Es recurso común, en comedia y tragicomedia, explotar hasta la exageración los vicios de carácter de un personaje, es decir sus defectos, asociados a los llamados siete pecados capitales, que le llevan a tropezarse constantemente y conspiran contra sus propias metas.
Vicio de carácter es, por ejemplo, la vanidad o narcisismo, que consiste en creerse superior a los demás. Cuando la vanidad se convierte en trastorno, el trastornado tiende a sobrestimar sus capacidades y termina autosaboteándose, como el ensimismado cazador Narciso del mito griego que se ahoga intentando besar su propio reflejo en el agua.
Fuera de los escenarios, el diagnóstico y tratamiento profesional de estos trastornos ya no es terreno del arte, sino de la sicología.
La semana pasada, Redacción Regional nos informó que los hermanos Bukele compraron un edificio en el centro histórico inmediatamente después de que la Asamblea, a iniciativa del Ejecutivo, aprobara una ley de exención de impuestos durante diez años para quienes inviertan en el centro histórico de la capital. Pocos días antes, ese mismo medio publicó que, desde que Nayib Bukele llegó a la presidencia, su familia ha multiplicado sus propiedades por diez.
En justa manifestación de su estatura política, Nayib Bukele respondió a las publicaciones con insultos. Llamó imbéciles a los periodistas por atreverse a cuestionar la probidad suya y de los suyos.
Tuiteó el presidente de facto:
…No somos perfectos, y estoy seguro de que habrá mucho que criticar y cuestionar. Pero, ¿corrupción? No sean imbéciles.
Después de mi familia, mi única misión en esta vida es mi legado. Lo único que me desvela es cómo me juzgarán las futuras generaciones (y si acaso existiré para ellas).
Pensar que destruiría ambas cosas (mi familia y mi legado) por dinero (que ni siquiera podría gastar tranquilamente) es no entender la mente de contra quien luchan.
Pero bueno, tal vez es una suerte tener adversarios (como ellos mismos se autodenominan) con mentes tan pequeñas.
No entienden en qué liga estamos jugando.
Alguna idea tenemos. Su familia, claro está, no se destruye por dinero; sino todo lo contrario: se enriquece desde que él llego a la presidencia. Y si no fuera por el periodismo, gastaría el dinero aún más tranquilamente que como lo hace ahora en fincas de café, criptomonedas y viajes privados.
Fue el periodismo el que hizo públicos los audios del exasesor de seguridad, Alejandro Muyshondt, que evidencian la protección de Bukele a corruptos y sospechosos de narcotráfico. Fue el periodismo el que reveló los pactos de Bukele con líderes pandilleros; su desaparición de miles de millones de dólares de fondos públicos; su destrucción de la democracia y la consecuente sustitución por una dictadura tropical y familiar. El periodismo salvadoreño es uno de los pocos obstáculos al proyecto totalitario y continúa desenmascarando la naturaleza criminal de su ejercicio político.
No parecen tan imbéciles los periodistas salvadoreños.
Insultarlos por estas publicaciones y apelar a la emoción de la gente a través de la narrativa melodramática del prócer (sus desvelos y sacrificios por el pueblo, su legado etc…), en lugar de responder a las montañas de evidencias de corrupción en su gobierno, confirman que, más que a los periodistas, a quienes Bukele considera imbéciles es a todos los salvadoreños.
Pero es sabido entre las gentes: Lo extraordinario sería un político que admita la corrupción. Lo común es que rechacen los señalamientos y culpen de cualquier cosa a quienes los lanzan.
Los salvadoreños le han visto decir una y otra vez que el dinero alcanzaba cuando nadie se lo robaba, que él no robaría un centavo y que metería a la cárcel a cualquier funcionario que se robara “ni tan siquiera un centavo partido por la mitad”. Pero lleva años pronunciando estas frases mientras sus funcionarios son sorprendidos, uno tras otro, en actos de corrupción: el ministro de salud, el de agricultura, la jefa de gabinete, el secretario privado, el jefe de la bancada de Nuevas Ideas, el director de Centros Penales, la ministra de Vivienda, el director de Tejido Social, el presidente de la Asamblea Legislativa… Todos, con excepción de Pablo Anliker, continúan en su gabinete o en la Asamblea. Ninguno de ellos está en la cárcel o es siquiera investigado por sus delitos. Y todos los salvadoreños, todos, están al tanto de la corrupción hecha sistema que va desde los ministerios hasta los policías que custodian las prisiones en régimen de Excepción.
Para cubrirse, Bukele y los suyos aprobaron decretos como la Ley Alabí para prohibir investigaciones sobre compras del Estado, decretaron bajo reserva cuantos proyectos han podido, expulsaron a la CICIES por investigar tímidamente su corrupción, destituyeron al fiscal y cerraron la unidad que investigaba corrupción en su gobierno, impidieron a la Corte de Cuentas acceso a documentos de ministerios y cerraron todo acceso a la información pública. La danza de los millones va de préstamo en préstamo sin que los salvadoreños tengamos ya ningún mecanismo efectivo que vigile y supervise el uso de esos dineros. Bukele mantiene al país en emergencia o régimen de Excepción para otorgar contratos estatales a dedo.
Creer que, para sacudirse los señalamientos, basta con repetir que él no roba y que todos los reportajes documentados de corrupción son un invento, es un acto de soberbia y autosabotaje. Porque no hay pueblo tan imbécil. Y porque el dinero, que según Bukele alcanza cuando nadie se lo roba, no alcanza.
En los tropezones de la vanidad, en la propensión a utilizar el poder para beneficio personal y en el calibre de sus respuestas, Bukele recuerda a Mauricio Funes. El expresidente prófugo también se ofendió en sus días de poder ante publicaciones que consignaban el aumento de su riqueza y también insultó y reviró acusaciones contra periodistas que investigaban su corrupción. Lo demás es historia.
El vicio de carácter, que le hace subestimar a los demás, no es un buen augurio para Bukele y los suyos. La comedia, la historia y la sicología pronostican todas que ese legado que le desvela por las noches y que traiciona de día terminará igual que han terminado los de todos los miembros del club de los corruptos vanidosos.
Ya conocemos el legado de Funes. Ya sabemos qué lugar le tiene reservado la historia a Daniel Ortega. También el general Augusto Pinochet veía un porvenir lleno de monumentos en su honor. Terminó, en cambio, eternizado entre ladrones.