Un beneficio de vivir en democracia es que quienes son electos pierden las elecciones. Como sostiene Adam Przeworski, el hecho de que los gobernantes acepten los resultados, se vayan a su casa de manera pacífica y las élites roten en el poder son signos de buena salud de las democracias. Esto suele ocurrir cuando las elecciones cumplen con una serie de condiciones básicas: son libres, justas y competitivas; cuentan con instituciones sólidas, hay árbitros autónomos y la ciudadanía participa de manera activa en esos procesos. Esta condición electoral es lo que hace posible que la democracia sobreviva a crisis y situaciones traumáticas, da cuenta de su capacidad de resiliencia y permite incluso sobreponerse a liderazgos que con sus actitudes y/o discursos corroen las bases pluralistas del sistema político.
La experiencia política de América Latina en las últimas cuatro décadas se ha centrado en la realización de elecciones. Este hecho se ha convertido en un acto rutinario en la región. Según datos sistematizados por el Observatorio de Reformas Políticas en América Latina (IIJUNAM y OEA), se han realizado 161 elecciones para definir el Poder Ejecutivo en 17 países desde 1978 hasta 2024. De esos procesos, sólo 7 no se realizaron en el periodo constitucional establecido debido a que hubo quiebres a través de golpes, crisis políticas y/o renuncias anticipadas del poder (Argentina 2003; Bolivia 2005 y 2020; Ecuador 1998, 2023; Perú 2001 y Venezuela 2000).
La región está viviendo un período sin precedentes en su historia electoral. Ecuador y República Dominicana encabezan la lista con 13 elecciones cada uno, en un contexto donde la mayoría de países contempla la segunda vuelta presidencial en su legislación. Esta característica institucional ha sido decisiva: casi el 60% de las elecciones realizadas en los países que cuentan con esta regla se han definido en el balotaje. Ecuador lidera esta práctica con 11 segundas vueltas, seguido por Guatemala con 8, mientras que Brasil y Perú han necesitado ese mecanismo en 7 ocasiones cada uno.
En estos escenarios, varios de los que controlaban el poder perdieron las elecciones, lo que ha posibilitado la rotación, la alternancia en el poder y también cambios en el status quo. De los 161 procesos electorales, en 86 ocasiones los gobernantes en ejercicio (también llamados incumbents) perdieron cuando quisieron reelegirse, ya sea ellos mismos como candidatos u otras candidaturas con sus partidos. Esta no es una cuestión menor. El hecho de que el que controla el aparato estatal pierda el poder es fundamental para poder garantizar la convivencia pacífica. Además, en contextos tan polarizados, con alteración de las reglas de juego y desconfianza hacia los partidos y la clase política, esto significa que la ciudadanía está usando las elecciones no sólo para seleccionar gobernantes sino también como un mecanismo de control político.
¿En qué países tienen más probabilidades de ganar los que están en el poder frente a los desafiantes? De acuerdo con la base de datos, los incumbents suelen ganar en República Dominicana (7/13) y Venezuela (7/11), seguidos de Colombia (5/8) y Paraguay (5/7). En cambio, las candidaturas desafiantes lo consiguieron de manera mayoritaria en Ecuador (9/13), Costa Rica (7/12), Guatemala (7/8) y Perú (7/10). El análisis del último ciclo electoral también da pistas para entender mejor este tema. No existe una única tendencia: depende de cada contexto. De las diez elecciones que se hicieron entre 2023 y 2024, cinco procesos fueron para los que estaban en el poder y cinco para desafiantes. Es más, hubo casos donde los incumbentes ganaron con apoyos significativos en El Salvador (84.65%), México (59.65%), República Dominicana (57.44%), Paraguay (42,7%) y Venezuela (51.95%). Mientras que los liderazgos desafiantes lo hicieron en Argentina, Ecuador, Guatemala, Panamá y Uruguay.
Los datos muestran que la región tiene condiciones para vivir en democracia. La alternancia en el poder no es solo un ideal democrático, sino una realidad concreta en América Latina. De ahí que queremos alertar a los agoreros de la democracia: está tiene aún muchas oportunidades de sobrevivir en la región. Si bien existen variaciones significativas entre países, el hecho de que se hagan elecciones competitivas, que estas se pierdan y que los perdedores acepten su derrota representa uno de los mayores logros del proceso de democratización de la región. Este fenómeno, lejos de ser una señal de inestabilidad, constituye la prueba más contundente de que las instituciones democráticas, a pesar de sus imperfecciones -y de quienes quieren acabar con ella- continúan cumpliendo su función esencial: permitir que la ciudadanía decida libremente quién debe gobernar. El desafío será fortalecer las reglas, los procedimientos y las instituciones para garantizar que esta dinámica se mantenga en el tiempo como una condición necesaria y mínima de los procesos de democratización.
*Flavia Freidenberg es Directora Académica del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina e Investigadora Titular del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
*Carlos Guadarrama Cruz es Investigador del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina y Profesor de Asignatura en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la Universidad Nacional Autónoma de México.