La toma del pueblo de Joateca arrancó temprano en la mañana del miércoles 23 de octubre. A las 8 horas, un primer convoy de avanzada atravesó las calles pedregosas y los caminos escondidos entre las montañas del norte de Morazán hasta irrumpir, a bordo de cuatro camiones militares, sobre las calles adoquinadas del pueblo. En el convoy había patrullas de reconocimiento, elementos del comando de montaña de San Francisco Gotera y jinetes del Regimiento de Caballería, de San Juan Opico, La Libertad, ubicado a unas cuatro horas de Morazán. Estos últimos llevaban cinco caballos entrenados para saltar en medio de tres aros de fuego en un vistoso show ecuestre. Los soldados se tomaron la cancha de fútbol ubicada en las afueras del pueblo; y, con la complicidad logística de la alcaldía (del partido Gana), levantaron dos toldos para la comandancia del ejército en la zona oriental y los invitados especiales, entre ellos, una veintena de niños de cuarto grado, estudiantes del centro escolar Manuel José Arce, de la localidad. Un poblador, sombrero en la cabeza y machete al cinto, testigo del suceso, hizo chiste de la entrada súbita de los militares, ataviados con sus fusiles y su verde camuflado, postrados en las esquinas de las cuadras circundantes. El chiste arropaba esta idea: el ejército se volvió a tomar el pueblo… 21 años después de la firma de la paz.
El objetivo del operativo era rendir homenaje a los “héroes de Joateca”, 22 meses después de que con motivo del 20o. aniversario de la firma de los Acuerdos de Chapultepec, el presidente Mauricio Funes, comandante general de la Fuerzas Armada, ordenara al ejército que dejara de llamar héroes a violadores de los derechos humanos durante la guerra. Funes dio esta orden el 16 de enero de 2012, desde el caserío El Mozote, ubicado a 14 kilómetros –unos 20 minutos en vehículo debido al pedregoso camino- de Joateca. En El Mozote, hace 32 años, el ejército salvadoreño masacró a alrededor de mil campesinos, la mitad de ellos menores de edad. Uno de los comandantes de ese operativo presuntamente dirigido contra guerrilleros, pero que terminó en una masacre contra población civil, fue el teniente coronel Domingo Monterrosa, entonces comandante del Batallón de Infantería de Reacción Inmediata Atlacatl.
Casi tres años después de la masacre, Monterrosa, el mayor José Armando Azmitia –para esa fecha heredero del Atlacatl y uno de los lugartenientes de Monterrosa en la masacre de El Mozote-; otros cinco oficiales militares, dos artilleros, un sacerdote, un sacristán y tres comunicadores del ejército perecieron en Joateca. El 23 de octubre de 1984, el helicóptero que abordaron para abandonar el pueblo cayó a un kilómetro del casco urbano. No hubo ningún sobreviviente, y se presume que la guerrilla detonó un artefacto explosivo que iba a bordo de la aeronave. El percance ocurrió en medio de enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla dado que Monterrosa comandaba el operativo Torola IV, con el cual se pretendía erradicar a las filas guerrilleras del Ejército Revolucionario del Pueblo. El operativo buscaba también erradicar a la Radio Venceremos, que operaba en las montañas de Morazán. Entre la exguerrilla y el ejército hay versiones encontradas para explicar el deceso de Monterrosa y compañía, pero lo cierto es que Monterrosa llegó a Joateca para celebrar la captura de un radiotransmisor que presuntamente era de la Radio Venceremos. A partir de ahí, la guerrilla aseguró que le tendió una trampa a Monterrosa y colocó una bomba en el helicóptero. El ejército, por el contrario, ha sostenido que el desplome de la aeronave se debió a desperfectos mecánicos.
En Joateca, José Santos Portillo, un anciano de 78 años, es uno de quienes recuerdan la muerte de Monterrosa. En 1985, su esposa, una hermana, una sobrina, un cuñado y una amiga fueron abatidos en un fuego cruzado entre los guerrilleros que huían de Joateca y los soldados que recuperaban el pueblo. Pero un año antes él también recuerda otro suceso sangriento: Monterrosa llegó a Joateca y según los lugareños ofrendó una misa para celebrar el decomiso del radiotransmisor de Radio Venceremos. José Santos Portillo, que para esas fechas era de la directiva de la iglesia católica, participó de la logísitica y la celebración de aquel encuentro. Él también fue testigo de cuando Monterrosa y compañía subieron a la aeronave, en el centro del pueblo, frente a una iglesia que data de hace más de 100 años. “El helicóptero se ladeó cuando se subieron todos los tripulantes, y entonces ordenaron que se bajaran unos cuantos”, recuerda. Su versión es similar a la que alguna vez narró en sus memorias el expresidente Napoleón Duarte. Una vez que el helicóptero se marchó, José Santos Portillo regresó a su casa, ubicada cerca de la cancha de fútbol. Recuerda que desde ahí escuchó un estruendo a lo lejos. Al cabo de una hora, un grupo de soldados que fue hasta el lugar del accidente llegó a su casa –hoy una abarrotada tienda de comestibles- y le pidieron ayuda. Ellos llevaban sus ropas y sus manos bañadas en sangre, pues fueron a recolectar los restos de los fallecidos. “¡Se murió mi comandante!”, exclamaban, dice José. Él también recuerda que algunos incluso maldecían por la muerte del “mi coronel Monterrosa” y otros hasta lloraban. Según la historia militar, o la leyenda que se ha creado alrededor de la figura de Monterrosa, él era como un padre para los soldados a su mando, dado que luchaba, comía, dormía, departía hombro con hombro junto a la tropa.
El 24 de octubre de 1984, la consternación por la muerte de Monterrosa y compañía también sacudió a la clase política en la capital, San Salvador, y la Asamblea Legislativa decretó tres días de duelo nacional en honor a los caídos. El entonces presidente José Napoleón Duarte emitió un comunicado, publicado en medios de prensa el 25 de octubre, en el que llamó a los caídos “héroes por la paz”, y resaltó las virtudes de Monterrosa, para esas fechas comandante de la Tercera Zona Militar y de la Tercera Brigada de Infantería de San Miguel.
“Honor al teniente coronel Domingo Monterrosa, valiente y pundonoroso militar que demostró en el campo de batalla su capacidad profesional; un profundo sentido solidarios por el bienestar de sus compatriotas; y, un indeclinable propósito de aportar su cuota de sacrificio a la causa de la paz”, publicó Duarte en el comunicado en La Prensa Gráfica, el 25 de octubre de 1984.
En esa época, la masacre de El Mozote, la peor masacre de los tiempos modernos de América Latina, era poco más que un mito. En 1982 fue negada por la Fuerza Armada, por el entonces embajador en Washington, Ernesto Rivas Gallont y por Estados Unidos, país que ayudó al ejército salvadoreño en la creación del Biri Atlacatl. Para esos años, el Congreso de Estados Unidos discutía si debía seguir apoyando con ayuda económica y militar a El Salvador, a la luz de las denuncias que los periódicos The Washington Post y The New York Times hicieron por la violación a los derechos humanos en El Mozote. Como resultado, los periodistas que escribieron las primeras noticias de la masacre fueron censurados y acusados de ser aliados de la guerrilla salvadoreña. El Estado salvadoreño negó la masacre durante 11 años, hasta que en 1992 un grupo de antropólogos argentinos, por orden del Juzgado de San Francisco Gotera, comenzó a exhumar los restos de las víctimas.
Un año más tarde, la Comisión de la Verdad responsabilizó a Monterrosa y a quienes habían sido comandante de la Tercera Brigada de San Miguel y comandante del Destacamento Militar No. 4, de San Francisco Gotera, como los líderes de la masacre. El juzgado, sin embargo, desestimó el caso luego de que la Asamblea Legislativa aprobara una ley de amnistía que perdonó todas las violaciones a los derechos humanos cometidas en la guerra.
31 años después, en su discurso en conmemoración de los 20 años de la firma de la paz, Funes no solo reconoció el protagonismo del Estado en la masacre de El Mozote, sino que pidió perdón y se dirigió al ejército para cuestionarle su cosmovisión. Pero a la vez que se la cuestionó, le ordenó desmontarla. En primer lugar, recordó que el informe de la Comisión de la Verdad señaló a personas específicas como las responsables de la matanza, entre ellas al coronel Domingo Monterrosa, como comandante del Batallón Atlacatl; el mayor José Armando Azmitia Melara, como subjefe del batallón, y al entonces mayor Natividad de Jesús Cáceres, como jefe operativo del Atlacatl.
'En virtud de ello, he resuelto a partir de este día, instruir como comandante general de la Fuerza Armada a la institución la revisión de su interpretación de la historia a la luz de este reconocimiento histórico que hoy en nombre del Estado salvadoreño y como comandante general formulo', anunció Funes. Luego explicó en qué consistirían los ajustes que estaba ordenando: 'Esta revisión debe reflejarse en los textos y símbolos con que se forman los cuadros militares a los efectos de un doble objetivo: primero, fortalecer el rol profesional, despolitizado y desideologizado de la Fuerza Armada y su integración profunda en el seno de la sociedad salvadoreña; y segundo, aportar a la pacificación de los espíritus, factor imprescindible para fortalecer la democracia, la justicia y la paz social.'
Inmediatamente después hizo una petición clara de acabar con el culto a personajes como el coronel Monterrosa: 'Precisamente porque a 20 años de los Acuerdos de Paz estamos ante una institución militar diferente, profesional, democrática, obediente al poder civil, no podemos seguir enarbolando y presentando como héroes de la institución y del país a jefes militares que estuvieron vinculados a graves violaciones a los derechos humanos'.
El miércoles pasado, el ejército desoyó la instrucción de su comandante general y marchó con cinco unidades y alrededor de 200 efectivos hasta Joateca. Ahí se reunieron militares de la Tercera Brigada de San Miguel, que todavía hoy lleva el nombre de Domingo Monterrosa, y luce en su recinto un busto y una leyenda pintada en un mural, con letras grandes, en honor a su mítico comandante: “¡Monterrosa Vive!” También acudieron mandos y tropa del Destacamento Militar No. 3, de La Unión, que todavía hoy lleva el nombre del mayor José Armando Azmitia y luce, en la entrada, una plaza de armas en la que sobresale, al centro, una estatua color bronce, y en una pared, a un costado, el escudo del destacamento militar que lleva el nombre de Monterrosa. En esa plaza de armas se lee esta frase: “Con la férrea voluntad de vencer”. A Joateca también llegaron el mando y tropa del destacamento militar No. 4, de San Francisco Gotera; una unidad del Regimiento de Caballería; una unidad del Comando de Paracaidistas, ubicado en Ilopango, San Salvador (Monterrosa fue uno de los fundadores de ese comando especial) y un representante de la Fuerza Naval.
Tras el homenaje, en el que hubo demostraciones de habilidades a caballo y en el combate cuerpo a cuerpo, esta vez echaron de menos una actuación. Un lugareño, camisa de botones sin cerrar, pecho al aire, al finalizar el acto, se quejó: “Hoy no estuvo tan bueno. En otros años han caído los paracaidistas, pero hoy solo trajeron a los caballos”.
En 2008, en el punto donde en 1984 recuperaron los restos de los militares fallecidos, se erigió una placa: “Aquí yacen los héroes de Joateca. Y obedecer en todas las ocasiones y riesgos al superior que os estuviese mandando, aun a costa de vuestra vida. ¡Sí, juramos! 23OCT984 – 230CT008”.
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A las 9 a.m., a un kilómetro del pueblo, un segundo convoy, compuesto por el alto mando del ejército en la zona oriental de El Salvador, se detuvo a la orilla de un camino pedregoso. Viajaban los comandantes en cuatro pickups adornados con placas nacionales y escudos del Ministerio de la Defensa Nacional. A pie, esta comitiva bajó por una vereda fangosa de una pendiente adornada con matorrales, chiribiscos, milpas y hortalizas. Al llegar al centro de aquella empinada –rodeada por cerros y montañas- la comitiva se detuvo a la par de una casa hecha con paredes de bahareque; frente a la casa había un cultivo de repollos, y en medio de la huerta un nicho sombreado por un árbol sin ramas. En el nicho, soldados colocaron inmensos arreglos florales: guirnaldas con flores blancas, rojas y azules; coronas con hojas de color verde y café, bañadas algunas con pintura en aerosol de color dorado. Cada arreglo iba acompañado por una tarjeta. Uno de los arreglos fue ofrendado por el comandante, oficiales y la tropa de la Tercera Brigada de San Miguel; otra por el comandante, oficiales y la tropa del Destacamento Militar No. 3, de La Unión; y una más por el comandante, oficiales y tropa del Destacamento Militar No. 4, de San Francisco Gotera.
El coronel Carlos Ernesto Monterrosa Larín (sin parentesco con Monterrosa Barrios) es el comandante del Destacamento Militar No. 4. Es alto, delgado, llevaba lentes oscuros, boina ocre. Él fue quien coordinó el evento, amén de que esas montañas están en su jurisdicción. Mientras comenzaba a subir la empinada, con dirección hacia el pueblo, en donde le necesitaban para arrancar con el show, Monterrosa dijo que no daría declaraciones. “Ahorita no. ¡Gracias! En otra ocasión”.
No hubo convocatoria para los medios de comunicación y, de hecho, los periodistas de El Faro –y su guía- fueron cuestionados por su presencia por los subalternos de Monterrosa Larín. También fueron fotografiados por asistentes de ese comandante.
El acto duró 40 minutos, tiempo en el cual se cantó el himno nacional, se tocó la marcha fúnebre, se disparó al aire balas de salva y un sacerdote ofició un responso en honor de los fallecidos. En ese acto, en el que una columna de 12 soldados hizo guardia frente al nicho, se les llamó “héroes nacionales por la paz” a los conmemorados, al tiempo que se fue leyendo cada uno de sus nombres.
Cuando finalizó este acto, la banda militar de San Francisco Gotera subió la pendiente entre risas y entre el fango de la vereda. Aquellos que cargaban los tambores se enfrentaban a una escalada complicada.
Los únicos testigos civiles de este primer acto fueron dos campesinas jóvenes y cuatro pequeños niños. Ellas se resistieron a dar sus nombres porque dijeron que no querían tener problemas con los soldados que cada año llegan a ese lugar para repetir el mismo homenaje.
—Dispararon al aire, fíjese. Y también hablaron de que eran 14. Que les dicen los héroes de Joateca –dijo una de las mujeres, blanca, ojos grandes, pelo enmarañado, falda negra, sandalias.
—¿Recuerda el nombre de alguno de los mencionados? –preguntamos.
—El del comandante Monterrosa.
—¿Sabe quién era él?
—¿Y no dicen que era el que comandaba todo esto, pue’? Que hacía incursiones… y que hizo aquello del Mozote…
—¿El qué?
—Eso de la matanza.
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A las 10:30 horas arrancó un show militar en el pueblo de Joateca. “¡Muy buenos días, estimada concurrencia que nos honra con su presencia! La Fuerza Armada celebra el vigésimo noveno aniversario de los héroes de Joateca, para lo cual tendremos una presentación de movimiento combinados de defensa personal de un grupo selecto de comandos de montaña”, dijo el moderador, frente a una cancha de fútbol rodeada por pobladores y estudiantes de educación básica.
Los gladiadores ingresaron al centro de la cancha ordenados en tres grupos compuestos por cuatro columnas de tres integrantes cada una. De unos parlantes ubicados a los costados de los toldos, bajo los cuales se sentó la comandancia de la zona oriental, sonó a todo volumen, Who Made Who de la banda australiana AC/DC. El primero y el segundo grupo de gladiadores iba armado con bastones de madera, pintados con franjas rojas y amarillas; el segundo grupo llevaba catanas pintadas con pintura roja. Todos, sin excepción, tenían amarrada en la frente una cinta de color verde. La alcaldía prestó el espacio en el que el ejército montaría un show de combate cuerpo a cuerpo entre los elementos del comando de montaña de San Francisco Gotera; y la escuela, a petición del Destacamento Militar No. 4, sacó a todos los estudiantes de educación básica para que disfrutaran de ese show, que consistía en la realización de posturas coreográficas de combate entre los soldados. Resaltaron los desenlaces de los combates, con uno de los soldados, el que quedaba en pie, propinándole a otro –tendido en el suelo- una estocada final. El oponente vencido hacía las veces de un moribundo que, al recibir la estocada, se apoyaba en las plantas de los pies para levantar las caderas, y luego se desplomaba por completo en el suelo.
Terminadas las luchas, fue el turno de los jinetes del Regimiento de Caballería. Esta vez, de los parlantes salía una ranchera: El Encantador, del mexicano Vicente Fernández. Este show cerró la conmemoración de los “héroes de Joateca” con uno de los jinetes saltando en medio de tres círculos envueltos en llamas.
Al finalizar, mientras se consumía el fuego, el moderador lanzó una promesa al pueblo: “Adorable gente de Joateca: ha llegado la hora de finalizar. No decimos adiós, sino hasta pronto. Que Dios los bendiga hoy, mañana y siempre. ¡Muchas gracias!”
Finalizado el acto, El Faro intentó, por segunda ocasión, una respuesta del coronel Monterrosa Larín, comandante del Destacamento Militar No. 4.
—No, me va a disculpar, pero nos quedamos así. Esperamos que hayan disfrutado las actividades, pero no voy a dar declaraciones. Me disculpo.
—El presidente…
—No… ahí tendrían que avocarse al Ministerio de la Defensa. Ellos le darían declaraciones.
Un día antes de la conmemoración a los héroes de Joateca, El Faro pidió autorización a las comandancias de guardia de la Tercera Brigada en San Miguel, y el destacamento militar No. 3 de La Unión para fotografiar los monumentos que en esos cuarteles hay levantados para Domingo Monterrosa, en el primero; y para el mayor José Azmitia, en el segundo. Ambas comandancias de guardia consultaron con sus superiores, y la petición fue rechazada. La Fuerza Armada también rinde homenaje a eso dos comandantes en el Museo de Historia Militar, con una sala para cada uno en las que se exhiben aquellas que fueran sus pertenencias junto a instrumentos de guerra.
En el Destacamento Militar No. 3, en La Unión, uno de los guardianes del portón principal es quien mejor explica la suspicacia de sus superiores para que la prensa fotografíe los monumentos en honor a los militares cuestionados por Mauricio Funes.
—Es que este es un tema delicado. Como el gobierno quiere que estos bustos desaparezcan… entonces por eso se guardan con recelo –dijo el soldado, frente a la fachada del destacamento, a la orilla de la carretera que conduce al puerto de La Unión.
El Código de Justicia Militar establece que “cualquier acto de desobediencia al superior que no sea de los que este Código castiga como delito” es un falta común para todos los militares. Entre las sanciones que contempla este Código para ese tipo de faltas está la suspensión del empleo, el arresto y la suspensión del mando.
En enero de 2012, días después de que el presidente Mauricio Funes ordenara que se dejara de honrar a militares como Monterrosa, hubo un coronel retirado que se le rebeló al menos en redes sociales y en sus declaraciones a los medios de comunicación. Criticó el mensaje de Funes y, en respuesta, el presidente Funes lo llamó de nuevo al servicio militar en una evidente señal de castigo, dado que al reincoporarlo al servicio lo inhabilitaba como candidato a diputado. Ese militar se llama Sigifredo Ochoa Pérez, quien el 26 de enero de 2012 se presentó al Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada, vestido de civil, y gritó “¡Vivan los héroes de Joateca!”. Ochoa Pérez fue compañero de promoción y amigo del teniente coronel Domingo Monterrosa.
“¡Vivan los héroes de Joateca! ¡Viva Mingo (Domingo) Monterrosa! No a borrar la historia militar. ¡Jamás!”, gritaba Ochoa Pérez, que se negó al castigo que le había impuesto el comandante Mauricio Funes.
Para evitar el castigo de Funes, Ochoa Pérez se amparó ante la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, que falló a su favor, resolviendo que la orden del presidente Funes violentaba sus derechos. En la elección de 2012, Ochoa Pérez fue uno de los diputados más votados de Arena en San Salvador, pese a que su nombre y su rostro era el último en la lista del partido de derechas. Hasta él llegó a ironizar que su triunfo electoral no lo hubiera logrado sin la ayuda del presidente Funes.