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“Yo jugué un papel muy importante para viabilizar la Ley de Amnistía”

Desata odios y amores, pero pocos se atreverán a negar que el exguerrillero Joaquín Villalobos (reconvertido en un codiciado consultor internacional) tiene el pulso de los buenos analistas, al margen de que gusten o no sus conclusiones. Esta entrevista en la que repasa la paz en El Salvador la concedió en Bogotá a los compañeros del periódico digital LaSillaVacia.com, y, obvio, tampoco le faltan frases polémicas, como esta: “No conozco un proceso de paz en el que no haya que tragarse un poco de impunidad para poder viabilizarlo”.


Sábado, 1 de junio de 2013
Juanita León (LaSillaVacia.com) / El Faro

Joaquín Villalobos, ex comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), hoy convertido en un cotizado consultor internacional. Foto Juan Pablo Pino (LaSillaVacia.com).
Joaquín Villalobos, ex comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), hoy convertido en un cotizado consultor internacional. Foto Juan Pablo Pino (LaSillaVacia.com).

Joaquín Villalobos hizo la guerra en El Salvador durante 13 años. Luego, como jefe político y militar del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), uno de los cinco grupos disidentes que integraron el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) durante la guerra civil salvadoreña, firmó los Acuerdos de Paz con el Gobierno en enero de 1992. Desde entonces, ha sido asesor en temas de seguridad y de negociaciones de paz, incluida la que en la actualidad mantiene el Gobierno de Colombia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La Fundación Saldarriaga Concha, una oenegé dedicada a mejorar las condiciones de vida de las personas con discapacidad y a los adultos mayores, lo trajo a Colombia para participar en el foro ‘Sociedad Civil y Postconflicto, una mirada a experiencias internacionales’. Villalobos habló junto a Frederik de Klerk, el ex presidente sudafricano y premio Nobel de Paz.

La Silla entrevistó a Villalobos, quien como ex combatiente y ex signatario de un proceso de paz está en una posición privilegiada para hablar sobre una negociación de paz.

¿Cómo fue su decisión de dejar las armas?
El FMLN, incluida el ala más radical, era un grupo con una gran vocación política; entonces, no fue traumático. En el caso de El Salvador, quien plantea la idea de una solución de política negociada es la insurgencia. El Gobierno la rechazaba y hubo varios intentos que fueron saboteados por la derecha y el Ejército. Es muy distinto a lo que aquí se vive. Teníamos dudas sobre nuestra seguridad pero confiábamos que habíamos hecho un buen acuerdo, que era lo fundamental.

¿En qué momento toman la decisión de que ya era el momento de dar el paso?
Quizás la mejor manera de sintetizarlo fue una noche del 31 de diciembre de 1991: llevábamos un poco más de un año negociando y estábamos en la fase del desenlace. El Secretario General de la ONU nos hizo un resumen de lo logrado hasta ese momento y era demoledor. Nos dijo: han logrado una revolución negociada, reducción del ejército, depuración del ejército, la comisión de la verdad, reformas al sistema judicial, la disolución de las antiguas policías, la creación de una nueva policía y la reforma del sistema electoral. ¿Qué más? Daba como pena decir sigamos en la guerra.

¿Cómo lidió el FMLN con la idea de los “costos enterrados”, esa idea de que hemos estado tantos años en la lucha armada y todo para negociar antes de ganar la guerra?
De lo que se trata es de cuanta fe tienes de que al final de cuentas es la continuación de la guerra por la política. Y cuánta fe tienes en que por la vía política puedes lograr muchas cosas. Colombia se ha transformado, el continente se ha reafirmado en la vida política más que suficiente. Es obvio que seguir en la lucha armada es una perdera de vida, de tiempo, para el país y para la propia gente. No es tanto la duda lo que debe primar, sino la confianza de que pueden actuar políticamente. Mira Ecuador y Bolivia… en El Salvador el FMLN gobierna. ¿Dónde hay una correlación conservadora tal que la izquierda no sea importante?

En Colombia.
Por las FARC. Las FARC son el principal factor de bloqueo a una hegemonía conservadora. En Paraguay, en Guatemala ha habidos gobiernos de izquierda.

Entonces usted realmente cree que es posible hacer la revolución sin las armas.
Si se evalúa lo que se hizo en El Salvador a partir de lo que fueron los ideales, los sueños de una revolución radical que pertenece a una etapa contestataria, nosotros perdimos. Pero si se evalúa a la luz de toda la transformación democrática que le provocamos al país, indiscutiblemente que ganamos. Es un problema de madurez. Era muy difícil entrar a un proceso gritando reforma o muerte. En el camino eso se transformó en una forma de hacer política que contribuyera a transformar el país.

Las FARC tienen como modelo e ilusión seguir los pasos de Chávez. ¿Se puede repetir “la revolución del siglo XXI” en América Latina?
Las FARC tienen derecho a pensarlo, tienen derecho a intentarlo porque si no, no tiene sentido estar haciendo la paz con ellos. De que eso sea posible es otra cosa. Cuba viene de regreso. Y en Venezuela nunca ha habido una revolución. En Nicaragua, donde hubo una revolución, la economía de mercado está funcionando muy bien.

El tema de las víctimas es crucial en esta negociación. ¿Qué hizo el FMLN frente a sus víctimas? ¿Qué se hace cuando los victimarios también han sido víctimas, como en el caso de Colombia y El Salvador?
En el caso nuestro, el mecanismo fue la comisión de la verdad para todos. El resultado fue asimétrico porque así tenía que ser: el informe le atribuía más del 85% de las violaciones al Estado, y al FMLN, el 15%. La base de este proceso fue un empate, y eso permitió que se llegara al otro componente, que fue la amnistía. Era otro momento y un contexto distinto al de ustedes.

¿En qué sentido era diferente?
No había Corte Penal Internacional. Quien quería que no se hiciera nada era el Gobierno, que estaba completamente a la defensiva. El asesinato de Monseñor Romero, que detona la guerra, y el de los padres jesuitas, que detona el proceso de paz, dejaban al Gobierno en una situación muy difícil. Yo jugué un papel muy importante, con resistencia de muchos compañeros del FMLN, para viabilizar la Ley de Amnistía y darle viabilidad al proceso. Estábamos disolviendo las policías, los batallones élite del Ejército, echando el 85% del Ejército, incluido todo el alto mando. Querer procesarlos solo se lograba si los hubiéramos derrotado militarmente. Yo dije en televisión: “No hemos ganado esta guerra y no podemos humillarlos”.

¿Cree que una lógica parecida pero a la inversa se debe aplicar en Colombia?
No sé. Es un tema muy complicado. Solo diría que no conozco un proceso de paz en el que no haya que tragarse un poco de impunidad para poder viabilizarlo. Los procesos de paz son sobre el futuro.

¿Qué quiere decir con eso?
En nuestro caso teníamos un conjunto de transformaciones que iban a resolver el tema de la democracia en el país. Esa transformación tenía tales implicaciones: el cambio de la justicia, el cambio de doctrina militar, la inclusión de la izquierda en la competencia electoral, incluso los programas de reinserción, tenían una importancia tan vital que arriesgarlo por juzgar a los militares no valía la pena. Un proceso de paz tiene una relación directa con la correlación de fuerzas. Tú puedes meter al otro en la cárcel cuando le has ganado completamente la guerra. Si no, no.

¿Qué significaría pensar en el futuro en Colombia?
Tienen que dimensionar lo que implica el proceso. Yo lo llamaría la reconciliación entre la Colombia rural salvaje y la Colombia sofisticada urbana. Tienen que valorar eso y dimensionar cuánto perdón necesitan de cara a ese futuro.

 

Hubo compañeros suyos que eran importantes en la guerrilla y que en la vida civil no lograron ningún protagonismo. ¿Era ese escenario un obstáculo para negociar?
Cuando se firmó la paz, había tal entusiasmo que nadie fue tan egoísta para pensar que iba a ser de él. Paradójicamente, los dirigentes pedimos muy poco, no tuvimos ningún programa de reinserción, por ejemplo. Si negocias cosas para ti, pierdes la capacidad de negociar políticamente.

¿Cree que hay una oportunidad ideal para hacer la paz que no se repite?
Eso es muy importante. Si lo dejas pasar, es difícil que se vuelva a repetir. Voy a señalar solo un elemento contingencial: si la situación en Venezuela se altera, este proceso puede alterarse. Una inestabilidad sostenida en Venezuela deja huérfano el proceso en el entorno regional que lo hace viable.

¿Por qué Venezuela sigue siendo tan vital para el proceso de paz?
Por la relación con las FARC. Voy a ejemplificarte en El Salvador cómo era el alineamiento: la correlación militar estaba definida por la ofensiva de la guerrilla que entra a la capital y sienta la base de que no estaba derrotada sino que era fuerte. La respuesta del Ejército, que fue el asesinato de los jesuitas, le quitó el apoyo de sus soportes, como era Estados Unidos. Los presidentes centroamericanos habían suscrito una serie de acuerdos entre insurgencia y gobiernos. Acababa de terminar su período Reagan, y ahora había un presidente pragmático en Estados Unidos que era George Bush padre; había un presidente conservador con poder en El Salvador, lo cual era muy importante porque la Democracia Cristiana era un gobierno débil y el sabotaje de la derecha lo impedía. Nosotros estábamos en mejor momento. Y se cae el muro de Berlín y borra la parte ideológica: la Guerra fría nos colocaba como un apéndice e impedía ver las causas internas del conflicto. Cuando se cae, nos ven como lo que éramos. A esto súmale que en Nicaragua pierde el sandinismo las elecciones. Este conjunto de elementos crearon una oportunidad. Solo de imaginarme que por un trasnochamiento ideológico nuestro, o una cerrazón de la derecha, hubiéramos perdido esa oportunidad…

¿Qué habría pasado?
No estaría platicando contigo. Es posible que al final nos hubiéramos desmovilizado, pero no hubiéramos obtenido ninguna de las transformaciones que logramos. Las cosas tienen su momento. El ejemplo más patético es el de Sendero Luminoso en Perú. Abimael Guzmán, ya preso, le manda una carta a Fujimori, que ahora sí hablarían. La concesión que obtuvo fue un pastel de cumpleaños y una mejor celda.

¿Cree que en Colombia están dadas las condiciones para que este sea el momento?
Hay una oportunidad. Y la oportunidad es: o se negocia la paz o las FARC caen en un bandidismo con bandera política.

¿Lo dice por la penetración del narcotráfico?
No creo que las FARC tengan futuro como guerrilla. El futuro de las FARC es hacerse bandidos con el cambio generacional, porque cada vez van a estar en una desventaja estratégica más seria, estarán más débiles. La única oportunidad es hacerse bandidos. Es un absurdo continuar por ese lado, perderían la oportunidad extraordinaria de hacer política con la bandera que más les guste.

¿Cómo fue la dinámica de la negociación en El Salvador?
Tiene tres fases. En la primera etapa la guerra está en el primer plano. En la segunda, comienzas a hacer la guerra para apoyar la negociación. Ya sabes que no vas a ganar y lo que buscas es cómo mejorar la posición en la mesa. La tercera fase es cuando la negociación toma por completo el escenario mediático y se hace difícil justificar la acción de guerra, la guerra se devalúa.

¿En cuál fase estamos nosotros?
Es difícil tomarlo en el sentido de un mecanismo. Me atrevo a pensar que están entrando en ese proceso en el que la negociación está cobrando vida propia.

Hablando del proceso de paz actual, ¿cree que tiene sentido que sea tan confidencial?
No puedo responder eso.

¿Tiene sentido que nada esté acordado hasta que todo esté acordado?
Esa es una regla básica para negociar. Porque no hay resultado parcial.

¿Tiene sentido que dejen las armas antes de hacer los cambios? ¿Ustedes lo hicieron?
En el caso nuestro fueron acciones simultáneas.

¿Cómo pueden ser simultáneas la dejación de las armas que dura una hora y cambios que pueden tomar diez años?
Por eso es que los acuerdos tienen que ser cosas bien concretas. En temas con impacto social, el inicio del programa o la constitución de una institución o la participación en una institución es la prueba de que cumplió. No es lograr la meta. Si no es así, es una carta al niño Dios. El inicio de esos procesos es el cumplimiento del acuerdo. En definitiva, lo importante es si toman la apuesta política de actuar en política. Si hay una agenda de transformación agraria de Colombia en la cual vas a tener que ver, yo consideraría que eso para un grupo insurgente es una buena plataforma para hacer trabajo político. Si yo fuera ellos, estaría con prisa de dejar las armas y actuar políticamente.

El genocidio de la Unión Patriótica es un fantasma que ronda a los guerrilleros, entre otros temores de que al final les hagan ‘conejo’. ¿Qué garantías tuvieron ustedes para que les cumplieran?
Por eso fue que los acuerdos fueron cosas muy concretas. Lo que no se podía medir no existía. Cuando se firmó el acuerdo en Guatemala, decían que era superior al salvadoreño. Pero el FMLN ya gobernó y va a seguir siendo un poder real en mi país. En cambio, en Guatemala la exguerrilla tiene tres diputados y no va a llegar al Gobierno nunca. Tenían muchas cosas pretensiosas en su acuerdo.

¿Cuál es la diferencia entre una vida sin armas y una con armas?
Te doy un ejemplo: yo tenía en mi casa, cuando llegamos a San Salvador, aproximadamente 15,000 cartuchos, 12 armas largas y una seguridad de 10 combatientes. Mi casa era un cuartel. Andaba armado con dos pistolas, una en el zapato. Durante toda la guerra yo era el principal blanco del ejército y me buscaba la CIA. En la medida en que lo que habíamos teorizado que políticamente iba a ocurrir comenzó a ocurrir, las armas se volvieron un estorbo, porque no hay peor cosa que tener un arma y platicar con una persona.

¿Qué sentido tuvo el proceso de paz para El Salvador?
El Salvador desgraciadamente tuvo un proceso de paz exitoso pero transitó de una violencia espontánea en los 70 a una organizada que fue la guerra, a una anárquica criminal de gran escala que estamos viviendo ahora.

¿Esa violencia que viven ahora es una consecuencia de la guerra?
No son hijos de la guerra. Las pandillas se generan por la migración a Estados Unidos y las deportaciones; migró la tercera parte de la población, lo que generó una catástrofe. No se le puso ninguna atención y se le aplicaron medidas represivas. Esto multiplicó el problema. Ahora se aplica mano blanda con esto de la tregua.

¿La sociedad todavía no ha visto los beneficios del acuerdo de paz?
La violencia producto del deterioro social es otra cosa. No quiere decir que el proceso no haya valido la pena. No hay peor cosa que matarse por las ideas.

© La Silla Vacía
Esta entrevista fue publicada originalmente el 29 de mayo de 2013 en LaSillaVacía.com

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