Usualmente, apreciar una pieza en un museo es un acto de contemplación que se realiza desde lejos. Tocar lo que se exhibe está fuera de orden y el límite entre el espectador y un pieza de arte está marcado por una línea en el suelo. Esta barrera fue desechada por la artista israelí Naama Tsabar, quien vio la oportunidad de convertir una pared en un instrumento musical. Este jueves 11 de junio, más de un centenar de personas se dieron cita en el Marte para oír las paredes resonar. Fue el debut en tierra salvadoreña de Tsabar.
Propagation (Opus 3) nació apenas hace cuatro meses, cuando Tsabar visitó por primera vez el Museo de Arte. Sus propuestas anteriores, Opus 1 y 2, tienen como base cuerdas de piano, felpa y bocinas, pero cada resultado ha sido único y pensado según el espacio en donde es exhibido. El trabajo de la artista radicada en Nueva York son instalaciones en las que los sonidos penetran en la arquitectura que envuelve al espectador.
'Cuando vi el espacio, la idea fue obvia para mí, poder convertir el museo en un instrumento, y así es el museo el que habla', dice sobre la conceptualización del instrumento. Admite que no tenía idea de en qué iba a acabar todo, pero asegura que se marcha orgullosa del resultado obtenido.
Las 60 cuerdas se extienden verticalmente sobre los 156 m2 de la pared oriente del salón Toño Salazar, en una estructura de madera y tabla roca con incrustados metálicos. El espacio del salón funciona como caja acústica para optimizar la función de los parlantes y amplificadores que distribuyen los sonidos dentro y fuera del museo. Tocar este híbrido no requiere ninguna maestría, su propósito, precisamente, es alimentar la curiosidad y la experimentación, incitando a los visitantes a probar con sus propias manos y otros elementos a que hagan resonar las instalaciones de Marte. No hay un método de ejecución, todos son expertos.
El resultado de manipular este instrumento puede sonar a todo y nada al mismo tiempo, pero es precisamente ahí en lo que radica el atractivo de esta instalación. “No se trata de un instrumento que alguien puede llegar a dominar, es un híbrido entre un piano y una guitarra, la idea es que todos pueden soñar y construir un sonido, no es necesario que seas hábil con ningún instrumento. Para mí se trata de abrir las fronteras del arte a la gente para que experimente y piense fuera de la caja”, añade Tsabar.
Para incitar al público a experimentar con la exhibición, Naama se hizo acompañar de cuatro músicos salvadoreños, las violinistas Rocío Benavides (de la Joven Orquesta de El Salvador), Sara Moreno (de la Orquesta Juvenil Centroamericana y del Caribe), el guitarista José González (de Cartas a Felice) y el baterista David Guardado (de Safari Volvo). Esta pequeña banda se conformó en un semana, según explica Tsabar: se reunió con ellos por cinco días, entre tres y cinco horas, para encontrar su sonido. Si bien cada resultado era distinto, cada uno de los integrantes identificó la parte del instrumento con el que quería experimentar. Entre toque y toque, cada uno definió lo que iba a hacer el día de la presentación, dijo Rocío Benavides a El Faro, quien fue contactada en marzo directamente por la curadora de la pieza, Claire Breukel: “Saqué el arco y empecé a probar las cuerdas. Todos empezamos a golpear. Cada quien se identificó con una sección de la pared, yo con los bajos. Por la percusión no nos preocupamos tanto por los registros, sino porque sonara afinado, como cítara”.
La inauguración de Propagation (Opus 3) compartió la noche con la exhibición Médulas, del artista guatemalteco Marlov Barrios, que también forma parte del programa Marte Contemporáneo. Ambas exposiciones estarán abiertas al público hasta el 9 de agosto.