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Las heridas del terremoto siguen abiertas tres años después

El 12 de enero de 2010 tembló en Haití. Fue uno de los terremotos más mortíferos de la historia de la humanidad, con más de 220 mil víctimas mortales y 2.3 millones de damnificados. El mundo se volteó hacia el país más pobre del continente americano, pero el interés decreció con el paso de las semanas. Hoy día, más de tres años después, la situación sigue siendo muy crítica.



Sábado, 2 de marzo de 2013
Yana Marull (AFP) / El Faro

Puerto Príncipe, HAITÍ. “Aquí tenemos todos los problemas del mundo”, dice Joceline Vilsen, de brazos cruzados frente a su precaria carpa rodeada de escombros y basura, resumiendo el horror que significa vivir en Jean-Marie Vincent, el mayor campo de desplazados de la capital de Haití, que acoge a 26 mil personas tres años después del terremoto.

No, responde con la mirada perdida a la pregunta de si ha comido hoy. “Es difícil conseguir la comida diariamente; cuando no tenemos qué comer, nos quedamos de brazos cruzados”, admite resignada, descalza, junto a su hija de un año que juega distraída en el polvo.

Las cerca de 8 mil familias que viven en el gigantesco campamento llegaron aquí tras el terremoto que el 12 de enero de 2010 acabó con la vida de más de 220 mil personas y dejó a 2.3 millones sin techo.

Tres años después, 347 mil personas viven todavía en unos 450 campos de desplazados, según un reciente censo de la oenegé CCCM (Camp Coordination and Camp Management).

El campamento Jean Marie Vincent es un infierno de calor, polvo, escombros y olor a cloaca donde se agolpan miles de carpas, construidas con palos y pedazos de bolsas, muchas alrededor de las carcasas de aviones y helicópteros de lo que fue una base aérea, situada en el centro de la ciudad. “Cuando llueve, esto es una catástrofe”, explica James Saintlouis, presidente de un comité de pobladores del campamento.

“Es muy difícil encontrar trabajo: no hay empleo y no hay ayudas. Muchos salieron de aquí por la violencia, porque violaban a las mujeres adentro del campamente; ahora eso mejoró un poco”, dice este hombre de 30 años que vive con su esposa y tres hijos de 7, 5 y 3 años.

Un grupo de niños en andrajos, o alguno hasta sin ropa, sigue a la patrulla militar brasileña de la misión de cascos azules de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que recorre el campamento para garantizar la seguridad.

“Acabou a comida”, corean en portugués, frente a una barraca que anuncia: “Eglise de Dieu, Nouvelle Vie” (Iglesia de Dios, Nueva Vida).

Pierre Mariciene, de 52 años, se deja peinar por su hija frente a su carpa en la que caben con dificultad dos camas, unas pocas ropas y baldes viejos. Son las 3 de la tarde y asegura no haber comido nada hoy. Hasta el agua es un lujo aquí.

En diciembre, las tropas brasileñas con las organizaciones locales limpiaron un anfiteatro que durante tres años sirvió de letrina al aire libre, a falta de baños en el lugar. Hoy los niños tienen un sitio donde correr, casi como un parque, y algunos días las tropas pasan películas, explica orgulloso el comandante del contingente brasileño, coronel Rogério Rozas.

Dieuna Lentant, de 34 años, lava los raídos zapatos de sus cinco hijos de 17, 14, 8, 5 y 2 años. Solo los dos mayores van a la escuela porque para los otros no le llega el dinero, explica, y ella sobrevive vendiendo lo que encuentra en las calles. “No teníamos esta miseria antes del terremoto, fíjese usted cómo vivimos”, se lamenta. Su marido falleció en el terremoto cuando el comercio en el que trabajaba se desplomó y ella acababa de quedarse embarazada.

Tras el terremoto, el campamento llegó a tener 60 mil personas.

La organización intergubernamental IOM, en colaboración con instituciones locales, lanzó en enero un programa que intenta devolver a las familias de Jean Marie Vincent, y que consiste en entregar un subsidio de renta por un año a cada familia, explica la responsable de comunicación, Michela Macchiavello.

Unas 700 familias ya han recibido los subsidios para acceder a una casa, y el objetivo es vaciar el campamento en un año.

“Los campamentos que seleccionamos fueron definidos con una lista de prioridades, son los que estaban en peores condiciones”, explica la representante. La organización informa que, si tuviera más financiación, conseguiría alcanzar a muchas más familias en otros campos.

Muchas de las familias de Jean Marie Vincent sueñan con una vida mejor, aunque surge una pregunta común: “Si no vamos a encontrar trabajo, ¿qué pasa con nosotros?”, cuestiona Naser Uselene.

Tras el terremoto de 2010, Haití vivió aún una dramática epidemia de cólera y devastadores huracanes.

Hoy, este campamento es todavía una muestra de un país en el que el 76% de la población vive en la pobreza, más del 35% no tiene acceso a agua potable y 22% de los niños de menos de cinco años sufren de malnutrición crónica, según datos del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD).

© Agence France-Presse

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