Columnas / Política

El retorno de Donald Trump

Trump inicia su segundo periodo con mucha más fuerza que el primero. Ya tiene experiencia, lo que le permite entender mejor qué medidas tomar para impulsar su proyecto expansionista, nacionalista y antiinmigrante; ya ha vencido al establishment político estadounidense, que tanto y tan torpemente intentó evitar su retorno. El partido Republicano, rendido a sus pies, controla ambas Cámaras del Congreso.
Andrew Harnik
Andrew Harnik

Lunes, 20 de enero de 2025
El Faro

La inauguración de la segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos confirma una extraordinaria hazaña política que apenas hace cuatro años parecía imposible. La capacidad del controversial millonario para conectar con las frustraciones políticas y económicas  -y también el nacionalismo y xenofobia- de una gran parte de la población de su país ha bastado para llevarle por segunda vez a la oficina más poderosa del planeta.

Pudieron más los discursos de revanchismo e incitación al odio, las humillaciones a sus rivales y las promesas de mejorar las vidas de los “americanos” a costa del resto del mundo que las condenas y juicios en su contra por agresiones sexuales, chantaje o por su llamado a tomarse el Congreso para evitar la certificación de los resultados de la elección de 2020. 

Es el proyecto político más personalista que Estados Unidos ha visto probablemente en su historia. Trump no oculta sus deseos de debilitar a las instituciones y colocarse por encima de ellas. Su fuerza reside en atacar el sistema. Un político adicto a lo políticamente incorrecto al extremo de hacer ver a George W. Bush, el de la invasión a Irak, como un moderado estadista. El de Trump es un proyecto hiperactivo, incendiario y peligroso. 

Para que nadie se olvide de quién vuelve, ya amenazó con retomar el control del Canal de Panamá, apoderarse de Groenlandia y cambiar el nombre del Golfo de México. Nadie sabe hasta qué punto habla en serio o produce un espectáculo político, pero lo cierto es que ha puesto al mundo entero en función de su retorno al poder y ya antes de su juramentación puede presumir de haber logrado que Israel y Hamás aceptaran un cese el fuego.  

Trump inicia su segundo periodo con mucha más fuerza que el primero. Ya tiene experiencia, lo que le permite entender mejor qué medidas tomar para impulsar su proyecto expansionista, nacionalista y antiinmigrante; ya ha vencido al establishment político estadounidense, que tanto y tan torpemente intentó evitar su retorno. El partido Republicano, rendido a sus pies, controla ambas Cámaras del Congreso. Su sociedad con Elon Musk y el resto de multimillonarios de la industria tecnológica le garantizan el altavoz perfecto para su polarizante narrativa de desprecio a sus críticos y opositores y de odio a los inmigrantes, mientras él y sus nuevos socios concentran un poder político, económico y social inusitado en la historia de la humanidad. 

El presidente saliente, Joe Biden, lanzó una sombría advertencia en su discurso de despedida de la Casa Blanca: “Hoy, en Estados Unidos, toma forma una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que literalmente amenaza a toda nuestra democracia, nuestros derechos y libertades fundamentales…”. 

Esta oligarquía, que presume su prepotencia y su deseo de controlarlo todo, se prepara para instalar en estos cuatro años un nuevo orden mundial bajo su control, que garantice el avance de su agenda y de sus negocios por las siguientes décadas.

Ni Trump ni Musk ni el resto de multimillonarios están dispuestos a ser frenados por los contrapesos normales de una democracia; ni por acuerdos internacionales ni estado de derecho.

Con este perfil, no es extraño que Trump haya invitado a solo dos presidentes latinoamericanos, Nayib Bukele y Javier Milei, a su toma de posesión. Con ambos comparte el desprecio a la democracia y a sus instituciones, el deseo de imponer una agenda libertaria y de colocarse por encima de la ley. No es casual que ambos hayan sido invitados especiales en la más reciente conferencia del grupo ultraconservador CPAC que tanto trabajó por la reelección de Trump.

Si la primera presidencia de Trump sirve de base para prever su agenda para Centroamérica, su política exterior se limitará a frenar inmigrantes y combate al crimen organizado. Eliminadas quedan las exigencias en materia de democracia, derechos humanos o lucha contra la corrupción. Bukele celebra. El oportunista salvadoreño, que antes militaba en la extrema izquierda –y recibía fondos de Albapetróleos– y hoy es portavoz de la agenda ultraderechista, está entre los favoritos de los nuevos regidores, junto a figuras como el español Abascal, el brasileño Bolsonaro o el argentino Milei. 

Bukele no solo será el interlocutor de Estados Unidos para Centroamérica. Ha adquirido poderosísimos aliados que le permitirán intensificar su construcción de una dictadura tropical en El Salvador. El nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, le ha declarado su admiración y ha sido su defensor en el Senado estadounidense. La cleptocracia de Bukele se legitima en el mundo de Trump.

Pero el nuevo dictador centroamericano tendrá que navegar en dos paradojas: El discurso político de Trump está montado sobre el desprecio a los inmigrantes y las promesas de deportaciones masivas. Millones de esos migrantes, llamados por Trump criminales, violadores, asesinos y enemigos del gran proyecto americano, son salvadoreños. La segunda es un exsocio de Bukele, conocido como Crook

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