En su reciente discurso de toma de posesión, Donald Trump tomó páginas del gran relato fundacional de Estados Unidos: invocó la doctrina del Destino Manifiesto que, según él, llevará a Estados Unidos próximamente a plantar su bandera en Marte; elogió las políticas imperialistas de los expresidentes William McKinley y Theodore Roosevelt en el hemisferio Occidental; e insistió, una vez más, en que Estados Unidos debe retomar el control del canal de Panamá para rectificar el agravio nacional de haberlo cedido al control panameño por tratado bilateral en 1999, una década después de la última invasión militar estadounidense.
Si bien Trump presenta a estos personajes como los pioneros, tanto hoy como ayer, de una “América” heróica en la cúspide del progreso mundial, en su propia época voces importantes en El Salvador tenían mucho que decir sobre ellos y sus agendas en nuestra esquina del mundo: en tiempo real, lo mismo que admira Trump de manera retrospectiva era —y sigue siendo— motivo de ansiedad, resentimiento y hostilidad.
La doctrina del Destino Manifiesto decía que Estados Unidos tenía la misión de expandir su dominio y difundir la democracia y el capitalismo por todo el continente. A mediados del siglo XIX, cuando se puso de moda dicha doctrina, y en su nombre Estados Unidos le arrebató California a México y William Walker invadió Nicaragua, la publicación oficial de El Salvador reaccionó con indignación. La Gaceta señaló que el país del norte estaba empeñado en “la criminal empresa de usurpar territorios” en contraste con “la raza Hispano-Americana” que “a nadie invade, a nadie perturba en la posesión de lo que es suyo”.
Más adelante la población salvadoreña se alarmó mucho cuando McKinley aprovechó el movimiento independentista cubano para empezar una guerra con España en 1898, lo que le permitió convertir a Cuba en un protectorado y apoderarse de Puerto Rico. Durante la parte naval de esa guerra quedó claro que era estratégicamente conveniente construir un paso entre los océanos para mover con facilidad la marina desde California hasta el mar Caribe y los puertos del Atlántico. La estrategia militar dictaba que el siguiente gran proyecto tenía que ser un canal que además ofrecía enormes ventajas comerciales. Es así como Roosevelt se embarcó en el proyecto del Canal de Panamá con tanto entusiasmo que no le importó desmembrar el departamento de Panamá de Colombia en 1903. A partir de entonces los estrategas del Departamento de Defensa decidieron que para proteger el Canal era necesario controlar toda la zona del Caribe.
La reacción salvadoreña fue instantánea. Vicente Acosta publicó el poema alusivo “Las águilas del norte” en la revista La Quincena, un par de semanas después de la desmembración de Panamá. Decía:
Aprestan ya las águilas bizarras
del clarín a las roncas vibraciones
para la enorme caza de naciones
el corvo pico y las potentes garras
En pocas palabras, con la vivacidad de un buen vídeo de TikTok, el poeta cuzcatleco advertía sobre la agresividad del “águila” y sobre lo que eso significaba para el futuro: “la enorme caza de naciones”.
Otra publicación en La Quincena, esta vez por un colombiano radicado en El Salvador, Francisco Gamboa, fustigaba a quienes habían propiciado desde su patria la acción estadounidense. Su poema “A propósito de Panamá”, condenaba a “los corrompidos traficantes / cuya sola moral es el dinero”, aclarando además que para ellos “venderse o alquilarse es lo primero”.
En 1914, Salvador Merlos, el importante —e injustamente olvidado— intelectual antiimperialista salvadoreño, tenía algo que decir sobre los presidentes que tanto admira Trump. Merlos escribió que “jamás la silla presidencial de los Estados Unidos ha sido tan mal vista como cuando la ocuparon McKinley, Roosevelt y Taft”. El escritor reservaba la mayor parte de su oprobio para Theodore Roosevelt, quien “mutiló a la heroica Colombia, usurpándole el rico departamento de Panamá”.
Desde nuestro país se vio con claridad que el Destino Manifiesto y las acciones de McKinley y Roosevelt tendrían ramificaciones negativas para la población, abrían la puerta al intervencionismo (“la enorme caza de naciones”) y a la rapacidad de los oligarcas. Así fue. Durante el primer tercio del siglo XX, las cañoneras estadounidenses patrullaban las aguas de la zona y Estados Unidos intervino con más o menos intensidad y permanencia en toda la región. Hacía y deshacía en Panamá. Los “marines” marchaban por las calles de Haití, la República Dominicana y Nicaragua. Las mismas finanzas de estos países las administraban representantes del imperio. La Enmienda Platt a la constitución cubana permitía la injerencia directa de Estados Unidos en la política de ese país.
Acosta, Gamboa y Merlos daban voz a un sentimiento generalizado que llegó a caracterizar a la población de El Salvador. Un diplomático de Estados Unidos decía que nuestro país era “el alborotador de Centroamérica”. Cuando Manuel Enrique Araujo fue presidente de El Salvador (1911-1913), llegó a ser un líder a nivel latinoamericano porque tuvo el valor de enfrentarse al presidente Taft de Estados Unidos, advirtiéndole sobre las graves consecuencias que tendría una invasión a Nicaragua. El dominicano A. Freites Roques escribió poco después del asesinato de nuestro mandatario mártir que era un “ilustre latinoamericano”, que “dignamente se perfiló en vida en contra de los abusos de la política imperialista”. Pocas de las personas que transitan la Alameda Manuel Enrique Araujo en San Salvador, donde se encuentra Casa Presidencial, saben por qué era un mandatario tan admirado.
La preocupación con el expansionismo estadounidense no se limitaba a las minorías doctas. Cuando los marines desembarcaron para ocupar Nicaragua en 1912, miles de habitantes de nuestra capital acudieron al Parque Bolívar para protestar por la acción imperialista. Durante la misma semana hubo manifestaciones similares en ciudades y pueblos en todo el país. En esa época Prudencia Ayala y otras mujeres como ella se introdujeron al activismo político luchando contra el imperialismo.
La oposición al intervencionismo estadounidense en la región continuó por años, inclusive a nivel oficial, pero el poderío del “águila” y sus cañoneras y capitalistas era imparable. Aunque El Salvador nunca fue un protectorado y las huellas del imperio no eran tan visibles, en la práctica las diferencias con Nicaragua eran mucho menores de lo que parecía. Ya en 1921 el representante de Estados Unidos escribía a sus superiores que el presidente Jorge Meléndez no tomaba ninguna decisión importante sin consultarle. Inversionistas como el minero H.P. Garthwaite y el ferrocarrilero Minor Keith entraban y salían de Casa Presidencial, amparados por la falta de transparencia de los gobiernos, haciendo tratos muy lucrativos para ellos y nocivos para el país. Después del empréstito de 1922 un interventor fiscal nombrado por los bancos de Wall Street y el Departamento de Estado controlaba el 70 por ciento de los ingresos aduaneros de El Salvador. Barcos de la flota del Pacífico, como el U.S.S. Denver o el U.S.S. Cleveland, visitaban los puertos salvadoreños cada vez que los diplomáticos del imperio querían que se sintiera su influencia.
Esta situación la ilustra un despacho del diplomático estadounidense William Schuyler fechado en 1921. Al observar la vulnerabilidad del gobierno salvadoreño a la presión externa debido a su situación fiscal, escribió a sus superiores: “Esta es una gran oportunidad para controlar las finanzas y, por lo tanto, la estabilidad de este país, y debe aprovecharse”.
Para aquellos que todavía creen que hubiera sido deseable que nos controlara Estados Unidos, es útil recordar que no estuvimos muy lejos de ese control. La experiencia benefició a grandes inversores de Wall Street y a sus aliados oligárquicos sin importar el bienestar de las mayorías.
Cuando Donald Trump habla del Destino Manifiesto, el Canal de Panamá, McKinley y Roosevelt, habla de una realidad que vivieron nuestros antepasados. No les gustó.
*El historiador salvadoreño Héctor Lindo Fuentes, profesor emérito de la Universidad de Fordham, es el autor de “El alborotador de Centroamérica: El Salvador frente al imperio” (2019, UCA Editores), una investigación sobre las luchas antiimperialistas populares de El Salvador.