Opinión / Cultura y sociedad

La huella de Any Cabrera


Jueves, 26 de mayo de 2016
Sarah Currlin

Escribir es difícil. Escribir sobre una persona es más difícil. Escribir sobre una persona a quien admiras y a quien debes una porción especial de tu vida es sumamente difícil; miento, es intimidante, es un reto. Te sobrecoge el temor de no lograr un retrato fiel con pocas palabras. Ni con muchas. Simplemente, las palabras no son el mejor vehículo para describir a alguien por quien sientes gran admiración y agradecimiento. Por eso quizás lo importante no es retratar a la persona, sino expresar lo que te hace sentir, lo que te dio, su huella.

Any Cabrera fue mi maestra. Fue catedrática de periodismo en la UCA durante un ciclo porque el destino así lo quiso. La materia que estaba en el pensum era Comunicación Institucional o Publicidad o algo, lo que sea, no recuerdo. Pero no había catedrático y no la podían dar. Y estaba Any, periodista experimentada, de gran conciencia y profundidad que podía darnos una materia solo sobre periodismo. Estaba en El Salvador por un tiempo y estaba dispuesta. Se alinearon los planetas, pues.

Y allí estaba yo. Una bicha rebelde y consentida que no sabía todavía muy bien qué hacer con su vida. Estaba como a mitad de una carrera a la que no le hallaba del todo el lado. Licenciatura en Comunicaciones y Periodismo, mmm, sí y no, quién sabe. Me gustaba pero todavía me costaba ver cuál era mi lugar en ella. Y así empecé el ciclo. El cambio de materia fue una sorpresa. Al principio protesté. “Mire”, le dije a Any, “no es nada personal, pero inscribí una materia y me están dando otra. No sé si eso está bien”. Ella solo se reía ante mis reclamos.

Y allí estaba ella. Frente a un grupo de jóvenes universitarios recién empezadita la postguerra. Empezaba apenas el camino de una nueva generación de periodistas que pasaban por las universidades salvadoreñas tras el conflicto armado. Teníamos las letras, pero nos faltaba la calle. Y ella no iba a desaprovechar la oportunidad de darnos la calle y de pulir las letras. Los pupitres del aula del edificio “A”, donde recibíamos su clase, le sirvieron, pero le sirvió más la calle. Nos sacó a reportear, nos puso a contar historias, nos enseñó de qué iba este trabajo. Al principio nos sentíamos un poco chulones en la calle, reporteando, descubriendo qué era andar cazando noticias. Nos tocó correr, esquivar pedradas, enfrentar el miedo, atrevernos a preguntar. Nos corrigió lo malo y nos hizo ver lo bueno, fue mucho más allá que en una simple calificación. De verdad se notaba que tenía ganas de enseñarnos lo suyo, la pasión de su vida, su vocación. Y lo hizo. Qué bien lo hizo.

“Vos sos buena en esto”, me dijo un día al terminar la clase. Nunca, hasta el día de hoy, he podido dejar de pensar en esa frase. Porque para cuando ella me la dijo, ya todo había cobrado sentido para mí. Esto es lo mío. Esto de contar historias buscando la verdad, esto del rigor, esto de ser los ojos y oídos de la gente… Esto me apasiona. Eso, el periodismo, me lo enseñó Any por primera vez. Me enseñó a verme en él. Me enseñó que quizás tenía lo que hacía falta. Entonces hizo por mí lo más importante que puede hacer alguien por otro ser humano, en especial si es tu maestro: me abrió la puerta y me encendió la luz. Y lo hizo con una sonrisa en el rostro.

Supo enseñarme un espejo en el que yo nunca me había visto, en el que aprendí que podía observar y contar historias y que eso valía. Me enseñó por qué uno se enamora del periodismo. Me enseñó que la verdad importa. Y hasta el final, amó su vocación y la compartió con otros sin egoísmos de ningún tipo. Si bien ya no ejerzo el periodismo, mi trabajo en la comunicación sigue siendo guiado por esos mismos principios de observación, de análisis, de agudeza que ella me ayudó a entender y usar.

Esa experiencia de aprendizaje supo zanjar una brecha con la que aún batallan las escuelas de periodismo en este país: para el profesional de la noticia no todo puede ser empirismo, pero no todo puede ser academia tampoco. Y puedo confesarme afortunada de ser parte de la generación de periodistas que pudieron contar, en ese momento de apertura y esperanza para El Salvador que fue la mayor parte de década de los 90, con elementos quizás de excepción que el país no ha vuelto a ver ni en las aulas ni en las redacciones.

Sé que en ese momento, al menos la carrera de Comunicaciones y Periodismo en la UCA, dada la coyuntura nacional y, en especial, dada la reciente masacre de los sacerdotes jesuitas, atrajo catedráticos del más alto nivel, como Any, que se esforzaban por forjar un nuevo cuerpo periodístico salvadoreño que se nutriera de la experiencia de la guerra, pero que pudiera tener la calidad y profundidad que necesitaría el periodo de paz naciente, para esa transición tan esperada.

Un periodismo que aún necesitamos, para una transición profunda que aún esperamos.

Gracias, Any, por el inmenso regalo de descubrirme a mí misma. Gracias por todo. Descanse en paz.

 

*Sarah Currlin fue reportera de investigación en las revistas Vértice y Enfoques, y editora en La Prensa Gráfica. Desde 2004 es asistente de información en la Embajada de Estados Unidos en El Salvador. Este artículo recoge únicamente su opinión personal y no está vinculado con su trabajo actual.

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