Noticias /

Yoloaiquín según el Evangelio (Texto)

En el principio, un grupo de misioneros que caminaban con la Biblia en la mano por los cerros de la zona sur de Morazán se topó con tierra fértil en un pequeño poblado llamado Yoloaiquín, cuyo nombre Náhuatl significa “tierra de gente alegre”.

De aquella conquista surgió una oveja que más tarde fundó la Iglesia del Buen Pastor, y que inculcó en su familia las vicisitudes de las comunidades cristocéntricas, esas que no tienen ambigüedades y que exigen amar a Dios sobre todas las cosas, pensar en Dios sobre todas las cosas y hacer solo las cosas que la palabra de él mande. Pastor Sánchez, el primer gran hermano de Yoloaiquín, se estableció en El Aceituno, y desde ahí comenzó a cazar almas para Cristo.

Dios propuso que Pastor tuviera un descendiente, en el año 72, y le ordenó llamarlo igual que él (Pastor) y guiarlo por el camino de la palabra, para que algún día lo sucediera. En los 80s, padre e hijo, entonces, recorrieron los cerros de Yoloaiquín para predicar la palabra, al igual que muchos otros pastores de muchas otras iglesias que entre caserío y caserío se fueron encontrando con más y más potenciales ovejas descarriadas que, espantadas, llegaban a Yoloaiquín huyendo de las balas que las montañas de Morazán, al norte, escupían como lenguas de fuego malignas, en plena guerra. Ahora, Yoloaiquín tienen 22 templos evangélicos regados en los 16 caseríos y dos cantones del pueblo. En este municipio hay más iglesias que escuelas, que solo suman seis.

La palabra de Dios, dicen, después de casi 40 años, ha dado frutos, y por eso en Yoloaiquín reina la paz y nadie se mata.


Miércoles, 11 de noviembre de 2009
Daniel Valencia

El buen pastor

Hace un año, alguien cometió un crimen que envolvió a Yoloaiquín en un manto de intrigas, rumores y sospechas. En 12 meses, este incidente, del cual salieron como sospechosos el hermano Pastor (padre) y el hermano Pastor Joel (el hijo), ha sido el único en los últimos siete años en el que ha habido una víctima, herida con un arma blanca, y un victimario, que huyó con rumbo desconocido. La víctima, por suerte, fue el tronco de un árbol de mango. Ese es de los delitos más graves que se persiguen en este pueblo del nororiente de El Salvador.

El 17 de julio de 2008, en la madrugada, el árbol fue mutilado en un costado con machete, y sobre el corte luego fue derramado un bote de pintura negra. El criminal quería borrar la imagen de la virgen de Guadalupe que dicen que en este se aparece. Llegó de noche, caminando a hurtadillas, subiendo la loma adoquinada que conduce al santuario de la morena, cuando la dueña del frutal –y primera vidente del supuesto milagro- no lo vigilaba. El sacrílego destrozó la cascarita en donde brillaba la supuesta imagen santa, que aseguran derramaba lágrimas por los pecados del pueblo.

Después de esta ofensa en Yoloaiquín casi se declara una guerra santa entre la comunidad vidente, católica, y la comunidad cristiano evangélica. “Locos, desquiciados, nos venían a gritar”, dice María Mejía, a quien se le apareció la virgen por primera vez. Por esos días, hastiado, Pastor Joel predicó en pleno casco urbano su visión contraria a la corriente de Mejía: “Yoloaiquín es salvo y no cree en cuentos de brujas”. Transcurridos los días, los rumores cesaron y la tranquilidad volvió al pueblo.

Los católicos siguieron comulgando cada fin de semana, los niños acudieron a la catequesis y los adultos y jóvenes a su grupo de oración. Los cristiano evangélicos hicieron lo mismo, amén de una mayor intensidad en sus cultos, que se celebran día con día en algunas de las iglesias que custodian el municipio.

En Yoloaiquín es muy raro que sucedan cosas que se salgan del libreto diario. Noticias que han valido la pena contarlas por semanas, en el pueblo, solo han habido seis en el último año: la de la virgen mutilada fue una de ellas y fue filmada hasta por la cadena Telemundo; la violación de una anciana por un ebrio al cual no se le comprobó el crimen; la captura de La Muerte y sus supuestos 30 ladrones hace tres semanas, y los fatídicos homicidios culposos cometidos por tres imprudentes conductores que pasaron por el pueblo, a máxima velocidad, y juntaron a tres almas de Yoloaiquín con el Creador. Esos son los hechos que han acaparado la atención local.

Yoloaiquín no tiene parque, y la que se supone debería ser la plaza central está atravesada a la mitad por la carretera que de San Francisco Gotera conduce a Perquín y los municipios del norte de Morazán. El casco urbano de Yoloaiquín, entonces, se divide en dos: las colonias detrás de la alcaldía y las colonias detrás del juzgado de paz.

Al hermano Pastor Joel lo encuentro en una casa ubicada al costado izquierdo de la carretera, atrás de la comuna. Esta casa es de un nivel, con techo de teja y un amplio corredor al fondo que conecta con un patio interno y el resto del cuarto. Apenas pasan unos minutos de la 1 de la tarde, y el hermano Joel está cerca de la puerta, en la sala principal, colgando de una hamaca que él mismo mece con su mano derecha, con la que también ojea un periódico del día tirado en el suelo.

Pastor Joel es un hombre flaco, de 37 años, moreno, con asomos de bigote y barba. Pastor pronuncia cada palabra con una dicción y un tono de voz que demuestran su arraigo: nació en El Aceituno y como a todos en Yoloaiquín, se le escucha el hablado cantado que pronuncia “Domingoooo” por Domingo; vivió nueve años en Boston, trabajando como “janitor” en un edificio y por eso tiene el típico spanglish que antepone el “so” (entonces) cuando va a explicar algo. Por último, le cambia la voz a un tono más grave, cuando asume la posición del conductor del rebaño y habla de Dios.

Antes de que esto último suceda, se ríe a carcajadas y se retuerce en la hamaca cuando le cuento que ya sé lo del episodio de la virgen. Se compone, se estira la camisa, cruza la pierna izquierda debajo de la derecha, coloca sus manos detrás de la cabeza, y suelta: “Campaña de desprestigio. Esas son cosas de brujas”.

Su templo, El buen pastor, es el más grande en Yoloaiquín, con un salón principal de unos 50 metros de largo por 20 de ancho, piso cerámico, púlpito, equipo de sonido, jardín y un salón extra, a un costado del río Yoloaiquín, que se utiliza para otros eventos. Tiene 270 feligreses inscritos. Pastor Joel, con el tiempo, se ha ganado el respeto del pueblo y se ha convertido en uno de los principales líderes religiosos. Su padre cumplió con la misión que le encomendó el Señor: educarlo en la palabra para que la misión continúe. Por eso, dice, algunos católicos intentaron desprestigiarlos.

“Primero que fui yo y luego hasta llegaron a decir que fue mi papá. Yo lo veo como una campaña sucia en contra de la obra de la iglesia en este municipio. Por eso no me he cruzado por ahí, por esa calle, para evitar que la iglesia diga que el hermano Joel andaba viendo el palo de mango”, suelta entre risas.

        -Fuera de este episodio, Pastor, ¿usted recuerda algún hecho más violento en el último          año?

        -Mmm… No.

        -¿Por qué aquí es tan tranquilo, tan pacífico? ¿Por qué aquí nadie se mata?

        -Se debe a la labor que hace la iglesia. Aquí hay 13 congregaciones distintas y diferentes. Todas estas iglesias cristocéntricas, y aquí estoy apartando a los testigos de Jehová, los adventistas o los mormones…

Los cazaalmas

En Yoloaiquín hay la convicción de que la población ha aumentado en los últimos tres años. Antes de 2006, dicen, era muy extraño encontrarse con tanto joven por las calles, en las tardes, después de los afanosos trabajos en las milpas, que se realizan día con día desde las 6 de la mañana hasta el mediodía, la 1 o las 2 de la tarde. Dicen que desde los 80s, buena parte de la población ha marchado con paso firme siguiendo los redobles de la banda de los migrantes salvadoreños hacia Estados Unidos.

Rosibel Argueta de Molina, de 52 años, es directora del centro escolar de Yoloaiquín y asegura que ha visto unas 26 promociones de yoloaiquinos que se han ido al norte en todos sus años como educadora. El informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidos para el Desarrollo del año 2005 aporta a su versión: Yoloaiquín está entre los 10 municipios con mayor proporción de hogares remeseros de El Salvador, con un promedio mensual de 136.1 dólares por familia.

La directora es una mujer robusta, colocha, morena y de un trato amable, que abraza y saluda de beso a sus alumnos. En esos últimos tres años, sin embargo, ella comparte con el hermano Fidel Alcidez Arriaza, el alcalde, y con el resto de líderes de la comunidad, que algo está pasando para que los jóvenes ya no se vayan y se queden en el pueblo, que no les ofrece más que milpa y culto evangélico. Todos los días.

“Porque aquí sobrevivimos, somos pobres, no hay riquezas. El único futuro siempre ha sido migrar: a San Miguel, San Salvador o más allá… pero este año, imagínese, la matrícula era de 401 y hoy solo tenemos 388 porque los que ya no están se han ido. Pero son pocos. Antes había más movimiento… ¡si Yoloaiquín es un pueblo que vive de la remesa, pues!”, dice la directora.

Que los jóvenes no se vayan ha puesto en un dilema a las autoridades locales que solo los líderes religiosos han logrado resolver: hay que ir a pescar esas almas.

En Yoloaiquín ningún padre obliga a su hijo a convertirse. Los hijos nacen cristianos, sí, pero la aceptación de Cristo, la conversión final, es una cuestión personal que se logra en la juventud. A muchos, de a poco, los padres les inducen la palabra y los jóvenes la asimilan con el tiempo. Aunque hay algunos que se resisten y salvo que vivan una eventualidad grave que les afecta, no dicen amén.

“Nadie los obliga, pero al final el Señor los convence de dejar el mundo”, dice Pastor Jovel.

En el equipo cazaalmas de este pastor hay tres “hermanos en Cristo” (Walter Ortiz, obrero, 35 años; Inmer Munguía, 30, soldador; Daniel Fuentes, 25, uno de los contados estudiantes universitarios) que nacieron cristianos y continuaron como tales hasta su contrición final.

El cuarto miembro es uno que se convirtió después que Dios obrara un milagro en su vida. Como muchos de los que no se fueron al norte, Wilson (32 años, albañil) se quedó en Yoloaiquín, frecuentando a sus amigos, que en algún momento de la tarde -para algunos yoloaiquinos- no hacen más que vagar por las calles desiertas de este pueblo que no tiene ni billar, ni cantina ni nada que distraiga a las almas encarriladas por Dios.

Hace un año, un hombre llegado del vecino municipio de Delicias de Concepción puso una cantina, pero el negocio solo duró un par de meses porque sus clientes no eran del pueblo y porque Dios le dijo a los pastores: él induce al mal. Además, porque los pastores le dijeron al alcalde: ciérrela. Y el alcalde, Fidel Alcides Arriaza, hermano de la iglesia Adventista del Séptimo día, les respondió: obedezco. Este año, otro entusiasta solicitó permiso para abrir un billar pero no le fue otorgado por las mismas razones.

Cuando Wilson era más joven, cuenta, el aburrimiento de su pueblo lo obligaba ir a San Francisco Gotera o a San Miguel para divertirse en los bares, billares o discotecas de estas cabeceras departamentales. Wilson no fue y nunca quiso ser marero, aunque más de alguna vez le ofrecieron la brincada en San Miguel, cuando iba a un territorio de maras, para visitar a su hermana.

De esas visitas, Wilson sacó el gusto por la ropa floja, seguir la moda. A mediados de 2007, cuenta, 15 minutos tenía de haber llegado a la colonia donde vivía su hermana, con su atuendo, cuando sintió un fuego que le corrió por toda la espalda. Se dio la vuelta, cayó de bruces y antes de perder la conciencia escuchó un chirrido de llantas y vio a unos encapuchados que a bordo de un pick up se alejaban a toda velocidad.

“14 balazos me pegaron. Sentí como que se me iba la vida y en el último instante le dije a Dios que si me salvaba trabajaría en su nombre”, cuenta Wilson, mientras nos dirigimos al caserío Los Sorto, a cazar otra alma para Cristo.

Desde la cama del pick up, los tejados de Yoloaiquín se pierden debajo de las lomas y de las pendientes pedregosas que sorteamos dando tumbos. “Ustedes también deberían aprovechar el viaje”, nos dice Pastor Joel.

En cuestión de minutos, llegamos al caserío, y el soul squad de Pastor Joel se decepciona porque el objetivo no se encontraba en su casa. Nimrod Sorto, de 24 años, seguía en la milpa. Sí estaba su hermano, Élmer, de 22, que acababa de regresar de la faena y Pastor Joel encuentra una hamaca en donde tirarse después de decir: “Dios te bendiga, Élmer. Vos aceptaste a Cristo ayer, ¿verdad?”

Élmer se convirtió el miércoles 9, dos días después de haber salido de prisión, acusado de agrupaciones ilícitas. Su hermano salió junto a él, pero no fue al culto porque le dolía la cabeza, según su mamá, María de Jesús.

A media charla con Élmer llegó su vecino, Moisés Fernández, otro de los acusados por la Fiscalía y la Policía. Moisés es el más joven, 17 años, de un grupo de 30 personas, todos de Yoloaiquín, que cayeron presos el martes 2 de septiembre. 30 fueron a parar a la delegación policial de San Francisco Gotera. Moisés, por ser menor, vivió recluido en una correccional de San Miguel. Todos estuvieron una semana tras las rejas. En la audiencia la mayoría salieron libres.

Pastor Joel le pregunta a Moisés si está listo para aceptar a Cristo y el muchacho contesta que sí. Pastor Joel se levanta de la hamaca y deja trabajar a su equipo, que rodea a Moisés y todos, con la Biblia en la mano derecha y la mano izquierda levantada, claman por el alma de la nueva oveja.

        -En estos momentos vamos a leer algunos versículos de la Biblia, ya que el varón va a          aceptar a Jesucristo como su único y suficiente salvador -inicia Walter.

        -¡Aleluya! - gritan los otros tres del equipo.

La Muerte y sus “ladrones”

En junio de 2008 regresó deportado de Estados Unidos un joven de Yoloaiquín, tatuado, pero del cual nadie puede asegurar -nada más sospechar- que todavía seguía activo. En Yoloaiquín, como en el resto del departamento, la policía no tiene evidencias de que opere alguna clica, aunque sí creen tener detectados a algunos individuos que deportados se han venido a aislar a esta zona del oriente del país.

La Muerte rápido coincidió con el resto de jóvenes del pueblo en los torneos de fútbol, en las pláticas cerca del río Yoloaiquín o en el puente Yoloaiquín. El joven se acompañó y en un par de meses ya tenía apodo: “La Muerte”. No se crea que por sus tatuajes, no... sino porque le cayó una diarrea que lo dejó esquelético, según cuentan algunos de sus conocidos.

La Muerte es, según la Policía y la Fiscalía, el líder de una banda que se dedicaba, desde hace un año, a extorsionar y a robar las pertenencias de sus vecinos. Miembros de la banda, según las autoridades, son Élmer, Nimrod, Moisés y toda una generación de jóvenes a los que buena parte del pueblo y hasta el mismo alcalde salieron a defender cuando fueron capturados. El día de la audiencia, el alcalde calcula que unas 500 personas fueron a manifestarse al juzgado de Paz de Gotera.

Junto a Nimrod, Élmer, Moisés y La Muerte la policía se llevó también a Wilfredo Chicas, El Chiva, otro joven de 21 años que heredó de su tío un taller de estructuras metálicas y que desde hace siete años -cuentan varios de sus vecinos-, es quien mantiene a sus hermanos y sus abuelos, después de que falleciera su mamá. El Chiva, a quien se le pregunte, es un modelo a seguir.

A El Chiva lo llegaron a sacar en la madrugada a su casa, un ranchito sin puertas cercano al río. Él estaba dormido en una hamaca cuando un oficial le puso un fusil en el pecho. “¿Cómo te llamás?”s, le preguntó el oficial con pasamontañas. “Wilfredo Chicas”, contestó el joven. “¡Vos sos!” Lo esposaron y le dijeron que se lo llevaban por agrupaciones ilícitas. “Qué raro”, dijo el muchacho. Los policías, que andaban capturando más gente, lo dejaron solo y El Chiva, esposado, caminó unos 100 metros. “Me detuve cerca del río a esperarlos. “¿Por qué no te fuiste?”, me preguntó uno. “Porque yo no le debo nada a nadie”, le contesté.

Días después de la captura, Pastor Joel los llegó a visitar a todos para darles alivio, dice él. Este líder religioso vive de hacer grabaciones en vídeo de bodas, bautismos, cumpleaños y más, y de lo que una radio evangélica -que transmite en circuito cerrado en el mercado de Gotera- le da de ganancias. Cuando no anda su cámara, toma imágenes con su celular. Cuando fue a visitar a los reos, Pastor Joel tomó un vídeo en donde aparecen todos, recluidos en un cuarto sin luz, sin camisas, sentados, apretujados en el suelo. Todos estuvieron seis días presos y algunos se enfermaron de dengue.

“Nos turnábamos para dormir, porque no cabíamos. Mientras unos comíamos en una esquina, otros surraban en la otra. Somos humanos y no nos merecíamos ese trato por gusto”, dice Wilfredo.

En el vídeo del pastor, Wilfredo aparece famélico, con ojeras pronunciadas. La Muerte, detrás de él, alcanza a decir a la cámara un mea culpa: “Solo quiero decirle a mi familia que la quiero mucho y que me perdonen por todo lo malo que yo he cometido en contra de ellos… y a toda la gente con la que me he portado mal, que me perdonen, se los digo de todo corazón”.

El alcalde Fidel, que defiende a los capturados, ha designado un fondo de mil dólares para contratar un sicólogo que atienda a los jóvenes, que ahora tienen la moral por los suelos y por el pueblo caminan cabizbajos.

        -Son jóvenes de bien. Yo meto mis manos al fuego por todos -dice el alcalde.

        -¿Qué pasó entonces? ¿Por qué en este pueblo tan tranquilo ocurre esta captura          masiva?

        -Yo no sé, pero acá la gran pregunta es por qué si realizaron todo ese dispositivo no pudieron comprobar nada. No quiero decir que se equivocaron la Policía y la Fiscalía, pero…

Pastor Joel, que fue a visitar a los muchachos a la cárcel, ya les cumplió lo que ellos le pidieron: un culto de acción de gracias si salían libres. De 31, 28 de los capturados salieron libres el domingo 6. Otros tres un día más tarde. El culto se celebró la tarde del miércoles 9, cuando se convirtieron Wilfredo, Élmer y otros jóvenes, incluido ahí La Muerte, que dicen que se ha ido del pueblo huyendo de las miradas acusadoras y de los rumores en su contra.

La misteriosa autoridad

Yoloaiquín no tiene puesto de policía, y cuando alguien comete algún ilícito, los oficiales de la delegación del municipio más cercano, el de Delicias de Concepción, llegan en un tosigoso pick up doble cabina que deben calentarlo siete minutos antes de que empiece a rugir y a escupir humo del escape. Los oficiales aseguran que el vehículo es de aquellos de la primera flotilla que recibió la PNC allá por 1995. Un veterano.

Si el hecho delictivo en Yoloaiquín es grave, llega al pueblo una patrulla de la delegación departamental, ubicada en San Francisco Gotera, la cabecera del departamento. Cosa que nunca había sucedido hasta cuando fueron a hacer la captura masiva de “los muchachos de la comunidad”, vuelve a quejarse el alcalde.

A esta delegación policial también ha llegado la batalla por las almas entre la religión católica y las iglesias  evangélicas. Ahí dentro, en el patio central de la delegación –una casona con corredor en forma de ele- la iglesia católica lleva dos años tratando de terminar una pequeña capilla que está custodiada por una estatuilla del arcángel Gabriel.

Detrás de la ermita, al fondo del terreno, la iglesia del Ministerio Cristiano Policial, al ver la construcción católica, compitió con su rival y -al parecer con más fondos- ya terminó su templo, de unos 15 metros de largo por siete de ancho, en cuyo interior hay sillas de plástico y un púlpito de cristal, que tiene un escudo de la policía acompañado por el nombre del ministerio.

Al preguntarle al jefe de la delegación, Miguel Cardona Rubio, qué hacen ahí esos templos, responde que hay muchos oficiales creyentes a los que se les da la facilidad para que profesen su religión. El párroco de la ermita, Sixto Orellana, agrega una valoración que tiene que ver con el tipo de trabajo que hacen los agentes: “Es importante llevarles la palabra porque esta es gente que siempre porta un arma de fuego”.

De esta peculiar delegación salieron agentes de la división de investigación a capturar a los jóvenes de Yoloaiquín, después de una orden girada por la Fiscalía de Gotera.

“Podrá no haber homicidios, pero es que pacíficos no son”, alega Rubio, quien defiende las capturas. Sin embargo, luego asegura que la verdad es que si se reporta hechos delictivos en Morazán, el departamento menos violento del país (235 homicidios entre 2001 y 2007), es por causa de delincuentes que llegan de afuera. Y los delitos, la mayoría contra la propiedad privada (hurtos), se registran en Gotera, Jocoro y Osicala, los municipios más desarrollados del departamento.

En los últimos nueve años, el último homicidio que se recuerda es el de Eladio Arriaza, un joven de unos 23 años, deportado, pandillero, que fue baleado en el puente Yoloaiquín. Un homicidio en nueve años. ¿Por qué, si el resto del país tiene casi una docena cada día? La jueza de Paz de Yoloaiquín, Marta Alicia Ochoa –una mujer que se la pasa resolviendo casos de violencia intrafamiliar- tiene una versión para eso. Le soltamos la pregunta y, para responder, vuelve a ver el monitor de su laptop. Suelta un par de ideas sobre desigualdiades y luego pide que repitamos la toma en vídeo. Le decimos que luego la editamos, que puede continuar.

“Las conductas violentas por lo general están relacionadas a sociedades viciadas. Aquí no hay nada de vicios, si se da cuenta y no hay ambiciones de consumo porque la gente vive en una economía de supervivencia. Los que más tienen, si se da cuenta, es por remesas, pero tampoco hay mucha diferencia entre la clase media baja y los pobres”, dice.

El subinspector Rubio piensa que Yoloaiquín no tiene unidad policial porque detrás de eso hay una población con una relevancia económica modesta: “Son municipios que no reportan una significativa cifras de delitos. Y si los hay son bien mínimos. Esto quizá se deba a la cantidad de población, a la importancia económica del municipio… no queremos decir que estos no son importantes…”.

Sobre los jóvenes capturados durante la redada de inicios de mes, la Fiscalía asegura tener 25 denuncias en el último año que vinculan a todos los detenidos, junto a otro grupo de adultos, como autores de un sinfín de atracos. “No matan, pero sí roban. ¿Por qué no matan? Recuerde que no es lo mismo que un delincuente de Santa Ana venga hasta acá a robar a gente que no conoce y para la cual la vida de la víctima no vale nada... Acá la diferencia es que como se conocen, hay un vínculo, por eso la gente se mata menos”, trata de explicar el jefe de la Fiscalía, José Elías Portillo.

Entre el alcalde, el fiscal, la policía, la jueza de paz y algunos habitantes que sí aseguran haber sido víctimas, al menos hay una coincidencia: sí, a lo mejor, hay unos cuantos rateritos de poca monta que han levantado duralitas y tejas para meterse a robar a las casas, cuando estas están solas. “¡Pero 41! Es increíble, sobre todo porque nunca había pasado”, dice el alcalde Fidel.

El juzgado de paz de Yoloaiquín registra, entre el 9 de septiembre de 2008 y el 9 de septiembre de 2009, 9 casos de amenazas, dos de lesiones, siete de hurto, una tenencia ilegal de arma de fuego, una agresión sexual, 17 juicios por violencia intrafamiliar y 12 conciliaciones civiles.

“Pleitos porque alguien puso una cerca en el terreno del otro… así se pasan los días. La mayoría son casos por violencia intrafamiliar”, dice la jueza, que encuentra lógico que las iglesias salven al pueblo de una ola de violencia, aunado a la complicidad de pueblo pequeño que tienen los habitantes de Yoloaiquín. “Aquí todo mundo se conoce, entonces eso puede ser un factor para que quien quiera delinquir no lo haga. Siempre se sabrá quién fue al final”, dice.

La delegación de Delicias de Concepción, como actividad delincuencial en Yoloaiquín reporta ocho denuncias en todo 2008 por lesiones, hurto, violencia intrafamiliar, amenazas, desobediencia a la autoridad… En lo que va de 2009 solo han reportado dos: “Una por violencia intrafamiliar: el hombre ebrio golpeó a la mujer; y otro por amenaza: otro tipo ebrio sacó su corvo amenazando a otra persona. Aunque parezca broma, eso es lo único que sucede en Yoloaiquín”, dice un agente de la delegación policial que prefiere no dar su nombre por no estar autorizado para dar esa información.

        -¿Por qué en Yoloaiquín es tan pacífico, por qué no se matan? -le pregunto.

        -Mire, tiene que ver la presencia policial en la zona -contesta.

Quizás ha olvidado que Yoloaiquín no tiene delegación. Y en dos días y medio nosotros no vimos pasar por el pueblo a la patrulla tosigosa, el único medio de transporte que podría hacer que los agentes de Delicias de Concepción lleguen a Yoloaiquín.

El primer día que llegamos a este pueblo tranquilo, nos dijeron que en El Buen Pastor había un culto –el de La Muerte, El Chiva y Élmer- pero preferimos ir al estadio que en 2007 mandó construir el alcalde para que los jóvenes que ya no emigran tengan dónde distraerse.

Ahí había 22 jóvenes jugando un partido, mientras otros 10 niños y tres niñas corrían por los alrededores. Al regresar al pueblo el culto ya había terminado. A un grupo de hermanos y hermanas que se refugiaban de la lluvia, en una tienda junto a nosotros, les preguntamos por el culto, por los rumores de la captura, por el nombre del pastor…

        -¿Y por qué tantas preguntas? -inquirieron.

Al contestarles que éramos periodistas, uno de los hermanos soltó: “Ustedes cara de policías tienen. Y desde la captura de estos muchachos aquí no queremos policías”.

Al día siguiente, el alcalde Fidel también ya estaba enterado de nuestra búsqueda y cuando le preguntamos cómo un pueblo con casi 4 mil almas mantiene un orden y una tranquilidad sin autoridad que los resguarde, este comenta: “No, si tenemos un policía municipal…”

       -¿Y cuál es la función de este?

        -Ahhh… atender a la gente que llega a la alcaldía, barrer el andén, ofrecer café, cosas          así de esas. Es buena persona…

 

Horas más tarde, cuando encontramos a Pastor Joel acostado en la hamaca, este también ya sabía que lo andábamos buscando. “Así que ustedes son los policías, ja, ja, ja...”

Después de regresar del cantón Los Sorto y de presenciar la conversión de Moisés, le hice la misma pregunta a Pastor Joel que le hice al alcalde. Pastor Joel suelta una risa y responde: “¿Qué te dice tu corazón después de lo que acabas de presenciar? Creo que ya te llevas la respuesta para San Salvador. ¿O me equivoco?”

 

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.