Cuando uno habla sobre los premios Oscar uno habla sobre cine, y como se supone que hablar de cine es hablar de arte, a los Oscar se les ha otorgado un lustre de legitimizador de las mejores muestras de ese arte, el premio máximo, la meta a la cual se llega después de varios premios que solo significan algo cuando señalan el camino hacia el monigote dorado de Hollywood.
Hace un par de décadas este camino era más privado, menos contaminado por la masa mediática que ahora escribe y analiza –incluidos nosotros- hasta el cansancio cada categoría, que se preocupa por estadísticas e hitos tratando de darle sentido a algo que muchas veces puede ser azaroso y el resultado de la voluntad volátil de 5 mil 777 consentidos.
Como consecuencia, los premios ahora son menos sorprendentes. Ahora el proceso de ganarse una estatuilla comienza en diciembre, cuando la National Board of Review presenta antes que nadie la lista de las 10 mejores películas del año, incluidas algunas que no han sido estrenadas y que probablemente solo han sido proyectadas en una sala de edición. Esto ha provocado verdaderos chascos, como el de este año, cuando la lista de ganadores estaba formada por supuestas imparables ganadoras como “Up in the Air”, “Invictus”, “The Messenger” y “(500) Days of Summer”. De estas, ninguna -exceptuando la primera- recibió las candidaturas que se esperaban y probablemente no tengan un papel protagónico el 7 de marzo.
El trayecto parece trazado con la estabilidad de un esquizofrénico. La temporada de premiaciones es ya una estación que dura cuatro meses, un desfile en el que aparecen cada vez más organizaciones que también entregan premios y parecen sellar definitivamente la carrera. Este año los Globos de Oro premian “Avatar”: “Avatar ganará el Oscar”. Los críticos de Los Ángeles y Nueva York eligen “The Hurt Locker”: “The Hurt Locker ganará el Oscar”. Y así, en algún momento en los últimos tres meses, fueron varias las “seguras” vencedoras: “Up in the Air”, “Precious”, “Invictus”, “The Lovely Bones”. Y ahora, que se acerca la fecha, otra vez vuelve a apostarse por “The Hurt Locker”, también por “Avatar”, incluso por “Inglourious Basterds”, película que cuando se estrenó en el verano boreal de 2009 parecía destinada a quedarse como otra explotación pornográfica de la violencia de Tarantino, pero que ahora, por la legimitización de los Oscar, es una obra de arte.
Lo mismo se repite con las demás categorías, e incluso puede ser aún peor. Seis actrices del musical fallido “Nine” fueron consideradas en un momento candidatas a mejor actriz secundaria (incluso Fergie, del chicle pop The Black Eyed Peas) y, al final, solo Penélope Cruz logró una candidatura que es más bien residual, de esas que solo parecen llenar un nicho racial en una comunidad con una cantidad notable de culpa histórica.En otras categorías, sin embargo, puede suceder exactamente lo contrario: una vez llegan las candidaturas y todos los premios han sido repartidos (los críticos, los sindicatos, grupos que se han ganado prestigio con base en champaña y caviar como los Globos de Oro), se llega a un consenso más o menos generalizado. Por ejemplo, Christoph Waltz, el austríaco políglota que hace un estupendo coronel Hans Landa en “Inglorious Basterds”, ha ganado todos los reconocimientos posibles, dejando bastante obvia la conclusión a su noche en el Teatro Kodak. Jeff Bridges puede ir haciendo espacio para su estatuilla de mejor actor, y Kathryn Bigelow, la mujer -¡mujer!- que todavía mucha gente no puede creer que dirigió “The Hurt Locker”, puede declararse la parte ganadora del divorcio entre ella y James Cameron.
Esto es el resultado de un sistema muy complicado y a veces inexplicable. Los miembros de la Academia, 5 mil 777 personas que representan a casi todas las ramas de la industria cinematográfica (edición, actuación, dirección, producción, maquillaje), son también, además de votantes, participantes directos o indirectos en muchas películas; son miembros de los sindicatos que entregan premios mucho antes que la Academia y que generalmente predicen con mucha eficacia los Oscar; son amigos de los nominados o están nominados ellos mismos. Podríamos estar seguros, por ejemplo, de que el famosamente egocéntrico Jason Reitman, director, escritor y productor de “Up in the Air” votará por él mismo en todas las categorías en las que está nominado. Lo mismo puede esperarse de Penélope Cruz, George Clooney o Quentin Tarantino; todos miembros activos de la Academia y que recibirán una papeleta en su casa para emitir su voto.A pesar de todo, la emoción por esta premiación no ha mermado. Los dramas fuera del escenario siguen siendo igual de importantes; los errores y abusos en las campañas, igual de reprochables. Este año nadie va a olvidar, por ejemplo, al productor primerizo de “The Hurt Locker”, que en una broma mal concebida envió un correo a todos los miembros de la Academia solicitando el voto para su película en detrimento a “Avatar”, “La película de los 500 millones”. Una disculpa fue demandada de inmediato y la “gerencia” de la Academia, cinematográficamente llamada “Board of Governors”, se reunirá esta semana para discutir si habrá sanciones para él o la película.
Es fácil, entonces, equivocarse en este juego tan difícil que representa ganar un Oscar. Muchas veces posibles candidatos son decepcionados por lo que resulta ser solo un rumor de nominación, posiblemente iniciado por su mismo representante. Muchos que logran ser nominados llegan a la noche sabiendo que no tienen ninguna posibilidad de ganar. Otros, simplemente, se acostumbran tanto a recibir premios que sus expresiones de sorpresa o llanto durante la premiación resultan falsas y coreografiadas. Y aún así hay espacio para sorpresas: hace unos años, todo el mundo había dado por ganadora a Brokeback Mountain, pero al final la mayoría de votantes eligió inesperadamente a “Crash”.
Pero al final, cuando llega la noche del 7 de marzo, puede ser que lo más emocionante no sea quién gana o quién no, porque eso lo podemos predecir con bastante seguridad. Más bien, lo emocionante ha sido precisamente la carrera, el camino, ese ir y venir de sorpresas y curvas inesperadas, de posibles ganadores convirtiéndose en perdedores, de ver a desconocidos convertirse de repente en estrellas, en los mejores actores del mundo, de tratar de entender y seguir cada invento y campaña de desprestigio. Pero, sobre todo, es la emoción de ver cine, de discutirlo, de amarlo y de odiarlo, de tratar de encontrar un consenso en el elusivo y fascinante proceso de escoger -entre comillas- lo mejor.