La Habana, CUBA. Tiene palmeras, campos deportivos, comedores y sol casi todo el año, pero no es un resort en una playa del Caribe, sino la mayor cárcel de Cuba, el Combinado del Este, que esta semana fue abierta a la prensa extranjera por primera vez en nueve años. “Aquí, gracias a Dios, hasta ahora nunca ha habido conflicto, entre los compañeros presos nos llevamos muy bien”, dice Iván Jiménez, de 38 años, que lleva cuatro meses encarcelado en espera de juicio, acusado de receptación, por haber comprado un refrigerador en el mercado negro.
“Todo el mundo se lleva bien aquí, como familia”, dice Fernando Moncada, de 47 años, que es peluquero en esta cárcel, una de las cinco de alta seguridad de la isla.
En la celda de Moncada una de las tres camas de la litera exhibe una bandera cubana y una foto del guerrillero Ernesto Che Guevara durante esta inusual visita de la prensa, la primera desde marzo de 2004 a una cárcel de la isla, organizada por la Dirección Nacional de Servicios Penitenciarios.
Otro grupo de reporteros visitó una prisión de mujeres y un penal juvenil.
En el Combinado del Este, en medio de verdes campos deportivos –en los que dos equipos juegan béisbol–, hay media docena de edificios blancos con líneas celestes, que no tienen ventanas, sino estrechas ranuras para que entren aire y luz. En ellos están las celdas: unas para 15 reos, otras para tres.
El recinto con palmeras está rodeado por doble cerca de alambradas y tiene torres con centinelas armados con fusiles. En los muros hay varios retratos del Che, de Fidel Castro y hasta del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez.
Humanitarismo
La situación en las cárceles cubanas, donde están recluidas unas 57,000 personas, ha sido denunciada por organismos de derechos humanos, pero el director del “Combinado del Este”, teniente coronel Roelis Osorio, afirmó que el trato a los reclusos se basa en “principios humanitarios”.
“Este establecimiento tiene la función de asegurar el cumplimiento de la sanción y promover el desarrollo integral de los sancionados y protección de los derechos de los sancionados”, dijo.
“El 83.4% de los internos que egresa (de las cárceles) se reinserta socialmente. Solo el 9% reincide”, agrega, afirmando que los guardias “trabajamos sobre principios humanitarios de tratamiento de las personas”.
Situada en una zona rural próxima a La Habana, esta prisión tiene unos 3,000 presos. También posee un hospital con 200 camas.
El 27% de los presos trabaja y percibe salario; el 35% cursa la enseñanza primaria o secundaria; y el 49.8% está aprendiendo un oficio, como albañil o carpintero, dice Osorio.
El oficial dijo que no hay hacinamiento y las riñas entre los internos son escasas. Numerosos reclusos –que hablaron con la agencia AFP sin presencia de custodios– dijeron que recibían buen trato y su única queja fue la severidad de su condena.
Cada celda posee ducha y retrete, que tienen agua solo tres veces al día, en la mañana, al mediodía y la noche, según los presos. Varios internos se manifestaron satisfechos por poder trabajar o estudiar en prisión, excepto uno que aprovechó la presencia de cámaras y micrófonos para quejarse amargamente por tener que vestir uniforme de color gris.
Las actividades se desarrollaban de manera ordenada y silenciosa, incluso los partidos de béisbol y voleibol, en contraste con el bullicio y desorden que impera en las calles de La Habana.
El único bullicio provenía de los 12 músicos de la orquesta Luz del ALBA (por la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América), que dirige Jan de la Maza, de 29 años, condenado por robo con violencia, quien espera lanzar su carrera artística cuando salga de prisión.
También existe un coro, dirigido por el preso Óscar Bequer, que cantó varias canciones ante la prensa, mezclando ritmos africanos y cubanos.
Poca violencia entre internos
El director Osorio afirma que no hay violaciones sexuales entre reclusos: “En nuestro sistema penitenciario hace años que eso no existe. Yo diría más de 30 años”.
El jefe de sanidad penitenciaria, Kervin Morales, asegura que las agresiones con arma blanca entre presos son escasas (“casi no tenemos urgencias”) y no hay contagios de VIH en las cárceles. Sin embargo, admite que cada cierto tiempo hay huelgas de hambre.
“Casi todas son por un beneficio que busca el interno. Existe un protocolo de actuación (...), pues se trata de que en los primeros cinco días” abandone el ayuno, dice Morales.
Las huelgas de hambre son tema sensible en Cuba, pues la muerte del preso Orlando Zapata, tras 85 días de ayuno, levantó condenas internacionales al régimen de La Habana, en febrero de 2010.
En un patio decenas de internos aprenden albañilería mientras construyen muros con bloques pegados con arena, que luego son desarmados. Sus instructores también son presos.
En un sector fuera de la doble alambrada, hay un taller donde son desarmados autos chocados, cuyas partes son vendidas.
En esta labor trabajan mecánicos externos y reclusos, que ganan por “resultados”. Algunos perciben entre 2,000 pesos y 3,000 pesos al mes (83 a 125 dólares), entre tres y cinco veces sobre el salario promedio nacional, dice Osorio.
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