Opinión /

Perú, lecciones para nuestros políticos


Domingo, 1 de mayo de 2011
Mauricio Silva

El proceso electoral en el cual se encuentra Perú arroja importantes lecciones para nuestro país, especialmente para nuestros políticos. El Perú entra a las elecciones de este año después de varios gobiernos que terminan con muy baja popularidad. El de Fujimori, aunque con logrosimportantes como el de parar el terrorismo de Sendero Luminoso y aumentar el gasto social (duplicando la presión tributaria la cual pasa del 7.3% al 14.1%), termina muy desprestigiado por la corrupción y el autoritarismo. Los de Toledo y García siguen la misma suerte, a pesar de que logran un crecimiento económico alto - uno de los más altos de América Latina, pues no logran beneficiar a las mayorías pobres; es un crecimiento con muy poca redistribución. 

En la elección pasada García, del partido tradicional APRA, logra vencer en una segunda vuelta a Humala, candidato populista que, en aquel entonces, asume posiciones radicales y se asocia estrechamente con Chavez. García, después de la experiencia de su primer gobierno en el cual implementó políticas populistas que terminaron en una catástrofe económica y social, decide en su segunda oportunidad seguir políticas neoliberales tradicionales que producen un crecimiento económico muy alto, en torno al 7% anual en los últimos cinco años, pero que solo logran reducir la población en pobreza en ese periodo del 48% al 35% y mantienen las brutales diferencias entre regiones. La baja popularidad del gobierno, y el caciquismo de Garcia, llevan a la cuasi desaparición del partido APRA, el cual ni presenta candidato a las elecciones. Ello fortalece un vacio de opciones institucionales entre los defensores del satus quo, lo que a su vez produce varias candidaturas por parte de ese sector, en torno mas a personas que otra cosa, dividiendo así su voto.  Por su lado Humala, aprendiendo del pasado, modera su posición, se hace asesorar por los brasileños y propone una mayor redistribución. El mensaje principal de su campaña es “estos ya tuvieron su oportunidad sin mayores resultados para las mayorías, dennos ahora la oportunidad para un cambio real”.

Todo lo anterior lleva a unos resultados de la primera vuelta con dos finalistas que pasan a una segunda vuelta: Humala con el 32% de los votos y la hija de Fujimori con el 24%. Las últimas encuestas ratifican el liderazgo de Humala con un 42% de la intención de voto para la elección final, superando por 6 puntos a su adversaria, Fujimori. Para muchos peruanos este resultado les obliga a escoger “entre el menor de dos males”, para otros es una oportunidad para un cambio real.

Conversando con los peruanos sobre su proceso, tratando de sacar lecciones para nuestro país, su mensaje principal es que evitemos caer en situaciones como la que ellos viven en la cual, por el pasado descrito anteriormente, se encuentran en un vacío institucional en la esfera política, que obliga a la mayoría a, o dar un voto por el menos malo, o hacer un acto de fe en las promesas de Humala, teniendo que confiar que él sí ha cambiado desde la última campaña en el 2006. Las tendencias electorales por ahora parecen confirmar que para la mayoría de los peruanos es difícil creer que un político y un partido no vean las limitaciones del modelo de Chávez que Humala defendió en el 2006, el cual ha sufrido un colapso dramático desde aquel entonces; que defender ese modelo en países que no tienen los ingresos por petróleo que tiene Venezuela, es un suicidio político. Esas tendencias electorales reconocen el derecho y la obligación que tienen los políticos y partidos de aprender de la historia y variar sus posiciones.

A nivel de políticas públicas las lecciones son claras. Los extremos en políticas económicas no son buenos, inclusive para los políticos y sus partidos. El crecimiento que no beneficia a las mayorías no produce réditos políticos, ni satisface al electorado. Pero también la política económica que siguió García en su primer periodo, y una también populista que Humala defendió en la elección que perdió en el 2006, demuestran que el populismo económico tiene costos altísimos para un país y para los políticos. Otra lección es que la corrupción tiene un precio político muy alto, para el político pero también para el partido con el que se asocia. La Fujimori, incluso después de haber pedido perdón por la corrupción que existió durante el gobierno de su padre, encuentra en ese pasado su mayor obstáculo.

La pérdida en la primera vuelta de los defensores del status quo enseña que la división dentro de políticos y partidos de una misma tendencia solo beneficia a la oposición. La sobreactuación, el drama, con que escenificaron los sectores tradicionales y las elites económicas del Perú la candidatura de Humala y antes la de Garcia, de que “el candidato contrario a sus preferencias representa un salto al abismo”, probo también ya no ser una estrategia eficaz. Como dice el politólogo peruano F. Kahhat, en su artículo sobre este tema “en 1985 los ignorantes eran aquellos que votaban por Alan Garcia; en el 2006 (cuando Garcia defendía el status quo y su contrincante Humala era el cambio) los ignorantes eran aquellos que no votaban por Alan Garcia. En 1992, esas mismas gentes aplaudían a rabiar el golpe de estado perpetrado por Alberto Fujimori. Fiel a su tradición, ahora algunos de ellos lanzan una página de Facebook intitulada “Golpe de Estado si gana Humala”. Todo esto lleva a Kahhat , ante la posibilidad de que gane Humala, a terminar su artículo diciendo “no niego que el descalabro sea una posibilidad. Solo sugiero que no es la única posibilidad, y que tal vez no sea la más probable.”

Ojala los salvadoreños, y sobre todo los políticos y sus partidos, aprendamos las lecciones aquí descritas del Perú: que es importante la institucionalidad de los partidos en el proceso electoral, que los extremos son malos en las políticas económicas especialmente en países pobres y dependientes, que la corrupción tiene un costo para el político y para su partido, que las divisiones entre partidos que defienden un mismo interés benefician al bando contrario, que los escenarios dramáticos no son eficientes en las campañas electorales, que los votantes en países donde existe un gran porcentaje de la población en pobreza exigen políticas que los beneficien de manera masiva y acelerada, y que los partidos políticos tienen el derecho y la obligación de actualizar su ideología y discurso político. 

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importantes como el de parar el terrorismo de Sendero Luminoso y aumentar el gasto social (duplicando la presión tributaria la cual pasa del 7.3% al 14.1%), termina muy desprestigiado por la corrupción y el autoritarismo. Los de Toledo y García siguen la misma suerte, a pesar de que logran un crecimiento económico alto - uno de los más altos de América Latina, pues no logran beneficiar a las mayorías pobres; es un crecimiento con muy poca redistribución. 

En la elección pasada García, del partido tradicional APRA, logra vencer en una segunda vuelta a Humala, candidato populista que, en aquel entonces, asume posiciones radicales y se asocia estrechamente con Chavez. García, después de la experiencia de su primer gobierno en el cual implementó políticas populistas que terminaron en una catástrofe económica y social, decide en su segunda oportunidad seguir políticas neoliberales tradicionales que producen un crecimiento económico muy alto, en torno al 7% anual en los últimos cinco años, pero que solo logran reducir la población en pobreza en ese periodo del 48% al 35% y mantienen las brutales diferencias entre regiones. La baja popularidad del gobierno, y el caciquismo de Garcia, llevan a la cuasi desaparición del partido APRA, el cual ni presenta candidato a las elecciones. Ello fortalece un vacio de opciones institucionales entre los defensores del satus quo, lo que a su vez produce varias candidaturas por parte de ese sector, en torno mas a personas que otra cosa, dividiendo así su voto.  Por su lado Humala, aprendiendo del pasado, modera su posición, se hace asesorar por los brasileños y propone una mayor redistribución. El mensaje principal de su campaña es “estos ya tuvieron su oportunidad sin mayores resultados para las mayorías, dennos ahora la oportunidad para un cambio real”.

Todo lo anterior lleva a unos resultados de la primera vuelta con dos finalistas que pasan a una segunda vuelta: Humala con el 32% de los votos y la hija de Fujimori con el 24%. Las últimas encuestas ratifican el liderazgo de Humala con un 42% de la intención de voto para la elección final, superando por 6 puntos a su adversaria, Fujimori. Para muchos peruanos este resultado les obliga a escoger “entre el menor de dos males”, para otros es una oportunidad para un cambio real.

Conversando con los peruanos sobre su proceso, tratando de sacar lecciones para nuestro país, su mensaje principal es que evitemos caer en situaciones como la que ellos viven en la cual, por el pasado descrito anteriormente, se encuentran en un vacío institucional en la esfera política, que obliga a la mayoría a, o dar un voto por el menos malo, o hacer un acto de fe en las promesas de Humala, teniendo que confiar que él sí ha cambiado desde la última campaña en el 2006. Las tendencias electorales por ahora parecen confirmar que para la mayoría de los peruanos es difícil creer que un político y un partido no vean las limitaciones del modelo de Chávez que Humala defendió en el 2006, el cual ha sufrido un colapso dramático desde aquel entonces; que defender ese modelo en países que no tienen los ingresos por petróleo que tiene Venezuela, es un suicidio político. Esas tendencias electorales reconocen el derecho y la obligación que tienen los políticos y partidos de aprender de la historia y variar sus posiciones.

A nivel de políticas públicas las lecciones son claras. Los extremos en políticas económicas no son buenos, inclusive para los políticos y sus partidos. El crecimiento que no beneficia a las mayorías no produce réditos políticos, ni satisface al electorado. Pero también la política económica que siguió García en su primer periodo, y una también populista que Humala defendió en la elección que perdió en el 2006, demuestran que el populismo económico tiene costos altísimos para un país y para los políticos. Otra lección es que la corrupción tiene un precio político muy alto, para el político pero también para el partido con el que se asocia. La Fujimori, incluso después de haber pedido perdón por la corrupción que existió durante el gobierno de su padre, encuentra en ese pasado su mayor obstáculo.

La pérdida en la primera vuelta de los defensores del status quo enseña que la división dentro de políticos y partidos de una misma tendencia solo beneficia a la oposición. La sobreactuación, el drama, con que escenificaron los sectores tradicionales y las elites económicas del Perú la candidatura de Humala y antes la de Garcia, de que “el candidato contrario a sus preferencias representa un salto al abismo”, probo también ya no ser una estrategia eficaz. Como dice el politólogo peruano F. Kahhat, en su artículo sobre este tema “en 1985 los ignorantes eran aquellos que votaban por Alan Garcia; en el 2006 (cuando Garcia defendía el status quo y su contrincante Humala era el cambio) los ignorantes eran aquellos que no votaban por Alan Garcia. En 1992, esas mismas gentes aplaudían a rabiar el golpe de estado perpetrado por Alberto Fujimori. Fiel a su tradición, ahora algunos de ellos lanzan una página de Facebook intitulada “Golpe de Estado si gana Humala”. Todo esto lleva a Kahhat , ante la posibilidad de que gane Humala, a terminar su artículo diciendo “no niego que el descalabro sea una posibilidad. Solo sugiero que no es la única posibilidad, y que tal vez no sea la más probable.”

Ojala los salvadoreños, y sobre todo los políticos y sus partidos, aprendamos las lecciones aquí descritas del Perú: que es importante la institucionalidad de los partidos en el proceso electoral, que los extremos son malos en las políticas económicas especialmente en países pobres y dependientes, que la corrupción tiene un costo para el político y para su partido, que las divisiones entre partidos que defienden un mismo interés benefician al bando contrario, que los escenarios dramáticos no son eficientes en las campañas electorales, que los votantes en países donde existe un gran porcentaje de la población en pobreza exigen políticas que los beneficien de manera masiva y acelerada, y que los partidos políticos tienen el derecho y la obligación de actualizar su ideología y discurso político. 

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