La publicación de Noviembre de Jorge Galán surge como parte de la “cultura de la memoria,” un proceso internacional que el crítico alemán Andreas Huyssen entiende como la urgencia de representar un pasado que sentimos cada vez más distante. Galán, por ejemplo, depende de entrevistas con personas mayores, de investigaciones académicas y de otras fuentes secundarias para contar la historia de los jesuitas de la UCA, una historia que para muchos es desconocida. Por esto mismo las representaciones de la memoria en museos, murales, monumentos, conmemoraciones y en otras muestras de la producción cultural (como la novela de Galán) son cada vez más vitales para que se mantengan lazos de identidad con el pasado. Aventuro que es por esto mismo también que los que representan la memoria tienen una carga de responsabilidad en cuanto al pasado. Usando el caso de Jorge Galán como punto de partida, aquí se considera brevemente la ética de la representación de la memoria traumática y por qué levanta tanta polémica este caso en El Salvador.
Según Jorge Galán, él toma la decisión de escribir sobre la masacre de los jesuitas por admiración a su modelo de humanidad y porque siente una “responsabilidad histórica con esos hombres que llegaron a mi país creyendo que podía ser un lugar mejor y que acabaron perdiendo sus vidas… Vivimos en un país que es una sombra, sin esperanza alguna, en el que mirar al futuro es asomarse a un abismo. La historia de estos hombres debe ayudarnos a abandonar el infierno que vivimos” (El Faro entrevista de Tania Pleitez con Jorge Galán 4 dic 2015). El tono que adopta Galán es curioso; a la hora de describir el país suena como Edgardo Vega, el protagonista desagradable y neurótico de El asco de Horacio Castellanos Moya. La crítica ha propuesto que en su diatriba en contra de la cultura salvadoreña, Vega ejemplifica el sujeto cínico de “la posguerra.” Ahora parece ser Jorge Galán que ocupa esta posición desencantada.
Supe de las amenazas recibidas por Galán luego de la publicación de su novela Noviembre (2015) por el comunicado oficial de prensa (12 de noviembre). La noticia me sorprendió puesto que Noviembre la había entendido como una buena novela escrita a base de referencias intertextuales; el autor retoma investigaciones y publicaciones ya canónicas como Pagando el precio/ Paying the Price de Teresa Whitfield (1994) y las investigaciones de Mathew Ashley y Lassalle-Klein. Las entrevistas que hace Galán son valiosas, pero no aportan nada realmente novedoso al caso. Aparte de eso, cualquier información que podría implicar a los autores materiales e intelectuales del crimen ya está en las manos expertas de Almudena Bernabeu, la abogada internacional que tiene años de estar rastreando el caso en las cortes españolas. No había leído nada en la novela que me parecía que provocara amenazas. Con esto, no quiero decir que dudo que Galán haya sufrido ataques. Esto es el pan de cada día para muchos que viven en el país.
No me parece productivo especular sobre las intenciones del autor al solicitar asilo político en España luego de la publicación de Noviembre, pero es claro que muchos comentaristas, críticos y escritores salvadoreños respondimos a la noticia de su exilio con muestras de incomodidad frente la posibilidad de que se había utilizado una memoria muy intensa y aguda de una manera interesada. El caso nos hace reflexionar, primero, sobre la existencia de una economía de la memoria con base en el campo cultural y, de ahí, hace cuestionar la ética del escritor y del artista en relación con representar la violencia y la memoria traumática. La polémica que levanta el caso Galán está marcada por este nexo entre la ética de la memoria y la economía de la memoria, una relación que da pie a preguntas difíciles: entre ellas, cómo representar la memoria sin convertirla en un objeto de consumo y hasta qué punto importan las motivaciones e impulsos del artista o escritor para representar la memoria.
¿Qué se espera del gremio artístico y literario cuando se representan temas de la memoria? Bueno, depende. Vale la pena marcar el contraste entre la memoria del caso Jesuita y la de Monseñor Romero; dos casos emblemáticos que revelan los matices de la memoria en El Salvador. La imagen de Monseñor Romero es icónica ya; aparece en camisetas, en llaveros, en murales, en iconografía pop y en esculturas de bronce y de resina. Con el caso de Romero vemos un esfuerzo constante e intensivo de hiper-documentación de la memoria en la producción cultural. Esto tiene el doble filo de mantener viva la memoria de Romero a la vez que posibilita un consumo más ligero del pasado. No queda claro hasta qué punto las representaciones del Arzobispo transmiten “toda la materia herida del recuerdo,” su densidad psíquica, el volumen experiencial, la huella afectiva, y los trasfondos cicatriciales de la experiencia vivida (Nelly Richard “Residuos y metáforas” 31).
El caso de los jesuitas, en cambio, siempre ha sido un tema bastante esotérico manteniéndose más que nada dentro de los espacios de la UCA y en zonas especializadas internacionales como son las universidades jesuitas y las cortes españolas. Otras representaciones de esta memoria ya existen como el jardín de rosas que siembra Obdulio Ramos en el lugar de la masacre de los jesuitas y de Elba y Celina Ramos en la UCA. Aquí la memoria se representa de una manera imprecisa; en vez de narrar una historia concreta del pasado, el jardín de rosas abre la posibilidad de una experiencia directa del espacio y de la memoria. Pero es inevitable que con los años los espacios auténticos de la memoria como el jardín de rosas de la UCA van a desaparecer y la huella que va a quedar son las representaciones de ese pasado como Noviembre de Jorge Galán. Frente la “cultura de la memoria” en El Salvador y la urgencia de representar el pasado, propongo la necesidad de emprender un diálogo sobre la ética de la representación de la memoria en la producción cultural. Hay que preguntar no solo qué son las oportunidades en cuanto la memoria, pero también considerar las responsabilidades del artista y escritor y el compromiso que asume con la sociedad a la hora de representar el pasado.
*Evelyn Galindo es una salvadoreña doctorando en la Universidad de Wisconsin-Madison. Su tesis doctoral se relaciona con la memoria en la producción cultural.