Durante 11 años, Carlos Henríquez Consalvi “Santiago”, quien es hoy director del Museo de la Palabra y la Imagen, compartió alegrías y penurias con Hernán Vera “Maravilla”. Santiago quizás sea, entre los salvadoreños, el nombre más fácilmente vinculable a la clandestina y guerrillera Radio Venceremos. Pero junto a él, y desde el inicio de operaciones de la Venceremos, trabajó otro venezolano, que después del fin de la guerra civil de El Salvador dejó el país: ese es Hernán Vera.
Tras enterarse de la muerte de su compañero de andanzas, Santiago escudriña entre sus recuerdos y hace una reflexión sobre el gran impacto que tuvo en su vida ese hombre que luchó a su lado en la misma trinchera, con un arma no convencional y poderosa: la palabra locutada desde la vida clandestina.
—Hernán Vera fue un joven soñador e idealista. Se fue a Londres a estudiar cine. Envuelto en esa época de idealismo, de aventura y de búsqueda de caminos, parte a Nueva York y compra una cámara con la idea de ir a filmar a Nicaragua, recién derrumbada la dictadura de Somoza —bosqueja Santiago, un par de días después de la muerte de Maravilla en México.
¿Pero por qué 'Maravilla'? Consalvi da la explicación:
—Le encantaba ponerle adjetivos a todo. Cuando veía un pájaro bonito decía: ¡qué maravilla! Y las vacas, ¡qué maravilla!, y las mariposas, ¡qué maravilla!... y qué maravilla los frijoles. Vino alguien y le puso Maravilla. Yo nunca le pude decir Hernán. Al final, cuando estaba en México me decía: ¡Hey, me llamo Hernán, chico! Él se sentía muy cómodo con su apodo y todo mundo le decía así.
La aventura es recogida en el libro “Las Mil y una Historias de Radio Venceremos”. Se relata que, cuando Hernán Vera se dirigía a Nicaragua, pasó por El Salvador, donde un evento inusual lo llevaría por otro camino y luego a otro, hasta borrar las líneas de ese guion que había escrito para su vida.
Sucedió que Hernán estaba orinando en un baño de la Universidad Centroamericana en San Salvador. Volvió la vista hacia otro que hacía lo mismo y reconoció un rostro. Era “Grandes ligas”, otro venezolano, quien militaba en los grupos de izquierda de ese tiempo y con quien había estado en contacto en su país de origen.
—Cuenta Maravilla que este venezolano le preguntó: ¿y qué vas a hacer? A lo que le respondió: ¡Ganó la revolución, mi hermano! Pero él le replica: ¿y qué vas a hacer a Nicaragua? Allá está todo hecho ya, aquí es donde las cosas están por hacerse. Y así es como Maravilla se liga a la dirigencia del FMLN y así es como lo conozco en Managua.
Maravilla fue quien recomendó a Santiago para que fuera la voz principal de la clandestina Radio Venceremos. Cuenta que conoció a Maravilla en Managua y que en una noche de “Flores de caña” le comentó que sabía de radio. En ese entonces, Santiago era locutor y había montado una radio como parte de su involucramiento con el movimiento sandinista. “Le comento que me encantaría colaborar en un proyecto de radio en El Salvador y por supuesto no había otra opción que una radio clandestina”, recuerda Santiago. Maravilla retorna al país y dice a los comandantes del FMLN que en Managua había alguien que estaba dispuesto a echar a andar una radio. Así es como Santiago llega a El Salvador el 24 de diciembre de 1980.
Solucionado lo de la radio, la misión personal de Hernán era filmar el proceso revolucionario salvadoreño. Pero tras una serie de amenazas se vio obligado a cambiar sus planes. Se entera en la radio de la captura de dos venezolanos por los cuerpos de seguridad y su nombre es mencionado como una de las personas detenidas. Se asusta y emprende la marcha al interior del país, donde encuentra resguardo en las montañas de Morazán, donde se cruza de nuevo con Santiago y con la Radio Venceremos.
La llegada a Radio Venceremos
Hernán Vera no era un hombre especialmente entusiasta por la radio. Siempre recalcaba que lo suyo era el cine, pero la guerra no daba tiempo y Hernán tuvo que olvidarse de filmarla: la Radio Venceremos necesitaba personal y Vera tuvo que entregarse a ella, a la que, con el paso del tiempo, le dio lo mejor de sus energías y de su trabajo.
—Fue una imposición que no le gustó mucho al principio, porque no era lo suyo. Él no era periodista y le costó mucho. Él llegaba con cada editorial y yo lo agarraba y se lo tiraba. Él me decía: ¡prepotente! Yo le decía, no, no es prepotencia, es que si vos te vas a comunicar no lo hagás con adjetivos. Eso le quita peso político. Maravilla fue afinando su prosa, su redacción. Después se enamoró de la radio. Se enamoró de lo que hacía. Le encantaba salir con la unidad móvil, porque era un poco romper con el encierro del campamento. Él disfrutó mucho la radio y hacer transmisiones en vivo. Estuvo en la toma de Berlín (Usulután) y en otros sucesos. Algo que recordamos mucho es el día del cumpleaños del coronel Castillo. Le derriban el helicóptero y era importante hacer esa entrevista porque el alto mando decía que no era cierto que estuviera prisionero y Maravilla va y hace una entrevista al coronel Castillo que sí estaba prisionero.
El coronel Francisco Adolfo Castillo era el viceministro de Defensa en los inicios de la guerra. A mediados de junio de 1982, el helicóptero militar en que sobrevolaba Morazán fue derribado. Castillo sobrevivió y fue hecho prisionero de la guerrilla, que lo mantuvo cautivo durante dos años, hasta que fue canjeado por guerrilleros prisioneros en manos del gobierno. El gobierno salvadoreño y particularmente el Ministerio de la Defensa negaron inicialmente la captura de Castillo y adujeron que había muerto durante el derribo de la aeronave.
Con la Radio Venceremos al hombro y, en ese ir y venir entre las montañas de Morazán, Maravilla solía contar historias y anécdotas que fascinaban a todos los guerrilleros que permanecían en los campamentos. Santiago se atreve a decir que este quizás era uno de sus mejores dones y una cualidad que servía como pasatiempo y distracción a los demás combatientes que le escuchaban.
—Yo digo que Maravilla nunca escribió un libro, pero era el mejor escritor de todos. Él era un narrador extraordinario, con una imaginación y un verbo encendido. 11 años convivimos. 11 años de indisciplina, de todo compartimos. Cuando estaban los helicópteros bombardeando –él tenía una enorme barba- se tocaba su barba y decía: coño, ¿dónde va a caer ese bombazo? Y se tocaba su barba.
Y en ese “compartir”, Santiago también recuerda que hubo momentos de enojo y de mucha tensión entre ellos, aunque la hermandad siempre permaneció viva. Tenía que ser así para poder sobrevivir la guerra.
—Las relaciones eran muy solidarias. Sin embargo, el estrés de la guerra hacía que los conflictos personales salieran a flote. Recuerdo una vez que estábamos bajo en un bombardeo. Nos estaban lanzando cañones desde Osicala y estábamos en un tatú jugando ajedrez. No sé lo que hice yo y argumentamos sobre una jugada de ajedrez. Maravilla o yo -no recuerdo bien quién de lo dos fue- tiró un manotazo y nos quedamos un mes sin hablarnos. Estábamos juntos, pero no nos hablábamos, pero permanentemente había una gran hermandad.
La nostalgia por el cine
Pasaron los años. 1983 fue un año difícil para las fuerzas del gobierno, y Estados Unidos tuvo que incrementar la ayuda militar a partir de 1984, particularmente la que permitiera al gobierno fortalecer su podería aéreo. Hay quienes creen que si el Pentágono no hubiera reforzado su colaboración militar justo en ese momento, la Fuerza Armada se habría visto en grandes apuros ante una guerrilla ágil que se le escurría entre las manos con que los militares intentaban aplastarla en grandes operativos masivos.
Llegó un momento en que Maravilla, con otro guerrillero, se inventó una cinemateca en La Guamacaya, recuerda Santiago. La Guacamaya es un cantón del municipio de Meanguera, en el norte de Morazán, una zona que la guerrilla supo mantener bajo su control durante largos años. El río Torola llegó a convertirse en cierto momento como en la frontera no oficial entre el territorio bajo control guerrillero y el territorio donde las fuerzas gubernamentales podían alegar que se movían a sus anchas. Esa vez de la cinemateca Santiago la recuerda muy bien.
—Nos dijo: “miren, compañeros, todos los viernes vamos a tener funciones en la cinemateca La Guacamaya Subversiva”. Y todo mundo se vuelve a ver y dicen: pero, ¿de dónde cine, de dónde proyector? Y él dice: “no, no, no, ya lo vamos a hacer”. Nos reunió a todos y entonces la cinemateca era que nos reuníamos alrededor de la quebrada y alguien nos contaba una película. Recuerdo que una de las primeras películas que él contó fue Rashōmon, del gran cineasta japonés Kurosawa. Ahí sí se demuestra esa nostalgia y lo que para un urbano significa estar separado del cine.
Pero la cinemateca no sobrevivió mucho tiempo. La guerra también acabó con ella, aunque tiempo después, cuando Maravilla participó en la toma del cuartel de la Guardia Nacional de Osicala, pudo conseguir un televisor que perteneció a la Guardia.
—Trajo un televisor gigantesco de la Guardia y ahí empezamos a ver películas. Hernán era un ser nocturno. Nosotros teníamos un televisor pequeñito y era donde monitoreábamos los noticiarios salvadoreños y siempre el regaño era para Maravilla porque se acababa todas las baterías. Llegaba hasta que se cerraba la programación, era un gran noctámbulo y, si no era así, era hablando con un cumbo de café contando historias.
Pasaron los años, la guerra siguió con sus vaivenes y, finalmente, y de manera sorpresiva, se apareció en el horizonte la posibilidad real de su final. Maravilla fue enviado a cubrir la firma de los Acuerdos de Chapultepec y, nuevamente, apareció con claridad la idea del fin de un ciclo.
—Finalizada la guerra, él dice: 'Ya está: lo que se hizo en El Salvador, ya se hizo”.
Junto a Epigmenio Ibarra, quien fue corresponsal de la guerra salvadoreña, se embarca en una larga aventura. La vida los lleva a Bosnia, donde Hernán se desempeña como camarógrafo. Son capturados y estuvieron a punto de morir. Pero su historia no podía terminar ahí. De regreso en México realiza un documental sobre el alzamiento zapatista en México. Es recordada como la primera entrevista que se hace al subcomandante Marcos y a la dirigencia zapatista.
El último capítulo de su vida lo vivió en México con Epigmenio Ibarra y Carlos Payán, fundador del periódico La Jornada. Juntos crearon la productora Argos, la cual es recordada por Consalvi como aquella que le dio un vuelco a la manera de hacer telenovelas en América Latina con una mirada social, política y muy humana.
El reencuentro con Chiyo
Lucio Atilio “Chiyo” Vásquez, originario de Morazán, tenía 9 años cuando su madre fue asesinada por el ejército salvadoreño. Este asesinato es el que cruza su vida con la de aquel cineasta aventurero que venía de Venezuela. Hernán Vera quiso que el testimonio sobre el asesinato de la madre de Chiyo fuera transmitido por la Radio Venceremos, razón por la cual lo invitó a narrarlo.
—Maravilla me llevó a mí para que yo le narrara a Santiago cómo había perdido a mi familia, en El Zapotal, Joateca, en julio de 1981. Luego, en 1984, me tocó trabajar directamente con Maravilla. Me dicen: “Chiyito, ya sabés leer y escribir. Ya estuviste en la escuela de menores. Vas a estar en la Radio Venceremos”.
Después de narrar su testimonio, Chiyo trabajó con Maravilla en la Radio Venceremos alrededor de cuatro años. Coincide con Santiago en que uno de los rasgos que más representaban a Maravilla era su carácter reflexivo, a pesar de los combates, los bombardeos, las muertes y el romanticismo que acompañaba a muchos de “los internacionalistas”. “Era así como un tipo muy detenido, se quedaba a pensar y cuando iba a escribir, cuando salía a hacer un reportaje, salía con esa calma que vos sabías que era una persona, periodista, un profesional”.
Pero Chiyo no solo fue compañero de lucha con Maravilla. Después de la guerra, Chiyo se muda a México a iniciar una nueva vida y ahí vuelven a encontrarse.
—Él me dijo en una línea amarilla de estacionamiento: Coño, de aquí para adelante, tu vida va a cambiar. ¿Por qué, Maravilla? -le decía yo-. Porque en la guerra te tocó ser niño y ahora que sos hombre te toca ser niño. Vas a saber por qué los peces de agua salada, por qué los de agua dulce y el cálculo matemático.
Maravilla le brindó la oportunidad a Chiyo de cursar la secundaria y le dio un empleo en Argos, la compañía productora de telenovelas que fundó con su amigo, el periodista Epigmenio Ibarra. En esa nueva vida, Maravilla seguía siendo un noctámbulo y solía trasnochar editando telenovelas y comerciales.
—El tipo llegaba de madrugada. Salía de madrugada. Yo llegaba de madrugada. Me bañaba y salía, una locura. Ya el trabajo de producción de telenovelas, que la grabación va a durar siete meses. Es una locura.
Los últimos años
Hernán Vera Maravilla regresó a El Salvador después de la guerra en un par de ocasiones y tuvo la oportunidad de regresar a Morazán, donde pasó sus años de guerra.
—Las veces que venía estuvo rodeado de mucho amor. La gente lo quería mucho. Él gozaba mucho. Él disfrutó mucho estos retornos —comenta Santiago.
Pero algo había cambiado en Maravilla. En sus últimos años había perdido su ánimo de narrador y fabulador que lo caracterizó durante casi toda su vida.
—Perdió un poco ese ánimo. Todo mundo cuenta en México que recién terminada la guerra, seguía siendo un fabulador extraordinario, pero la última vez que lo vimos, había perdido esa seducción de fabulación que él tenía. Seguía siendo noctámbulo. El tequila siempre fue su acompañante nocturno. Nunca vi a Maravilla borracho. Era un ladrillo seco. Podía pasar toda una noche tomando y se conservaba en sus cabales.
Ese es el Hernán Vera “Maravilla” que bosquejan, en un rato de plática, Santiago y Chiyo. Maravilla, uno de los inventores de Radio Venceremos, falleció a los 60 años de edad en la Ciudad de México el domingo 10 de agosto.