A los 17 años, la guerra tocó la puerta de Beatriz Alcaine y la convirtió en una exiliada más. Después de once años de destierro regresó con la herencia de culturas orgullosas de su identidad y con el sueño de construir su propio mundo. Así nació La Luna, en la casa donde había transcurrido su infancia, cuenta Beatriz Alcaine.
“En gran medida La Luna existe porque yo quería vivir en mi país, en el país donde había nacido y la única manera de hacerlo era construir mi propio espacio. Lo primero que hice fue conformar un colectivo de personas con quienes pudiera emprender este proyecto, yo estaba totalmente clara de que no era un proyecto individual y que era incapaz de hacerlo sola” dice Alcaine.
En esa época, recuerda que la ciudad estaba marcada por una polarización que se expresaba en todos los niveles, “había un divorcio de generaciones, de ideologías, un desprecio por los artistas, no había respeto por el arte, estaba considerada como algo alejado de la cotidianidad de la gente. Encontré una ciudad donde no había espacios de reunión o espacios de expresión. A la par de eso empezaba a regresar al país gente que estaba en diferentes partes del mundo haciendo cosas creativas y artísticas”.
Después de vivir 12 años en México, el pintor Oscar Soles compartió su viaje de regreso al país con Alcaine. Ambos aprovecharon las largas horas de su retorno por tierra, para intercambiar ideas sobre lo que podían hacer juntos. “Queríamos hacer un espacio artístico y cultural. Después se nos ocurrió incluir todas las expresiones artísticas para asegurar una propuesta versátil”.
La conversación tomó forma al definir que La Luna sería el espacio donde podrían confluir las expresiones artísticas nacionales. Desde el principio, una de las grandes apuestas fue participar en la intensa búsqueda de la identidad salvadoreña. “Las canciones, las pinturas, la danza, los poemas hablan de nosotros, de lo que sentimos, de lo que vemos y de lo que pensamos son los pedacitos del rompecabezas de lo que significa ser salvadoreño” dice Alcaine.
En este esfuerzo, Soles se convirtió en uno de los socios fundadores y considera que La Luna “abrió una grieta de luz en un panorama sombrío. Era un espacio nunca antes visto en San Salvador, era un espacio desideologizado, era un lugar para el arte”.
De luna creciente a luna llena
En sus primeros tres años, La Luna se transformó en el único referente de expresión y de encuentro para los artistas nacionales. “Nosotros queríamos redefinir el arte y ponerlo a la altura de los ojos de las personas en las mesas, en las sillas, en las paredes, en los baños, en los floreros. Toda la gente de las diferentes disciplinas vino a dar su aporte” afirma Alcaine.
Soles, al igual que otros pintores, cambió el lienzo por las paredes de La Luna. “Me dediqué a pintar murales, diseñar los muebles, disfrutar de la compañía de los socios porque nosotros estábamos sorprendidos, no esperábamos que tuviera tanto éxito. Conocí mucha gente y disfruté de la reacción del público que gozaba del lugar. Todo era un sueño bien lindo.
”Los crepúsculos literarios, organizados por Ricardo Lindo, Horacio Castellanos, Gabriel Otero y Alcaine propiciaron uno de los encuentros más importantes en el mundo de la literatura salvadoreña. “Después de muchos años se reunieron por primera vez en el país Roberto Armijo, Claribel Alegría, Manlio Argueta, Alfonso Kijadurías. La obra El Asco de Horacio Castellanos nació en La Luna”, comenta Alcaine.
Federico Hernández, presidente de CONCULTURA, recuerda que este fue el escenario donde recitó por primera vez su poesía. “Le tengo mucho afecto a La Luna porque cuando daba mis primeros pininos como poeta fue el lugar que me dejó leer ante el público mis versos. Yo crecí viendo crecer La Luna, me interesaba la tertulia, allí me encontraba con poetas jóvenes, allí también viví más de algún romance”.
Durante esa luna de miel, el nuevo concepto abrió las compuertas de la creatividad. La Luna era ropa, talleres de danza, fotografía, letras, artesanías y un espacio creativo para niños. La escritora Jacinta Escudos era la responsable de los talleres Literatour. Para ella, era un espacio dispuesto para la creatividad, para lo inusual.
“Era el lugar para las más diversas manifestaciones del ser humano y se convirtió en una casa, un refugio, un espacio lúdico, un nidito de tranquilidad en medio del caos que es San Salvador. Siempre fue un espacio para hacer realidad todo tipo de ideas y propuestas sin censura y con todo entusiasmo, permitiéndonos ampliar nuestra visión de mundo”,dice Escudos.
En el plano de la música el giro fue radical. Según Alcaine antes el Jazz era impensable, todo cambió después de los seis festivales “Jazz Fest” organizados por el baterista Ricky Loza, quien encontró en La Luna el espacio idóneo para posicionar este género musical.
El fin de esta primera etapa coincidió con el gran momento del rock salvadoreño. “La mayoría de los intelectuales que participaron en este primer ciclo se integraron en el modelo más institucional de la cultura, se iban abriendo espacios para que la gente se integrara a la Biblioteca Nacional, CONCULTURA, el teatro, muchos artistas viajaron o se dedicaron a proyectos personales y el espacio se acercó más a los jóvenes”, dice Alcaine.
De luna menguante a luna nueva
La oferta del escenario mantuvo la diversidad y los artistas centroamericanos contemplaron La Luna como una opción. Mientras tanto, los jóvenes rockeros salvadoreños reconocieron en este espacio la oportunidad de presentar su música original.
“Esta nueva etapa generó un poco de distancia y hubo un período un poco más rebelde, yo me sentía con las ganas de hacer más contracultura de ponerse, de ponerse más en contra incluso de la misma gente con la que se había trabajado, de repente parecía incómodo cómo todo se estaba almidonando y encajonando y volviendo como rígido” confiesa Alcaine.
Señala que una de las principales crisis fue la parte legal. “Era un aparato grande y confuso que surgió después de que nosotros naciéramos, puso estándar de regulaciones aptos para países como Suecia pero no para nuestra realidad. Sin embargo, tratamos por todos los medios de obtener todas esas condiciones para seguir existiendo”.
Cuando Joaquín Sabina vino a El Salvador, pidió apenas aterrizó que lo llevaran a La Luna, y ahí terminó cantando después de su concierto. Una de las impresiones que el cantante le dejó a Alcaine esa noche fue que era un buen signo que el oficialismo no reconociera su trabajo porque esa era la mejor prueba para confirmar que era bueno.
Alacine aclara que La Luna no fue concebida como un bar que ponía música en vivo o presentaba un espectáculo para vender más cerveza. “Nosotros hemos sido un escenario que se sostiene con un bar y mucha gente viene para aprender a escuchar y ver lo que hay”.
Después de 15 años, su principal fundadora no está dispuesta cambiar la esencia con la cual surgió el proyecto. No obstante, reconoce que las cosas ya no son como antes, y que La Luna ha sido como un pez que siempre ha tenido la cola fuera del agua y que ahora el agua está bajando peligrosamente de nivel.
“El año pasado sentí mucho desencanto del país y de los medios de comunicación que venden una idea que se aleja de la propuesta de reconstruir identidad. Por eso estoy en una fase natural más de recogimiento, de trabajar de piel a piel, estoy en el proceso de comprender esta nueva realidad que no termino totalmente de aceptar”.
Oscar Soles piensa que en el país nuevamente se están cerrando los espacios. “Tenemos la invasión de una modernidad mecánica, plástica que no es artística. La tendencia es hacia la imitación y La Luna llegó para potencializar el arte presentando gente joven desde lo marginal hasta lo innovador”.
Por su parte, el presidente de CONCULTURA destaca que “La Luna fue la pionera en ser un gestor de cultura sin la intervención del Estado. La cultura salvadoreña no puede únicamente depender de lo que aporta la institucionalidad cultural y se nutre en la medida en que actores independientes entran en juego.
Y reconoce que este proyecto fue la pauta para que otros microempresarios invirtieran de manera estratégica en la cultura y el turismo. “Conceptos como La Luna es necesario que existan y permanezcan lo más que se pueda”.
Por ahora, Beatriz ha decidido celebrar durante todo el 2007 a la quinceañera. Sus planes son reconstruir las memorias de este célebre lugar a través de las sensaciones, percepciones y recuerdos de la mayor cantidad de personas que la hayan visitado.
“Quiero hacer la fiesta rosa recuperando los elementos que La Luna ha desarrollado a lo largo del tiempo de teatro de calle, de convocatoria de las diferentes expresiones de arte y disfrazar un espacio manejable donde culmine el gran espectáculo de calle. Estoy cerrando un ciclo con una gran alegría”.
Esta etapa de luna nueva, Jacinta Escudos la interpreta como algo natural si se entiende este espacio como un ser vivo habitado que está evolucionando. Y parafrasea para este momento al cantante Manu Chao, a quien llama el ideólogo favorito de La Luna: “el agua que se estanca se pudre”.