El Ágora / Normalización de la violencia

'La extorsión, el robo y la violencia extrema son prácticas culturales'

Coordina un grupo de estudio en políticas culturales en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, el tanque de pensamiento del Ministerio de Cultura de Cuba. Cree que el sector privado tiene una corresponsabilidad ineludible en la labor por el desarrollo cultural, y también es partidario de reconocer a las pandillas juveniles como entidades culturales que es necesario incluir en el debate para abordar la violencia social. Lázaro Rodríguez Oliva tiene una licenciatura y una maestría en Ciencias de la Comunicación, y ha nutrido su currículo de postgrados con credenciales en antropología cultural, relaciones étnico-raciales y educación popular. Desde 2003 investiga cuestiones que tiene que ver con las políticas culturales y cómo las políticas culturales inciden en el desarrollo. En esta trayectoria llegó al ámbito de asesorías en procesos de formulación de políticas culturales con enfoque de desarrollo humano sostenible. Rodríguez Oliva trabaja en un proyecto regional con el SICA y ha conocido de cerca el proceso salvadoreño que impulsa este gobierno. Con él hablamos de nuevos conceptos y procesos, también calculamos tiempos y posibles resultados en el camino ya emprendido hacia esa panacea llamada políticas culturales.


Domingo, 19 de junio de 2011
Élmer L. Menjívar / Fotos de Mauro Arias

 

¿Cuál es el papel que el Estado juega en el desarrollo cultural? Para bien o para mal.
Esa pregunta es muy amplia, yo la derivaría en dos. La primera: ¿Cuál es el papel que está jugando hoy el Estado, el que ha jugado tradicionalmente? Y la segunda: ¿Cuál es el papel que debería jugar? Cuando pensamos en políticas culturales muchas veces asociamos todo ese conjunto de normas, procedimientos de gestión, de planificación y gestión de todo lo que tiene que ver con los procesos simbólicos de la sociedad, así hemos aprendido que las políticas culturales pueden ser reguladas en leyes, y que se enfocan sobre todo a un campo muy tradicional, el de las bellas artes y protección del patrimonio. Esa es la visión tradicional de política cultural. Cada vez más las políticas culturales han venido saliéndose del sector artístico literario y se empieza a pensar la cultura, como diría George Yúdice, como un recurso.

¿Eso qué significa?
Que además de incentivarse la producción de bienes y servicios culturales relacionados con el campo artístico cultural, también la cultura tiene ese valor agregado que da su dimensión política, su dimensión en procesos comunicativos, su dimensión económica, su dimensión educativa también, las cuestiones relacionadas con el derecho, por ejemplo. Ahora, ¿a dónde deberían ir las políticas culturales, cuál es el deber ser de las políticas culturales? Lo primero es conceptualizarlo como una política pública como el resto de las políticas públicas.

¿Hay Estados que han asimilado ese cambio?
Ahí voy. En la primera visión tradicional de la cultura, la visión del Estado ha sido más en términos de protección, en términos de incentivo, en términos de dirección también, o sea “dirigismo” cultural. Pero hay políticas culturales, como en Brasil y Colombia, donde el Estado se ve como un productor de cultura, como un facilitador y como un gestor de condiciones para la plena realización de los procesos culturales. En ese sentido, el Estado cada vez más pierde competencia, en términos de que no tienen que ser estatales las industrias culturales, o los grandes museos, poco a poco busca modelos de concertación con diversos actores, eso en términos de sostenibilidad.

Cuando es el Estado el que asume la inversión en las industrias culturales es porque al sector privado no le interesa, y cambiar esa visión solo se puede dar en sociedades donde ya hay un sector privado y una ciudadanía que han asimilado que la cultura es una inversión rentable.
Bueno, no necesariamente, porque, de hecho, eso debería ser uno de los roles que tenga la política cultural, que el Estado sea proactivo en la definición de políticas culturales, lo cual significa que no solo espere a hacer lo que no hace el mercado, lo que no hacen otros, no solo proteger la ópera o los coros, sino también preocuparse por desarrollar industrias culturales que resultan también muy bien posicionadas en términos económicos. El Estado tiene un rol en eso y un rol también en la concertación, sobre todo cuando estamos hablando de políticas públicas y las políticas públicas no son políticas estatales necesariamente, porque lo público cada vez más se sale de ese espacio estricto a lo estatal donde se le ha ubicado.

¿A qué se refiere lo Estatal y a qué lo público?
Supuestamente lo estatal refiere a esa institucionalidad que conocemos, al Estado tradicional, la Secretaría de la Cultura, por ejemplo. Y una política pública implicaría a otros actores que no son necesariamente la política institucional de la  Secretaría de Cultura. Una política pública debería ser una política concertada, concertada significa que no sea una política de gobierno por ejemplo, sino una política de Estado. Cada vez más las tendencias en políticas culturales avanzan hacia ahí. ¿Por qué? Porque en términos de sostenibilidad, se trata de hacer sostenible los procesos culturales, la inversión en cultura.

Me ha citado países en concreto y procesos muy diferentes a los nuestros, y me da la impresión de que cada país genera una política cultural muy específica. ¿Hasta qué punto hay modelos replicables o qué es lo replicable de un modelo exitoso?
Es que incluso, parte de las cosas que se están rompiendo en esa nueva concepción son las políticas culturales, la asociación de la política cultural al Estado nación. Por ejemplo, resulta desafortunado pensar la política cultural en un país como El Salvador, estrictamente para el territorio de El Salvador cuando hay 3.1 millones de salvadoreños fuera del país, donde las remesas económicas son al fin de cuentas remesas culturales, pues tienen que ver con modelos de la vida, con modelos de comprensión y con estilos de vida. Yo creo que lo replicable estaría en esas buenas prácticas de concertación en la cual el rol del Estado es de incluir, es el de convocar, es el de garantizar mecanismos sostenibles de participación, mecanismos sostenibles de inclusión, mecanismos que rompen el esquema que dice que en política cultural está todo lo que se refiere estrictamente al campo artístico literario tradicional y no incluye nuevas formas emergentes, porque al fin de cuentas estamos pensando en cultura como producción de sentido de la vida social y desde ese punto de vista entran cuestiones como el conocimiento, el conocimiento de los pueblos indígenas, la diversidad sexual, los estilos de vida, las culturas populares, las culturas juveniles, la cultura infantil, que también está invisibilizada en la mayor parte de políticas culturales.

En términos tangibles, un ciudadano, sin ser especialista en el tema, ¿en qué puede constatar que hay una política cultural? ¿En leyes, en instituciones, en presupuesto?
En principio está la construcción de un plan nacional de cultura, ese plan nacional de cultura va mucho más allá que un plan institucional estratégico de una institución como la Secretaría Nacional de Cultura, porque ese al final es un plan de gobierno, según tengo entendido. Hay las experiencias rescatables de planes nacionales de cultura, por ejemplo te citaba Brasil y te citaba Colombia, que han sido planes nacionales de cultura, con un enfoque de Estado, con un enfoque público, lo cual significa que han sido planes altamente consensuados por diferentes actores, no solo desde el sector cultural, sino con un punto de vista intersectorial, en el que también participa el sector de la educación, el sector de la economía, el sector de la seguridad social, el sector de la salud, para ver cómo se puede concretar una política cultural en un plan nacional de cultura que establezca los principios fundamentales de la concepción, el concepto de cultura, el concepto de cultura en función del desarrollo y eso a partir de principios de articulación, qué sé yo, si va a ser inclusiva, si va a ser participativa, si va a ser con un enfoque a la producción.

Aquí ha habido, en la historia reciente, varias visiones del papel del Estado en la cultura, y han durado lo que dura un funcionario.
Como te decía, hay una tendencia de que las políticas culturales no sean vistas como políticas públicas y en ese punto no
solo es importante la necesidad de la intersectorialidad que te decía, sino también asumir el rol que tiene la cultura para los demás procesos. O sea, no solo es la utilidad que tienen los demás ministerios para la gestión institucional de una Secretaria de Cultura, sino, viceversa también, el rol que tiene la cultura en las demás, en la cultura de paz, las cuestiones de género, en las cuestiones que tienen que ver con la formación de derechos humanos, con la industria como tal, con la economía del país. Cuando tú le introduces a la política cultural la visión de cultura y desarrollo, una visión enfocada a qué papel tiene la cultura en el proceso de desarrollo humano sostenible, tú de alguna manera estás construyendo tejido asociativo, estás construyendo tejido económico, estás afirmando derechos culturales de minorías, estás gestionando conflictos de entes culturales alrededor de la lengua, alrededor de las valoraciones sobre la sexualidad, sobre la edad, sobre el género.

¿Cuánto tiempo es realista esperar a que se produzcan esas manifestaciones institucionales de una política cultural con una visión así?
Lo primero que debe tener es voluntad política, después de la voluntad política, voluntad de construir un plan nacional de cultura. El Estado debe tener una estrategia de concertación que ayude a buscar los financiamientos para hacer esos procesos consultivos. Pero estoy hablando de procesos consultivos que sean realmente procesos participativos, que la gente tenga no solo un rol en la sugerencia en líneas estratégicas, sino también en la propia implementación y la evaluación de esa política cultural. Estamos hablando de procesos a largo plazo donde la mayor parte de una legislatura se centraría en crear las bases para que sea el otro gobierno quien lo realice, por eso, de lo que estamos hablando es de políticas de Estado y no de políticas de gobierno, políticas ampliamente consensuadas. Es muy difícil hablar de tiempos porque depende de cada país, por ejemplo, en Colombia se propuso un plan Decenal de Cultura, su visión fue de 10 años.

¿Cómo participa el artista en este consenso, cómo participa el ciudadano común, el habitual consumidor de productos culturales, cómo entra el mercado en ese consenso? ¿Hay una metodología?
La perspectiva en esto es la mayor cantidad de participación posible, o sea que la gente sienta una apropiación de la política cultural, lo cual significa que la gente, al mismo tiempo que ubica su interés, trate por todos los medios de trascender ese interés personal y busque metas de desarrollo que sean para el sector y para la sociedad. Por eso es tan importante trabajar desde el punto de vista de conseguir metas compartidas. A lo mejor necesariamente tiene que haber un proceso político ahí, que va a estar mediado por conflictos de intereses. Por eso es importante en todo proceso participativo trascender del “yo como individuo” al “yo como ciudadano”. Eso implica otra posición política, implica también una apropiación, buscar metas que van más allá de mi propio interés, aunque lo implique, por supuesto, porque a uno le preocupa lo que le duele.

Por ahí va mi siguiente pregunta: ¿Cómo el ciudadano puede entender que debe preocuparse porque exista una política cultural, que debe buscar en las propuestas electorales del candidato su componente?
Entre otras cosas porque tiene que ver con un ámbito muy importante de la vida de uno, donde todo el tiempo está consumiendo cultura y practicando cultura, y desde ese punto de vista, todo lo que pueda afectar el desarrollo simbólico, todo lo que pueda aportar en términos de creatividad, todo lo que pueda afectar en términos de participación. Porque no estamos hablando solo de que yo pueda producir una obra de arte, sino que yo tenga los medios para disfrutarla también, las competencias también para disfrutarla, para apropiármela, para usarla.

Los periodistas siempre tenemos que evaluar un año de gobierno, dos años o un periodo presidencial completo. ¿Cuáles son los resultados medibles, si es que hay forma de medirlos, para un gobierno en cuanto a sus resultados, a su avance en el tema cultural?

Yo creo que primero con una propuesta, tiene que partir de la existencia de algo y ese algo por lo general son los planes nacionales de cultura, y esos planes generales de cultura deben tener un modelo de evaluación sistemático, más que para el final, para ir corrigiendo si hay que corregir algo en medio del proceso. También hay indicadores de gestión cultural, y en ese sentido la sociedad debería funcionar como un observatorio constante, o sea, la propia política debería de incentivar los mecanismos en que la sociedad participe en la evaluación de la política cultural.

Podría ser un indicador la reducción de la violencia social, de manifestaciones concretas de violencia... ¿se puede aspirar a eso?
Sí claro, por supuesto, estamos pensando, por ejemplo, en la violencia juvenil que está muy asociada a una cultura juvenil, y una cultura juvenil que está posicionada en la exclusión, que es una cultura violenta también, porque violenta derechos, porque mata a la gente, pero al mismo tiempo es una cultura que está producida desde la impotencia y que está atravesada por variables económicas, por variables políticas, por variables sociales. Las preguntas podrían ser: ¿Cómo podrían participar las maras en un proceso de construcción de políticas culturales? ¿Son un actor legítimo, en tanto son detonantes de la propia violencia? ¿Qué políticas tienen que ver con procesos de negociación de conflictos interculturales?

¿Usted cree que son un actor al que hay que consultarle?

Yo pienso que en tanto están produciendo una situación de violencia extrema, por lo menos son un actor que hay que escuchar. ¿Cuáles son los argumentos desde el punto de vista cultural? ¿Qué sustenta esa cultura de la violencia? Es muy difícil romper un ciclo de reproducción de la violencia sin antes entender cuáles son las causas y los detonantes que la llevan, por lo tanto, es importante entender cómo se da esa cultura de la violencia a partir de esa formación de redes muy específicas que tienen prácticas culturales, porque son prácticas culturales: la extorsión, el robo, la violencia extrema son prácticas culturales en las que yo siento que es mi derecho, que tengo todo el derecho a matarte, por ejemplo.

Existe una posición que dice que el hecho de sentarse a dialogar con ellos es reconocerlos como actores legítimo, que es algo a lo que se rehúye desde algunos enfoques que enfatizan lo represivo. ¿Cómo los convencemos de que deben hacerlo?
George Yúdice ha estudiado mucho esto. Hay una experiencia muy buena en las Favelas de Río de Janeiro, con un grupo que se llamó AfroReggae, y son esos pactos, esas negociaciones que se hacen para poder incidir desde la cultura en esos espacios donde no entran ni siquiera las fuerzas públicas de seguridad. También ha habido muy buenas experiencias en Medellín, Colombia; en México, donde se negocia con las redes mafiosas de esos espacios para poder incidir desde cultura. Por ejemplo, mientras los jóvenes están en un espacio cultural utilizando tecnología o haciendo talleres de pintura, al mismo tiempo están expresando creativamente su vida y es un tiempo menos que están en la calle.

Aquí, en varios espacios en conflicto ha habido intervención institucional, se repara la cancha de lo que sea, se ilumina, se hace una casa de la cultura y se ofrecen actividades, y la intención es buena, pero institucionalmente débil y su debilidad radica básicamente en el presupuesto, porque no tienes la capacidad de atender a toda la población, ni de atenderla como debe ser, ni de ponerle un especialista que no solo sea un maestro técnico, sino que también tenga una formación que permita intervenir a esta población, por eso, antes de seguir le voy a preguntar sobre el tema de presupuesto.
Claro que ahí el tema es la corresponsabilidad, no estamos hablando ya de que sea el Estado o la Secretaría de Cultura quien tenga que hacer una Casa de la Cultura ni que esa Casa de la Cultura sea ese espacio para eliminar la violencia. Es que eso es responsabilidad también del sector privado, de la iglesia, de la escuela, en un proceso que va mucho más allá, que por su complejidad y por la necesidad de recursos económicos, técnicos y humanos implica la corresponsabilidad, no solo en los aportes sino también en la evaluación de la experiencia.

Me da la impresión de que la apuesta seria por la cultura es cara, y eso es algo que nuestros gobiernos nunca han solventado con presupuesto. ¿Cómo los países que mencionas han llegado a concluir que esta apuesta no es un lujo, que la cultura no es un adorno, que es un actor indispensable para el desarrollo?
Se trata de implicar cada vez más al sector privado, por ejemplo, en la medida que les das incentivos fiscales sí van a ir desarrollando planes de responsabilidad cultural, es decir, responsabilidad social específicamente en cultura. Así se hace más sostenible la gestión de políticas culturales, porque encuentras mecanismos de captura de fondos económicos que van más allá de tu propio presupuesto como gobierno. Para hacer políticas culturales tú no puedes pensar solamente en el presupuesto que tienes. Es una responsabilidad de la política cultural generar un mecanismo constante de incentivos, que no solo son incentivos fiscales, también pueden ser institucionales. Si eres una empresa privada, o un gremio privado, y quieres participar de esa política cultural, lo puedes hacer, porque estamos hablando no solo de sostenibilidad económica sino de sostenibilidad social e institucional de la política cultural.

En este escenario tan ideal, ¿cuál sería el rol de una Secretaría de Cultura o de un Ministerio de Cultura?
Lograr la creación de esos mecanismos que van a garantizar esa sostenibilidad porque no dan abasto por sí solos. A lo mejor puede ser un programa interministerial, donde ya no solamente pienses en términos de tu presupuestillo para arte y cultura, para arte y literatura, sino también incluyes todo lo que tenga que ver con las industrias culturales, con los medios, con el turismo. Es inconcebible hoy pensar en una política cultural al margen del turismo, sobre todo en nuestros países que se sostienen por una economía de servicios, hay que poner al turismo como un área emergente de recurso económico.

¿Cómo se convence de esto a los gobernantes, a los legisladores? Los políticos de aquí siempre han respondido de que hay otras prioridades.
El punto con eso es que tiene que ser la Secretaría de Cultura o los Ministerios de Cultura quien tienen la responsabilidad de explicar cuál es el valor de la cultura, porque tradicionalmente la cultura se ve como un gasto, no como una inversión. Países como España y Argentina han creado lo que se llama las cuentas satélites de cultura, como aquí existe la cuenta satélite de turismo, esa cuenta satélite te desagrega del sistema de cuentas nacionales y te refleja el valor económico que la cultura aporta al PIB. Son cifras puras y duras con las que se puede hacer lobby en la Asamblea Legislativa, con el sector privado, con las grandes transnacionales, pero también con la sociedad.

En nuestros países los actores culturales siempre buscan vivir de la cooperación y no, por ejemplo, de préstamos financieros para productividad, no se meten en esa área a pesar de que hay instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo, que tienen partidas específicas para eso.
Ahí vamos al punto de la corresponsabilidad y del enfoque multiactores de la política cultural. Si partes de un enfoque de cultura y desarrollo humano y además sostenible, es mucho más fácil poder atraer financiamientos de ese tipo. Los recursos que están destinados, por ejemplo, a erradicar la violencia, o a cultura de paz, o a diálogo intercultural, o a derecho, o a género, o a niñez, o a adolescencia, no tienen sostenibilidad, precisamente por la carencia de esa dimensión cultural. Un ejemplo claro es Ciudad Mujer. Según me han explicado, en esa experiencia no hay una política cultural, sin embargo, hay una experiencia cultural pero no hay estrategias definidas de cultura para aprovechar ese espacio donde estás llevando a las mujeres y a la familia como un espacio cultural. Es un espacio de construcción de las relaciones de género, un espacio de empoderamiento de la mujer, por lo tanto, está rompiendo cuestiones que tienen que ver con el poder, con el poder en este caso patriarcal, rompe con esquemas culturales.

Visto así, el votante, así como exige un plan de salud, un plan de educación, también debe exigir un plan de cultura a los candidatos. Son las preguntas que nunca hace ni la prensa.
Por eso es que yo te decía que la sociedad civil articulada y organizada tiene un rol también en exigir y preguntar cuál es tu programa en cultura. A nadie se le olvida preguntar cuál es el programa económico, cuál es el programa respecto al aborto; sin embargo, no siempre les preguntamos cuál es su posición con respecto a la cultura y qué nuevo va a hacer en cultura y qué rol va tener, en qué consiste el cambio en cultura.

¿Hay un camino por donde se puede generar ese interés en el ciudadano?
El camino lo hacen las propias políticas culturales al crear una cultura política donde el ciudadano sienta que es responsable también de la contribución a la política cultural, para que no perciba que lo que hay es una política de gobierno o una política de cuatro personas, sino que hubo un mecanismo donde el ciudadano pudo proponer, discutir, cuestionar la propia política cultural. De lo que estamos hablando es de una forma de participación, de democracia, de inclusión, de solidaridad.

¿Y cómo se rompe este círculo vicioso en que la exigencia ciudadana nace de una política cultural, y esa política debe nacer de la exigencia ciudadana?
Precisamente con el proceso que se está empezando ahora, la apuesta por una ley de cultura y un plan nacional de cultura. Eso implica llevar a nivel legislativo un marco normativo que va a proteger el rol que tiene la cultura en los procesos de desarrollo, en los procesos de transformación y desarrollo humano sostenible. Y al contar ya con un instrumento, el instrumento mismo debe garantizar las bases para que se construyan esos planes nacionales de cultura, por ejemplo, cada dos años, y entonces cada dos años tú tienes un proceso consultivo, participativo, amplio, que debe generar también mecanismos de control y fiscalización de lo que se va haciendo en la gestión al final cultural.

Desde su experiencia en otros países y sus estudios de modelos de políticas culturales, conociendo lo que ha conocido de la realidad de El Salvador y siendo realista, ¿qué augura que puede hacer este gobierno?
Que ya tengan la intención y que sea una prioridad para el Secretario de Cultura y para su equipo la construcción de una ley de cultura es una ganancia, y si esa ley también se acompaña de una agenda nacional de cultura, un plan nacional de cultura o unas políticas culturales nacionales, ya habrá una institución política. La manera de llevarlo a voluntad política es justamente creando las bases, para que a través de la cooperación, concertación, se generen las condiciones para que se produzca el proyecto.

¿Una ley asegura que este esfuerzo no sea solo de un gobierno y se convierta en una obligación de Estado ponerle la atención debida a la cultura?
La ley es una manera, pero no solo la ley, sino también esos mecanismos que se generen más allá de la ley para garantizar la sostenibilidad al proceso. Al estar implicado más de un actor hay más formas de incidir, está la cooperación, los mecanismos diplomáticos y de relaciones internacionales, los marcos de asociación, los convenios bilaterales, que son indicadores para que ese proyecto se realice, en términos incluso de presupuesto.

Cuando hay crisis financiera por lo general una de las primeras cabezas que se sacrifican es el interés por la cultura. ¿No sé si esa visión, desde su perspectiva, ha variado? ¿Se ha entendido ya de otra manera el asunto?
Cuando eso sucede en países que llevan tiempo con un enfoque de cultura y desarrollo sostenible, si el Estado se desentiende de la cultura, no significa que las industrias culturales caigan en crisis en sí mismas. Si algo se puede identificar como una industria emergente, son las llamadas industrias creativas, y por lo tanto son un sector emergente bastante prometedor, incluso para salir de las propias crisis a través de las propias economías de servicios.

Dígame qué vio en El Salvador respecto al avance en política cultural.
Hay un proceso muy interesante, y no está pasando solo en El Salvador, sino que está pasando en Honduras, en Costa Rica, son procesos muy parecidos de construcción de política pública, de construcción de ley, pasó en Panamá, y de alguna manera hay un movimiento regional en el espacio centroamericano de construcción de políticas públicas. En eso El Salvador tiene un pequeño liderazgo, la propuesta de construcción de la política cultural centroamericana viene liderada por la Secretaría de Cultura de El Salvador que está incentivando procesos consultivos a nivel estratégico en los ocho países del SICA. Y son procesos que están incluyendo una dimensión regional y una dimensión nacional. Por eso te decía, es muy difícil hoy pensar y plantear políticas culturales que no tengan en cuenta el enfoque territorial, el enfoque regional, el enfoque bilateral, el enfoque trasnacional y el enfoque global.

No sé si es posible estimar un tiempo para un primer resultado desde donde se pueda decir 'aquí no hay marcha atrás'.
Eso es muy difícil porque está mediado por muchas variables, y yo realmente no tengo una bolita mágica para poderle preguntar sobre eso, pero, sentando las bases, creo que pudiera construirse por lo menos en un año, año y medio, dos años, quizá se pueda contar con una ley de cultura en ese tiempo, porque recuerda que son procesos de investigación, sistematización, de redacción de leyes, de aprobación, de subirlas al congreso. Si en ese tiempo se puede contar con una ley de cultura que posicione la cultura respecto a su rol en la sociedad e institucionalice y proteja al sector cultural como tal, ya sería una ganancia.

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