Columnas / Política

La gentrificación de San Salvador, una estrategia de control y exclusión social

El proceso de gentrificación en San Salvador es mucho más que un simple cambio en la fisonomía urbana. Es una estrategia de control y exclusión social que refuerza las estructuras de poder y perpetúa la desigualdad. Se busca eliminar cualquier forma de resistencia y garantizar la sumisión de la ciudadanía.

Martes, 17 de diciembre de 2024
Marlen Argueta

La gentrificación en San Salvador no es solo un fenómeno de renovación urbana, sino un proceso de exclusión sistemática de las clases populares del centro histórico. La narrativa oficial sobre el desarrollo de la ciudad promueve la idea de una modernización que pretende borrar lo viejo, lo 'desordenado' y lo 'pobre' para dar paso a un modelo en el que predominan los intereses de los grandes empresarios. Las obras en el centro histórico, en particular, buscan transformar el espacio urbano en una zona exclusiva para un sector que se beneficia de la valorización del suelo y de la transformación de la ciudad en un espacio comercial de lujo, mientras que los residentes de siempre se ven desplazados.

En los últimos años, San Salvador ha sido escenario de una transformación urbanística impulsada por una visión gubernamental orientada a convertir a la ciudad en un destino turístico moderno del siglo XXI. A la cabeza de esta iniciativa, un solo líder político ha impulsado grandes proyectos de infraestructura y renovación urbana, con una fuerte apuesta por la gentrificación como estrategia central. Este proceso ha tenido efectos devastadores sobre el patrimonio cultural, la memoria colectiva y la cohesión social de la ciudad.

La destrucción del patrimonio cultural, la desaparición de antiguos edificios que formaban parte del alma de la ciudad y la pérdida de espacios tradicionales de convivencia son consecuencias directas de esta visión urbana. La falta de protección de los sitios históricos no solo degrada el patrimonio material, sino que también despoja a los habitantes de su sentido de pertenencia. La ciudad, que durante décadas fue testigo de la lucha y la historia de su pueblo, comienza a vaciarse de identidad, mientras se construye una versión de San Salvador más alineada con los intereses de los grandes inversionistas y el capital.

La idea de que los centros comerciales, y no los bares o espacios tradicionales de la clase trabajadora, sean los lugares de encuentro de la población, refleja una visión profundamente elitista de la modernidad, donde opera la mercantilización de todas las cosas y de la vida misma. Este modelo de ciudad tiene como objetivo crear espacios donde se consuma, donde se participe bajo una lógica de mercado y donde las interacciones sociales queden subordinadas a la lógica del consumo.

Este modelo de ciudad no solo afecta a los más vulnerables, sino que también despoja a la comunidad de los elementos que constituyen su identidad. En lugar de una ciudad inclusiva y diversa, San Salvador se va convirtiendo en un espacio segregado, donde el acceso a los servicios y a los beneficios urbanos está reservado solo para aquellos con los recursos suficientes. La ciudad, en su transformación hacia una 'moderna' y 'globalizada', pierde su alma y se convierte en un escenario de privilegios para unos pocos.

El presidente Nayib Bukele ha sido claro en su visión sobre lo que significa la modernidad para San Salvador. En varios discursos, ha afirmado que la modernidad debe implicar el cambio hacia una ciudad más 'limpia', 'ordenada' y 'atractiva' para los inversionistas. 

En este modelo de modernidad, no hay lugar para los espacios de recreación y esparcimiento de la clase trabajadora, ni para los pequeños comerciantes que no pueden adaptarse a las nuevas normativas urbanísticas, mucho menos los artistas que practican el estatuismo en el lugar. La 'modernización' que promueve Bukele no parece contemplar la diversidad social ni la inclusión de todos los sectores en el proceso de construcción de la ciudad.

Otro de los aspectos preocupantes de este proceso de renovación es la manipulación de la historia. La construcción de una ciudad 'moderna' y 'ordenada' ha venido acompañada de una narrativa oficial que omite, distorsiona y a veces directamente borra aspectos importantes del pasado de la capital. Las huellas de la guerra civil, las luchas sociales y los movimientos populares que marcaron la historia reciente del país se ven desplazadas en favor de una versión selectiva y aséptica, que favorece a aquellos que controlan los proyectos urbanos.

Esta manipulación de la historia no solo afecta a la memoria colectiva, sino que también se convierte en un instrumento de control social. Al borrar las huellas del pasado y crear una ciudad diseñada para la élite, el actual régimen refuerza su dominio sobre los habitantes, moldeando la percepción pública para que se adhiera a una versión oficial de la realidad. De esta manera, el control sobre la ciudad no solo es físico, sino también simbólico, pues se controla la forma en que la ciudadanía interpreta su historia y su lugar dentro de ella.

La transformación de San Salvador, lejos de ser una mera cuestión estética, tiene implicaciones profundas en la vida cotidiana de sus habitantes. Las políticas urbanísticas han promovido la construcción de cuerpos dóciles dentro de la sociedad, utilizando la ciudad misma como un mecanismo de control social. En lugar de ofrecer espacios para la convivencia y el ejercicio de la ciudadanía, se han implementado estrategias que buscan promover la obediencia y la sumisión. La imposición de nuevas normativas, leyes y regulaciones ha restringido la libertad individual y colectiva, favoreciendo la creación de un espacio homogéneo, ordenado y controlado.

A través de políticas como el régimen de excepción, el encarcelamiento masivo y la creciente militarización, se ha logrado imponer un clima de temor y vigilancia constante. La presencia de fuerzas de seguridad en las calles de San Salvador no solo limita la libertad de acción de los ciudadanos, sino que también afecta su capacidad de participar activamente en la vida comunitaria y política. Este control sobre el espacio público y sobre las dinámicas sociales contribuye a la consolidación de un entorno urbano para el consumo en el que la resistencia, la organización y la participación popular se ven cada vez más restringidas. 

El resultado de esta visión de modernidad y control es claro: la clase trabajadora está siendo desplazada de sus propios espacios en la ciudad. El cierre de los bares y otros establecimientos en el Centro Histórico evidencia un proceso de gentrificación, donde los sectores más vulnerables pierden sus lugares de esparcimiento y la posibilidad de tener un espacio de convivencia. Los nuevos espacios de encuentro, que se imponen son los centros comerciales, diseñados para una élite que invierte y una masa que puede permitirse consumir, mientras que los sectores populares se ven forzados a desaparecer de la vida pública, reducidos a consumidores marginales en un mercado controlado.

El proceso de gentrificación en San Salvador es mucho más que un simple cambio en la fisonomía urbana. Es una estrategia de control y exclusión social que refuerza las estructuras de poder y perpetúa la desigualdad. Se busca eliminar cualquier forma de resistencia y garantizar la sumisión de la ciudadanía.

En última instancia, lo que está en juego no es solo el futuro físico de la ciudad, sino su identidad y su capacidad para ser un espacio democrático, plural y justo. Sin la participación activa de la comunidad y sin una valoración real de su historia, San Salvador se arriesga a perder no solo su patrimonio, sino su capacidad para ser una ciudad inclusiva que represente a todos sus habitantes.

 

 

*Marlen Argueta es periodista, gestora cultural y docente. Cuenta con un posgrado en Políticas Culturales de base comunitaria y es egresada de la Maestría en Estudios de Cultura Centroamericanos.



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