Amílcar Flor, mejor conocido como “el maestro Flor”, es un personaje que aparece en todos los eventos culturales de nuestro país como un voraz espectador. Su figura es inconfundible, barba y pelo blanco, sigiloso, con su morral al hombro. Pero el maestro Flor no es solamente un amante de las artes sino un hombre que sabe lo que es dedicarles su vida. Durante seis años estudió en el Instituto Superior de Artes y Teatro Lunarcharsky, en Moscú y, al regresar, fue maestro de varias generaciones de jóvenes en el bachillerato del Centro Nacional de Artes (CENAR).
Flor es abundante en su plática, eso sí, tiende a divagar en medio de anécdotas deliciosas, y cuando nos embargamos en el regreso a las preguntas, es un volver difícil. Conoció a Roque Dalton y cuenta que pertenecían a una asociación llamada Bienestar Estudiantil, que el mismo Roque la renombró “asociación de sueños”, porque no realizaban nada de lo planeado. También es contemporáneo de Manlio Argueta, Álvaro Menéndez Leal, Matilde Elena López, y otros artistas, con los que vivió experiencias y aventuras.
Muchas veces una plática es un viaje, una degustación, en este caso, a través de las palabras pronunciadas con voz firme, conocimos la Unión Soviética, el legado de grandes artistas, buenas obras, y varias “historias prohibidas del pulgarcito”, como él también las llama. Pudieron ser más horas las que compartimos, pero entonces hubiera llegado la eternidad, como suele pasar con las personas que conocen de arte y buena conversación. Al son de varios vinos tintos (dice que son buenos para la sangre), café y salmón, el maestro habla de la vida, del arte y de una historia llena de colores y nostalgias.
¿Que tal con lo del homenaje que le hicieron? .
Ja, ja, ja, ja, a mí me avisaron un viernes antes al lunes que me lo iban a dar. Me encontré con una nota que decía: “Querido maestro, preséntese urgentemente con todos sus documentos”... (Allí no terminó su respuesta. El caso es que pidió que no incluyéramos la continuación de la misma porque le parecía grosero. Por su parquedad en el asunto, decidimos esquivar el tema.)
¿Qué hacía en Moscú?
Yo entré a la universidad de Moscú, a la preparatoria, a aprendizaje del idioma. Pero los otros locos me convencieron: “Mirá, vos saliste de bachiller en matemáticas, siempre podés hacer arte, ¿por qué no estudias economía?”. Entonces pasé seis meses estudiando matemáticas. Ya en el siguiente año me interesó mucho menos. Cuando estaba en la etapa final del año electivo le dije a mi maestro “Mire, yo no voy a estudiar eso”. “¿Por qué?”, me dijo. “Es que yo no agarro nada, le respondí”. “No. Usted es lento pero seguro, lo que va pasar es que dos cursos los va a hacer en tres años, pero los va a hacer”. Quizá tenía una dosis de razón, pero con el machismo cultural de uno... machismo en el sentido de curso estudiado, curso ganado.
¿Y dónde recibió su primera formación académica?
Yo venía del Instituto Nacional y había estudiado en la Universidad Nacional tres años.
¿Qué edad tenía cuando se fue?
Cuando yo llegué, mis colegas de Derecho ya estaban terminando el séptimo año. Ya era el 65, yo comencé en la Nacional en el 58. Tuve profesores brillantes, Galindo Pohl, Chema Méndez, los Castrillo Zeledón, Emilio Reina Guerra, solo eminencias. Ellos no se reducían a la clase y al manual, sino que daban la bibliografía para estudiarla. Entonces, como yo tenía baca, me quedaba tiempo para irme a la biblioteca a leerme los originales. A mí me gustaba el Derecho Penal y el Laboral, y cuando fui a los juzgados dije: 'Mmm..., No', Ja, ja, ja, ja. Uno de esos juzgados parecía de esas ferias, que a los asistentes les repartían café, tamales, de esos juicios maratónicos.
¿Fuiste compañero de Roque Dalton?
No, no. El ya estudiaba tercero o cuarto año. Lo que pasó fue que estando yo en primer año me hicieron formar parte del que se llamaba Bienestar Estudiantil, entonces el Roque le puso el apodo de la “Unidad de lo Sueños”, porque nada de los que se hacía ahí era realizable. Entonces Roque agarraba unas grandes jodederas: “Aquí en Derecho vamos a instalar arriba un asoleadero y un deslizadero, y vamos a poner piscinas, para que la gente en el rato que no estudia que aproveche, y para favorecer en mercado matrimonial”, Ja, ja, ja, ja... (Amilcar reflexiona un momento y no vacila en preguntarse el por qué de sus respuestas. Lucía le ayudó a caer en la cuenta que el origen la pregunta era, simplemente, la edad del maestro en aquella época. De pronto, continuó de súbito la historia de cuando desertó de la escuela de Economía.) Entonces yo dije que no quería estudiar matemáticas, a mí eso me revienta. “Vaya pues”, me dijeron los maestros, “pero aquí no le podemos enseñar teatro, porque se utilizan varios niveles del idioma y sus variaciones. Lo que podemos hacer es que usted vaya para allá (Instituto Superior de Artes y Teatro Lunarcharsky), a un primer año, y si aguanta la carga y los maestros le dan la entrada, puede hacer eso como preparatoria”, así que me hice quince meses de escuela preparatoria.
¿Y cómo era el trabajo en la escuela de teatro?
Nos ponían a hacer trabajos de dos o tres minutos, pensados por los estudiantes, porque era escuela de dirección, entonces los mismos estudiantes eran actores. El fenómeno de la comunicación tenía que existir, que todo fuera comprensible. Entonces las instrucciones y las observaciones que hacían los maestros yo no las lograba agarrar. Así que volví a repetir, con otros maestros, porque era un grupo de maestros que lo seleccionan a uno. Ellos ocupan el 50 por ciento del tiempo, las otras clases eran de entrenamiento: expresión corporal, expresión oral, danza, esgrima, y luego historia de la Artes Visuales.
¿Y te adaptaste con facilidad?
Ah, por ejemplo cuando yo llegué me dijeron que no iba a aguantar el frío, me mandaron al Sur, y había caído un frío de 20 grados centígrados bajo cero. ¿Ustedes nunca han estado en un frío así?
Jamás.
Cuando cae así va uno en el bus como si fuera en una refrigeradora, las ventanas con pedacitos de hielo. Me dijeron que me quedara unos quince días en el Sur, y ya cuando había bajado regresé a Moscú, porque allá, con unos diez grados bajo cero la gente anda en las calles tranquilamente, con sus niños bien abrigados. Como que fuera diciembre aquí.
Entonces, al fin, ¿cómo lograste quedarte en la escuela?
Yo ya había solicitado, lo que pasa es que... (Flor vuelve a divagar y se escapa, sin que parezca premeditado, del sentido de la pregunta) Como te digo eran cuatro posgraduados y los cuatro eran economistas, ninguno de ellos regresó.
(La conversión tomaba giros inesperados. Flor divagaba y cambiaba el tema, a ratos, pedía detener la grabadora. Al final, el maestro se decidió por un sándwich de salmón, que acompañó con tres copas de vino, las cuales, evidentemente, salpimentaban cada vez más sus anécdotas. Flor es un personaje que tiene mucho que contar, pero sin prisas. Acaso ni una noche entera bastaría para conocerlo en su dimensión).
¿En qué otro lado estuviste además de Moscú?
En Cuba. En 1963. Roque fue quien nos consiguió las visas para entrar. Cuando llegamos había un congreso de Arquitectura, y nos hicieron pasar por arquitectos. Ese mismo día fuimos a la inauguración, que la estaba presidiendo el Ché Guevara. Nos reunió a varios salvadoreños que llegamos, y nos llevó a escuchar al negro Bola de Nieve.
¿Y qué andaban haciendo?
(Nuevamente, el maestro esquivó la pregunta) Yo no sé cómo hizo el Roque pero nos mandó sin visa en avión.
¿Directo, un solo vuelo?
Sí, a Checoslovaquia, Praga. Y al llegar a Praga nos dicen: “Aquí, la Ageus no ha mandado ningún documente. Regresen a sus países a tramitar y vuelva a tramitar eso”. Su abuela, dije yo.
Volvamos al teatro. ¿Qué es lo que hace falta para que el teatro en este país termine de cuajar?
Al teatro de El Salvador le falta dar el salto cualitativo, que implica entreno, sicotécnica. Las personas tienen cualidades naturales, hay unos más expresivos que otros... Fíjese que pueden haber muchos estilos en la forma en que hace un espectáculo, de una manera u otra, pero el actor que ejecuta eso es un ser en crisis, con sus emociones en su cerebro. La herramienta del actor no es algo exterior. El actor tiene que interiorizar.
¿Cree que aquí en el país se ha hecho gran teatro?
Ha habido, pero la cuestión es cómo mantenerse de una manera estable permanente. No se trata de loterías.
¿Que de vez en cuando sale algo bueno?
Sí, no se trata de una creatividad espontánea, sino que tiene que ser, como dicen en Economía, algo sostenible para el desarrollo.
Ya que fuiste maestro, ¿cómo se puede descubrir el talento en un joven?
so ya es delicado, lleva un proceso complejo. Desde un inicio se puede ver el potencial que una persona tiene, pero puede ser una llamarada de tuza. Para que sea sostenible, la personalidad se va descubriendo dentro el proceso de aprendizaje, sobre todo que en la etapa de la adolecía el joven se va descubriendo a sí mismo. Se está descubriendo ante el otro, se está descubriendo la mujer ante el hombre, se descubren como sexos o como géneros, para no ofender a Las Dignas. El actor tiene que partir por redescubrirse a sí mismo. El joven debe saber que él es líder de sí mismo. Se puede descubrir un potencial en la persona, pero hay gente que es extrovertida, puede ser muy hablantín, pero hay otros que son inhibidos totalmente... nuestro medio no deja de tener ciertas dosis de machismo, que en términos femeninos yo le digo faldismo.
¿Cómo eso de faldismo?
La variante de masculino en femenino.
¿Cuando la mujer es machista?
Se puede decir así, Ja, ja, ja, ja.