El Ágora /

“¿El Salvador? Ya no me siento cómodo en ningún lado del planeta”

“Escribís de lo que perdés”, dice Horacio Castellanos Moya, y él escribe sobre Centroamérica. El novelista reflexiona sobre sus ilusiones políticas derrotadas, su compleja relación con El Salvador y la aún más complicada relación del país con las letras. “Nuestra literatura refleja la naturaleza de nuestras élites”, dice. Y no es un halago.


Lunes, 27 de mayo de 2013
José Luis Sanz y María Luz Nóchez

 

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Horacio Castellanos Moya. Foto Mauro Arias

Describe a los salvadoreños acosados, siempre acorralados.
Siempre, incluso geográficamente. Nuestro mecanismo de defensa nace de los enormes niveles de represión, exclusión y pobreza que vivió el país. Esta es una sociedad que siempre te está aplastando, y es porque la élite tuvo completa impunidad y se creyó con el derecho de seguir adelante, hasta que el país les explotó. Es delicado ponerlo como si nuestro coraje fuera una virtud positiva per se...

¿Ha cambiado algo ese El Salvador en los últimos 4 años, con un gobierno que, en teoría, iba a ser de cambio y liberación?
Es pronto para decirlo, pero es importante entender que las instituciones políticas también cuesta que sean modificadas. La institucionalidad política solo cambia por las crisis: a mayor crisis y mayor convulsión, mayor modificación habrá de la institucionalidad política de El Salvador. La gran convulsión en El Salvador fue la guerra, y la institucionalidad política cambió: se convirtió al FMLN en partido, se sacó a la Fuerza Armada de la política y se comenzaron a cumplir las leyes del juego democrático electoral. Pero durante 20 años esa institucionalidad política fue hegemonizada por una sola fuerza política, y la alternancia se da en una institucionalidad que ha sido ya usada 20 años, en un Estado que ha sido, a través del Gobierno, usufructuado por una fuerza política que representa cierta visión de mundo bastante antigua, que representaba a las fuerzas del statu quo. En 2009 las fuerzas del cambio ganan las elecciones, pero ya la compañerita tenía 20 años de estar casada con el otro, así que no le vengás a pedir virginidad. Significó el triunfo de la otra parte del país, pero con unos mecanismos que habían sido establecidos y usados 20 años atrás. El reto era dar a la institucionalidad un nuevo sentido ético, y si eso se logró o no, no lo sé. La política no es el reino de la ética, pero se necesitaba esa alternancia, porque representaba el anhelo y la frustración de 200 años de opresión de un sector de este país.

En 2009 dijo que el riesgo era que la ilusión de quienes votaron por el cambio se transformara en rabia si no se cumplía con sus expectativas. ¿Ve rabia en El Salvador?
Todavía no. Hay cierto desencanto, pero no rabia. La sociedad ya tiene mecanismos de oxigenación. Uno de ellos es la migración, institucionalizada también. No percibo rabia política.

Eso contrasta con lo que decía de la audacia en el carácter salvadoreño.
Ah, pero es que una cosa es eso y otra son las acumulaciones históricas. Las condiciones para la guerra fueron muy particulares, y una expresión de rabia como la que se tuvo en los 70 y que llevó a la guerra en los 80 es una acumulación de infamias: la masacre del 32, la del 72, del 75, del 79... Ahora eso no se da... lo que se da es pecata minuta. Y el cambio fundamental es la desactivación del crimen como instrumento político. No habiendo eso, no tenemos por qué esperar una manifestación de rabia. Hay descontento, pero eso sucede en cualquier democracia, en la que no te llevan a un parque y te ametrallan. El modelo aguanta aún.

¿Usted se fue de El Salvador por las amenazas posteriores a “El asco” o porque en realidad necesitaba salir de Centroamérica?
Todo coincide. Yo me fui de Centroamérica muchas veces, y viví en México; pero la última vez que salí de El Salvador hubo una coincidencia de las amenazas y el agotamiento de lo que yo podía hacer aquí. Y eso coincidió con la apertura de oportunidades en otras partes. Hay quien me pregunta si yo preveía que la gente se iba a enfadar tanto con “El Asco” y, la verdad, no. Ese libro estuvo dos años en una gaveta. Pero probablemente coincide con que dije: “lo voy a publicar porque no estoy trabajando, se han agotado las posibilidades en este lugar...” Pero lo que sí sentía es un agotamiento de lo que yo había estado haciendo, de lo que yo había querido hacer. Era casi un callejón sin salida. Ya no sentía la pasión por hacerlo.

¿Perdió la esperanza?
Uno puede tener esperanza, pero le falta la ilusión. Yo publico, la cosa se pone fea, hay mucha molestia... En la vida muy pocas veces decide uno. En mi caso, a veces las circunstancias se confabulan y terminás donde menos esperabas.

Lo que había estado haciendo es periodismo, y como periodista tenía un afán de provocación, consciente, intencional...
Primera Plana era un periódico muy provocador, y no solo porque yo me lo propusiera, sino porque todo el equipo que lo hacía tenía voluntad de provocar, empezando por el principal fundador, Pablo Cerna. Lamentablemente le dio el cáncer a medio camino y no se pudo involucrar como hubiera querido, pero esa idea era de él, él la llevaba en la cabeza. Aunque no era afán de provocar per se: es que veníamos de una guerra donde había dos bandos con verdades absolutas, y ante las verdades absolutas la duda y el humor son las cosas que más provocan. No puede haber una fuerza política que dude, el poder no permite la duda. Y tampoco puede haber una fuerza política que se ría de sí misma, al menos no en esta sociedad. ¿Cuál es el papel de un medio nuevo en estas circunstancias? Reírse. Y además tocar temas que no querían que se tocaran. Y ni siquiera fue un consenso planeado, sino que fue algo natural. Era un espíritu que permeaba en el medio. Pero eso se acabó.

¿Se cansó de provocar o solo de provocar en Centroamérica? ¿Se sigue considerando un provocador?
Sigo siendo un provocador por temperamento, no por elaboración mental. En realidad ser provocador es muy salvadoreño... ¿has visto cómo se trata la gente? Hay provocación incluso en el teatro cotidiano, y eso es incomprensible para gente de otros lugares. Para nosotros es de lo más natural que, después de años de no verse, un amigo le diga a otro “¿Eh, maricón, cómo te va?”, pero en otro país la gente pensaría “¿A éste qué le pasa?” Si saludas así a un enemigo va a sacar una pistola y te va a matar, pero si es un amigo lo verá normal, ¿verdad? La provocación, el sarcasmo, el humor, son valores de la idiosincrasia nacional, porque forman parte de ese otro valor mayor que es la resistencia.

Supongo que habla de un valor popular, porque no hay humor en el debate político, ni en los medios de comunicación...
No lo hay en el mundo oficial, porque ahí sigue prevaleciendo la vieja ideología. Ya no se puede ser anticomunista, porque ya no hay comunismo, pero permanece la misma estructura mental. El otro lado del país, sin embargo, sí es provocador. Lo que pasa es que el poder es hipócrita y quienes lo ejercen han de aprender el arte de la mentira. Y como decía (Seymour) Hersh, al final lo que queremos con el periodismo es que los niveles de verdad sean un poco mayores. Son las paradojas de la vida: el que tiene más que esconder es el que más se enoja y el que menos tolera el humor. Al final, tanto en la literatura como en la política, en el periodismo o en la religión, de lo que se trata es de la mentira: cómo le entrás a la mentira, desde dónde y los niveles de mentira. La mentira es la que lleva al crimen, a la corrupción, a tantas cosas...

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La institucionalidad política o militar te exige aceptar órdenes de pendejos”

Dijo en una entrevista que su saga de novelas sobre los Aragón tiene mucho que ver con los fracasos que tuvo como periodista. ¿Cuál fue el gran fracaso que ha servido para nutrir esta serie?
En realidad lo que decía es, uno, que la literatura nace del fracaso, porque del éxito solo salen libros de superación. Y, dos, que en mi caso personal fue el fracaso periodístico, que en El Salvador se refleja en el cierre de Primera Plana, cuando yo siento que no tengo más que hacer acá, el que de algún modo desemboca en ciertos libros como “El Asco”, o “Baile con serpientes”, que temporalmente están producidos después de ese episodio. Después hice periodismo en otros países, pero era solo un ejercicio profesional. Aquí había una apuesta personal, una apuesta de futuro... había una ilusión. ¿Y cuál era? Que lo que estábamos haciendo podía cambiar la sociedad. Pero me quedé sin el instrumento y por tanto sin la posibilidad de perseguir esa ilusión. Porque la otra opción era dedicarse a la política...

¿Lo pensó en algún momento?
No.

Puede decir la verdad. Ja, ja, ja.
Nunca, nunca. En la casa de los padres de mi madre, en Honduras, solo se hablaba de política. Mi abuelo era político profesional. Y yo desarrollé inconscientemente cierta reacción ante todo lo que implica la formalidad de la política. Nunca tuve la menor duda al respecto. A mí de El Salvador nunca me atrajo la política, ni antes de la guerra. A mí me interesaba la literatura. Pero claro, la cosa se pone fea, los amigos se empiezan a meter en eso... y de esa manera yo comienzo a acercarme, pero siempre con mucha ambigüedad y mucha falta de fe. Y la razón es que no me gusta que me den órdenes. Acepto órdenes con facilidad de alguien a quien yo respeto, a quien reconozco autoridad porque sabe más que yo o tiene más experiencia... pero cualquier institucionalidad política o militar te exige aceptar órdenes de pendejos.

Volvamos a la saga de los Aragón...
Esa saga comienza con una novela que se llama “Donde no estén ustedes”. La indemnización de mi anterior trabajo periodístico me permitió estar seis, nueve meses, escribiendo esa novela. Pero después volví a hacer periodismo en Guatemala. Yo escribía novelas en los tiempos muertos del periodismo, cuando no tenía trabajo o no quería tenerlo porque estaba escribiendo un librito de cuentos. Pero después del fracaso vital las que vienen son “Baile con serpientes” y “El asco”. Ahí es cuando yo siento que perdí la ilusión. En los otros libros la ilusión ya estaba perdida. Y después, cuando tuve la oportunidad de irme a escribir a Frankfurt dos años, dejé el periodismo y ya no volví.

¿Qué tan liberado podría decir que se siente luego de haber plasmado algunas de sus historias personales en la saga de esta familia?
Digamos que como no la plané con detalle, sino que fue creciendo muy desordenadamente... Primero hice esta novela sobre un exembajador salvadoreño en Nicaragua, luego “Insensatez”, que ocurre en Guatemala. Con el segundo libro del grupo de novelas, que gira alrededor de la familia, es cuando me planteo “aquí puedo desarrollar esta otra parte, tengo estos personajes”, y me meto en “Desmoronamiento”. Luego, “Tirana memoria”, la tercera novela, es muy planeada, dediqué mucho tiempo de trabajo e investigación. Hice una cuarta, que es “La sirvienta y el luchador”, y aunque la familia está ahí es ya sobre la sirvienta, es otra cosa. Y esta última novela que he publicado, “El sueño del retorno”, es como el último personaje de esa familia, y es como el sueño de alguien que está regresando a El Salvador, está vinculado con mi ilusión de venir acá... Hay quien me dice que es autobiográfico, pero no, ¡porque si lo fuera yo no hubiera vuelto! Es el sueño del retorno, ja, ja. Claro, tienen anécdotas mías, pero no sé si voy a volver a esa saga. No tengo planes.

¿Se encuentra todavía a sí mismo en San Salvador? ¿Hay algún lugar en el que se sienta cómodo en esta ciudad o en este país?
No es solo El Salvador... ya no me siento cómodo en ningún lado. Y tampoco extremadamente extraño. Ya no tengo sensación de pertenencia. Cuando vengo a El Salvador reconozco, claro, aunque la ciudad ha cambiado mucho, pero me siento extraño. Y no es por los cambios... Voy a México, donde viví muchos años, y tampoco me siento cómodo. He empezado a descubrir que tengo una sensación de incomodidad en el planeta. Puedo vivir, hago lo que tengo que hacer, pero tengo una constante sensación de extrañeza, de no pertenencia. Podría elegir cualquier lugar del mundo para vivir pero me sentiría igual. Tendría al inicio la sensación del descubrimiento pero, una vez superada, la curiosidad se convertiría en extrañeza.

Después de su desilusión de finales de los 90, ¿se ha vuelto a ilusionar?
No. He vivido pasiones, pasiones por lo inmediato. Pero la textura de la ilusión es distinta. La ilusión perdida tiene que ver con algo más profundo, un pedazo que se queda, perdés algo. Y es en ese momento en el que empezás a escribir más, a escribir de lo que perdés.

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Horacio Castellanos Moya. Foto Mauro Arias

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