El Ágora /

Isla arqueológica en venta

Por un lado, un pedazo de tierra en el Lago de Güija. Unas 22 manzanas con una riqueza arqueológica abandonada y expuesta a manos que nadie controla. Por otro lado, un dueño que busca venderla y tira el anzuelo a los compradores en un aviso clasificado. Esta es la historia de Igualtepec, el lugar con la mayor concentración de petrograbados en toda Centroamérica.


Lunes, 21 de abril de 2008
Daniel Valencia Caravantes

Don Leno guarda en el patio de su casa una colección de unas 15 piedras de moler que los saqueadores han traído del Cerro de las Figuras. Este anciano, parapléjico, compra las piezas y las guarda en su hogar, una precaria casa que sobresale de las demás por su diseño: es una especie de iglú, con cubiertas de lámina galvanizada y teja de barro, entre una gran cantidad de casas de sistema mixto y de diseño más tradicional.

Él dice tener además de las piedras de moler algunas cuentas de jade y puntas de obsidiana intactas. Como de flechas o de lanzas. Don Leno tiene también algunas pesas de piedra que, según él, fueron utilizadas por los indios que habitaron la isla para pescar, como predecesores de los trozos de plomo que se usan actualmente. Junto a las tres bolitas muestra un pedazo de obsidiana con forma de cuña, que evoca, precisamente, una punta de lanza o de flecha.

Dice que tiene de estar viviendo en la isla los mismos años de estar postrado en una silla de ruedas (20). Ex combatiente de la guerra, llegó ahí buscando olvidar y un hogar. El hombre, sin embargo, no quiere dar ni su nombre ni su apellido. Don Leno le llaman sus vecinos y son ellas quienes cuentan retazos de su historia, de cómo ha ganado fama con la posesión de tiestos arqueológicos en un sitio que el Estado dice estar protegiendo pero que, a la luz de lo visto en el lugar, prácticamente cualquiera puede hacer cualquier cosa.

“Yo no hago nada malo. Yo soy el único aquí que busca conservar intactas estas piezas. Las compro y las guardo. Son propiedad de la Asociación de Desarrollo Comunal Igualtepec. No son mías, así como la isla no es mía”, dice, a la defensiva, y haciendo referencia a la tierra que ahora se anuncia en los periódicos para el mejor postor.

Sobre cómo es que las piezas llegan a sus manos, lo explica por el hecho de que supuestamente los niños hallan los tiestos y se los llegan a vender. Y él no las vende porque su interés, añade, es que no salgan de ahí y su último recurso es comprarlas él mismo. “Esto nunca ha sido protegido por nadie y nosotros tratamos de que las cosas que hay aquí, como las piedras, no desaparezcan”, justifica, mientras se mueve unos centímetros en su silla móvil.

La silla se mueve sobre un terreno cuyo propietario es Jorge Antonio. El dueño de la isla en venta pidió que no se publicara su apellido y, mientras don Leno hablaba, él permanecía en su vehículo. No es que tema a don Leno. Lo que pasa, dice, es que le gusta ser precavido. Este es uno de los principios con los que dice regir su vida. Y ser precavido pasa por no buscar pleito con quienes a su juicio no quieren entrar en razón. “No hay enemigo chiquito”, diría más tarde. Jorge Antonio se refiere a que don Leno es solo uno de los lugareños que han ocupado parte de la isla Igualtepec, sin autorización alguna del dueño. Y ahora este quiere venderla.

“Ya platiqué con él y con otros y les he dicho que yo no quiero echarlos de acá, pero si logro vender la isla tenemos que encontrar una solución al problema. Yo estoy dispuesto incluso a ayudarles para que busquen algún otro terreno, una propiedad propia”, dice.

Pero ya en la isla, que en realidad es península durante la época seca del año, a diferencia de don Leno y sus ayudantes, Jorge Alberto pasa inadvertido como cualquier otro turista que logra dar con el lugar y se detiene a contemplar las rocas con grabados. Casi nadie sabe dar referencias del dueño de este sitio arqueológico, descubierto hace más de cinco siglos por Diego García de Palacio, oidor de la real audiencia de Guatemala.

El oidor escribió una carta al rey de España en la cual describía algo de la vida en la zona del lago de Güija. “Hay en la provincia de San Salvador una laguna que se dice Uxaca Grande. Tiene en medio dos peñones los cuales antiguamente los indios de aquel distrito hacían sus sacrificios e idolatrías. Es tierra aunque caliente fértil, de mucha pesca y caza. (A) tres leguas del lago de Güija está el lugar de Mitla donde antiguamente los pipiles de este distrito tenían gran devoción y venían a ofrecer sus dones y a hacer sacrificios. Lo mismo hacían los chontales y otros indios comarcanos de diferentes lenguas”, reza la carta fechada en 1576.

Pasaron casi cuatro siglos para que, en 1942, fuera el arqueólogo estadounidense Stanley Boggs quien registró por primera vez el sitio como Igualtepeque. Igualtepeque o Igualtepec. El Cerro de las Figuras.

Hace calor. Desde la cima del Cerro de las Figuras sobresale majestuoso el Güija, lago ompartido por Guatemala y El Salvador que esconde un majestuoso pasado arqueológico en todas sus riberas. Desde Igualtepec -con sus estructuras, petrograbados y murallas- recorriendo las faldas del cerro El Tule, pasando por La Barra (Metapán), la isla Teotipa y la orilla de Guatemala, Güija es para los historiadores y arqueólogos una maravilla aún no descubierta. Según un estudio de Concultura del 10 de noviembre de 2006, Güija consta de nueve sitios arqueológicos, de importancia relevante.

Pero en Igualtepeque “esto no tiene dueño”, dice un niño que pasa caminando sobre la playa oriente, frente a los petrograbados. Jorge Antonio no lo pudo escuchar. En ese momento estaba subiendo, por primera vez, su cerro. Cuando bajó, sudado, contento, Oscar Villeda, otro habitante de las faldas de Igualtepec contaba las historias de saqueo que recordaba. Villeda asegura que hace 15 años, debajo de una ceiba, saqueadores encontraron algo parecido a un túnel que luego fue cerrado. Que se ha encontrado “cantidá” de entierros. Los indios, dice, gustaban de ponerse collarcillos de jade en el cuello y en las manos. “Unas ollas así de grandes, mire (abre los brazos). Yo he visto cuando las han sacado. Algunas vienen con huesos adentro. ¿Esos? Los han tirado”, cuenta. Saqueos se reportan desde 1960. Y de Güija se han extraviado objetos de un valor incalculable (ver recuadro).

Óscar Villeda dice tener alguna noción de quién es el dueño. Para él, sin embargo, los dueños siguen siendo una familia apellidada Valiente… Jorge Antonio le compró el terreno a la última descendiente de los propietarios originales hace seis años.

Historia de una venta

Jorge Antonio, a simple vista, no parece el dueño de nada. Y él mismo lo sabe y se enorgullece. “Yo para qué tengo que andar luciendo lo que tengo. Me gusta ser humilde, no andar con traje y corbata. No. A mí me gusta estar cómodo, andar cómodo. Uno es por lo que hace y no por lo que viste”, comenta.

No hace mucho –dice no recordar la fecha- se acercó a la Fundación Nacional de Arqueología (Fundar) para “escuchar una oferta” que esta última le haría para comprar la isla. Fundar es una fundación privada cuyo fin es “velar por el rescate del patrimonio arqueológico del país”. En la actual gestión de Concultura y pese a las críticas, el presidente de la estatal ha cedido a Fundar la administración de tres de los más importantes sitios arqueológicos del país (San Andrés, Cihuatán y Joya de Cerén).

“Llegamos con mi abogada y nos recibieron en un salón muy bonito, como esos de conferencias. Había varios chelones con saco, ja, ja, ja. Yo fui vestido normal, con jeans y camisa… zapatos cómodos. Le preguntaron a mi abogada que qué había pasado, que a dónde estaba el dueño de la isla, ja, ja, ja, y mi abogada me presentó: cómo no, aquí está él, ja, ja, ja”, relata Jorge Antonio. “Y al final ni llegamos a nada porque muy poco me ofrecían”.

Paul Amaroli, arqueólogo estadounidense y principal investigador de Fundar, confirma esta reunión, pero descarta que hayan estado interesados en comprar la isla. “Ese papel no nos corresponde a nosotros. Le corresponde a Concultura. No tenemos ni la capacidad ni el interés para hacerlo. Queríamos conocer cuáles era los planes del dueño y advertirle que ahí es una zona en donde no se puede hacer nada sin el aval de Concultura debido a su valor arqueológico. Habíamos escuchado rumores de que iban a hacer un restaurante, algo turístico, qué sé yo”, cuenta Amaroli.

Este arqueólogo conoce muy bien la zona de Güija. En el 79 hizo un reconocimiento arqueológico en la región del lago de Güija, desde el nacimiento del río Desagüe –río que nace del Güija- hasta el pueblo de Masahuat y la unión de El Desagüe con el Río Lempa. Por el valor de Igualtepec a Amaroli le sorprendió –y le sigue extrañando- que Jorge Antonio sea el dueño del terreno. Por esto, dice, en 2006 elaboró un informe en donde atribuía dos posibles dueños: la familia Valiente, originaria de Santa Ana y, posiblemente, el Estado.

“En respaldo a la segunda versión, existe un plano de tierras nacionales en el lago de Güija, del cual se reproduce dos fragmentos, uno que muestra el área de Igualtepec (referido como el Polígono P, “El Desagüe-Punta Figura), y el otro con la tabla de tierras nacionales”, reza el párrafo de un informe presentado por Fundar a Concultura el 17 de octubre de 2006. “Es importante investigar si realmente esta persona es la dueña de la isla”, dice Amaroli.

La carta que acompañaba el informe –dirigido a Federico Hernández, presidente de Concultura- estaba firmada por Rodrigo Brito, presidente de Fundar. Brito recomienda en la carta “determinar la propiedad de Igualtepec. Posiblemente ya pertenece al Estado. Si no es así, lograr la pronta adquisición de este sitio, cuya extensión es modesta (33 manzanas), y reubicar a las pocas personas que han hecho casa en el sitio”.

Casi dos años después de esta sospecha de Fundar, Jorge Antonio dice tener cuatro argumentos para comprobar que él es el legítimo dueño de la isla: “El primero es mi palabra”, dice. “¿Para qué voy a mentir sobre esto?” El segundo es una resolución firmada y sellada por el director de Patrimonio Cultural, Héctor Sermeño, en donde se le reconoce la propiedad del terreno; y en donde además de informarle que Concultura resuelve que el sitio posee valor arqueológico, se le ordena que informe la fecha de inicio de cualquier obra a realizar dentro de la isla para garantizar su protección. Este informe data del 1 de diciembre de 2006.

En el Centro Nacional de Registros, departamento de Santa Ana, bajo una matrícula que termina en varios ceros, aparece registrado que Jorge Antonio posee el 100% de un inmueble de naturaleza rústica con un área de 36,334,620 metros cuadrados en el caserío El Desagüe, cantón Las Piedras. Esta certificación, el tercer argumento, data de diciembre de 2003. “Ahí está todo en regla”, añade.

Héctor Sermeño confirmó a El Faro que el dueño de la tierra es este hombre, originario de San Vicente, propietario de Piramide Records, Asados Coki, Clínica Naturista Luz y Vida, de 40 cajas con botellas de noni –“negocio que no prospera mucho porque hay mucha competencia y porque el Estado no apoya a esta medicina milagrosa”-. También es productor y actor de dos películas salvadoreñas –Misión Charada y Suelo de Pasiones- e intérprete de 50 canciones desde rancheras y de tríos. “Nunca he ido a clases de canto pero hay quienes nacemos con algunos dones”, comenta, entre risas.

Sermeño, quien asegura que la isla “está protegida” asegura que ya se le informó a Jorge que no puede hacer nada con el terreno sin el aval de Concultura y que, por ser propiedad privada, puede venderla cuando él quiera. “Ya tiene como tres años de andarla vendiendo. De hecho nos la ofreció a nosotros pero dígame cómo se la vamos a comprar. Es imposible. Uno, por los precios que él pone y dos porque a Concultura apenas le alcanza el presupuesto para operar. Al gobierno estas cosas no le interesan”, dice Sermeño.

Pero Jorge Antonio espera un golpe de suerte para venderla, quizá un poco de suerte como la que tuvo para comprarla. Explica que allá por 2002 conoció a Sonia Valiente McEntee, heredera de, entre otros, una isla arqueológica. Madre soltera –con una hija- , Sonia necesitaba más la plata que los terrenos que tenía. Conoció a Jorge Antonio y este se los compró a “buen precio” casi todos, incluida la isla. Sonia se fue a Estados Unidos con su hija y Jorge Antonio se quedó como propietario de un “patrimonio mundial”, como él mismo lo define.

“Yo no sé mucho de estas cosas, pero por lo que ahí hay y de lo que me he enterado que hay sé que eso es un patrimonio mundial. Ahora, a mí nadie nunca me ha ayudado ni orientado para cómo conservarlo. Por averiguaciones propias sé que para cuidarlo tendría que invertir al menos 3 mil dólares por manzana. Ese recurso yo no lo tengo”, dice.

Luego se observa y dice ya no estar joven para echar a andar un proyecto de esa envergadura. “Tengo 52 años, ya trabajé lo suficiente. Por eso quiero venderla. Quiero retirarme ya y vivir de la venta”, añade. Y por eso publicó hace tres semanas unos avisos clasificados en los que anunciaba la venta. Pero se niega a revelar el precio que le ha puesto a la propiedad. La primera vez que habló por teléfono con El Faro, antes de definir la valoración del terreno comentó lo que ahí había. “Imagínese. La isla tiene aproximadamente 22 manzanas. Pero cuando el nivel del agua crece el terreno tiene 12 manzanas en época lluviosa y 22 en época seca. Tiene 80 metros de playa engramada alrededor de la isla. ¡Una cantidad de piedras petrograbadas! Arriba de la isla hay dos pirámides. En las pirámides, para que me entienda, hay jade, oro, cosas preciosas que los indígenas hacían. ¿El precio? Está valorada en 20 millones negociables”.

Tres semanas después, aún se niega a ponerle precio. “Eso es para los inversores”, dice, y vuelve a reírse. “No puedo decirle en cuánto la vendería, por eso le dije que está valorada en 20 millones de dólares, por el potencial que ofrece. Potencial arqueológico, turístico, ecológico. ¡Es una lindura de lugar!”

La isla, si no fuera por las entre 12 y 15 familias que la habitan, estaría desolada. Sin embargo, desde 1960 es víctima del saqueo y del robo, incluido su tesoro más preciado: los petrograbados. Un estudio de la arqueóloga Andrea Stone determina que hay alrededor de 200 petrograbados registrados en las piedras de Igualtepec. Según los expertos, es la concentración de petrograbados más grande conocida en Centroamérica. Se desconoce si aún existe la misma cantidad.

La semana pasada, Jorge Antonio tuvo reuniones con dos posibles compradores. Uno salvadoreño y el otro un grupo de salvadoreños residentes en Estados Unidos. Entre otras, ha recibido ofertas de una universidad y “de un chino americano que se inclinó ante las piedras cuando las fue a ver”.

Hasta hace dos semanas, Jorge Antonio aún mantenía un aviso en los clasificados de El Diario de Hoy. El aviso estaba ahí, tan pequeño, como si se tratara de vender cualquier cosa. Igualtepec, que aparte de riqueza arqueológica ha tenido riqueza natural, sigue a la venta. Y Concultura dice tener un ojo vigilante puesto permanentemente en el lugar. Ya en 2001 un informe endosado por el Ministerio del Ambiente señalaba los problemas de control en el lugar. “Pueden apreciarse más de 100 representaciones, mezcla de dioses, animales, figuras antropomorfas, objetos y representaciones astronómicas, ubicadas al pie del monte. Lamentablemente se encuentran en abandono y han sido saqueados”, resume la ficha que en 2001 se preparó para proponer el complejo de Güija como sitio Ramsar para su protección. La propuesta la calzaron la ong Ceprode y el Ministerio del Ambiente.

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Vea la publicación original de esta nota en este enlace: Isla arqueológica en venta

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