El Ágora /

El (no) santo de los puros y el guaro

San Simón. ¿El bíblico o el otro? ¿El del culto en un altar, con velas, o el otro? ¿El que obra milagros o el otro? Ambos. Se llaman igual y se les atribuye lo mismo. Pero el otro es un personaje guatemalteco con arraigo en El Salvador. El santo de borrachos y prostitutas, dicen algunos. Es el santo del mostacho, del puro y del guaro.

 


Lunes, 16 de noviembre de 2009
Frederick Meza / Fotos: Frederick Meza

La mirada de aquel diminuto hombre que se asomaba por la ventana denotaba un aire de autoridad. Las lucecitas navideñas pispileantes y el intenso color rojo del foco de la entrada resaltaban más el humo de una brasa llameante, consumida por un esófago hueco, mezcla de barro y madera, acostumbrada a inhalar tabaco de todas las marcas y sabores. El hombrecillo prefería los puros, pero cualquier tributo era bueno, ya que lo mantenía con calor. Afuera, el aire frío, propio de los días cuando el año comienza a despedirse, envolvía la atmósfera nocturna. 15 minutos de espera a la entrada del club-bar fueron suficientes para que el hombrecillo de traje y sombrero analizara bien mis movimientos e, incluso, mis pensamientos.

De repente, la puerta se abrió de golpe, junto a canciones rancheras de Antonio Aguilar. La voz chillante de una mujer regordeta, la matrona del lugar, rezongó:

-Ya le dije que son 800 dólares. Eso y lo ponemos bonito. Su traje, su sombrero, traemos músicos, flores. Pero pase, pase. Adentro hablamos mejor.

La sala estaba adornada con luces, ruda, sábila y posters de artistas. Las miradas de tres mujeres, en posición de felinas adormitadas, cuestionaban la presencia de un intruso, escaso de dinero.

-Mire -añadió la Tía, como se hace llamar la mujer regordeta-, usted quiere una fiesta y yo no la puedo hacer, solo si me ayuda.

Cuando dijo eso, sus dedos hicieron un gesto de contar efectivo. Moví la cabeza negativamente, pues no me pareció justo el trato.

La Tía siguió haciendo propuestas para armar una gran fiesta en honor de su protector, el Hermano Simón o San Simón.

-Yo tengo 25 años de trabajar con él. No hay otro lugar como este. Además, le podemos hacer unos bonitos arreglos, ya va a ver. La música va a estar aquí, las flores así, las mujeres bailando peladas allá…

Y siguió creando una letanía de fantasías que supuestamente se volverían realidad con la varita mágica del dinero. Al observar mi negativa, la Tía comenzó a retirarse, directo a su cuarto, alegando que tenía trabajos pendientes. La seguí hasta donde pude. En eso, mi atención se centró en una pelirrubia que yacía en su cuarto esperando que la noche trajera algún cliente. Comenzó una amena plática. Su nombre era Stephanie y su silueta sufría estrujada por una licra blanca. “Yo soy de Sonsonate, pero no te digo más”, dijo, mientras su sonrisa reluciente exhibía varias coronas.

Su aposento era pequeño, con luz tenue. Recorrerlo con la vista era cuestión de unos segundos, pero en su mesa de noche estaba algo que me interesaba. La figura de San Simón destacaba en medio de una selva de cremas, perfumes baratos y preservativos. Estaba colocada boca abajo, en un pequeño vaso tequilero, rebosante de licor. Stephanie debió haber leído en mi rostro la interrogante, pues de inmediato explicó:

-No me ha traído clientes, por eso está castigado. Hasta que me traiga tres clientes vuelve a su lugar.

Stephanie tenía 10 años de trabajar con la Tía, quien también le había iniciado en la devoción al Hermano Simón. Con él se sentía segura y protegida, y aquella penumbrosa casa de citas le daba buena suerte.

-Hay gente que no cree y por eso no le va bien -sentenció la chica del cabello teñido, quien compartía cuarto con una gallina miniatura, su única acompañante aparte de San Simón.

La visita a aquel prostíbulo en la 5a. Avenida Norte de San Salvador fue el final de una larga noche por las calles de la capital salvadoreña en busca de devotas-sexo-servidoras de San Simón, el llamado santo de los borrachos, de las prostitutas y de los necesitados.

Antes de eso, a las 9 de la noche, en la afamada y deslucida Avenida Independencia, unos policías en el punto de microbuses de la ruta 42 pretendían ser el conjuro del fantasma de la renta y los asesinatos de motoristas y cobradores. En la otra esquina, dos mujeres intentaban conjurar la soledad de la noche.

-Vení, bicho zarquito, hagamos el amor -fue la proclama publicitaria que lanzó Dulce, una mujer de unos 30 años. A la par suya, Alejandra sonreía ramplonamente, mientras dejaba ver sus pechos al arreglarse una blusa roja inquietante.

Me presenté y expliqué mi presencia.

-Ese señor me quita mis maridos... ya no lo quiero -se quejó Alejandra, haciendo alusión al Hermano Simón, mientras observaba con timidez mi cámara fotográfica-. Si querés, andá temprano, ahí en el Zurita te pueden decir algo, porque yo, ya años dejé de trabajarle -agregó, al explicar su relación rota con el santo. Como despedida, me dio una nalgada.

Las calles solas del San Salvador nocturno no dejaban de ser angustiosas. La sicosis del toque de queda, de la renta, de los secuestros, pegan duro en cada paso. Pero ese día no sucedería nada de ello.

Al llegar a mi destino, al Zurita, la cervecería Carmencita 2 era el único establecimiento abierto. Entré. Frente a una rocola, tres mujeres discutían sobre la próxima canción. Al preguntarles por San Simón, se hicieron las desentendidas y medían y remedían sus palabras. Tras varios intentos, por fin se soltaron, quizás por el temor a negar su fe y recibir algún castigo por ello.

Margarita, de 41 años, fue la primera en hablar:

-Sí, trabajamos con él -dijo, y su cara se descompuso, como la cara del hijo pródigo que regresa a su padre-. Le fallamos. Por tres meses le dimos la espalda. El hermano es muy bueno, pero si se enoja, es un hombre celoso y pega duro. Nosotras creíamos en él, pero nos dijeron que había otros hermanos más poderosos. Regalamos la imagen a una iglesia y la quebraron. De ahí, comenzó un calvario. Ya recibimos nuestro castigo.

Se levantó y fue a su cuarto, acompañada de su hija. Pero la mujer se disponía a mostrar algo más.

-Mire, este es mi pareja -me confesó, mientras me enseñaba una página de un periódico donde aparecían fotografías de acusados de ser extorsionistas, mareros y delincuentes recientemente capturados-. En la noche vino la policía, encapuchados, y nos dijeron que nos querían investigar. Lo esposaron y cuando fui a traer el dui ya se lo habían llevado. Esta semana es su audiencia.

Y el castigo no terminaba ahí. Ellas también se dedicaban a vender nueces de marañón, compradas en Usulután. En el mercado ya no querían recibirles su producto por el miedo a que fueran extorsionistas. Entonces intervino la hija de Margarita:

-Así es el Hermano, pero nos vamos a aguantar. De todos modos es mi marido -aclaró Karla, a quien no le ruborizó contar que San Simón, según ella, llegaba por las noches a saciar sus deseos sexuales-. Hay veces, estoy dormida y de repente me dan ganas, estoy bien mojada. Volteo y ahí está la figura de él. Incluso cuando tengo relaciones sexuales, pongo su imagen para que disfrute. Es buen marido, me protege.

Cuando le pregunté cómo la protegía, me contó que una vez el diablo quiso llevársela en cuerpo y alma. Levitó. Eran las 3 de la madrugada. La madre y las muchachas se levantaron y rogaron a su santo protector. Mediante el rezo, comenzó a entrar en conciencia. Aseguró que no recuerda nada, pero agradeció a su marido que todavía pueda contar la anécdota.

A un lado, la tercera mujer callaba y escuchaba con incredulidad las palabras de sus amigas. Al preguntarle si creía en el santo, respondió con aire de desprecio que no.

-Yo soy bautizada, mi abuela me educó en el evangelio -aclaró Marta, mientras las otras dos la dejaban que dijera lo que quisiera. “Es que es nueva y no sabe de eso”, la disculparon. A las demás muchachas, en cambio, les pedían que aunque fuera un dólar le tributaran al Hermano.

Pasada la tormenta, viene la calma, dice el dicho, y esta pareja, madre e hija, esperaban que se cumpliera. Les regalaron nuevamente la figura del hombrecillo bigotón y confiaban en que les restituyera el amparo. No compraron la efigie porque la tradición dicta que si se quiere ser devoto de San Simón, hay que recibir de regalo su estatua.

En el cuarto de estas mujeres, San Simón se encontraba al pie de la cama, con una amplia gama de artilugios a su alrededor.

-Para tener contento a este señor gastamos diariamente ocho dólares: tortillas, candelas, el puro, el guaro, el pañuelo blanco… y no de los baratos, pues es gustoso -dijo Margarita.

Según sus fieles, para recibir la intercesión de este mundano santo se necesita darle esos tributos. La explicación que dan es que esos son los “manjares” que en vida material le gustaron, aunque Virgilio Hernández, espiritista y vendedor de productos esotéricos relacionados con San Simón, dice que estas ofrendas están arraigadas a la vida cotidiana del campesino del siglo XIX, quien al tener gran aprecio por todos estos elementos de uso diario y, al no tener lujos ni opulencias que ofrecer, daba sus pertenencias más cercanas.

Los espiritistas que trabajan con San Simón le atribuyen una serie de facultades sobrenaturales, como la capacidad de ver el futuro o la de conducir la vida de los mortales como yo.

Tenía que saber más de San Simón. Con ese afán visité a otra espiritista, en San Martín. María Amanda de Hernández me dijo que este santo popular es “espiritual y dadivoso”, y que él me andaba conduciendo en mi reporteo.

-¿Sabe una cosa? San Simón lo trajo aquí, porque sabe muy bien quién lo busca.

Efectivamente, yo lo había andado buscando desde hacía días. Hice varios viajes para contactar a devotos que celebran la fiesta de San Simón cada 28 de octubre. Ese día la Iglesia Católica lo consagra a San Judas Tadeo y a San Simón, apóstoles de Jesucristo. La semana previa a esta fiesta, visité lugares relacionados con el espiritismo y las ciencias ocultasismo, y otros en los que Simón convidara a cambio de unos dólares, como en el club bar de la Tía regordeta.

Amanda estaba al tanto de mi interés, pues unos vendedores del mercado central le dieron mi número telefónico. En esos lugares ofrecen productos esotéricos relacionados con este culto y por eso entré en contacto con los locatarios.

Amanda me invitó a una fiesta en su casa. En el lugar, al ritmo de chanchonas, unas parejas bailaban frente a un altar adornado con papel crespón y cortinas. Una veintena de veladoras y rosas rojas completaban el retablo. Los demás invitados esperaban, sentados, la tercera repartición de tamales y café de palo. Otros ya caminaban en círculos, síntomas claros de embriaguez, una costumbre bien vista en esta celebración. En la pista, el bailarín más atrevido, coreógrafo y asediado por las mujeres era un joven sordo, llamado Javier.

A un lado de la pista de baile, cerca del altar, se encontraba una joven pareja. Ambos fumaban puros en honor al Hermano. “No pudimos ir a Guatemala, a su altar mayor, por eso buscamos aquí quien le celebrara”, comentó él.

Se supone que el Hermano Simón era un espiritista guatemalteco y que murió en San Andrés Itzapa, departamento de Chimaltenango, al oriente de la capital de Guatemala. En ese lugar también vivió y difundió su pensamiento.

Es en este pueblo al sureste de Guatemala, me explicó Estalisnao López, estudiante de antropología, los seguidores de San Simón difundieron el culto a ese hombre:

-Las investigaciones del académico guatemalteco Celso Lara indican que Simón fue un acaudalado jefe político cakchiquel, que regalaba dinero y curaba; pero hay otras versiones que mencionan que era un hombre europeo que huía de la Santa Inquisición, a mediados del siglo XIX -explica el estudiante, quien ha dedicado horas y horas a investigar el tema.

Para López, la difusión de la veneración a este curandero está arraigada en la religiosidad popular porque, a diferencia de Dios, que resulta una concepción demasiado abstracta, lo que le pasa en la vida a la gente fácilmente lo pueden tomar como retribución de San Simón o como castigo.

-Al santo le pedís y te retribuye; pero si no le cumplís la promesa, te castiga. Es decir, cobra vida porque está pendiente de tu vida. Así, la veneración se fue extendiendo vía oral, hasta ser lo que es ahora.

Y mientras recordaba las palabras de López, la joven pareja en la fiesta de Amanda me animaba a probar suerte con su culto. “Pida algo, ya va a ver que se lo dará”, invitaba la mujer, mientras el humo blanco cubría su rostro y el de su acompañante.

Cumbias, merengue y rancheras… durante dos horas, los músicos tocaron sus instrumentos en todos los ritmos alegres para deleitar a los devotos. Al final de cada tanda, Amanda pasaba frente a los músicos, exigiendo una canción de sus favoritas. Y “La copa rota” sonó. Pero no sólo los músicos atendían a la palabra de esta “doña Bárbara” guanaca, ya que cuando ordenó “a rezar”, al instante, la cincuentena de invitados movió sus sillas y se dirigió a la habitación vecina. Ahí se encontraba otro altar, destinado al vástago de la anfitriona, muerto en un accidente de tránsito hace 10 años, un 28 de octubre. La fiestera mujer que había movido su cuerpo en todo el baile, se convirtió en una triste madre, llorando por el alma de su hijo. Sin embargo, agradecía al santo por su bendición, a pesar del mal. Al retirarme de su hogar, me invitó a la fiesta del próximo año, la cual tiene 25 años de celebrar, desde que el Hermano se le presentó en sueños y, con su rol de espiritista, empezó a curar gente bajo su mediación.

Interesante panorama, pero yo no estaba satisfecho con esas respuestas. Buscando otras que me revelaran más sobre este guatemalteco misterioso, visité tres veces otro centro espiritista ubicado en la colonia 5 de Noviembre, al norte de la capital. En las primeras dos visitas no me atendieron. El hermano estaba trabajando, dijeron los porteros. La tercera fue la vencida. Esperaba encontrar a un chamán barbado, vestido con ropas extravagantes, pero por el contrario, frente a mí, en un cuarto oscuro, estaba un tipo de no más de 40 años, parecido más bien a un empresario ganadero. Su voz era pausada, como esperando que sus palabras fueran encauzadas por un eco lúgubre. Todo de negro, el hermano David me hizo sentar frente a una gran copa repleta de agua y un tecolote disecado. No se ofendió con mi primera pregunta.

-El hermano es la reencarnación de Judas Tadeo, unos de los apóstoles de Cristo -me respondió a la pregunta de quién fue en vida el hombre trajeado de la fotografía decimonónica impresa en las novenas. David siguió su explicación-. Simón se presentó al indígena Felipe Zacarías y de ahí comenzó su predicación. Los indígenas, al ver su sabiduría y milagros, lo relacionaron con la divinidad maya Maximón o Ry Laj Man.

Es por eso que en otras regiones, como Santiago Atitlán y San Andrés Tzunil se le presenta como un anciano con ropajes indígenas o, incluso, con ropas contemporáneas, “hasta con ray ban y chaquetas”, agrega Estanislao López.

En cambio, la Iglesia Católica lo venera, según Daniel, como un santo judío, con ropajes del tiempo de Jesús de Nazaret y hay gente que también lo venera con esa imagen. Y aunque al menos para la gente hay alguna cercanía, la Iglesia Católica es clara al poner distancia entre ambos personajes. En la iglesia parroquial de un municipio de Morazán homónimo del hermano chapín y del apóstol, veneraban con puros y licor la imagen de San Simón, el bíblico. El cura, enojado, tiró a la basura las ofrendas.

Daniel explica por qué cree que se hace la relación entre los dos Simones. “un personaje popular, y no es inalcanzable para el pueblo. La gente le puede rezar en cualquier lugar, sin necesidad de ir a una iglesia. Bajo su devoción, le pueden pedir cualquier cosa y, con tal que no sea mezclado con la magia negra o que dañe al prójimo, lo concede”. Lo dice, mientras cita parte de su oración, la cual reza: “Te llamo hermano en todo momento porque sé que sí estás en la tierra, en las montañas, llanos, bosques, ciudades, campos, aldeas y casas”.

Además agrega que más que un santo es un hermano “espiritista” que forma parte de la corte celestial, junto a los ángeles y, claro, junto a las santidades. Junto a Simón hay otros hermanos que interceden por “favores”, “limpias” y “trabajos” incluyendo a los salvadoreños Macario Canizales, brujo mayor de Izalco, y Trinidad Huezo, espiritista de Rosario de Mora.

Tampoco comparte la idea de que Simón solo atiende a prostitutas, borrachos y maleantes. “Hay empresarios que creen en él, políticos, ingenieros, doctores. Conozco el caso de un doctor que lo ha visto en medio de una cirugía. Pero así como dice Jesús -estoy aquí por los enfermos, no por los sanos-, Simón intercede más por los pecadores”. Por ello, a las personas que han caído en pecado les contribuye más, y se presenta según sea su necesidad. “Eso de que es mi marido, celoso, o de hacer brujerías con él, no es cierto. El hermano Simón ayuda, pero también exige que hagás el bien”, dice Daniel.

Finalizada la entrevista, el hermano Daniel me invitó a ver su altar. Fuimos. Cubierto por una gran cortina, se encontraba el aposento del venerado. Una suite presidencial o el despacho de algún funcionario público acaudalado era poco para describir el lugar. Con traje blanco, San Simón mostraba su copa vacía, esperando recibir algún trago. En la sala de espera, uno de los trabajadores limpiaba el lugar, pues durante tres días cientos de personas llegaron a celebrarle. “Este es mi padre, mi protector, mi guía después de Dios”, decía Daniel, mientras describía cómo sentía cada vez que trabajaba bajo la devoción del hermano Simón.

Cuyultitán, fuerte de San Simón

La imagen era imponente. Los dos metros de tamaño, su traje de gala y sus ofrendas, dejaban boquiabiertos a los visitantes. Además, el santo estaba ubicado en una escalinata y acercarse a él implicaba hacer una procesión pausada y ceremoniosa. Flor de María Salinas, de 30 años, se paró frente al altar y sonrió al ver que su santo estaba adornado con frutas frescas, cientos de monedas y su vaso lucía rebosante de licor.

-Tengo 20 años de creer en él y de venir a Cuyul. Le agradezco porque me ha librado de la muerte, muchas, muchas veces -explicaba Salinas, y luego de saludar a su protector, perfumándolo, se dirigió al patio de la casa donde estaba tocando una banda musical.

La fiesta iniciaba, y Flor era de las primeras en llegar, pues no quería perderse la limpia de males con fuego. En esa casa, ubicada en el municipio de Cuyultitán, La Paz, cada 28 de octubre es una fiesta popular, con baile, comilona y, más representativo, un desfile por el pueblo.

Willy Wilson Torres, el encargado del templo, heredó la fiesta de su padre, René Escalante, un chamán fallecido hace 11 años. El mismo René había construido una capilla, al estilo de las iglesias evangélicas. Willy andaba apurado por toda la casa: faltaban ingredientes para la cena y una luz de la carroza no conectaba bien. En su frente corrían gotas de sudor. En el templo, los puros consumidos se contaban por decenas. Marlon Santos fumaba para que las remesas no faltaran y María Isabel Rivera para controlar la diabetes; y así, cada quien en su mundo.

Llegado el crepúsculo, niños y adultos se deleitaron con tres piñatas. La lluvia, impertinente, azotaba desde el mediodía. Pero cuando Willy dio la orden de salir con la carroza, el agua dio tregua.

Los cohetes dieron la orden de salida, y la carroza, un pick-up viejo, llevaba la imagen del santo tapada con un manta. Al llegar al centro del pueblo, tal como la configuración de Cristo, la imagen se descubrió, y su rostro sombrío se pudo observar en 360 grados, pues estaba sentado en una silla giratoria para que nadie se perdiera de verle. El pueblo estaba engalanado, no sólo por San Simón, sino también porque la directiva municipal celebraba el “bailongo de Halloween”, y los cuyultiteños habían sacado sus mejores ropas.

En vanguardia y retaguardia, San Simón era acompañado por músicos. También le escoltaba una decena de espantos, diablos y viejos de agosto, quienes castigaban a los mal portados con azotes. Atrás, sus devotos. Luego de una hora de procesión, la imagen retornó a casa. Las puertas abiertas que temprano habían recibido a los peregrinos, estaban cerradas. Un portón separaba a los devotos de los infiltrados. Willy no quería trampas. “Que los vivianes no se repitan la cena”, pues sólo era un plato por persona. Entonces, cada individuo que deseara entrar, recibiría un ticket y un sello. Uno por uno, lugareños y foráneos entraban sumisos. En ese congestionamiento quise conocer qué pensaba Willy de San Simón, pero los visitantes no dieron tiempo. “No te puedo expresar con palabras quién es él para mí”, dijo, sofocado, pues más de alguno se quiso colar. “Sólo te puedo decir que es grande y que he recibido muchas bendi... ¡hey, no te metás, no te metás!”. Terminé las preguntas y me retiré.

Atrás, la gente esperaba, impaciente, comida y baile, o -quién sabe- tal vez que San Simón les protegiera.

 

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