Internacionales / Impunidad

Lo que perdimos en Gaza

Seis meses y más de 30,000 muertos después del inicio de su campaña militar contra Gaza, Israel enfrenta dos procesos en la Corte Internacional de Justicia, acusado de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, la anexión ilegal de territorios y un sistema de apartheid colonial cometido contra el pueblo palestino. Israel está hoy casi completamente aislado, y los palestinos totalmente quebrados. A un promedio de 85 niños muertos cada día, la humanidad entera se ha perdido en Gaza.

Mahmud Hams
Mahmud Hams

Lunes, 8 de abril de 2024
Carlos Dada

Niños heridos, niños en huesos, niños aterrados. Niños muertos. Madres cargando a sus hijos en peregrinación hacia el sur, madres ensangrentadas en suelos de hospitales, cuerpos de madres tirados en los caminos; hombres buscando desesperadamente alimentos, hombres intentando abrirse paso entre escombros para sacar cadáveres de los últimos muertos antes de que lleguen los animales; hombres cayendo ante disparos de soldados israelíes…Edificios destruidos, automóviles destruidos, campos agrícolas devastados, calles convertidas en caminos; restos humanos entre escombros, explosiones que obliteran universidades, mezquitas, hospitales, campos de refugiados. Y la bizarra imagen de paracaídas en el horizonte bajando sobre Gaza con paquetes de comida… Un cuadro apocalíptico construido en coro por fotografías y videos registrados por sobrevivientes palestinos, por las cámaras de Al Jazeera, por el Ejército israelí, por soldados israelíes, por agencias humanitarias. Dan fe de una guerra sin ganadores, en la que todas las partes han perdido. Con un promedio de 85 niños muertos cada día, durante los últimos seis meses, Gaza es el fracaso de toda la humanidad.  

Nadie, desde luego, ha perdido más que la población palestina. Seis meses después del inicio de los bombardeos israelíes, más de 35,000 palestinos han muerto, las dos terceras partes de ellos son mujeres y niños. 1,7 millones de personas (80 % de la población) han sido desplazadas y se amontonan hoy en tiendas de campaña en Rafah, la ciudad fronteriza con Egipto, sin comida, sin agua, sin electricidad y sin medicinas. Más de un millón de personas enfrentan hoy en Gaza insuficiencia alimentaria “catastrófica” y decenas de niños han muerto ya de hambre. Israel mantiene cerrados los pasos fronterizos y limita el paso de alimentos.

“No hay ninguna justificación para el castigo colectivo contra los palestinos”, dijo la semana pasada Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas.   

Hace ya medio año del ataque de Hamás –el grupo fundamentalista islámico que controlaba Gaza desde 2007– en territorio israelí, que se cobró la vida de alrededor de 1,200 personas, la mayoría civiles. Hamás aún mantiene a 133 rehenes israelíes y los utiliza como moneda de negociación, pero su derrota militar, política y moral hacen inviable su retorno al poder administrativo en Gaza. 

Hamás tiene un brazo político y uno armado, que se calculaba en 30,000 hombres antes del 7 de octubre. Gobernaba Gaza desde su triunfo en las únicas elecciones celebradas allí, en 2007. 

En términos estrictamente militares, Israel ha ganado esta operación. Ha destruido la infraestructura subterránea que Hamás utilizaba para movilizarse y traficar armamento; y asegura haber desarticulado completamente a la mayoría de los batallones de la organización islámica. De paso, el ejército israelí ha convertido a Gaza en un lugar inhabitable. Pero el análisis estrictamente militar es engañoso. En realidad, Israel ha perdido también esta guerra. 

Es una más de las múltiples paradojas surgidas de los escombros de Gaza. 

En los días siguientes a los ataques del 7 de octubre, el primer ministro israelí recibía en Jerusalén las visitas de jefes de Estado de Estados Unidos y Europa para expresarle en persona su solidaridad, demandar la liberación inmediata de los cientos de rehenes israelíes que Hamás retenía en Gaza y reiterar el derecho israelí a la legítima defensa. 

Dos días después del ataque de Hamás, el ministro israelí de Defensa ordenó sitiar toda la Franja de Gaza. “No habrá electricidad ni comida ni agua”, dijo Yoav Galant. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, declaró también que ni comida ni medicinas entrarían desde territorio israelí. “Es una nación entera la responsable”, dijo el presidente israelí, Isaac Herzog. 

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (centro), preside una reunión de gabinete en Kirya, en la sede del Ministerio de Defensa israelí, en Tel Aviv, el 17 de diciembre de 2023. Foto de El Faro: Menahem Kahana/ AFP.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (centro), preside una reunión de gabinete en Kirya, en la sede del Ministerio de Defensa israelí, en Tel Aviv, el 17 de diciembre de 2023. Foto de El Faro: Menahem Kahana/ AFP.

Tras estos 185 días de operación contra Gaza, Israel se encuentra más aislado que nunca y las acusaciones de antisemitismo contra todo crítico, que tan útiles fueron durante décadas, han dejado de surtir efecto. 

Israel ha perdido incluso la incondicionalidad de su principal aliado, proveedor de armas y protección política: Estados Unidos. La semana pasada, tras un preciso ataque israelí contra un convoy de la organización internacional proveedora de alimentos World Central Kitchen que mató a siete colaboradores (incluyendo un estadounidense, un australiano y un británico), el presidente Biden advirtió a Netanyahu que la política estadounidense hacia Israel dependerá de un cambio radical en sus acciones para proteger la vida de civiles.  

Un automóvil utilizado por el grupo de ayuda estadounidense World Central Kitchen fue alcanzado por un ataque israelí, en Deir al-Balah, en el centro de la Franja de Gaza, el 2 de abril de 2024, en medio de las batallas en curso entre Israel y el grupo militante palestino Hamas. Siete miembros de esa organización murieron en un
Un automóvil utilizado por el grupo de ayuda estadounidense World Central Kitchen fue alcanzado por un ataque israelí, en Deir al-Balah, en el centro de la Franja de Gaza, el 2 de abril de 2024, en medio de las batallas en curso entre Israel y el grupo militante palestino Hamas. Siete miembros de esa organización murieron en un 'ataque israelí dirigido', mientras descargaban ayuda alimentaria para los palestinos. Foto de El Faro: AFP.  

El 25 de marzo, el Consejo de Seguridad votó unánimemente (14 votos a favor y un sola abstención de Estados Unidos) un cese el fuego inmediato en Gaza y el ingreso irrestricto de ayuda humanitaria. Horas después, los reporteros de Al Jazeera en la franja reportaban que nada había cambiado en el terreno. Los bombardeos continuaron durante la noche del 25 al 26 de marzo y los servicios locales confirmaron la muerte de 81 personas en esos ataques, incluyendo a 12 refugiados bombardeados por Israel en una tienda de campaña en Rafah. Un día después, otras 76 personas habían muerto. 

Con el saldo de esas 48 horas, la cifra se elevaba a 32,490 muertos (intente contar de uno en uno hasta ese número, para dimensionar la pérdida humana). Se calcula que otras 15,000 personas están aún bajo los escombros. Más de 70,000 heridos saturan los pocos hospitales que permanecen en pie, en donde son atendidos sin luz, sin anestesia y sin camas para recibirlos. 

Un grupo de refugiados transporta agua en un campamento improvisado para palestinos desplazados en Rafah, cerca de la frontera con Egipto, al sur de la Franja de Gaza, el 24 de enero de 2024. Foto de El Faro: AFP.
Un grupo de refugiados transporta agua en un campamento improvisado para palestinos desplazados en Rafah, cerca de la frontera con Egipto, al sur de la Franja de Gaza, el 24 de enero de 2024. Foto de El Faro: AFP.

A finales de marzo, la relatora especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos Ocupados, Fabrizia Albanese, emitió un informe titulado Anatomía de un Genocidio. “Analizando los patrones de violencia y las políticas de Israel en su embestida contra Gaza, este reporte concluye que hay una base razonable para creer que se ha alcanzado el umbral que indica que Israel está cometiendo un genocidio”, dice el documento. “Más ampliamente, indican también que las acciones israelíes han sido guiadas por una lógica genocida integral a su proyecto de asentamiento colonial en Palestina, lo que señala una tragedia anunciada”.  

El canciller de la Unión Europea, Josep Borrell, uno de los más vocales críticos de Israel, dijo recientemente que Gaza ha pasado de ser la cárcel más grande del mundo al “cementerio más grande del mundo. También es el cementerio de los principios más elementales del derecho internacional”. 

Durante los días posteriores a la votación en el Consejo de Seguridad, el Ejército israelí impuso un cerco militar al hospital de Al Shifa, el principal de Gaza, en el que se refugiaban cientos de personas y en el que el personal médico hacía milagros para atender a una enorme cantidad de heridos en los bombardeos, operando amputaciones sin anestesia ni medicinas básicas. El Ejército israelí atacó el hospital durante dos semanas y lo abandonó después, completamente destruido, y tras la muerte de más de cien personas. 

Israel sostiene que combatientes de Hamás se esconden en los hospitales y que en la operación militar contra ese hospital lograron matar a varios, pero no hay verificaciones independientes que confirmen esto.

Un hombre camina entre los escombros de un edificio en el área devastada en los alrededores del hospital Al-Shifa, de Gaza, el 3 de abril de 2024. Foto de El Faro: AFP.
Un hombre camina entre los escombros de un edificio en el área devastada en los alrededores del hospital Al-Shifa, de Gaza, el 3 de abril de 2024. Foto de El Faro: AFP.

El doctor noruego Mads Gilbert, que ha brindado atención en ese hospital desde hace 16 años, reaccionó indignado a la operación militar. Desde Oslo, dijo a las cámaras de Al Jazeera: “¿Qué pasaría si un ejército extranjero atacara un hospital israelí, que dejara a pacientes israelíes sin comida, sin electricidad y sin medicina? Ya sabemos lo que pasaría. El mundo lo detendría inmediatamente. Lo que estamos viendo en Gaza no es una operación militar ni política. Es puro racismo. Es puro sadismo”.

 A las denuncias se ha unido la organización internacional Oxfam, que acusó a Israel de mantener deliberadamente en hambruna a la población palestina, con un consumo promedio de 245 calorías diarias, una cantidad menor que la que contiene una lata de frijoles. Hoy la población de Gaza consume menos del 15 % de las calorías mínimas requeridas para un ser humano. “El gobierno israelí sabe desde hace casi dos décadas exactamente cuántas calorías son necesarias para prevenir la desnutrición en Gaza, calculando esto de acuerdo con la edad y el género, según el documento Consumo de Alimentos en la Franja de Gaza-Línea Roja. No solo utilizó un cálculo mayor de 2,279 calorías por persona, sino que también tomó en cuenta la producción doméstica de alimentos, que ha sido virtualmente aniquilada por los militares israelíes”. 

Es decir, desde hace dos décadas Israel restringe el ingreso de ayuda alimenticia a la zona, para mantener a la población apenas con el consumo mínimo. 

La semana pasada, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó por abrumadora mayoría una resolución para determinar crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos por Israel, y prohibir a otros países la venta de armas a Israel. 

El mundo está horrorizado por la situación de los palestinos y una nueva generación crece viendo a Israel como un país agresor, colonialista y cruel. Porque estos seis meses también han puesto en la conversación del mundo la larga ocupación israelí sobre los palestinos, el despojo de sus tierras, el control sobre sus vidas. 

“Los ataques de Hamás no ocurrieron en un vacío”, dijo el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, a finales de octubre pasado. “El pueblo palestino ha estado sujeto a 56 años de una ocupación sofocante”. 

Un avión militar lanza paracaídas con ayuda humanitaria sobre el territorio palestino asediado el 27 de marzo de 2024, en la frontera sur de Israel y la Franja de Gaza. Foto de El Faro: Jack Guez/ AFP.
Un avión militar lanza paracaídas con ayuda humanitaria sobre el territorio palestino asediado el 27 de marzo de 2024, en la frontera sur de Israel y la Franja de Gaza. Foto de El Faro: Jack Guez/ AFP.
 

La vida bajo las bombas

El doctor Izzeldin Abuelaish mantiene su sonrisa hasta cuando llora. Son sus ojos los que delatan su estado de ánimo. Pero ahora están serenos, conciliadores, mientras se dirige a tres estudiantes y a mí, que le hemos abordado en el Teatro Nacional de La Haya, donde acaba de presentar el documental I Shall Not Hate (No Debo Odiar), basado en su tragedia personal y la del pueblo palestino. “Lo que estamos viviendo ahora en Gaza es nuestro Holocausto”, nos dice casi en voz baja. “Pero ni eso podemos decir, porque (los israelíes) también han monopolizado esa palabra. Holocausto”. 

Abuelaish, nominado cinco veces al premio Nobel de la Paz, ya había adquirido reputación de conciliador cuando sucedió lo que el documental llama eufemísticamente “la tragedia”. Insistía, sigue insistiendo, en que los niños vienen al mundo sin prejuicios y que los médicos atienden pacientes en una emergencia sin preguntar por su color de piel o su religión. Fue el primer médico palestino en trabajar en un hospital israelí, lo que le obligaba a cruzar todos los días los severos puestos de control israelí para ir de su casa en Gaza al hospital en Tel Aviv, y una vez más cada noche, de vuelta a casa. 

Durante una de las múltiples campañas israelíes contra Gaza, a principios de 2009, el doctor se convirtió en los ojos de la televisión israelí, contando cada día cómo se vivía bajo las bombas. 

El 16 de enero, desde un tanque apostado frente a su edificio dispararon tres obuses, directamente contra su apartamento, y mataron a tres de sus hijas y a una de sus sobrinas. Él también estaba allí y vio a sus hijas morir. El tanque seguía enfrente, y otros cinco de sus hijos seguían vivos (su esposa había muerto de leucemia el año anterior). Llamó a la estación de televisión y, al aire, por teléfono, el doctor Abuelaish gritaba su incontenible lamento frente a sus hijas asesinadas. “Yo atiendo pacientes israelíes. ¿Esto es lo que me hacen? ¿Esto es paz?”. Esa llamada logró que detuvieran el ataque a su casa y que sobrevivieran sus otros hijos. Eso fue en 2009. El doctor emigró con sus hijos sobrevivientes a Toronto y Gaza fue sometida a cuatro operaciones militares israelíes más en estos quince años.  

El médico palestino, Izzeldin Abuelaish, durante una conferencia de prensa en la Corte Suprema de Israel, en Jerusalén, el 15 de noviembre de 2021. Abuelaish es un médico palestino de Gaza que trabajó en el hospital Tel Hashomer, en Israel. En 2009, su casa en la Franja de Gaza fue alcanzada por un ataque aéreo israelí, matando a varios de sus familiares. Foto de El Faro: Ahmad Gharabli/ AFP. 
El médico palestino, Izzeldin Abuelaish, durante una conferencia de prensa en la Corte Suprema de Israel, en Jerusalén, el 15 de noviembre de 2021. Abuelaish es un médico palestino de Gaza que trabajó en el hospital Tel Hashomer, en Israel. En 2009, su casa en la Franja de Gaza fue alcanzada por un ataque aéreo israelí, matando a varios de sus familiares. Foto de El Faro: Ahmad Gharabli/ AFP. 

La emigración no frenó la tragedia familiar. En esta última ofensiva israelí contra Gaza, otros 22 familiares del doctor Izzeldin Abuelaish han sido asesinados. Veintidós en total. Y él los nombra, y los recuerda, de uno en uno. 

“Alguien tiene que detener inmediatamente este genocidio contra los palestinos”, dice. “Ahora es claro para todos que vivimos en un mundo sesgado, con dobles estándares. La prueba para la humanidad es la tragedia palestina”. Abuelaish está consciente de dónde dice estas cosas. Está en La Haya, la capital de la justicia internacional, sede de la Corte Internacional de Justicia y de la Corte Penal Internacional; sede de la prisión de Scheveningen donde han terminado presos perpetradores del genocidio contra Bosnia y otros acusados de crímenes contra la humanidad.  

“Ni la gente ni la historia perdonará lo que están haciendo –dice Abuelaish, con las manos abiertas– Un día serán juzgados. La Haya es una ciudad de paz y justicia pero necesitan tomar acciones ahora, no después. La gente en Gaza está muriendo, está con hambre. Aquel que tiene sus manos en agua helada ve las cosas distintas que el que las tiene en agua hirviendo, bajo fuego y sin agua”. 

La otra guerra

Hace un mes, en Amsterdam, me encontré con una protesta. Bajo el mar de banderas palestinas caminaban, gritaban, cantaban juntos niños, estudiantes, mujeres, hombres y más de algún anciano en silla de ruedas o con bastón. Unas 2,000 personas tal vez, reunidas en la plaza Waterlooplein, frente a la Sinagoga Portuguesa a la que apenas podían verle las cúpulas porque entre ambas estructuras, la arquitectónica y la humana, se interponía un muro policial compuesto por una barrera de camionetas y decenas de agentes. 

Adentro, en la sinagoga, el rey holandés Willem Alexander inauguraba el museo del Holocausto. El presidente israelí, Isaac Herzog, invitado especial del evento, tomó la palabra y dijo: “En este momento crucial de la historia, esta institución envía un mensaje poderoso: ¡Recuerden! Recuerden los horrores surgidos del odio, del antisemitismo y del racismo y nunca más permitan que vuelvan a florecer”. 

En Holanda, donde la ocupación nazi asesinó a tres cuartas partes de la población judía; en Amsterdam, la ciudad de Ana Frank; aquí, el presidente israelí conmemoraba el Holocausto y afuera una multitud le acusaba a él de perpetrar otro genocidio. No era, como ha señalado Herzog a todos los críticos de Israel, una protesta antisemita. No podía serlo, porque esta manifestación fue convocada por Erev Rav, una organización judía local que previo a la visita interpuso una demanda contra Herzog, solicitando su captura por genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. 

Seis semanas antes, el presidente israelí responsabilizó a todo el pueblo palestino de los ataques perpetrados por Hamas en octubre de 2023: “Es una nación entera la responsable. Esta retórica sobre civiles que no sabían, que no están involucrados, es absolutamente falsa. Pudieron haberse levantado, pudieron haber peleado contra ese régimen maligno (de Hamas)”. 

A finales del año pasado, Herzog se dejó fotografiar firmando una de las bombas que serían arrojadas sobre Gaza. Ahora era recibido como invitado de honor en Amsterdam. 

En la plaza, las consignas fueron subiendo el tono: “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”; “Nunca Más es Ahora”; “Israel, no puedes ocultarte, estás cometiendo un genocidio”; “Herzog asesino, a la cárcel por 100 años”; Las pancartas hablaban también por quienes las sostenían: “Descendiente de víctimas del Holocausto. Nunca más”. “Soy un judío contra el genocidio del pueblo palestino”.  “Herzog a La Haya (sede de la Corte Penal Internacional)”… Algunos manifestantes portaban el kipá (gorrito tradicional judío), pero eran gorros rojos, con puntos negros y un borde verde, como las sandías que se convirtieron en símbolo de Palestina tras la prohibición israelí de desplegar su bandera.

Personas con retratos del presidente israelí, Isaac Herzog, se manifiestan contra su presencia en la ceremonia de inauguración del Museo Nacional del Holocausto en Ámsterdam, el 10 de marzo de 2024. Foto de El Faro: Michael van Bergen/ ANP/AFP.
Personas con retratos del presidente israelí, Isaac Herzog, se manifiestan contra su presencia en la ceremonia de inauguración del Museo Nacional del Holocausto en Ámsterdam, el 10 de marzo de 2024. Foto de El Faro: Michael van Bergen/ ANP/AFP.

Pero no todo fue tan civilizado. Algunos manifestantes insultaron a quienes, al otro lado de la policía, asistían como invitados a la inauguración del museo del Holocausto. Un par de gritos de “fuera judíos”, contra ancianos y niños invitados a la ceremonia, bastaron para sacudir la conciencia nacional y encender las alarmas del antisemitismo.

Hanneke Gelderblom está particularmente indignada. Judía holandesa, sobrevivió la ocupación nazi separada de su familia, oculta a los seis años en casas de gente desconocida. Solo después de la guerra se reencontró con su mamá y supo que su padre había muerto en Auschwitz, intentando escapar. Es una de las pocas sobrevivientes del Holocausto en los Países Bajos. Extrañamente olvidaron invitarla a la ceremonia de inauguración del museo del Holocausto de Amsterdam, pero vio por televisión los gritos contra otros judíos. 

La señora Hanneke tiene 88 años, disimulados por una energía juvenil para caminar, para gesticular y para hablar. Fue senadora holandesa y participó en las negociaciones de Oslo entre israelíes y palestinos. Ahora es miembro de un grupo de mujeres de distintas religiones que dialogan sobre cómo contribuir a la paz. Se proclama, como el doctor Abuelaish, pacifista y cree en el diálogo como la única vía para la coexistencia de israelíes y palestinos. “Necesitamos más palestinos como él”, me dice. “Necesitamos más voces por la paz. Pero la paz no se alcanza con protestas y banderas y manos manchadas de rojo insultando a todo mundo”. 

Vive en Belgisch Park, un hermoso barrio de La Haya, cerca de Scheveningen, donde se encuentra la prisión para criminales de guerra internacionales (donde el expresidente serbio Slobodan Milosevic terminó sus días), y del Oranje Hotel, la prisión hoy convertida en museo en la que los nazis encerraban a judíos y a miembros de la resistencia de La Haya antes de fusilarlos o de transportarlos a otros centros de reclusión como Westerbork, al norte del país, desde donde eran transportados en trenes a los campos de concentración. 

La señora Hanneke vive aquí con Hans Geldenbom, su esposo, un arquitecto que ha llenado esta casa de la proverbial luz holandesa, que se cuela masivamente por los ventanales. “He caminado por la ruta de la paz toda mi vida”, dice. 

Su relación con Israel es peculiar. Ella se considera holandesa y dice que nunca ha querido vivir allá, que ha querido construir paz desde este, que es su país. Sin embargo, aclara, los judíos “siempre hemos sido una minoría, durante 2,000 años. Hay un solo lugar en el que las festividades judías son las festividades nacionales. Una pequeña parte del mundo en la que ya no somos una minoría tolerada. Por eso Israel es necesario y debe permanecer como un pequeño estado en Oriente Medio”. La paz es difícil, dice, pero es el único camino.  

Le pregunto por qué le molestó tanto la manifestación de Amsterdam. 

—Porque fue un insulto a la memoria de las víctimas del Holocausto.

—Pero protestaban por la presencia del presidente israelí Isaac Herzog…

—Creo que su presencia era justificada.

—Explíqueme.

—La ceremonia fue programada desde hace más de un año, no en estos momentos. Y él mismo dijo: “también soy el representante de los judíos holandeses que sobrevivieron al Holocausto y se mudaron a Israel”.

—¿También la representa a usted?

—Yo no vivo en Israel. Holanda es mi casa. 

—¿Qué le hubiera dicho usted a Herzog si se hubieran encontrado?

—Que la única forma de eliminar a Hamas es hacer la paz con los palestinos. Hamás quiere iniciar una guerra religiosa en Oriente Medio. Creen que Israel no tiene derecho a existir. 

—¿No le parece digno de protesta que el invitado de honor a una conmemoración de un genocidio sea una persona, como Herzog, acusado en esta misma ciudad de complicidad con un genocidio? Quiero entender por qué le molestó tanto la protesta. 

—Después del Holocausto, en mi país a los judíos nos prometieron que nunca más escucharíamos a nadie que nos gritara “Fuera judíos”. Yo lo volví a escuchar ese día. Afortunadamente no me invitaron por lo que solo lo vi en televisión. Manifestantes que decían “Fuera judíos”. ¡Nunca más es nunca más! 

—Pero hay una paradoja, ¿verdad? El hecho de que él venga a la apertura de un museo dedicado a decir que nunca más podemos permitir otro genocidio cuando él mismo está acusado de perpetrar otro genocidio.

—Pero Gaza no ocurrió de la nada. Ocurrió después de los ataques del 7 de octubre. Ya nadie habla de los rehenes. Seamos claros en algo: lo que está sucediendo es espantoso y debe detenerse ya. Netanyahu tiene que irse. Es el líder más problemático que ha tenido Israel y pone en peligro la existencia de Israel. Pensar eso es aterrador.  

Una mujer de la familia palestina Ashour sostiene el cuerpo de un bebé que murió en un bombardeo israelí el 14 de diciembre de 2023, en el hospital Najar, en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza. Foto de El Faro: Mahmud Hams/ AFP.
Una mujer de la familia palestina Ashour sostiene el cuerpo de un bebé que murió en un bombardeo israelí el 14 de diciembre de 2023, en el hospital Najar, en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza. Foto de El Faro: Mahmud Hams/ AFP.

El punto de quiebre

El aislamiento de Israel inició realmente el pasado 10 de enero, en la Corte Internacional de Justicia. Ese día iniciaron las audiencias del caso llamado oficialmente Sudáfrica vs. Israel. 

La CIJ es un tribunal de Naciones Unidas, creado en 1946 (Su primer presidente fue un salvadoreño: José Gustavo Guerrero), que tiene dos funciones: resolver disputas entre naciones y brindar opinión legal sobre conflictos internacionales. 

Tiene su sede en el Palacio de la Paz, de La Haya, y es el máximo tribunal internacional para dirimir diferencias entre naciones, no individuos (Para acusaciones individuales de crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad, existe otro tribunal, la Corte Penal Internacional). Visité el Palacio de la Paz por primera vez en diciembre de 2003, como periodista de La Prensa Gráfica, cuando la CIJ respondió negativamente a la apelación de El Salvador sobre el establecimiento de límites fronterizos con Honduras. 

En aquella visita me impactó ver que, lo que para El Salvador y Honduras era un asunto existencial, para la Corte era un procedimiento rutinario. Las delegaciones salvadoreña y hondureña expectantes, esperanzadas acaso de una resolución favorable, ansiosas ante un veredicto definitivo; pero a su alrededor todo se movía con una contrastante cotidianidad. En los pasillos desfilaban abogados, diplomáticos, guías y personal de protocolo absolutamente indiferentes al destino de la isla de Meanguera.

Así sucede en todos los tribunales del mundo: jueces, fiscales, abogados, secretarios ejercen su trabajo cotidianamente, pero a la persona juzgada el veredicto le transforma la vida. 

No fue así en enero pasado. 

Las puertas laterales del tribunal se abrieron a las diez de la mañana y los diecisiete jueces de la Corte tomaron sus asientos, vestidos con togas negras. Todos –los que estábamos adentro del Palacio de la Paz y los que protestaban afuera contra Israel– sabíamos que estaba por abrirse una audiencia histórica. 75 años después de su fundación sobre las cenizas del Holocausto, Israel asistía al máximo tribunal internacional acusado de genocidio contra el pueblo palestino. 

Quien acusó a Israel fue Sudáfrica, amparada en que todos los estados signatarios de la Convención contra el Genocidio están obligados a evitarlo. Y en Gaza, argumentó Sudáfrica, hay evidencias de que Israel ha violado la Convención Internacional contra el Genocidio: Asesinatos indiscriminados de palestinos; causar daño físico y mental severo a la población palestina; Expulsión masiva de sus hogares y desplazamiento forzado; y privación de acceso a comida y agua adecuados.

Sudáfrica acusó a Israel particularmente de violar cuatro  componentes del artículo II de la Convención contra el Genocidio, que define el crimen como el intento deliberado de aniquilar a un grupo nacional, religioso, étnico o nacional mediante el asesinato de miembros del grupo, daños físicos y mentales severos; infligir en el grupo condiciones de vida severas que lleven a su destrucción física; imponer medidas para prevenir nacimientos en el grupo y la trasferencia de menores de una población a otra. 

También le acusó de violaciones al artículo III, que se refiere además a incitaciones públicas para cometer genocidio, con base en declaraciones de múltiples funcionarios y oficiales del gobierno y ejército de Israel, incluyendo al primer ministro Netanyahu, al presidente, al ministro de Defensa y miembros de su gabinete, a oficiales militares y a embajadores, y citó estas declaraciones, que llaman a la destrucción total de Gaza y a la eliminación de los palestinos. La deshumanización y estigmatización del grupo víctima, en los discursos de las autoridades, ha sido frecuente en anteriores casos de genocidio ventilados también en esta corte (Bosnia, Myanmar, Ruanda…)

“Israel intenta un genocidio contra los palestinos en Gaza”, declaró ante los jueces de la CIJ el abogado sudafricano Tembeka Ngcukaitobi. “Y eso es claro por la manera en que el ataque militar israelí ha sido conducido”. Siete representantes sudafricanos desfilaron presentando pruebas de los intentos genocidas de Israel: 25 por ciento de toda la población gazatí había sido herida en cuatro meses de campaña militar; uno por ciento asesinado. El desplazamiento forzado de sus habitantes a lugares sin condiciones de vida mínimas. La destrucción de toda infraestructura. 

Sudáfrica también presentó como evidencia declaraciones de oficiales del gobierno israelí, repetidas por los soldados israelíes. Entre estas frases estaban las del presidente israelí, Isaac Herzog, responsabilizando a todos los palestinos de los ataques de Hamás. También las del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de octubre de 2023, cuando recordó a sus tropas la creencia judía de que Dios ordenó a Saúl matar a hombres, mujeres y niños amalequitas. “Recuerden Amalek”, les dijo Netanyahu. También del ministro de Defensa, Yoav Galant, quien dijo públicamente que “estamos combatiendo a animales humanos” al anunciar que cortarían todo suministro de agua y electricidad en la franja. La audiencia fue una contundente acumulación de acusaciones contra Israel.

Soldados israelíes reunidos en medio del polvo al sur de Israel, cerca de la frontera con la Franja de Gaza, el 4 de marzo de 2024, mientras continúan las batallas entre Israel y el grupo militante palestino Hamás. Foto de El Faro: Menahen Kahana/ AFP.
Soldados israelíes reunidos en medio del polvo al sur de Israel, cerca de la frontera con la Franja de Gaza, el 4 de marzo de 2024, mientras continúan las batallas entre Israel y el grupo militante palestino Hamás. Foto de El Faro: Menahen Kahana/ AFP.

No solo se trataba del hecho de que Israel fuera acusado de violar la Convención contra el Genocidio, creada en 1948 para evitar que los intentos nazis de erradicación del pueblo judío se repitan jamás. No solo de que la acusación viniera de Sudáfrica, el estado símbolo de la victoria contra el racismo y el apartheid. Con esta audiencia se ha sometido también a examen la relevancia misma del sistema internacional de justicia.  

Para entonces, se cumplían 100 días de ininterrumpidos bombardeos, en los que el ejército israelí había matado ya a más de 25,000 palestinos. Hace casi tres meses. 

“Israel ha impuesto condiciones en Gaza que no pueden sostener más la vida. Ya no hay lugar al que huir”, dijo el ministro de justicia sudafricano, Ronald Lamola, ante el pleno de la Corte.

“Israel ha lanzado 6,000 bombas por semana. Al menos 200 veces ha lanzado bombas de 2000 libras en áreas designadas como seguras. Esto incluye también bombardeos en campos de refugiados. Israel ha asesinado a miles de palestinos con absoluto conocimiento de a cuánta gente matarían esas bombas. Es un daño infligido deliberadamente, incluyendo a recién nacidos. Gaza es hoy un cementerio de niños”, dijo la doctora Adila Hassim, una de los ocho miembros del equipo sudafricano que presentaron el caso ante el pleno de la Corte.  

Es difícil abstraerse del peso histórico y las implicaciones políticas de esta denuncia que invoca violaciones a la Convención Internacional contra el Genocidio. La Convención fue creada el mismo año que el Estado de Israel, 1948, como respuesta a la determinación del mundo entero de que nunca más podía registrarse un genocidio ni permitirse a un estado perpetrar sistemáticamente acciones para desaparecer a un pueblo, como hicieron los alemanes contra el pueblo judío. (Israel fue de los primeros estados en firmar y ratificar la convención). 

Y acaso nunca, desde su nacimiento, había enfrentado Israel tantas acusaciones en tantos flancos distintos. Chile y México han solicitado oficialmente a la Corte Penal Internacional iniciar investigaciones sobre crímenes contra la humanidad en Israel y los territorios ocupados;  Indonesia ha presentado una denuncia contra Israel por su ocupación “colonialista” de los territorios palestinos; y la fiscalía suiza anunció que ha iniciado averiguaciones sobre denuncias criminales contra el presidente israelí, Isaac Herzog.   

Pero ninguna tendrá las consecuencias para el orden global que puede provocar la sentencia de la Corte Internacional de Justicia en este caso. Sudáfrica pidió a la Corte que, mientras determinaba si Israel había cometido genocidio, emitiera medidas provisionales para evitar que se mantuviera la posibilidad de que lo siguiera haciendo. 

El 26 de enero, la Corte resolvió la solicitud sudafricana y dijo que había encontrado “plausible” que Israel hubiese incurrido en violaciones a la Convención contra el Genocidio. Ordenaron a Israel, entre otras cosas, permitir de inmediato el paso de ayuda humanitaria a Gaza y castigar a todo funcionario que emitiera declaraciones genocidas contra el pueblo palestino. Israel acusó a Sudáfrica de antisemitismo. La otra resolución, que debe determinar si Israel ha cometido genocidio, podría tomar años. 

“El genocidio no se caracteriza por la gravedad de los actos cometidos ni por la cantidad de muertos”, dice Reed Brody, un abogado experto en derechos humanos y crímenes contra la humanidad, “sino por la intención”. Y la intención es lo más difícil de probar. 

“Pero este caso es histórico, porque inserta finalmente el derecho. Llevamos meses asistiendo impotentes a la destrucción de Gaza. Pero Israel ya no tiene un cheque en blanco. Ahora todo mundo está atento a la legalidad de sus actos y estos tendrán repercusiones en los foros internacionales. 

En marzo, la misma CIJ abrió audiencias sobre un nuevo caso contra Israel: para determinar si ha practicado o está practicando políticas colonialistas y apartheid en los Territorios Palestinos Ocupados. 

Lo que está en juego en la CIJ es es la relevancia misma de los tribunales internacionales. Si Israel, protegido por Estados Unidos en los foros internacionales, decide desconocer las resoluciones de la Corte internacional de Justicia, como ha hecho hasta ahora, la existencia de este tribunal pierde sentido. Una Corte solo tiene autoridad si sus resoluciones son acatadas. Pero si la Corte determina que Israel está cometiendo un genocidio, Estados Unidos será legalmente no un protector de Israel, sino un cómplice de genocidio, una palara demasiado grande. 

Los argumentos de Israel y las declaraciones de Sudáfrica evidenciaron acaso la mayor ausencia en la discusión. Y lo hicieron a partir de aquello en lo que están de acuerdo, ellos y casi todo el resto del planeta: los actos de Hamás del 7 de octubre son atroces, inaceptables y condenables. Y todos los estados tienen derecho a la legítima defensa.

¿Pero: cómo pueden los palestinos ejercer el legítimo derecho a su propia defensa después de décadas de despojos, de expulsiones, de apartheid, de bombardeos, de ataques en su contra? ¿Cómo si no pueden tener un ejército, si están bajo la ocupación de otro estado, si no controlan siquiera la distribución de agua, electricidad y alimentos, si ni siquiera son reconocidos como estado? La comunidad internacional no les ha dado una respuesta. 

 “Yo estaría conforme con la muerte de mis hijas si fuera ese el sacrificio por el fin de esta ocupación”, dice el doctor Abuelaish. “Pero no lo es. Esto no inició el 7 de octubre del año pasado. A mis hijas las mataron en 2009. Nos siguen matando”.

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