El Ágora /

Los arquetipos de la cueva

Crítica de “El Cavernícola”, un monólogo de Rob Becker, dirigida por Roberto Salomón y protagonizada por Fernando Rodríguez. Una obra que ofrece un menú exquisito para un buen debate entre la tradición machista y las realidades del siglo XXI. En cartelera en el Teatro Luis Poma, hasta el 4 de julio. 


Lunes, 14 de junio de 2010
Élmer Menjívar

Cuentan que entre 1988 y 1991, el actor y comediante estadounidense Rob Becker se la pasó estudiando prehistoria, algo de sociología, presuntamente antropología, otro tanto de mitología y mucho de una escuela de la psicología para poder elaborar un discurso narrativo con fines dramatúrgicos que pusiera en escena un monólogo retador, sarcástico y paródico, casi satírico, abordando el conflicto de los sexos. Logró una pieza que ha marcado varios hitos: es el monólogo con el récord de permanencia en Broadway, estrenada y protagonizada por el mismo Bercker en 1991, y dice Wikipedia que ha sido representada en cuarenta y cinco países, con un público que supera los ocho millones de personas.

Es una comedia efectiva y sin más pretensiones que entretener haciendo cosquillas en los puntos precisos. Sigue el formato del “stand-up comedy”, demuele la cuarta pared, lo que la hace directa y tremendamente empática con el público. Hasta donde sé, la compañía Theater Mogul, dueña de los derechos, exige cierta rigurosidad en algunos aspectos de forma, pero está concebida para que sus adaptaciones aprovechen al máximo el lenguaje local y la idiosincrasia. Todo esto asegura en buena parte su éxito con el público, sin embargo, es su discurso el que entra en contacto con su público.

No se trata de un humor del todo inocente —como todo humor del bueno. Parte de una postura sociológica que tiene como blanco algunas corrientes del feminismo, a las que ataca con pretendida dulzura y mucho cinismo, siempre bajo un sospechoso halo reconciliatorio. El tono homilético nutre al protagonista de una impostada autoridad que enerva a las feministas “by the book”. Recurre a las teorías antropológico-funcionalistas que han pretendido explicar el machismo social desde la división sexual del trabajo, elaborando una serie de dudosos silogismos a partir de la premisa de que entre los primeros homínidos el macho era el “cazador” y la hembra la “recolectora”, y eso configuró irremediablemente su desempeño social, sexual y emocional por los siglos de los siglos.

Desde su estreno hasta ahora, muchas ideas han evolucionado y el relevo generacional ha ampliado demográficamente el alcance de ideas muy distintas a las que la obra plantea. La visibilización social de relaciones fuera del canon conservador ha debilitado esta argumentación: parejas del mismo sexo, parejas con diferencias sustanciales de edad, parejas “abiertas”, parejas con equidad de género y otras modalidades. Todo esto merma el alcance del mensaje, pero sabemos que en El Salvador hay una porción importante del público que aún responde bien y responderá a los guiños humorísticos de la fórmula que “El cavernícola” ofrece. Basta ver las funciones siempre llenas de cada fecha programada y la risa continua durante el espectáculo.

Ahora bien, la risa y el agrado del público de una obra como esta no dependen de la fundamentación teórica y argumental de la obra, sino de una puesta en escena concebida para el entretenimiento. La adaptación y dirección está a cargo de Roberto Salomón, quien conoce con creces a su público, y ha sabido medirlo casi a la perfección para permitirse avanzar por la línea de la tolerancia. El audiovisual introductorio sirve de prólogo que hace patente el pretendido fundamento documental de la pieza, así como la presentación de los personajes y sus circunstancias.

Salomón escogió para el montaje de hace un año al joven actor Fernando Rodríguez, y con él se mantiene en esta reposición. Rodríguez consigue cargar dignamente la obra, cuya duración resulta ser la justa, aunque la recta final se percibe precipitada. El problema más visible de Rodríguez en este papel es su juventud, es necesario dejar pasar unos cuantos minutos en escena para  empezarle a creer el personaje de un hombre no solo con experiencia matrimonial sino con el bagaje y el tiempo suficiente para haberlo analizado. Pero una vez le creemos, la obra fluye con bastante agilidad. El actor demuestra dominio físico de muy buen nivel, muy buen trabajo vocal con la impostación de la voz y la correcta dicción, es en la entonación en la que percibo necesidad de estudio. Recordemos que en un monólogo los matices son el aporte de la versatilidad de la entonación, y no solo se trata de lograr efectivamente distintas caracterizaciones, sino de control dramático.

No dudo que este montaje logre complacer al público, y eso es sano para nuestro teatro. Ojalá que no se asuma como una prédica sino como una invitación a la charla, una oportunidad de discutir estos arquetipos. Los arquetipos en psicología son esas imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forma parte del inconsciente colectivo, esas representaciones que se consideran modelo de cualquier manifestación de la realidad. Muchos vienen desde las cuevas, y a veces conviene recordar que de ahí ya salimos hace muchos miles de años. Este es un viaje entre los tiempos y los arquetipos.

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