El Salvador / Coronavirus

El Tunco muerto

La pandemia se llevó de encuentro la temporada alta del turismo de Semana Santa. La playa El Tunco, capital del turismo de verano, es ahora un pueblo fantasma, donde todos los locales están cerrados y el acceso al mar está prohibido. Con el cierre de hoteles y restaurantes se desata una cadena de pérdidas económicas que barrieron con la economía de artistas, agentes de turismo, vendedores de comida y pescadores. 


Domingo, 12 de abril de 2020
Carlos Martínez

Cuarentena día 19. Viernes 10 de abril.  Unas turistas alemanas tomaban el sol y alguna cerveza, acostadas en sillas reclinables alrededor de la piscina del hotel La Guitarra, en la playa El Tunco, La Libertad. Quedaron atrapadas en una especie de limbo vacacional obligatorio e indefinido, en el que no se les permite surfear ni sentarse en la playa rocosa a ver el atardecer ni hay parrandas nocturnas ni música ni bares ni cócteles y las rodea un pueblo fantasma y mustio, caído en una especie de depresión clínica. Aquella piscina y aquel sol indiferente es todo lo que quedó de su verano planeado entre olas y fiestas.

Ellas dos, junto con una holandesa, una checa, dos israelíes, una pareja de ingleses, un estadounidense, un español y un guatemalteco son casi la totalidad del turismo extranjero que quedó atrapado en la meca de la juerga playera salvadoreña. Aunque más de alguno se aventuró por su propia voluntad a quedarse en el país, la mayoría no supo reaccionar antes de que se cerrara el aeropuerto internacional y quedaron ahí, uniformados de verano, con los bañadores puestos, chapoteando en la piscina, jugando sin mucho interés en la mesa de billar y viendo cómo sus tablas de surf se aburren como ostras a metros de un mar prohibido.

Toda la actividad turística está paralizada en El Tunco, así lucía uno de los accesos principales el día 11 de abril de 2020, en plena Semana Santa. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Toda la actividad turística está paralizada en El Tunco, así lucía uno de los accesos principales el día 11 de abril de 2020, en plena Semana Santa. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Si El Salvador tiene una postal turística es la playa El Tunco: su fuerza de gravedad alcanza para derramar turistas a las playas vecinas, es el motor fuera de borda de la zona costera central. En una Semana Santa normal, El Tunco es un hervidero absoluto de turistas que atiborran los 84 negocios, entre hoteles, bares, restaurantes, escuelas de surf, tiendas de artesanías y de bikinis, expendios de cervezas y licores, agencias turísticas y todo tipo imaginable de negocios veraniegos. Conseguir una de las 800 camas disponibles, en alguno de los 30 hoteles, es imposible si no se ha reservado con al menos dos semanas de antelación. La ocupación hotelera suele ser del 100% y los 500 empleos directos que se generan en temporada normal pueden llegar a duplicarse. Miles y miles de dólares bronceándose, bailando, surfeando, bebiendo, en una farra carnavalesca que alcanza también para alegrar el año a los vendedores de cerveza, pescado, licores, a dueños de caballos mansos que dan paseos en la playa, a músicos y discotecas ambulantes… Eso, digo, en una Semana Santa normal, una en la que no haya una pandemia mundial aterrorizando al mundo y metiendo en casa a toda la humanidad con casa.

Hace casi un mes, el sábado 14 de marzo, El Tunco estaba, todavía, a todo trapo, lamiéndose la resaca del día anterior y esperando la noche y sus meneos. Ese día, la banda de música Las Musas Desconectadas tenía planeado dar un concierto y poner a bailar a los parroquianos, pero un tuit lo mandó todo al traste: ese día, en las antípodas del festejo playero, la Asamblea Legislativa aprobó un decreto que dotaba al gobierno de la facultad para restringir la libertad de movimiento y de reunión. El presidente hizo el anuncio por la tarde y aquello fue un apagar de luces: el concierto de Las Musas se suspendió, los bares cerraron y los turistas se largaron.

“A las cinco de la tarde se nos vino abajo todo. Contábamos con esa paga, porque La Guitarra es uno de los espacios que todos los músicos queremos, porque es de los locales que más reconoce”, dice Andrea, la vocalista del grupo. Desde ese 14 de marzo, a la banda le cancelaron todo, absolutamente todo: su gira promocional, los toques de temporada y, a ella, que también es artista circense, se le escaparon de las manos 450 dólares extras en presentaciones que naufragaron.  

Desde aquel día, El Tunco es un pueblo fantasma, patrullado por soldados y policías con instrucciones de dar, como mínimo, una regañiza malencarada a cualquiera que se asome a la playa. Para aderezar el caldo, la calle principal –o sea la única calle– estaba en obras: se iba a construir una nueva planta de tratamiento de aguas negras y para ello fue preciso quitar todos los adoquines, que iban a ser remplazados por unos nuevos. Pero eso también se paró.

La única presencia en la playa El Tunco es la de militares y policías que vigilan que nadie se salte la cuarentena domiciliar por el coronavirus y visiten una de las playas más populares de El Salvador. Foto de El Faro: Carlos Barrera
La única presencia en la playa El Tunco es la de militares y policías que vigilan que nadie se salte la cuarentena domiciliar por el coronavirus y visiten una de las playas más populares de El Salvador. Foto de El Faro: Carlos Barrera

“Estábamos todos soportando el ruido y el polvo justo enfrente de nuestros negocios, pero estábamos aguantando calladitos y contentos, pensando: ‘hay que aguantar porque esto va a ser vergón’”, dice, frotándose las manos, Gilles Ortmans, presidente del comité turístico del lugar. Este año lo prometía todo: el proyecto emblema del gobierno, Surf City, traería más vientos de prosperidad y se suponía que los adoquines estarían otra vez en su lugar para mayo, cuando se celebraría el torneo mundial de surf en las costas salvadoreñas, con más de 50 delegaciones de atletas. Sólo la delegación de Estados Unidos había reservado todo el hotel Casa del Mar y se esperaba que, junto a los surfistas del mundo, viniera la prosperidad enfiestada y compradora compulsiva. Además, el Ministerio de Obras Públicas estaba acelerando la construcción de la calle que serviría de atajo para llegar directamente a las playas, sin saturar de tráfico el centro urbano del Puerto de La Libertad. Sería una especie de Semana Santa de tres meses, una bonanza sin precedentes, con carretera exprés incluida.

Pero los adoquines no llegaron y la calle de El Tunco es una nada turística polvareda. El mundial de surf se ha suspendido hasta nuevo aviso, la delegación estadounidense canceló su reserva de hotel y las obras en la carretera están varadas. Agua entre los dedos.

“Yo estaba hecho. Hasta junio tenía casi todo reservado”, dice entre el humo de un cigarro Javier Zamora, presidente de la Asociación de Desarrollo Comunal local y propietario de La Guitarra.

Zamora es uno de los empresarios más prósperos del lugar. Fue de los primeros en descubrir el inmenso potencial turístico de El Tunco, hace 15 años. Su local tiene 23 habitaciones, un restaurante y un bar bien dotado. Se considera un afortunado por poder conservar a sus 11 clientes, a los que conoce ya por nombre y por historia. Pero sus turistas no son suficientes ni siquiera para pagar la planilla fija de 14 personas que debe desembolsar completa aunque sólo seis estén en funciones. Él y Gilles Ortmans, propietario de Mopelia, un hotel y restaurante, estiman que sus fondos les permitirán sobrevivir tres meses antes de declararse en quiebra o tener que endeudarse.

Ortmans teme incluso escenarios que suenan desastrosos en su cabeza: “Para el presidente todos los empresarios somos ricos. Aquí hay varios que tienen préstamos bancarios y este es el escenario ideal para que los bancos se queden con todo o que los empresarios grandes compren El Tunco casi completo ahora que ya está funcionando bien”. Él tiene 13 años de haber invertido en el lugar, cuando todavía sus familiares en Bélgica se permitían dudar de su cordura por poner su dinero en aquella playa de dudoso crecimiento.  Por lo pronto, este empresario y su familia se están comiendo su propia alacena de alimentos, que reservaban para elaborar pizzas, ensaladas y pastas a los turistas que no llegaron.

Pero Zamora y Ortmans están en terreno sólido si se considera la situación de Iván Patiño, propietario de la agencia de viajes Surfo´s & Tiki Travel, cuyo principal fuente de ingresos es, ojo al dato, transportar por tierra a turistas entre Guatemala y Nicaragua, haciéndolos pasar por El Tunco. Desde el 16 de marzo, por el negocio de Patiño, cerrado a cal y canto, no ingresa un solo centavo. Este empresario solía coordinar el viaje mochilero de aquellos que iban desde el lago Atitlán a Antigua Guatemala, en el país vecino; y de ahí, hasta Copán, en Honduras; o a León, en Nicaragua. Con las fronteras cerradas, todo eso se fue al garete en un parpadear. Pero Patiño tenía también otros rubros de negocios, uno más desastrado que el anterior: vende infusiones de ron en su local, es instructor de reservaciones para hoteleros emergentes y, no bastándole con eso, es músico.

Como es comprensible, Patiño vislumbra un futuro aún más negro que sus colegas: “Yo, si a los dos meses no lo veo claro, cierro el negocio”, dice, planeando posibles reinvenciones de un emprendimiento al que ha dedicado 11 años de su vida. Pero para reconvertir su agencia de viajes en restaurante o en bar necesita plata para invertir. “Necesitamos que se abran líneas de crédito ágiles, reales, para los pequeños empresarios de turismo”, pide.

“Si al menos –se lamenta Patiño– esta pandemia hubiera aparecido en septiembre, hubiéramos conseguido agarrar toda las temporadas altas”. Pero no: nadie puede hoy mismo prever con certeza cuándo será sensato permitir que los bares abran, que se arremolinen las gentes en los conciertos y, menos aún, cuando volverán los aviones con los turistas extranjeros.

Pero al menos Zamora, Ortmans y Patiño son dueños de negocios que han sobrevivido más de una década, con capacidad de endeudamiento, con ventajas considerables si se les compara con el que daba clases de surf por su cuenta, o el guía turístico independiente, o los surtidores de alimentos. Sólo La Guitarra consumía semanalmente 300 naranjas, 400 limones, 15 dólares en tortillas, los mariscos y el pescado y empleo eventual de fin de semana para cinco personas. Todo eso se lo llevó, hoy por hoy, la pandemia. Esta crisis desata un efecto dominó: si La Guitarra fracasa, no fracasa sola, cae sobre las otras fichas y esas, sobre otras.

La misma desolación carcomía los negocios de la playa El Zonte, a 11 kilómetros de El Tunco: “Ahí donde está parado usted era imposible estar, el parqueo estaría a tope y estaría todo esto lleno de gente”, explica Alex Novoa, propietario del hotel Esencia Nativa, mostrándome aquellos callejones desiertos, perfumados por el agua de mar y ahora silenciosos. Novoa solía dedicarse exclusivamente al turismo internacional especializado en surf, pero en 2015 otra peste casi arrasa con su negocio: el incremento salvaje de asesinatos que asoló el país aquel año –103 por cada 100,000 habitantes– ahuyentó a los extranjeros y aprendió a lidiar con el turismo nacional. Hoy agradece ese giro: “Ahorita, abrir los aeropuertos no es opción, falta mucho antes de que eso pase, y está bien. Yo, ahorita, no quiero ver a ningún gringo aquí”, dice tras su mascarilla N-95.

Solo Esencia Nativa contrataba a 14 trabajadores eventuales para la temporada alta y, en temporada regular, compraba 1 000 dólares de marisco por semana.

La mayoría de lanchas de los pescadores del Puerto de La Libertad permanecen varadas en el muelle debido a la casi nula demanda de mariscos y la falta de turistas en la zona. Foto de El Faro: Carlos Barrera
La mayoría de lanchas de los pescadores del Puerto de La Libertad permanecen varadas en el muelle debido a la casi nula demanda de mariscos y la falta de turistas en la zona. Foto de El Faro: Carlos Barrera

“Se ve que es de un hotel pequeño, porque hasta poquito compraba, hay otros locales que compraban mucho más”, me explica Rosa Martínez, una de las vendedoras mayoristas de pescado y marisco, desde su puesto en la nueva plaza Marinera, un coqueto mercado que fue habilitado en pleno Puerto de La Libertad para albergar a los negocios que antes se apiñaban en el muelle. Ese mercado sigue abierto, pero suele haber más vendedores que clientes. Y los pocos que lo visitan, mirando pescados, paseándose por aquella bóveda blanca y prístina, son vecinos del municipio que piden un pescadillo por aquí, unos camarones por allá, nada que ver con la gula marina de los capitalinos y de los extranjeros cuando acercarnos no era un miedo. El pescado fresco dejará de estar fresco muy pronto y casi ningún restaurante está comprándolo para ceviche, así que está rematando su producto –y esto no es una licencia literaria– a mitad de precio.

Rosa sufre particularmente por el pescado seco. “Desde noviembre venimos secando pescado, tengo miles de dólares invertidos en esto”, dice viendo su dotación salada a la que nadie le para mucha bola. “Eso que mira usted es sólo un poquito, yo tengo guardado un montón”, cuenta con un lamento en los ojos.

El problema del pescado seco es que es una comida tradicional de Semana Santa, con el que se preparan unas sopas de receta misteriosa y de gusto aprendido. Cuando pase la temporada, los pescados comenzarán a volverse harina en la bodega de Rosa, hasta deshacerse en una especie de polvo al que nadie busca.

Sin embargo, todavía hay pescadores que salen al mar, aunque en lugar de las 50 lanchas diarias, apenas unas 15 se aventuran a buscarse la vida en el Pacífico.

En la sede de ACOPELI, una de las cooperativas de pescadores del puerto, no hay nada: ni pescado que vender ni hielo para conservarlo, y los anzuelos duermen el sueño de los justos en cajas.

 Tres pescadores se dedicaban a remendar redes rotas bajo un árbol. Suelen pasar 24 horas en el mar, pescando a unos siete kilómetros de la orilla, bajo un sol de justicia, para obtener, en un día común y corriente, unos 30 dólares de ganancia, porque normalmente nada de lo que necesitan para trabajar es suyo.

Para pescar se necesita invertir: combustible y aceite para el motor, varias libras de carnada, hielo para conservar la pesca, comida para dos personas y el pago del “guinche”, la grúa que baja las lanchas al mar y luego las sube al muelle. El costo de eso ronda los 125 dólares, que los pescadores normalmente no tienen. Así que lo piden prestado a vendedores mayoristas como Rosa, que además les alquila su lancha, porque los pescadores normalmente no tienen una.

Cuando regresan del mar, los pescadores pagan el dinero a los mayoristas, pero no en efectivo, sino en pescado, al precio que el mayorista establece. Una vez que el comprador se ha cobrado el préstamo, pone precio al producto restante, que sería la ganancia de los pescadores. Pero de ese restante le cobra una tercera parte en concepto de alquiler de lancha. Así queda una ganancia que en Semana Santa suele incluso sobrepasar los 50 dólares por pescador. Pero esta es otra semana más de cuarentena.

Uno de los pescadores que remendaba redes en la sede de la cooperativa había salido al mar dos días antes. Luego de partirse la espalda 24 horas seguidas no alcanzó siquiera a pagar la deuda con el mayorista. Salió “burro”, dice, que es la jerga para decir que quedó endeudado luego de trabajar. El pescado del pescador, hoy por hoy, no vale nada.

El lugar de atardeceres infinitos, donde se ríe y se llora, de amigos que son familia, de inspiración y alegrías, de borracheras inolvidables, de bailes y reposos, donde se duerme en paz y el cuerpo incluso se siente más liviano. Así describen la playa El Tunco algunos de sus asiduos, emblema del departamento de La Libertad y de El Salvador entero. En esta fotografía de larga exposición nocturna se aprecia la belleza del conjunto de rocas moldeadas por el oleaje. Algunos dicen que en esas piedras caprichosas se ve un tunco, y que ese tunco sirvió para bautizar el idílico lugar. Foto de El Faro: Víctor Peña
El lugar de atardeceres infinitos, donde se ríe y se llora, de amigos que son familia, de inspiración y alegrías, de borracheras inolvidables, de bailes y reposos, donde se duerme en paz y el cuerpo incluso se siente más liviano. Así describen la playa El Tunco algunos de sus asiduos, emblema del departamento de La Libertad y de El Salvador entero. En esta fotografía de larga exposición nocturna se aprecia la belleza del conjunto de rocas moldeadas por el oleaje. Algunos dicen que en esas piedras caprichosas se ve un tunco, y que ese tunco sirvió para bautizar el idílico lugar. Foto de El Faro: Víctor Peña

La ministra de turismo, Morena Valdez, coordina ahora acuerdos con hoteles, para reconvertirlos temporalmente en centros de contención para atender a personas en cuarentenas sanitarias. 70 hoteles han dado ese giro inesperado, pero preferible a tener las habitaciones vacías. Valdez Espera que el mundial de surf pueda ser reprogramado para la segunda mitad del año y asegura que hay estudios en marcha, intentando medir el impacto que la pandemia tendrá en el sector. “El turismo interno será clave para recuperar la confianza”, alcanza a decir en medio de una incertidumbre que ha nublado las certezas de corto plazo al mundo.

A la entrada de la plaza Marinera, hay un puestito precario, hecho de madera, tapado completamente por una manta negra, atada con cuerdas. “Ese –me explica Rosa– es del que vende pulseritas y collares de conchitas y de caracoles”.

La mesita está abandonada por un vendedor que ya tiró la toalla y que la dejó ahí, frente al inmenso silencio del mar.

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