Entre los 60 y 80 la izquierda era sinónimo de intelectualidad. Pese a las etiquetas críticas de “revisionistas”, “pequeño burgués”, “intelectual orgánico”, “tecnócrata” o “analista simbólico”, la élite pensante académica y cultural, sobre todo la que vivía alojada en las universidades públicas y en los centros de pensamiento —generalmente bares— estaba inclinada al pensamiento socialista o marxista. Economistas, sociólogos, poetas, cantautores, antropólogos, escultores, arquitectos, pintores, médicos entre muchos otros, conformaban un bloque de intelectualismo relevante de vanguardia, constructor de una opinión pública elevada. Este bloque daba soporte a los movimientos revolucionarios militares o guerrilleros, sindicatos y otras expresiones de lucha. Era la generación comprometida.
Lo más importante en esa época era la dimensión radical y ética- Ser consecuente y sobre todo solidario con las masas de obreros y pobres campesinos. A ningún dirigente de izquierda se le pasaba por la mente hacer trabajo de campo en una camioneta de lujo o andar con relojes Rólex. Incluso hubo “conversos” que renunciaron a sus comodidades, privilegios y herencias; otros, se fueron a la clandestinidad. Los que eran menos (en cantidad), no pensaban en hacer dinero o incrementar su patrimonio, porque su ideal era aportar a la teoría, escribir o pintar un símbolo de la rebeldía y ayudar a los más pobres y necesitados. Se llegó a escribir y a pensar en una “civilización de la pobreza”, y en una considerable cantidad de utopías.
Algunos padres y abuelos decían: “mientras estés en la universidad serás comunista y al graduarte te transformarás en capitalista. Cuando no tenés nada es fácil ser socialista y repartir lo ajeno, pero cuando lográs un capital o ahorro es difícil que quieras distribuir lo que te ha costado”. Esta premonición se fue transformando en realidad.
Muchos líderes históricos de la izquierda, una vez concluida la lucha revolucionaria, fueron cambiando. Algunos se hicieron capitalistas —e hipercapitalistas— o empresarios. Una vez incorporados los movimientos guerrilleros a los partidos políticos descubrieron dos cosas inimaginables: dinero y poder. Esto arruinó sus valores e ideales. Mientras tanto, los intelectuales que no sudaron la camisa en la guerra y entre las balas, fueron acusados de “arribistas” y excluidos de los nuevos procesos políticos, quedándose así con el poder los dirigentes militares, que bien sabían de tácticas y estrategias en la montaña o selva y poco de administrar asuntos públicos y privados.
En este contexto la izquierda fue evolucionando. Dejaron de leer a Trotski y a Gramsci, abandonaron la lucha de clases, y desde las taxonomías de marxismo clásico —leninista, maoísta, etc.— llegaron al adefesio del Socialismo del Siglo XXI. En este punto aparecieron ciertos mesías extravagantes outsiders sin antecedentes: Chávez, Kirchner, Maduro, Correa, Funes y otros con pasado pero sin principios: Ortega y Lula de Silva (excluimos deliberadamente de esta lista a Evo Morales y Pepe Mujica). La mayoría de ellos venía con limitadas credenciales de izquierda. En dos plumazos se hicieron millonarios a costa de los erarios públicos; actualmente, viven como lo que criticaron en su juventud.
A finales de los 90 el académico Joaquín Brunner constató una crisis de la figura tradicional del intelectual, tan valorada por unos (los propios intelectuales) y tan vilipendiada por otros, es decir, por todas las variadas y renovadas formas de antiintelectualismo. Pero su mirada se detenía sobre el análisis de la oposición entre dos modelos de trabajo intelectual: la ingeniería social (simbólica y teórica) y la autorregulación de contextos posmodernos (información y conocimiento). Se deben tomar en cuenta también las “tensiones dinámicas” entre los tiempos políticos y los tiempos académicos-científicos-culturales. El político se rige por lo pragmático, mientras que lo académico por lo ideal, los teóricos y lo que sucede en las aulas o laboratorios. Conciliar estos dos mundos es difícil y aquí se agudiza la crisis y ruptura. A pesar de lo irreal, lo académico-cultural-científico resguarda su ética y sus valores, mientras que lo político se comienza a regir por las variables poder y dinero.
Como se anotó, una vez concluidas las luchas revolucionarias militares, los movimientos radicales guerrilleros, sindicales y organizaciones sociales de izquierda se transformaron en partidos políticos, bajos los principios teóricos socialistas: un Estado más robusto que controle la voracidad del mercado, opción preferencial por los pobres, la revolución continua por otros medios combativos democráticos, erradicar las hegemonías oligárquicas y los oligopolios del mercado, etcétera.
Mucha gente que votó por los gobiernos de izquierda se basó en los siguientes axiomas: a) esta gente representa un verdadero cambio; b) han vivido en circunstancias difíciles y tienen sensibilidad; c) al menos en educación, ciencia y cultura propondrán una verdadera revolución y transformaciones; d) tienen valores y principios acrisolados en la guerra, no son simple burgueses acomodados; e) no van a robar, pues su ideología se los impide; f) no serán corruptos como los de derecha; g) esta gente se basa en fortalecer el Estado y no el mercado. Estos entre muchos otros axiomas.
En este contexto, al poco tiempo de haber asumido la izquierda en algunos gobiernos de Latinoamérica, el desarrollo de la gran crisis política contemporánea se puede describir en los siguientes términos: 1) anteponer los intereses del poder y del dinero sobre los valores, principios socialistas y necesidades de la gente; 2) enriquecerse con los fondos públicos, robando y generando corrupción; 3) seguir pregonando y manchando el discurso de izquierda socialista.
Al oído de la izquierda Latinoamericana, en el XXXI Congreso ALAS de CLACSO, Pepe Mujica comentaba: “la condición humana vive un permanente duelo en la historia, producto del egoísmo propio de la persona (…) El vivir en sociedad nos trae problemas y un inmenso repertorio de soluciones (…) Nunca estaremos derrotados, porque nunca triunfaremos definitivamente (…) La política no es una profesión, sino una necesidad casi biológica para solucionar o administrar los conflictos de la sociedad (…) La forma de vivir tiene que expresar la forma de pensar: Puedes optar en vivir como piensas, o terminaras pensando como vives. No hay personas insustituibles, lo insustituible son las causas. Somos imperfectos, pero tenemos una lucha dentro de nosotros. No vamos a crear un mundo mejor sino luchamos dentro de nosotros”. ¿Se entiende?
Gran parte de la izquierda ya no está en la izquierda. Se ha transformado en un movimiento opositor que lucha por la hegemonía oligárquica. Así como el síndrome de Estocolmo, se enamoraron de su peor enemigo. La izquierda fue una revolución de 360°: llegamos al punto de donde partimos, sin cambiar nada. Los pobres siguen pobres y los ricos son los mismos, sólo que ahora hay unos nuevos miembros del club.
En la segunda parte de este texto, el tema central será la mutación que ha tenido la derecha política. Durante todo este tiempo, desde el fin de la Guerra Fría y los Escuadrones de la Muerte, la derecha también tuvo una segunda oportunidad al poder. De eso también hablaremos.
*Óscar Picardo Joao ([email protected]) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar; en la actualidad dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia.