Johannesburego, SUDÁFRICA. Nelson Mandela, el último gran símbolo mundial de la paz y la reconciliación, murió este jueves a los 95 años en su residencia en Johanesburgo. El anuncio de su muerte fue hecho por el presidente sudafricano, Jacob Zuma, quien explicó que Mandela murió en compañía de su familia.
“Nuestra nación ha perdido al más grande de sus hijos”, dijo Zuma. “Y lo que lo hizo grande es precisamente lo que lo hizo humano. Vimos en él lo que buscábamos en nosotros mismos. Mandela nos reunió y es así, reunidos, como lo despediremos”.
El expresidente sudafricano y Premio Nobel de la Paz fue hospitalizado en junio por una infección pulmonar, y desde entonces su condición fue empeorando hasta su muerte, dolida ya por el mundo entero.
La herencia clave de Nelson Mandela será su obra de reconciliación en Sudáfrica, misión aparentemente imposible en una nación rota por décadas de opresión racista. En 1990, cuando salió de la cárcel, el país empezaba a salir de tres siglos y medio de dominación por la minoría blanca, incluyendo los más de 40 años de un sistema racista institucionalizado único en el mundo: el apartheid.
Ayudado por el pragmatismo del último presidente del apartheid, Frederik de Klerk, Mandela impuso allí una transición pacífica a la democracia.
'Es tiempo de curar las heridas. Tiempo de superar los abismos que nos separan. Tiempo de construir', lanzaba en su investidura, en mayo de 1994, el primer presidente del país elegido democráticamente.
A lo largo de su presidencia, Mandela multiplicó los gestos de perdón, para inspirar a la mayoría negra y para tranquilizar a la minoría blanca, que sigue teniendo las claves financieras y militares de Suráfrica.
Visitó al ex jefe de Estado Pieter W. Botha y tomó el té en casa de Betsie Verwoerd, de 94 años, viuda del primer ministro arquitecto del apartheid, Hendrik Verwoerd, que ilegalizó el ANC en 1960.
Organizó un banquete con ocasión de la jubilación del jefe de los servicios secretos del apartheid, Niels Barnard, e invitó a almorzar al procurador del proceso de 1963 que lo mandó al penal de Robben Island, Percy Yutar.
La imagen del primer presidente negro de Suráfrica enfundando la camiseta de la selección nacional de rugby, los Springboks, cuando ganaron la Copa del Mundo de 1995, compartiendo la alegría de los 'afrikaners' y al mismo tiempo su deporte histórico, marca para muchos el apogeo de la euforia reconciliadora.
Mandela multiplicó las atenciones con respecto a esta comunidad de más de dos millones de blancos, descendientes de los primeros colonos holandeses. Sabía que la inclusión de los ingenieros del apartheid en la nueva África del Sur era vital para la democracia.
'Hubiéramos vivido un baño de sangre si (la reconciliación) no hubiera sido nuestra política de base', recordó Mandela más de una vez a sus críticos, en las corrientes africanistas o en la prensa negra, que le reprochaban que se preocupaba demasiado por los blancos.
El primer Gobierno post-apartheid fue sin duda el más multiracial del mundo -negros, blancos, indios, mestizos-, cada comunidad se encontraba representada.
En sus escritos, Mandela reveló hasta qué punto se había inspirado por las discusiones de su infancia, por el modo tradicional de solventar los conflictos mediante compromisos. Pero también dijo que 'sus largos años solitarios' de cárcel habían alimentado su pensamiento. 'Mi hambre de libertad para mi pueblo se ha convertido en hambre de libertad para todos, blancos y negros. Un hombre que priva a otro hombre de su libertad es prisionero de su odio, está encerrado detrás de los barrotes de sus prejuicios y de la estrechez de espíritu', escribía.
'No cabe duda que salió de la cárcel un hombre mucho más grande que el que entró en ella', estimó el arzobispo Desmond Tutu.
Tutu, conciencia moral de la lucha anti-apartheid, fue designado para presidir la Comisión Verdad y Reconciliación (TRC), eje central de la reconciliación.
La TRC, que escuchó a más de 30.000 víctimas y verdugos, proponía el perdón y la amnistía a cambio de confesiones públicas. Verdaderas catarsis, sus audiciones han dejado también zonas de sombra. Y los responsables de las atrocidades del apartheid, jefe de Estado, ministro o jefe de la policía o de las fuerzas armadas, no fueron inquietados.
A pesar de la persistente desconfianza entre las comunidades y de las desigualdades que se han seguido agudizando desde la desaparición del apartheid, toda una nación multirracial estaba unida en junio y julio de 2010 detrás de su selección nacional de fútbol en el Mundial organizado en Sudáfrica.
Para Mandela, el acontecimiento planetario era una consagración, la fiesta compartida de un deporte largo tiempo legado a los guetos. A pesar de su avanzada edad, asistió radiante a la ceremonia de clausura en Johannesburgo.
Pero la reconciliación dista mucho de ser redonda. Tal como advertía el propio Mandela: 'la curación de la nación surafricana es un proceso, no un acontecimiento particular'.
Mandela, quien festejó sus 95 años el 18 de julio, había sido hospitalizado cuatro veces desde diciembre de 2012, siempre a causa de infecciones pulmonares.
Esos problemas recurrentes eran probablemente ligados a las secuelas de una tuberculosis que contrajo durante su estadía en la isla-prisión de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo, donde pasó 18 de sus 27 años de detención en las cárceles del régimen racista del apartheid.
Tras ser un militante antiapartheid obstinado, el preso político más célebre del mundo y el primer presidente negro de Sudáfrica, había sido calificado por el arzobispo Desmond Tutu, otro premio Nobel de la Paz por su compromiso contra el régimen sudafricano, de 'icono mundial de la reconciliación'.
Con motivo de su muerte, Tutu dijo este jueves que 'durante 24 años (desde su liberación) Madiba nos enseñó cómo vivir juntos y a creer en nosotros mismos y en cada uno. Él ha sido un unificador desde el momento en que salió de la cárcel'.
Varios centenares de personas se reunieron para una velada festiva improvisada frente al domicilio de Mandela en Johanesburgo, inmediatamente después del anuncio de su muerte el jueves en la noche.
La atmósfera era más bien de celebración que de recogimiento. Jóvenes y ancianos agitaban banderas, entonando el himno nacional y cánticos antiapartheid, gritando 'Viva Mandela', y encendiendo cirios. La policía cerró el tráfico en el barrio.
Ashleigh Williams, quien vive cerca de la casa del héroe nacional, explicó que había acudido después de haberse enterado de la noticia por la televisión. 'Sabía que ese día llegaría, pero puedo decir que el combate de nuestro Madiba bien amado era justo, y que ahora es tiempo de que descanse', dijo. 'Mi corazón está lleno de alegría y tristeza a la vez. Deja una gran herencia (...) Creo que nadie podrá ocupar jamás su lugar'.
'He venido aquí porque es el día más desastroso de mi vida en Sudáfrica. Acabamos de perder al padre de las nación. Oí la noticia y era necesario que viniera, justo para decirle un último adiós', dijo por su parte Ebrahim Omar. 'Para el mundo, era un icono. Para nosotros, era nuestro líder, nuestro héroe', dijo otro participante en esa velada, antes de ponerse a cantar.
© Agence France-Presse
DEL ARCHIVO: Mandela en Xibalbá