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Mandela, el héroe intocable

El primer presidente negro de Sudáfrica, premio nobel de la paz y héroe de la lucha contra el régimen segregacionista del apartheid, Nelson Mandela, fallecido este jueves a los 95 años, era venerado como un semidiós, un santo que, según él mismo decía, nunca fue.

Viernes, 6 de diciembre de 2013
AFP / El Faro

Johannesburgo, SUDÁFRICA. Nelson Mandela no se cansó de restarse méritos. Citado en una compilación reciente de escritos y de declaraciones, mencionaba “la falsa imagen que sin querer había proyectado en el mundo; me consideraban un santo. Nunca lo he sido”. También lo decía su tercera esposa, Graça Machel. “Es tan especial”, contó en una entrevista a la televisión Al Jazeera, pero “no es un santo, tiene debilidades”. Sin embargo era tabú criticar a Madiba, nombre de clan de quien todo el mundo llama “Tata”, “Abuelo”.

Para preservar la reputación de la figura mítica, el nonagenario se mantuvo durante los últimos años al margen de un público pendiente de cada una de sus apariciones. Su fundación se encargaba de desmentir cada especulación sobre su salud decrépita.

El joven Mandela cayó en el olvido, y la memoria colectiva recuerda solo al reconciliador, a quien supo alejar Sudáfrica de la guerra civil que se abatía sobre ella a inicios de la década de los noventa, y borró de un zarpazo al rebelde que a finales de 1961 lanzó la lucha armada contra el régimen segregacionista.

“Mandela se convirtió en un santo cuando fue encarcelado en Robben Island, símbolo fuerte de opresión y de aislamiento”, estima Aubrey Matshiqi, del Centro de Estudios Políticos sudafricano. La tolerancia y la clemencia que demostró a su salida de la cárcel alimentaron –dice el analista– una imagen de “pureza”.

Casi 17 años después de las primeras elecciones multirraciales que llevaron a Mandela al poder, Sudáfrica siente la necesidad de mantener este símbolo en una sociedad carcomida por la falta de igualdad, destaca. El culto del hombre perfecto se extiende a nivel mundial ya que Madiba “encarna los valores universales de libertad y de reconciliación”, según Matshiqi. Prueba de ello son las obras en su honor, como la película de Clint Eastwood Invictus, que refuerzan el mito.

En Soweto, la gran barriada cercana a Johannesburgo donde el héroe residió un tiempo, los turistas se disputan posavasos, camisetas, relojes, cucharillas y joyas con su efigie, pese a los esfuerzos de la fundación por evitar que degenere en un fenómeno como el del Che Guevara.

Hasta que la Fundación cortó por lo sano hace unos meses con la costumbre, políticos y estrellas de todo tipo intentaban por todos los medios hacerse una fotografía a su lado.

Solo unas pocas voces discordantes osaron romper el mar de elogios.

“Cuando oigo decir: 'Si la humanidad tuviera que elegir un padre, se llamaría Mandela', no me apunto. Nelson Mandela es un político. No es un mito”, declaró el expresidente marfileño Laurent Gbagbo a la revista Jeune Afrique.

Algunos estiman que pudo haber hecho mucho más durante su mandato presidencial para combatir la pobreza y el sida, “quizá su mayor fracaso como él mismo llegó a admitir”, resalta Mark Gevisser, autor de una biografía sobre Thabo Mbeki, su sucesor.

“Mandela no es ciertamente un santo”, insistió hace poco el último presidente del apartheid Frederik de Klerk, quien negoció con él el paso a la democracia y compartió el Nobel de la Paz en 1993. “Con frecuencia era exagerado y a veces bastante injusto en nuestras interacciones, pero formaba parte del juego político”, recuerda, pese a considerarlo una de las principales “personalidades políticas del final del siglo XX”.

© Agence France-Presse

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