Hace cuatro años discutíamos entre amigos la idea de reunir a un grupo de narradores centroamericanos para que hablaran entre ellos de su oficio, y de las dificultades que ejercerlo conlleva en países como los nuestros, donde las barreras de la incomunicación parecen alzarse a veces de manera insalvable. Juntar a los escritores maduros, pero sobre todo a los jóvenes, que tienen ya por campo de batalla este siglo veintiuno tan sorpresivo y lleno de desafíos, cuando el oficio de narrar sufre cambios tan severos.
Cómo circulan en Centroamérica los libros o por qué no circulan. Cuáles son las dificultades de editar, y la terca sobrevivencia de las ediciones por cuenta propia, eso de que uno aún imprime su propio libro y tiene que salir a venderlo. Las pequeñas editoriales heroicas que se arriesgan, pese a que bien saben que no es lo mismo ofrecer libros de escritores nacientes que pizzas o ropa de paca. Los desafíos de los libros y revistas electrónicas, los blogs literarios, la red que nos abre sus puertas infinitas, pero que sigue siendo un territorio tan vasto donde es fácil perderse y desaparecer.
Son temas que surgen entre centroamericanos, porque presuponen una identidad compartida, que tiene una dimensión en la historia, otra muy obvia en la geografía, aún otra en el intercambio económico, y una más en la cultura, la más desprovista de todas. Países en vecindad, que resulta incómoda a veces, estorbada por incomprensiones y recelos, pero sometidos, pese a ellos mismos, a un ideal empecinado que no se deja mover por los vientos de tormenta. Y si la identidad cultural es la más desprovista, es al mismo tiempo la más espléndida, esa que se expresa triunfalmente en la creación literaria y nos deja llenarnos la boca con los nombres de Rubén Darío, Miguel Angel Asturias, Ernesto Cardenal.
Pero si miramos hacia adentro, hay que mirar al mismo tiempo hacia afuera: también Centroamérica por cárcel y cómo romper los muros de esa cárcel para un escritor. Ser visto y leído por las editoriales extranjeras, traducido a otras lenguas. Desafiar el sino de venir de una pequeña región reconocida sobre todo por la violencia y la pobreza. Hacer de la literatura una marca de país. Y entonces pensamos que este no debería ser un diálogo sólo entre nosotros, una plática de presos, sino a puertas abiertas, en compañía de escritores de otras latitudes, y de traductores, editores, críticos. Salir al mundo, compartirlo, ponernos en el mapa.
Este experimento pasó a llamarse Centroamérica Cuenta, y del 23 al 27 de mayo vamos a celebrar ya el cuarto encuentro, una vez más en Managua. Hemos venido creciendo desde la primera convocatoria de 2013, cuando empezamos con una docena de participantes que acudieron de los seis países centroamericanos, y de Francia y Alemania, a tener esta vez a más de setenta invitados provenientes de más de quince países; además de los mencionados, España, México, Brasil, Colombia, Holanda, Venezuela, Argentina, Perú. Tendremos a narradores, cronistas, cineastas, traductores, académicos; editores de importantes casas editoriales, igual que de suplementos culturales, directores de otros festivales internacionales, y periodistas que vienen a cubrir el encuentro.
Y así como el año anterior convocamos Centroamérica Cuenta en nombre de la libertad de expresión, condición esencial de la creación literaria, este año el lema será Memoria que nos une. La memoria que alimenta no sólo la invención, sino que es imprescindible para tener historia, y para que tenga sentido la vida social.
La memoria como sedimento de la libertad, porque para imaginar el futuro es necesario recordar el pasado. Y nuestra historia reciente está llena de pasado que traer a la memoria; un pasado desaparecido, que es necesario exhumar. Olvido que desterrar. Memoria también de dos grandes aniversarios que tienen que ver con nuestra lengua y su constancia renovadora: los cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes, y los cien años de la muerte de Rubén Darío, a quienes está dedicado el encuentro.
Serán seis días de intensas actividades en una docena de escenarios, centros culturales, universidades y colegios de Managua y Masatepe, donde clausuraremos el encuentro: mesas redondas, donde además del tema de la memoria se discutirán los que tienen que ver con los desafíos de la literatura, los asuntos a los que acude, sus formas cambiantes de expresión: la realidad en que vivimos, como sedimento provocador de la imaginación; la historia que nos ha tocado en suerte y las maneras de descifrarla a la hora de contar. La literatura en su esplendor cambiante, del narcotráfico al erotismo, del amor a la violencia.
Y talleres, sobre narración periodística, fotografía, traducción, creación literaria, novela gráfica; incorporamos, además, por primera vez, un ciclo de cine, que queremos hacer crecer hasta convertirlo en años venideros en un festival, así como aspiramos también a desarrollar de manera paralela una feria del libro.
Los más de setenta autores participantes vivirán una semana de intercambios con el público que sin duda disfrutará de una oferta cultural de alta calidad a través de estos diálogos abiertos y de sus comparecencias en las librerías para la firma de ejemplares. No me equivoco al decir que tenemos ya consolidado un encuentro literario de tanta calidad como otros que se realizan periódicamente en América y en Europa.
Es un esfuerzo que demanda recursos, pero hemos venido encontrando un apoyo cada vez más entusiasta de gobiernos, agencias de cooperación, entidades culturales, y de la empresa privada. En este sentido, Centroamérica Cuenta es también un punto de encuentro de voluntades por el desarrollo de la cultura.
La literatura no es prescindible, ni tampoco una pieza decorativa. Es un signo de libertad creadora. Y, como instrumento de expresión, esencial a la diversidad crítica, necesaria a la vez para la convivencia democrática. Memoria y libertad son los signos que nos unen en esta jornada centroamericana. Sin ellas, no hay invención literaria.
Masatepe, mayo 2016