La Luna se cierra. Uno de los más grandes referentes de la noche de la posguerra de San Salvador recibirá a sus útimos invitados este 29 de septiembre. Es el final de un cuarto menguante ocasionado, paradójicamente, por los mismos motivos que hace dos décadas motivaron a Beatriz Alcaine a abrir las puertas de su casa de infancia, la 228 de la calle Berlín en la urbanización Buenos Aires 3: la escasez de políticas culturales que permitieran fluir nuevas corrientes creativas, incluso como una apuesta al futuro.
Hoy La Luna Casa y Arte llega a su punto final 'porque dejó de ser un proyecto autosostenible', explica Alcaine. Pero la reflexión va más allá: En 20 años no hubo un proceso sociocultural y educativo que generara suficiente público con interés en las expresiones artísticas y de entretenimiento como las que La Luna —y otros proyectos afines— ofrecen.
Esta casa, que fuera al inicio de la posguerra el lugar de encuentro de artistas e intelectuales que volvían del exilio y que soñaban aún con la reconstrucción de una nueva sociedad, se convirtió muy pronto en el gran referente de lo snuevos tiempos, en los que pintores decoraban las paredes con efímeros murales y músicos y actores que volvían desde Europa y Asia se sentaban al piano o a representar obras en el escenario. De Álvar Castillo a Alfonso Quijadurías; Ricardo Lindo y los actores de Sol del Río; de Horacio Castellanos Moya a Óscar Soles, Joaquín Sabina y Ricky Loza; La Luna era la mejor dirección para aquel que quisiera apañarse la noche con la atmósfera de los tiempos de cambio.
Ha sido la cuna de varias generaciones de artistas, que van del rock a la poesía y el happening. Y que hoy, después de casi 21 años, termina un ciclo determinante para entender la movida cultural de San Salvador.
'Es imposible renacer si antes no se ha pasado por la agonía de la muerte', sentencia con optimismo Alcaine. Una agonía debida, en gran medida, al incremento y a la variedad de la oferta de entretenimiento en el Área Metropolitana de San Salvador.
Los primeros síntomas se remontan a 1998 con el 'boom' de bares y discotecas en La Zona Rosa. 14 años después, 'La Bea', como todo mundo conoce a Alcaine, no solo ha debido lidiar con la competencia en entretenimiento nocturno, sino también ante el poco público de expresiones artísticas: 'Se ha acostumbrado a la gente a que las actividades culturales son gratis, entonces es difícil sostenerse cuando las personas se quejan por pagar tres dólares de cover'.
La Luna y los 90 en dos textos de Horacio Castellanos Moya
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Causa y consecuencia
La Luna nació en guerra. En los últimos días de la guerra: el 6 de diciembre de 1991; cuarenta y un días antes de la firma de los Acuerdos de Paz. La cultura era algo tan ausente en la agenda de El Salvador que Concultura (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte) tenía apenas 20 días de haberse creado como consejo adjunto al Ministerio de Educación.
Óscar Soles, Álvar Castillo, Carmen Benitez, Gracia Rusconi, Carmen Elena Trigueros y Camila Sol hicieron equipo con 'La Bea' para lanzar este aparador de las artes. Conscientes de que no iban a obtener apoyo gubernamental ni de la gran empresa privada, decidieron hacer una apuesta por la sociedad civil. La Luna se convirtió rápidamente en un fenómeno de masas. Un espacio neutral que el periodista y escritor Horacio Castellanos Moya definió, en su libro Recuento de Incertidumbres, como una “aventura que trasluce los alocados tiempos actuales”. Decía más de aquella casa en la que junto a los artistas confluían, en un misma noche, “el hijo del presidente Alfredo Cristiani y un exguerrillero recién bajado de las montañas”. Y también, cabe agregar, los funcionarios internacionales que habían venido con la Misión de Naciones Unidas para El Salvador, ONUSAL.
La Luna abrió la noche de aquel 6 de diciembre con aspiraciones modestas: 40 sillas, 40 vasos, 40 platos… Pero la ansiedad por espacios como el que se estaba aventurando a abrir, eminente por el árido terreno cultural de la época, movió a 250 personas a buscar el reflejo de La Luna nueva. 'La Bea' estuvo acompañada por Óscar Soles y Enrique ‘Kike’ Huezo. Al primero le confiere la paternidad del proyecto y al segundo el sostenimiento de los últimos años.
Antes de abrir La Luna en la casa de la Buenos Aires, hubo un 'avant preview' en el Pabellón de las Artes, en la Feria Internacional de noviembre de 1991, que resultó ser 'la primera probadita' que el público le dio a este proyecto que se estaba gestando. 'Era algo totalmente fuera del imaginario colectivo del salvadoreño, y aunque era tan estrambótica vino todo tipo de gente, de todas las edades. Fue el gran escaparate'. En adelante todo fue una apuesta por la formación, el desarrollo y la exhibición del talento nacional, que por 20 años formaron parte de la agenda de entretenimiento local para todas las edades.
Posterior a esa probadita, a la que Alcaine atribuye el éxito de la inauguración de la sede, La Luna siguió participando cada dos años, desde 1993 a 1997, en el Pabellón de las Artes de La Feria del Hogar. Esa última edición en la que tuvo presencia destaca por haber realizado el montaje con chatarra reciclada de una de las bogedas del complejo. En el 95, 'La Bea' se fue a Dinamarca dos meses, invitada por la cooperación danesa, para montar una Luna en el Festival 'Muestra lo danés'. De regreso a El Salvador, en noviembre de 1999 también se pudo ver La Luna brillar en el Free Jazz Village, un festival de jazz organizado por un marca de cigarrillos.
El jazz fue uno de los principales protagonistas en La Luna y fue impulsado, en gran medida, por Álvar Castillo, otro de los fundadores. El género llegó a su máximo esplendor con las nueve ediciones de los Ricky Loza Jazz Fest. El Heavy Metal, el Reggae y el Indie también encontraron en la tarima y en los dueños de este lugar la confianza y el ambiente propicio para desarrollarse. Las notas musicales siempre sonaron fuerte en la Luna.
Transversal a la música, también se abrieron otros espacios: Para los niños, talleres de danza contemporánea; una amplia oferta de obras de teatro, como 'Sócrates Ligth', escrita por Geovanni Galeas ("Geovanni el de antes', aclara 'La Bea') y dirigida por Roberto Salomón; los crepúsculos literarios con Ricardo Lindo y Horacio Castellanos Moya, a quienes sucedieron los poetas noventeros de la posguerra, denominados 'lunáticos'.
La Luna, en ese sentido, nació siguiendo una tímida tradición de proyectos independientes que en 1958 había inaugurado la pintora Julia Díaz con la Galería Forma, un esfuerzo que durante cuarenta años consolidó 'los anhelos unionistas de los pensadores del istmo, a nivel privado, reforzando la política cultural de la revolución de los años 50', como describe la historiadora Astrid Bahamond en el libro 'Procesos del Arte en El Salvador'. Forma se convirtió, posteriormente, en museo, luego de que un incendio en 1959 y los terremotos de 1965 y 1986 causaran fuertes estragos en su estructura. Fue precisamente a partir de la experiencia de esta galería que Roberto Salomón se animó a montar en 1977 el enigmático ActoTeatro en el centro histórico de la capital. ActoTeatro, sin embargo, tuvo que cerrar sus puertas a inicios del conflicto armado: 'decidimos que no íbamos a abrir hasta que se calmaran los disturbios, porque ya no podíamos garantizar la seguridad del público, que a veces se encontraba entre fuegos cruzados con las puertas cerradas', afirma Salomón, quien ahora dirige el Teatro Luis Poma.
Precisamente la casa de ActoTeatro acogió una extensión del proyecto de Alcaine entre 1999 y 2000: La Luna del Centro. Para Salomón, la afiliación de las ramas del arte ha sido fundamental para el desarrollo de estos centros culturales, y espera que con el ocaso lunar se retome la iniciativa.
La 'locura' de La Luna también alcanzó a los vecinos, y por casi 10 años se dilató un conflicto entre ellos, las autoridades locales, los dueños y administradores por la ‘bulla’ dentro y fuera del lugar. Estas turbulencias y el desinterés estatal por la cultura y las artes no apagaron, sin embargo, las energías de Alcaine y su equipo, y mantuvieron firme su convicción de brillar para todo tipo de público y estar disponibles para acoger a quien necesitara hacer del espacio su escenario. Pasó de ser el lugar de habitación de Alcaine al hogar de todos los que en La Luna encontraron un espacio para crecer y desarrollarse personal y artísticamente.
Esa apuesta, por la que desde sus inicios Alcaine decidió jugárselas contra la tranquilidad de sus vecinos, se vio envalentonada en estas dos décadas por todos los que la hicieron vibrar con la música, la literatura, la danza, el teatro.
De esas oportunidades daba fe, en 2006, Federico Hernández, expresidente de Concultura: "Yo crecí viendo crecer La Luna, me interesaba la tertulia, allí me encontraba con poetas jóvenes, allí también viví más de algún romance”. Para José Luis Sanz, periodista de El Faro, el arrullo de La Luna hizo más habitable El Salvador que trascendía de la guerra a la paz. Erick Chicas, del grupo Akumal, se suma al coro. Sorprendido por la noticia, desde México recuerda la emoción y la responsabilidad que le supuso pisar el escenario del lugar que los retaba constantemente a soñar y a ser mejores.
Roberto Galicia, director del Marte (Museo de Arte) y también expresidente de Concultura, la define como 'el primer espacio alternativo' y lamenta que 'se cierre un espacio importante para el público, que busca una forma diferente de utilizar de la mejor manera su tiempo libre, y para el artista, especialmente el emergente'.
Alcaine dice que ahora es momento de 'ponerme el paracaídas y saltar del avión antes de que se estrelle", y así disfrutar el ocaso del proyecto que considera su primera hija. Se reserva los planes en los que podría o no mutar La Luna, y solo adelanta las formas en las que le gustaría que reencarnara: “Me gustaría que reencarnara como Luna liviana, Luna viajera, Luna fugaz o Luna temporal. Como muchas lunitas. Creo que es importante que se abra no una Luna, sino una Vía Láctea de opciones para la expresión de la juventud en todas sus formas”.