El día cuando se estrenó “Cinema Libertad”, Arturo Menéndez (San Salvador, 1978) parecía un niño con juguete nuevo. Estaba en una presentación de gala en el Teatro Nacional, a pocas cuadras donde se había rodado el corto, de donde había hecho realidad su sueño. “Si te apasiona algo, no podés andar pensando en el pisto”, dice, para recordar el presupuesto del cortometraje: 1 mil 500 dólares. El resto fueron las ganas, las propias y las de un grupo de “locos” de los que se ha hecho acompañar desde cuando regresó de estudiar cine en Nueva York y España.
Lo de Arturo eran ganas de hacer algo en un país donde siempre escuchó que hacer cine era imposible. Al final, el cine de ficción –ese que le gusta hacer a Menéndez-, ¿no es volver realidad los imposibles? Su primer imposible fue convertirse en cineasta, una cosa que añoraba desde pequeño; y el segundo, mostrar que cada vez más en El Salvador hay “locos” que quieren hacer cine en serio como una forma de vida. Su próxima locura, sin fechas aún, es tomar a Cinema Libertad y volverlo un largometraje. “Hay un salvadoreño que está muy metido en la industria en Hollywood y que se apasionó con el corto... Se apasionó de tal manera que se viene a producirlo”, adelanta.
En un país donde el cine no existe, ¿por qué decidiste hacer cine?
Quien me metió en este rollo y alimentó esta semillita fue mi papá, César Menéndez. De chiquito no me gustaba ver películas de niños porque, normalmente, salías del cine y nadie las comentaba, nadie hablaba de eso. Mientras, en las películas de grandes, salías y luego había como una discusión acerca de qué te había parecido y eso. Me gustaban esas discusiones y siempre salía con argumentos bastante maduros para mi edad... digo, para un niño de siete u ocho años.
¿Películas como cuáles?
Desde lo más básico: “Volver al futuro I”, “Star wars”... ¿Qué te puedo decir? “Cocoon”... lo que no me gustaba era ir a ver películas animadas, que era lo que los niños iban a ver.
¿Y “Fantasía”, de Disney? ¡Esa era un gran rollo!
Sí, pero hablo como de la película de los pitufos, ¡no, gracias! Una vez había estado fregando a mi papá para que me llevara a ver una película de la Whoopi Goldberg... era en 1986, una cosa así...
… ¿“El color púrpura”?
Sí. No estoy seguro del año. La cosa es que cuando salí empecé a dar argumentos de por qué me había gustado la película y mi papá, ya en el carro, me dijo: “Vos como que vas a ser cineasta. Me caería bien tener un hijo cineasta”. “¿Y qué es eso de cineasta?”, dije. Entonces como que el gusanito ese se me metió. Y después, una vez viendo una película... ¿se acuerdan de esa película de los ewoks?
Sí, “La aventura de los ewoks”.
Sí, esa. Entonces, vi un documental de cómo se había hecho la película. Y cuando vi aquello, me dije: “Esto eso lo yo quiero hacer en mi vida”. Y a partir de ahí tuve ese gusano todo el colegio. Desde que estaba en tercer grado ya sabía que ese era mi rollo.
¿No querías ser bombero, plicía, astronauta...?
No, mientras que los demás querían ser bomberos, médicos o cualquier cosa, yo quería ser director de cine.
Pero no sabías qué era realmente ser un director de cine.
No, no tenía ni idea de lo que era. Nada más veía un tipo que se sentaba y lo pasaba super cool. Y la verdad que sí, los directores la pasamos super cool, ja, ja, ja.
¿Por qué director y no actor?
Fijate que...
… Digo, para el papel de ewok ibas pegándole.
Ja, ja, ja. Todavía pego para ese papel... cuando fui creciendo me fui interesando por la literatura y la fotografía en blanco y negro. Entonces me fui interesando por ese tema e ir descubriendo más allá. Me di cuenta de que no era un capricho, sino que realmente me gustaba.
Te gustaba una carrera que aquí es inexistente, empujado por una frase de tu papá: “Me caería bien tener un hijo cineasta”.
Aquí no hay cine, exactamente. Y quizás en ese tiempo, mi papá lo dijo por decirme algo, porque veía mi interés en el cine, así como un niño le puede ver mucho interés al fútbol y su padre le dice que va a ser futbolista. Pero como vengo de una familia de artistas, donde nunca hubo ese temor de que algo sea muy difícil o ese mito de que el artista se muere de hambre o es hippie o es marihuanero... Digo, mi papá como artista pudo vencer todos esos tabúes. Mi papá es un profesional dentro de la pintura. Y con ese ejemplo, el de un tipo que había roto todas esas barreras, pues hacerlo era posible. Además, lo que tenía bien claro en el colegio era que no iba a vivir aquí. Me dije: “Me voy porque me voy”. Y además, confieso que en los años 90s odiaba estar en El Salvador. ¡Aquí no había nada! Le doy la razón a toda una generación, que ahorita ronda los 40 y 50 años, que después de la firma de los Acuerdos de paz se quejaban mucho del país. Era una generación que regresó al país, que se dio cuenta de que esto seguía siendo lo mismo o era peor, y como que se hundieron en un limbo. Y estando así, todo el mundo empezó a despotricar del país, a decir que este país era una basura...
¡Un lector más de “El Asco”!
¡Exactamente! ¡Bastante! Digamos que mi adolescencia la pasé escuchando esos argumentos de por qué el país era horrible, de por qué aquí no se hacía nada, de por qué esto y lo otro. Era 1997 y me fui a la escuela de cine de Nueva York, la New York Film Academy... Pero estaba bien bicho, tenía una mi novia acá y estaba bien enamorado, y eso me hizo regresar. Quizás tuve la oportunidad de quedarme más tiempo allá, pero no, la cosa del bicho enamorado... y me regresé. Para entonces, Jorge Dalton acababa de regresar de México, nos reunimos un día y le pregunté por qué no poníamos una productora de cine independiente. Nació una productora que se llamaba Mecosta Film International. Era una productora que no pretendía hacer comerciales de televisión. ¿De qué íbamos a vivir? No lo sabía... Y aún sigo con la duda de qué hace una productora de cine independiente en Centroamérica, porque de eso es muy difícil sobrevivir. Abrimos Mecosta, allá por el año 99 o 2000, y el panorama en el país a nivel cinematográfico era un desierto desolador, triste. O sea, no había gente preparada en aquel momento. Cuando uno decía: quiero hacer cine, se te quedaban viendo raro.
¿Quiénes estaban? ¿Jorge Dalton, Paula Heredia...?
Estaban Dalton, Paula... y un par de personas más que tenían la idea de hacer cine y no comerciales. Bueno, en aquel tiempo estaba mi buen amigo Paolo Hasbún, que se iba para Cuba y que hoy está haciendo documentales, cosas interesantes. Otro era Eduardo Mayén, que era un director de fotografía que hoy está trabajando en Hollywood, y toda una generación bien joven en aquel momento. Tendríamos 20, 21 o 22 años.
Locos, en resumen…
... Sí. Y no sé a qué nos reuníamos realmente pero hicimos varias cosas. Un par de documentales, un corto en 35 milímetros, cositas que ya ni las enseñamos.
… ¿Por penita?
Sí, algo. Con Jorge tenemos un documental que yo produje... porque yo, a mis 20 años, tenía la idea de ser Jerry Bruckheimer (productor de más de 40 películas y de series televisivas como “CSI” y “Cold Case”). Quería ser productor ejecutivo del top Hollywood. Ese era mi sueño. No tenía la dimensión del cine. Obviamente, uno cambia. Cuando veo hacia atrás y veo lo que estaba haciendo hace 10 ó 12 años, me da pena. Uno cambia y es cuando encuentra su propia voz. Y eso es lo más difícil en el cine. Por eso yo no creo mucho en los directores muy jóvenes porque no han vivido lo suficiente. No podés, con 20 años, hacer una película... ¿qué vas a contar con 20 años? ¡Nada! Tenés que crecer. Yo, a mi edad, todavía estoy empezando a encontrar mi voz.
¿Qué te motivó a irte de nuevo?
En 2001, en los terremotos, se nos cayó el techo de la oficina que teníamos en Altamira, las computadoras se fueron al carajo... Jorge y yo nos peleamos por tonteras y, entonces, había conocido a un director ecuatoriano en Costa Rica que estaba haciendo una película y me invitó a trabajar como productor ejecutivo en ella. Era una película de mucho presupuesto. Me fui para Quito a trabajar en este proyecto, llamado “Crónicas”. Una película muy grande, con John Leguizamo, Leonor Watling... y fue una experiencia bonita, pese a que yo no vi terminada la película por razones de descuido. Entraron otros productores a tomar mi lugar. Gracioso, me sustituyeron Guillermo del Toro (“El laberinto del Fauno”, “El espinazo del diablo” y “Hellboy”), Alfonso Cuarón (“Harry Potter y el prisionero de Azkabán” y “Y tu mamá también”) y Berta Navarro. O sea, nombrecitos, ja, ja, ja. Y bueno, estuve allá un tiempo. Cuando regresé, la relación con Jorge no era la misma. Estaba solo. Todos los amigos con los cuales me reúno hoy, estaban en aquel momento en Cuba, en Los Ángeles, etcétera. Así que me fui para Miami. Me ofrecieron ser productor de un programa de MTV, que se llamaba “Cero – cero – cero TV: Buscando al Mesías”. Estuve ahí algún tiempo y el programa nunca salió al aire. Me quedé sin dinero allá en Miami...
… Igual que tu papá, que se fue a Estados Unidos sin dinero. Parece que es de familia...
Sí. Me tocó. Ja, ja, ja. Después de eso me fui a Los Ángeles y ahí me entró la crisis. Me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida. Había llegado con un guion de un largometraje en inglés. Según yo, un guión para Hollywood. ¡Me dieron en la trompa con él! La gente me cerraba las puertas. Nadie me daba una oportunidad.
¿Sobre qué era el guión?
Era una tontería sobre un hermano y su hermana que se conocían y se enamoraban. Era una cosa incestuosa, je, je, je. Era un tema bien tonto, escabroso. Era una tontería. Entonces estuve seis meses allá y me preguntaba: “¿Qué estoy haciendo? Yo necesito terminar mi carrera universitaria... Allá es donde tengo que estar, no aquí literalmente comiendo mierda”... Así que me salió la oportunidad de irme a España, a la Escuela Superior de Artes y Espectáculos (TAI), recomendado por un buen amigo mío. Me fui para allá y me especialicé en guion de cine y televisión. Estuve estudiando tres años y luego me quedé viviendo dos más en Madrid. Esto fue un antes y un después en mi vida. Cinco años en una ciudad te marcan.