidad salvadoreña de la segunda mitad del siglo XX.
La afirmación de que las mujeres podían desempeñarse con éxito en infinidad de esferas no era una novedad. Desde mediados del siglo XIX, los periódicos venían publicando noticias sobre los logros universitarios de mujeres en los Estados Unidos de América; la lucha de las sufragistas por los derechos políticos de las mujeres tanto en Inglaterra como en Estados Unidos; los logros científicos de físicas como Marie Curie o de astrónomas como María Mitchell; o la graduación de la salvadoreña Antonia Navarro como ingeniera topográfica en 1889.
Aunque todos estos hechos habían puesto en evidencia la natural capacidad intelectual de las mujeres para aportar desde muchos ámbitos en la construcción social, estos no lograron por sí solos la transformación inmediata del imaginario colectivo. Todavía a principios del siglo XX el texto “La inferioridad mental de la mujer”, de Paul Moebius, puso en evidencia que la transformación de las representaciones y esquemas culturales han sido lentos. Y en este cambio El Salvador no fue la excepción.
De ahí el valor de este pequeño texto, que reside en dos aspectos: por un lado en recordar, al estilo de Cristine de Pizan, que la historia está llena de mujeres que intervinieron de manera decisiva en la marcha de sus respectivas sociedades. Lo que ha hecho falta es afinar la mirada para encontrarlas. Por otro lado, en exhortar a las mujeres a tomar la decisión de hacer suyas las causas más importantes de su tiempo. Y en nuestro tiempo, tanto a hombres como a mujeres nos hace falta afinar la mirada para inteligir los ideales comunes hacia los cuales hacer converger nuestras energías creativas y esfuerzos transformadores.
Josefa A. Viegas Guillem, docente de la Licenciatura de Historia de la Universidad de El Salvador:
En la semana en que escribo estas líneas las mujeres han protagonizado las portadas de los diarios. Son mujeres asesinadas a manos de sus parejas, feminicidios les llama la Ley de la República. En mi país de origen, España, una sentencia judicial ha afirmado que el hecho de que cinco hombres atrapen a una mujer en un espacio sin salida y la violen en grupo no es exactamente una violación puesto que ella no se defendió como se defiende una presunta mujer violada. Las mujeres se han lanzado a las calles allá y acá. Existe en los últimos años una discusión pública que visibiliza la violencia que sufrimos las mujeres, que se pregunta por su naturaleza, trata de identificar los abusos en todas las parcelas de la vida, habla abiertamente de los asesinatos misóginos…. El artículo “Habla una señorita” pertenece a la discusión de si la mujer era igual al hombre; un siglo después seguimos discutiendo acerca del papel de las mujeres en la sociedad.
La presunta autora del artículo, Teresa Masferrer, pertenecía al considerable número de mujeres que, a pesar de que no eran ciudadanas, estaban presentes en el espacio público porque habían estudiado y porque contradecían los estereotipos rígidos que se les había asignado; pero también porque, gracias a los espacios abiertos desde finales del siglo XIX para las mujeres, se convirtieron en un ejemplo verificable de la “posible inteligencia” femenina puesta en cuestión.
El artículo es sumamente sugerente, y uno de los ejemplos significativos de la llamada a la colaboración en una lucha política conjunta con los hombres, a unirse a una causa común, en este caso la lucha por la Unión Centroamericana. La reflexión sobre el contexto histórico nos ayuda a comprender la verdadera dimensión de los planteamientos de la autora, puesto que reclamar un lugar al lado de los hombres en ese momento era, para la opinión dominante, un arrebato de chifladura.
Para justificar su atrevida solicitud utiliza tres argumentos: el primero, la historia. Para ella, afirmar que en el pasado existieron ejemplos de mujeres luchadoras demuestra su capacidad de liderazgo. El argumento es siempre interesante, ya que el pasado nos otorga posibilidades infinitas. Sin embargo, la historia académica en sí misma, a la que pertenezco, ha invisibilizado con empeño sostenido a las mujeres, lideresas o no. En todo caso, la pretensión de la autora es aducir que cuando las mujeres están dispuestas consiguen sus objetivos.
El segundo argumento es la existencia de mujeres ciudadanas en otros lugares, lo cual ejemplifica con una referencia explícita a Inglaterra. A El Salvador llegaban las noticias de la radicalización del movimiento feminista inglés, la participación de miles de mujeres en manifestaciones y actos de protesta, huelgas de hambre, encarcelamientos, incluso actos de sabotaje en las propiedades estatales y en museos. Pero el dato histórico es inapelable: en Inglaterra no se concederá el derecho a sufragio a las mujeres (mayores de 30 años) hasta 1918, siete años después de la publicación del artículo que comentamos. Y el voto en igualdad de condiciones con los hombres no será hasta 1928.
En todo caso, este argumento debía de sonarles a los hombres ciudadanos y a muchas mujeres un disparate, porque una cosa eran aquellas mujeres sufragistas inglesas y otra las latinas, las centroamericanas, las salvadoreñas. Quizás por ello sólo menciona su existencia, sin reclamar de forma explícita el derecho al sufragio, y entre sus palabras no se encuentra la solicitud de una ciudadanía completa más allá de la sociedad primitiva llamada familia.
Para la autora es muy evidente que la sola llamada a la acción política colectiva era, en sí misma, en este lado del trópico lo suficientemente importante. Ahora bien, siempre y cuando no se olvide su papel en el hogar, como se evidencia en el orden sus palabras, ya que las mujeres podrán ser útiles en “en el hogar, en la sociedad, en toda clase de reuniones”. Esto es: primero el hogar y después lo demás. No puedo dejar de cuestionarme si eso ha cambiado en lo sustancial, en nuestro trópico y en el planeta. A las mujeres del siglo XXI se nos alienta a demostrar que somos mujeres con superpoderes, jamás soltando el espacio privado, el hogar, aunque nos hayamos tomado también el espacio público. En todo caso, hace un siglo sería inconcebible que se cuestionara el hogar como el espacio fundamental femenino y, por lo tanto, hubiera sido un error de estrategia política hacerlo.
El tercer argumento que utiliza la escritora a favor de las movilizaciones de las mujeres es la inteligencia, o mejor dicho, la similar inteligencia de las mujeres y los hombres. Leído en nuestros días parece un disparate, pero hace un siglo era un asunto a discutir. Y este argumento es el que me parece más interesante, puesto que es hablar de si las mujeres tenían igual capacidad de raciocinio que los hombres. El de la razón vinculada a los hombres y la naturaleza asociada a las mujeres es un tema viejo sobre el que todavía podemos encontrar algunas evidencias en nuestro presente. ¿Se consideran los argumentos, opiniones y teorías de las mujeres de igual valía que los de los hombres en nuestros días? Me atrevería a afirmar que, efectivamente, este trabajo todavía está por hacer.
Es muy interesante que esta señorita se imaginara el mundo más adelantado con mujeres ciudadanas. En la práctica, el feminismo por la igualdad de derechos pensaba que una vez que las mujeres fueran ciudadanas de pleno derecho podrían solucionarse la mayoría de las dificultades existentes. Pero no fue ni es así. La reflexión teórica, a partir de los años sesenta del siglo XX, explicó que el goce de privilegios de los hombres no es debido a razones naturales sino culturales, que estos aspectos culturales son los que hacen que las desigualdades sociales, políticas y económicas permanezcan incluso siendo la ciudadanía universal. Es decir, que a pesar del avance sustantivo que significó adquirir la ciudadanía completa, las mujeres siguieron y siguen teniendo menos poder en todos los espacios, incluso en el del cuerpo que poseen, en especial en cuanto a los derechos sexuales y reproductivos.