El Ágora /

Don Mario, mucho gusto... Fernando, un placer.

Una de las tres ferias del libro más importantes del mundo, y la más importante en español, abrió su vigésima quinta edición el sábado 26 de noviembre. Esta es una bitácora que pretende llevar a los lectores de El Faro por un poco de lo que se vive en ese tiempo y espacio tan extraordinario.

Martes, 29 de noviembre de 2011
Élmer L. Menjívar

Entrada principal de Expo Guadalajara, un recinto que se construyó para alojar la Feria Internacional del Libro y que ahora es considerado el mejor centro de ferias y convenciones de Latinoamérica / Foto del iPhone de Élmer Menjívar" /></div> <figcaption class=
Entrada principal de Expo Guadalajara, un recinto que se construyó para alojar la Feria Internacional del Libro y que ahora es considerado el mejor centro de ferias y convenciones de Latinoamérica / Foto del iPhone de Élmer Menjívar

Una Feria Internacional del Libro en Guadalajara es una de esas cosas que hay que vivirla para contarla. Porque si solamente le cuento que este es un evento que está cumpliendo 25 años, que ahora son 70,000 metros cuadrados llenos de libros, entre los que deambulan más de 500 autores durante 9 días, al final de los cuales se espera que más de 600,000 personas hayan pagado un boleto que cuesta aproximadamente 2 dólares para entrar, quizá usted no logre comprender del todo cómo se salen del papel estas delirantes cifras.

Empiezan a salirse en el avión que vuela del DF hasta Guadalajara. Uno entra (tarde) rumbo a su asiento E en la fila 22, y tiene que esperar a que cada cual ponga su maleta en su maletero, y pide paciencia a quien se la pueda dar, y de pronto ve a un premio Nobel reciente sentado en primera clase, y claro, uno se pone inquieto porque está quieto casi frente a él, pero qué mal se ve írsele encima saludando, interrumpiendo su procedimiento personal de pasajero. Ahí está su esposa que siempre sale en las fotos y a la que le dedica sus discursos en la academia sueca. Entonces uno no hace nada, solo espera y trata de mirar con disimulo como se acomoda un Nobel, cómo se pone el cinturón, si se ve nervioso o hastiado de tanto ir y venir. La esposa es la que mira para todos lados y pone atención en los que sabe que han reconocido al célebre marido –“Menos mal que abundan los iletrados”, quizá diga alguna vez aburrida del acoso del público lector–, y sonríe sin ver directamente a nadie. Uno tiene que avanzar y lo deja ahí, tal cual pasajero de primera clase, acomodado y empezando a leer un diario local que seguramente solicitó.

Al fin llego al E22 y toca compartir viaje con la asistente de una veterana escritora de novelas policiacas, que va, claro, también en primera clase –bien por su tranquilidad que un Nobel acapara a los letrados. Platicamos a gusto durante el viaje, ni de libros y ni de su asistida, más bien de la vida, de su vida de mujer casada-jubilada-independiente y de cómo llegó al trabajo que la lleva hoy a los eventos literarios a los que invitan a su jefa. Aterrizamos y nos despedimos en el pasillo del avión, “seguramente nos encontramos en la Feria”. No nos volvimos a ver.

Al que sí volví a ver fue al Nobel, en varias ocasiones más. Pero la inmediata fue en la espera del equipaje en el aeropuerto. Estaba ahí, atrás, di la vuelta luego de tomar mi maleta de la banda sin fin y lo vi junto a su esposa esperando que su gente recogiera el equipaje. Estaba a menos de dos metros de distancia, entonces me acerqué, él veía para otro lado: “Don Mario, un gusto saludarlo”. Él volvió el rostro medio perplejo, le extendí la mano y el la tomó casi en un acto reflejo, no recuerdo que haya dicho nada solo concretó el saludo de manos. Le solté la mano y me fui. Ya lo vería en la Feria. Lo vi varias veces.

Eso es la Feria del Libro, la FIL para los amigos, un tiempo y un espacio extraordinario en el que los escritores y sus libros dejan de ser solo papel, adquieren fisonomía y voz, y lucen mediodesnuda esa personalidad muchas veces desencantadora y otras positivamente arrolladora. Los más encumbrados muestran su cara industrial con un ejército de editores, agentes, representantes y negociantes que redondean sus cifras. También están los noveles –con ve pequeña–, que a veces se acompañan apenas de sus esperanzas y las del agente editorial responsable de hacer visible tanto el talento en sus textos como el encanto en su presencia, en el caso de poseerlos.

La ciudad, la industria y las marcas más importantes se apropian de esta feria, y eso es parte del éxito y permanencia / Foto de Élmer Menjívar " /></div> <figcaption class=
La ciudad, la industria y las marcas más importantes se apropian de esta feria, y eso es parte del éxito y permanencia / Foto de Élmer Menjívar 

“Somos lectores” dice por toda la ciudad, en vallas, en edificios, hasta en las latas de una emblemática cerveza. “Somos lectores” es el lema de esta edición del aniversario de plata. La entrada principal de Expo Guadalajara lo recibe a uno con una manta gigante que dice “La fiesta de los lectores”, y en efecto, adentro es una fiesta extraña. La música y el ritmo no se escucha, se tiene que leer. Los rockstar en cuestión no cantan, hablan sobre ellos mismos o sobre otros, sobre sus propios libros o sobre los libros de otros. Y vemos a José Emilio Pacheco presentar la poesía completa de Antonio Colinas, Xavier Velasco presentar “Elogio del insomnio”; a Alberto Ruy Sánchez, a Almudena Grandes presentar “La fugitiva” de Sergio Ramírez, y este presentar a 10 autores centroamericanos, y no para la lista de puertas que dicen “cupo lleno”, porque aquí hasta los poetas llenan el aforo.

Los escritores hablan (improvisando o leyendo) en grandes auditorios o en medianas o pequeñas salas. Encontrar al autor buscado –o descubrir al desconocido– es una cuestión casi científica, porque el programa de la Feria es infinito cada día, un listado caótico de eventos especiales, entregas de premios, conferencias, presentaciones de libros, seminarios, congresos. Hay que ser un curador audaz y curioso para armar la agenda diaria, porque cada hora tiene a veces hasta una docena de eventos simultáneos. 

Fernando Vallejo, colombiano, incendió el primer día de la FIL con un agresivo discurso contra los políticos mexicanos / Foto Cortesía de la FIL Guadalajara / Paola Villanueva Bidault." /></div> <figcaption class=
Fernando Vallejo, colombiano, incendió el primer día de la FIL con un agresivo discurso contra los políticos mexicanos / Foto Cortesía de la FIL Guadalajara / Paola Villanueva Bidault.

Y este hermoso caos empezó con las palabras caóticas del consentido de esta Feria, el provocador profesional de Fernando Vallejo, el colombiano que lleva más de la mitad de su vida viviendo en México, y así con propiedad de huésped adorado le suelta a este su México un discurso sin concesiones en el que acepta el Premio FIL de Literatura 2011 en Lenguas Romances. Y habló Vallejo con sus lectores, y le habló a mil jóvenes estudiantes, y les dijo “no voten”, “no tengas hijos”, “les toca aprender a escribir a ustedes solos, porque en las universidades nadie sabe escribir, y lo que no se sabe no se enseña, no se da lo que no se tiene”. Y a la salida uno le tiene miedo, pero también le da la mano, “Don Fernando, un placer”, y él da la mano y apenas dice algo sin levantar, nunca, la mirada.

Y contrasta Vallejo con el optimismo trágico que sueltan dos Nobel conversando sobre la literatura, el mundo y el compromiso. Herta Müller y Mario Vargas Llosa sueltan sus palabras ante un auditorio que no acepta un alma más: nadie quiere perderse el diálogo de dos mentes privilegiadas, de dos plumas glorificadas. Ella habla en alemán, él en su español, Juan Cruz los interroga, y ellos dicen lo que quieren decir, y se les escucha como a quien dice verdades, porque, dirá el peruano, “La vida no está hecha de palabras, pero las palabras tienen la virtud de hacernos entenderla mejor”, y no queda otra que estar de acuerdo.

Pero afuera de los eventos esperan los laberintos de los stand (nacional, internacional, infantil), que son un espectáculo en sí mismos, un espectáculo imposible de cubrir a cabalidad. Imagínese usted lector, estantes repletos de libros distribuidos en miles de metros cuadrados, con opción de navegar por editoriales, por temas, por nacionalidades. Más de mil empresas están listadas en un mapa que pretende ubicar al lector. Imposible saber cuál es el rumbo correcto. Todo está aquí, todo lo que se busca y lo que no se sabe que se busca. Esta feria tiene el distintivo –acaso el agravante– de tener venta al público –la de Frankfurt no vende al público– lo cual multiplica la dificultad metiéndole gasto a lo sublime.

El peruano Mario Vargas Llosa (Nobel 2010) y la alemana Herta Müller (Nobel 2009) juntos en Feria del Libro de Gudalajara en 2011 / Foto Cortesía FIL Guadalajara / Bernardo De Niz.
El peruano Mario Vargas Llosa (Nobel 2010) y la alemana Herta Müller (Nobel 2009) juntos en Feria del Libro de Gudalajara en 2011 / Foto Cortesía FIL Guadalajara / Bernardo De Niz.

Y tratando de encontrar uno se encuentra con la fila interminable de los que quieren una firma de Mario Vargas Llosa, el Nobel aquel del asiento de primera clase, que ríe y firma y se deja fotografiar y firma, y levanta la mirada y firma, y hace como que conversa y firma, y dice gracias a los halagos y firma. También firma en el mismo rincón pero al siguiente día Herta Müller, la Nobel alemana de 2009, que no entiende ni habla español pero firma y firma y firma, y por otro lado firma el español Fernando Savater, el filósofo pop, que firma, afirma y confirma todo lo que firma. 

Nadie olvida aquí donde está, es Guadalajara, la ciudad que dos días antes de la inauguración de esta feria amaneció con una veintena de muertos dejados en unas camionetas bajo un puente cercano al recinto de la FIL. Es México, un país en medio de una inédita crisis de seguridad pública y aquejada por el narcotráfico, donde hay poetas y novelistas que van y vienen con guardaespaldas, como Javier Sicilia que no deja que se nos olvide repitiendo su 'Hasta la madre' frente a un salón lleno de gente que lo oye con miedo por lo que denuncia y con esperanza porque lo denuncia.     

Estos son tres días apenas, y esta Feria sigue, se vive así, sin orden y con prisa, como se vive lo extraordinario, lo ajeno a la cotidianidad, lo lejano al día a día cuando uno viene de un país sin Ferias así, sin lectores así. Uno sigue con envidia y con ganas de contarlo todo, aunque casi nadie lo lea.  

Llenos totales y una completa cobertura de prensa son la tónica de cada evento de la FIL / Foto Cortesía FIL Guadalajara / Natalia Fregoso." /></div> <figcaption class=
Llenos totales y una completa cobertura de prensa son la tónica de cada evento de la FIL / Foto Cortesía FIL Guadalajara / Natalia Fregoso.

 

El cartel izquierdo anuncia presentación de la obra poética de Antonio Colinas por José Emilio Pacheco, dos leyendas que abarrotan el salón / Foto de Élmer Menjívar " /></div> <figcaption class=
El cartel izquierdo anuncia presentación de la obra poética de Antonio Colinas por José Emilio Pacheco, dos leyendas que abarrotan el salón / Foto de Élmer Menjívar 

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