Todos los que han tenido que hablar sobre Fernando Vallejo en esta XXV Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) no han podido evitar caer en la predecible letanía de adjetivos, una manera poco original de homenajearlo, pero efectiva sin duda. Es que son ya leyendas literarias aquellas listas interminables de adjetivos certeros y muchos recién desempolvados con que el colombiano marea a sus lectores con ese ritmo y esa sonoridad cantante de su prosa hiriente. Pero sigue siendo tarea pendiente el adjetivo preciso, el adjetivo maldito que abarque a un hombre que ha ido contra todo lo que se da por sagrado. No le importa el público, no le importó en su discurso para inaugurar la FIL que entre sus escuchas estuvieran políticos y creyentes, funcionarios y anfitriones, y dijo lo más duro que pudo contra el PRI, el partido que gobernó México durante 70 años, y arremetió con sarcásticas metáforas contra el expresidente Fox y se lanzó contra la legitimidad de Calderón. No faltó quien se levantó y se fue, no faltó quien lo condenó en los periódicos del siguiente día: que si desagradecido, que si inadecuado, que si excesivo, que si amargado, que si indigno de que la FIL le haya dado el más importante premio en este aniversario emblemático. “Cada vez que cogíamos una moneda, mi mamá nos decía: “Vaya lávese las manos m’hijo, que tocó plata”. (Allá a los niños les hablan de “usted”.) De unos niños educados así, ¿qué se podía esperar? Puros pobres. Me hubieran educado en la escuela del PRI, y hoy estaría millonario.” Y siguió al recordar a un tocayo suyo: “Fernando Rosas murió joven, una noche, allá por 1960, en Acapulco. Lo mataron por defender a un borracho al que estaba apaleando la policía. Fernando Rosas, tocayo, paisano, te mató la policía de Acapulco, los esbirros del presidente municipal. La siniestra policía del PRI, semillero de todos los cárteles de México.” Y no paró ahí. En la conferencia de prensa, cuando algún periodista buscaba algún matiz a las palabras del discurso, se encontró con más contundencia: “Ellos dos (Fox y Calderón) son alcahuetes de todos los delitos del PRI y son unos vivos de la política, de los que yo llamo aprovechadores públicos, evidentemente que hay algo peor que los aprovechadores públicos, los atropelladores públicos, que estamos al borde de tener uno de esos, de otro Chavecito en México, entonces sí váyanse preparando para el desastre en grande, para que vuelvan a esto una cárcel como Cuba”. En un encuentro con Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Conaculta, la institución anfitriona, abordé el discurso: –En lo personal, si es un premio literario, yo prefiero escuchar discursos literarios... Creo con toda precisión que fue injusto con el presidente Calderón, pero es Vallejo. –En Vallejo un discurso literario es como el que dio, él escribe así, y por eso lo premiaron. –Él es un provocador, y todos lo entendimos así... este es un país que ha conquistado sus libertades de expresión por muchas décadas y hemos aprendido a enfrentar estas cosas... eso es lo que tengo para decir. Este es Fernando Vallejo y estas su ideas literarias y existenciales. “El problema no es que haya tantos muertos, el problema es que habemos demasiados vivos”, dice una y otra vez el hombre que siempre escribe en primera persona, que solo escribe de lo que ha vivido, que ha vulnerado el altar de los sagrados, que habla con tono de abuelo cariñoso y que nunca levanta la mirada cuando dice lo peor que dice. Sus novelas no se guardan nada, y cuando no tiene nada nuevo que novelar se dedica a desmitificar y despotricar contra las verdades establecidas que sostienen la cultura y la ciencia. Contra Darwin, contra Newton, contra Einstein. A veces cuenta la vida de otros, en un intento de elevar el género de la biografía a estadios superiores, y ahí arremete contra sí mismo: “Lo intenté, pero fracasé, no pude, y la biografía seguirá siendo un género menor de la literatura”. Parece que Fernando Vallejo odia todo, pero no, ama y le obsesiona el español, aprendió a escribir solo y para eso hizo su propia gramática literaria, “Logoi”, que ahora es materia de estudio para quien quiere hacer arqueología de los recursos literarios, y sus novelas gozan de una técnica sin cuestionamientos; ama y le obsesionan las palabras en desuso, las que el tiempo ha malogrado; ama y le obsesiona la música vernácula, los versos del tango y la rancheras; ama y le obsesiona la vida de los animales, “los únicos seres vivos que son dignos e inocentes” suele decir. Vallejo solo se repite a sí mismo, “mejor que ponerme a repetir a otros”, responde entre risas cuando alguien le acusa de poco original. “A mí no me importa hacer nada por la literatura, yo ya me voy a morir, ya voy de salida, tampoco me importa lo que hagan ustedes con la literatura, si cuando nos muramos de nada va a servirnos”. Sirva o no, vale la pena leerlo y atestiguar cómo el insulto cobra estatus literario, cómo los adjetivos renuevan brillos y filo. Hoy véalo y óigalo en ese discurso, en el que deja claro quién es y a quién le habla.
–¿Qué puede decir sobre el discurso de Fernando Vallejo en la inauguración y la polémica que desató? –le pregunté.
Nadie queda a salvo, ni sus lectores. En un evento titulado “Fernando Vallejo y sus lectores” cuatro estudiantes de letras leyeron sesudos textos para homenajearlo y demostrar su devoción. Vallejo los escuchó atento desde la primera fila del público, y luego subió a la mesa y no dejó ir la oportunidad para decir que sabía bien quién de los cuatro había disfrutado más de sus libros, el único que lo había comprendido, el joven Lennin Álvarez, “los demás no”, dijo sin tapujos y empezó a darles consejos: “Hay que seleccionar bien cada palabra, cada adjetivo, todo debe estar por algo en un texto”, y siguió: “Estudiando letras no se aprende a escribir, porque sus profesores no saben escribir, y no se puede enseñar lo que no se sabe, no se puede dar lo que no se tiene”, dijo, para ribete de los catedráticos presentes.