Beatriz ya no es Beatriz. No puede serlo, aunque quiera. Parte de lo que fue quedó atrás. De aquella vida tranquila y anónima le queda un recuerdo que le arranca una sonrisa. Nada más. Y ella al presente intenta arrancarle un poco de paciencia y de silencio. Paciencia porque quiere ver prosperar la demanda que interpuso aquel noviembre de 2013 contra el Estado salvadoreño. Silencio porque los dolores de cabeza aparecen con frecuencia. Lo demás es una esperanza abreviada: estar al lado de su hijo y verlo crecer.
Esa misma aspiración se frustró con el segundo fruto de su vientre: Leilani Beatriz. Por eso le lleva flores a la tumba y le explica que su muerte quizás estuvo sujeta a la voluntad de Dios y que con eso nadie se mete. Y que, a pesar de todo, ojalá que estuviera viva. Y que no dude que si las cosas hubiesen sido de otra manera, ella hubiese dado la vida misma por verla andar.
Pero la voluntad de Dios no era esa. Quizás.
Beatriz puso durante meses en un lugar destacado de la opinión pública local e internacional a El Salvador por sus leyes absolutas en contra del aborto. Ella necesitaba uno terapéutico en 2013. Los médicos advirtieron que su bebé vendría al mundo sin cerebro y que este moriría pronto. Y así fue: solo vivió cinco horas. Y también advirtieron que dado su cuadro clínico, continuar con el embarazo suponía una amenaza grave y clara contra su vida.
Con ayuda de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local de El Salvador, la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto Terapéutico, Ético y Eugenésico de El Salvador, Ipas Centroamérica y el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil), Beatriz entabló una demanda contra el Estado salvadoreño en noviembre de 2013.
Aunque su vida corría peligro, las leyes del país penalizan cualquier interrupción del embarazo desde 1998. Así, cuando el caso de Beatriz salió a la luz pública el primer semestre de 2013, el país se dividió entre quienes estaban a favor de ablandar la legislación sobre el aborto y entre quienes estaban en contra de cambiar la prohibición actual. Las feministas y los defensores de los derechos humanos se unieron —tras la demanda contra el Estado salvadoreño— a la campaña “Yo apoyo la demanda de Beatriz, porque me importa salvar la vida de las mujeres”.
En ese mismo contexto, la exmáxima autoridad de la Procuraduría de la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), Óscar Luna, esbozó una opinión sobre los hechos: que debía salvarse la vida de la madre porque ella ya tenía un hijo por quién vivir. Además, advirtió que el precedente del caso Beatriz debía servir a los diputados salvadoreños para revisar la legislación sobre el aborto.
“Por encima de todo, para mí lo decisivo es proteger la vida de Beatriz”, opinó en mayo de 2013 la exministra de Salud, María Isabel Rodríguez. La exfuncionaria no escondió en privado sus opiniones y se amparó en los informes médicos que predijeron lo que ahora todos sabemos: que la bebé no sobreviviría.
—¿Usted siente que el Estado salvadoreño le dio la espalda por un caso que llevaba sobre sus hombros?
—Sí, yo digo que sí. Sí, me dio la espalda.
Como periodista, sabía sobre su caso, pero no tenía ninguna imagen de ella. Realmente nadie o casi nadie la tiene. Su círculo es muy íntimo y hermético, pero al tenerla frente a frente solo pude decirme: “Usted no puede ser Beatriz”.
Pero sí lo era.
Recordé el verso de Fernando Pessoa: “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo”. Beatriz no quiso ni lo primero ni lo segundo. Tampoco lo tercero: ser víctima de las circunstancias. A eso unos le llaman, destino; descuido le llaman otros. Desigualdad de condiciones quizás sea lo que más se aproxime a la realidad de Beatriz.
* * *
Frente a mí veo a una joven muy nerviosa. No sé si quiere hablar realmente del tema. Al ver la grabadora encendida, ella se pone más tímida, curva su cuerpo y se hunde en la silla. Evocar el pasado en el que se sintió en ruinas no debe de ser fácil.
Saco la batería de preguntas que serán mi punto de partida, pero inmediatamente logro ver lo que después me dirá que son las secuelas sobre un embarazo por el que los especialistas pedían la interrupción: manchas claras en su cuerpo.
Vitiligo, deduzco.
Luego sabré que son las secuelas de un Estado que no le permitió interrumpir su embarazo cuando se debía. Manchas. Beatriz cuando habla de manchas no sé si se refiere a las físicas o a las emocionales.
—Si pudiera recordar algo que le dé una sonrisa, ¿qué sería?
—Yo quisiera ser como era antes. Mi cuerpo no está bien, ya no es como antes. No quisiera tener estas manchas. Me siento manchada. Ya no soy la misma.
Aparece un largo silencio. Es evidente que se siente incómoda. Baja la cabeza, frota sus dedos y mira sus manos. Solo ella sabe si está esperando la próxima pregunta o está esperando a que la conversación termine de inmediato. De pronto se entera de que hay un almuerzo para ella y para su hijo. El niño tiene tres años de edad y se le escucha correr y jugar fuera del cuarto donde hacemos la entrevista. El pequeño lanza piedritas a unas flores y rebotan en la pared. Las recoge y vuelve a hacer lo mismo. Se cansa de las piedras y va a sus carritos de plástico.
Un ánimo asoma en los ojos de Beatriz.
Beatriz es del departamento de Usulután. Está enferma con lo que se conoce como lupus eritematoso, una afección que complicó su primer embarazo y que se convirtió en todo un problema en el segundo. Luego vinieron otros males para su organismo desde problemas con su presión arterial pasando por las jaquecas hasta las manchas en su cuerpo.
Su primer hijo vino al mundo —como su fallecida hija— por cesárea. Su miedo a que su hijo muriera por ser un parto prematuro y su deseo de ser madre hizo que obviara la esterilización tras el primer alumbramiento. Aquello tuvo un giro. Ahora tiene otra perspectiva sobre sus anhelos.
—¿Cambió su manera de ser madre? ¿La ha hecho más fuerte?
—Cuando estaba [en mi segundo] embarazo creí que me iba a morir y pensaba en mi hijo, pero yo tenía que vivir. Tengo a alguien por quien vivir.
—¿Intentaría ser madre de nuevo?
—No, ya no. Ya no puedo: me esterilicé.
El caso Beatriz ganó muchas antipatías en El Salvador. Hubo debates sin ella por todas partes: radio, televisión, mundo virtual y prensa escrita. Incluso en la calle.
Los columnistas de los medios tradicionales le gritaban desde su opinión escrita. María Teresa Simán Siri titulaba en El Diario de Hoy: “Beatriz, no lo mates”. Y en su texto le pedía: “¡No lo mates porque es un embarazo de alto riesgo! Él o ella tienen el mismo derecho a vivir que tú”.
La presidenta de la Fundación Sí a la Vida, Julia Regina de Cardenal, opinó que el caso se estaba manipulando para agredir la vida desde la concepción. La Iglesia Católica no quiso quedarse al margen de los hechos y el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, habló: 'Para mí quien tiene más peligro es el niño que está en gestación, hay todo un esfuerzo por interrumpir su vida'.
En el Estado salvadoreño hubo quienes tampoco se guardaron sus voces en contra de la petición de Beatriz de que se le permitiera interrumpir su embarazo. El director del Instituto de Medicina Legal, Miguel Fortín Magaña, afirmó que su vida no corría peligro y que se le había vendido la idea a la población de que su existencia estaba en jaque si no se interrumpía el embarazo. En en el Canal TVX afirmó “el caso [de Beatriz] es inédito. Es una excepción que se ocupó para hacer una campaña” y añadió que “el aborto eugenésico es para mí la forma más grotesca de intentar la despenalización del aborto” porque “es como hacían los nazis: que mataban a los bebés porque no les gustaban”.
—El director de Medicina Legal es del Opus Dei. ¿Usted cree que personas religiosas o vinculadas con la Iglesia deberían desempeñar cargos públicos que después afectan a terceros como en su caso?
—Medicina Legal dijo que a mí no me iba a pasar nada, que yo estaba bien. Medicina Legal tiene culpa porque no dejaron hacer lo que tenían que hacer los médicos.
Para los médicos salvadoreños Beatriz se convirtió en un dilema: o se le practicaba un aborto o se le inducía a un parto. Hacer lo primero los ponía en riesgo de convertirse en los nuevos huéspedes del sistema carcelario del país y sin duda los imposibilitaría para ejercer la profesión médica.
Mientras tanto, el mundo leía la petición de Beatriz:
“Yo lo que quiero es vivir”, titulaba El País, de España, en mayo de 2013.
En septiembre vino a El Salvador la voz oficial de Amnistía Internacional, Salil Shetty. Tuvo el objetivo de reunirse con las máximas autoridades del país para entregarles la investigación que tomó dos años: “Al borde de la muerte: violencia contra las mujeres y prohibición del aborto en El Salvador”, pero solo pudo reunirse con la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional. El Ejecutivo, encabezado por el presidente Salvador Sánchez Cerén y el vicepresidente Óscar Ortiz, le negaron la audiencia. Hubo un segundo intento en Nueva York mientras el máximo jefe de Estado participaba en la ONU, pero tampoco se dejó ver.
A Shetty no le quedó otra opción: “Estoy decepcionado del gobierno de El Salvador”. El funcionario quiso decirle en la cara a Sánchez Cerén que 'la terrible represión que sufren las mujeres y las niñas es realmente espeluznante y equiparable con la tortura' con respecto al tema del aborto. Y sobre el caso Beatriz no pudo ser más contundente, de hecho, la declaración aludió al rol de la Corte Suprema de Justicia:
“Estuvimos muy decepcionados por la forma en que se trató el caso de Beatriz. Le escribimos a la Corte Suprema de Justicia, pensamos que en lugar de seguir señales deberían seguir los derechos humanos y la Corte Suprema se enredó, se enredó en aplacar las fuerzas retrógradas del país. Estaban tratando de que todo el mundo estuviera contento y eso la verdad fue un caso sumamente triste y Beatriz sufrió lo indecible”.
En abril de 2013, Beatriz solicitó a la Sala de lo Constitucional la interrupción de su embarazo. Un mes después —es decir, mayo 2013— el organismo estatal informó que la vida de la joven no estaba en riesgo inminente, que aquello solo era una posibilidad futura. Y sentenció:
'Este Tribunal sostiene que los derechos de la madre no pueden privilegiarse sobre los del nasciturus (el que ha de nacer) ni viceversa; asimismo, que existe un impedimento absoluto para autorizar la práctica de un aborto por contrariar la protección constitucional que se otorga a la persona humana 'desde el momento de la concepción''.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) horas después —de ese mayo de 2013— salió al paso de la sentencia y emitió medidas provisionales contra el Estado salvadoreño para que el Hospital de Maternidad interviniera “de inmediato y sin interferencias”.
En el segundo embarazo de Beatriz los especialistas realizaron análisis a la paciente y por escrito afirmaron: 'Se le explicó a la paciente sobre el nulo pronóstico de sobrevida de su hijo y sobre las complicaciones que surgirán en su embarazo tomando en cuenta las enfermedades de base que padece y antecedentes de complicaciones en el embarazo anterior, por lo que la paciente solicita interrumpir el embarazo a lo cual se le explica que legalmente no es permitido en el país', de acuerdo con el cuadro clínico al que tuvo acceso El Faro. Dicho documento lleva por nombre 'Análisis del caso Beatriz desde la perspectiva perinatal' y fue creado por el jefe del servicio de perinatología del Hospital Nacional Especializado de Maternidad en julio de 2013.
Beatriz no quiso pasar por lo que vivió. Ella es feliz en su anonimato al lado de su hijo y lejos de la ciudad. A San Salvador únicamente viene para recoger sus medicinas. Sus fuerzas están enfocadas en su sobrevivencia y en su modestísimo comercio que le ayuda a subsistir a ella y al resto de su familia.
La situación que puso en la opinión pública a Beatriz se fue tejiendo por varias razones que nos abstenemos de hacer públicas por el derecho que ella tiene a su intimidad.
Aun con el pronóstico adverso hacia su segundo bebé, no solo pensó en un nombre para ella, sino que escogió uno: Leilani Beatriz. Ella la tuvo solo cinco minutos, luego los doctores se la llevaron y murió cinco horas más tarde. Posteriormente Beatriz entró a cuidados intensivos por un largo período —entre 15 y 18 días—. Solo después fue a la tumba y habló con ella. Le explicó que quizás todo fue voluntad de Dios, pero que ella quería que viviera. Lo que le dice con palabras también se lo dice con flores sobre su lápida.
Beatriz está contra el aborto, cree en Dios y tiene religión; pero pide un debate sobre el aborto, porque pasar por lo que ella vivió cree que no es digno para ninguna mujer. Su llamado es a escuchar lo que tienen que decir los médicos. Sabe que hay muchas que recorren el mismo camino que ella anduvo.
—Pues la verdad, cuando el embarazo no va bien y la mujer no puede llevar el embarazo, se tiene que hacer lo que dicen los médicos.
—¿Usted cree que debería existir un debate sobre el aborto? ¿En casos como el suyo se debería actuar de otra manera?
—Sí, yo digo que sí. Se debería aceptar el aborto como en casos como el mío.
—¿Cómo vive ahora su día a día?
—Trato de no acordarme de lo que pasó. Y así voy pasando los días. Ahora me he metido a una venta de ropa. De ahí saco para los pasajes y vengo a San Salvador a traer mis medicinas.
—Si tuviera algo que decirle a aquellos que la juzgaron y la criticaron, ¿qué les diría?
Hace un largo silencio y ve sus manos. Luego las une, las frota y entrelaza sus dedos. Sin dejar de ver ese racimo de dedos unidos entre sí, Beatriz responde con una voz sosegada, estoica:
—Yo no les diría nada. Realmente, no les diría nada.
Beatriz, la negación del derecho a la salud de Mariana Moisa en Vimeo.