Columnas / Política

El 9F no fue un mero berrinche presidencial

Más allá del berrinche, la intención real era la intervención militar del poder Legislativo, y de ahí escalar a una peligrosa aventura autoritaria. Si no lo hizo es porque no pudo y no tuvo los soportes nacionales e internacionales.

Miércoles, 19 de febrero de 2020
Roberto Rubio

Nayib Bukele llegó a la presidencia con popularidad y una oposición débil y desprestigiada. Construyó una extendida narrativa a su favor, una de buenos y malos, donde él es el bueno y los diputados los malos; el Ejecutivo el cielo y la Asamblea el infierno; ganando casi todas las batallas libradas contra los partidos políticos de oposición. Llegó también acompañado de un importante respaldo de gremiales y grandes grupos empresariales; con un clima de negocios mejorado, desde donde se anunciaban promesas de millones de inversión privada. Fue arropado por buena parte de la comunidad internacional, especialmente de los Estados Unidos, quien sintió el alivio de no tener que lidiar con un gobierno distante, aliado de los otrora países del socialismo del siglo XXI. Arribó así beneficiándose de un “efecto de contraste”, el cual favoreció cercanía y apoyo de empresarios y de Estados Unidos con el nuevo presidente. Desarrolló un fuerte control de los medios de comunicación y una aplastante y temida presencia en las redes sociales. Asimismo, en sus primeros meses de gestión, aparece como el autor de tasas reducidas de homicidios, las cuales generan la percepción en gran parte de la población de que ahora había mayor efectividad en el combate a las pandillas y mayores niveles de seguridad.

Llegó sin mayores muros de contención, y con elevados pedestales de apoyo y simpatía. De repente se sintió en el Olimpo. Y desde ahí creyó que podía lanzarle rayos a la democracia sin mayores consecuencias. Pero el humano endiosado no es Zeus, y el endiosamiento del simple mortal lleva a crasos errores y produce graves consecuencias. Los cálculos fallaron y las máscaras cayeron. Y lo que aparentemente fue un mero berrinche presidencial por la no autorización para solicitar un préstamo, colocó al país patas arriba y en el espejo de las tristes dictaduras militares.

Las reacciones no se hicieron esperar. Muros de contención se erigieron, y los pedestales de apoyo se agrietaron o cayeron. Un sector de la sociedad salvadoreña organizada se movilizó en contra del posible inicio de una etapa autoritaria gestionada a punta de fusiles. La indignación ciudadana se activó ante la presencia viva de un hecho que creíamos expulsado de nuestro devenir democrático: el Golpe de Estado; un intento de golpe dirigido a uno de los poderes del Estado o, más específicamente, la toma de la Asamblea Legislativa por el ejército.

Ciudadanos y ciudadanas de amplios y muy diversos sectores se unieron espontáneamente en la condena. Gremiales empresariales denunciaron con valentía la intentona e hicieron ver al gobierno las negativas consecuencias económicas de la acometida antidemocrática. Los medios de comunicación tradicionales y no tradicionales mostraron profesionalmente las informaciones, sin los dictados de Casa Presidencial; y las redes sociales, ahora ya sin miedo a los rayos del falso Zeus, se inundaron de condenas. La comunidad internacional reaccionó sorprendida y asustada, y mandó con Hermes sólidos mensajes de advertencia a la fantaseada morada del Olimpo. La mensajería norteamericana fue muy importante. Finalmente, la Sala de lo Constitucional cerró legalmente con broche de oro el avance de la intentona golpista.

En fin, la sociedad salvadoreña mostró que hay límites que no se pueden violentar. Nos reveló que todavía tiene madurez y capacidades instaladas para frenar a aquellos que quieren traspasar nuestros frágiles linderos democráticos, los cuales con tanta sangre se lograron establecer (como también lo mostró la ciudadanía ante el triste decreto 743, o durante el asalto de la Corte Suprema de Justicia por el poder Legislativo, al intentar imponer al magistrado Ovidio Bonilla en la presidencia de la Corte). Dentro de la sociedad salvadoreña se podrá criticar nuestro incipiente proceso democrático, y muchos sentirán que este poco les ha servido para mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, aprecian mucho más no tener que mal vivir sometidos a dictados divinos sustentados en bayonetas.

Ahora bien, ¿se trató solamente de un berrinche presidencial? ¿Fue sólo un fracasado show mediático? ¿Se han frenado las intenciones de derribar instituciones y lograr poder total anulando los otros poderes? No lo creo. Más allá del berrinche, la intención real era la intervención militar del poder Legislativo, y de ahí escalar a una peligrosa aventura autoritaria. Si no lo hizo es porque no pudo y no tuvo los soportes nacionales e internacionales para hacerlo. Posiblemente habrá un repliegue, pero faltan más de cuatro años donde seguramente aparecerán otras intentonas antidemocráticas, pues el humano siempre se creerá divino. De ahí la importancia de que los responsables y cómplices de la intentona golpista sean sancionados. Caso contrario, la impunidad dejará la puerta abierta para nuevas aventuras autoritarias. De ahí que sea fundamental fortalecer aquellos emergentes muros de contención internos y externos, pues si se debilitan, el peligro seguirá latente.

Roberto Rubio es economista con un Doctorado en Estudios del Desarrollo otorgado por la Universidad Católica de Louvain-la-Neuve, Bélgica, y un Doctorado (c) en Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, España. Obtuvo su Licenciatura en Ciencias Económicas en UCA de El Salvador. Desde 1998 a la fecha ejerce como Director Ejecutivo de la FUNDE, y desde el 2012 es Coordinador del Capítulo Nacional de Transparencia Internacional.
Roberto Rubio es economista con un Doctorado en Estudios del Desarrollo otorgado por la Universidad Católica de Louvain-la-Neuve, Bélgica, y un Doctorado (c) en Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, España. Obtuvo su Licenciatura en Ciencias Económicas en UCA de El Salvador. Desde 1998 a la fecha ejerce como Director Ejecutivo de la FUNDE, y desde el 2012 es Coordinador del Capítulo Nacional de Transparencia Internacional.

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