<p>Este cantón del municipio de Torola, en Morazán, tiene 96 familias, 40 de ellas lideradas por hombres y mujeres que pertenecieron a la guerrilla del FMLN. 24 años después de la firma de los Acuerdos de Paz esta comunidad, que depende de la agricultura, se mantiene a salvo de la epidemia de violencia en El Salvador. Sus poco más de 300 habitantes se aferran a la esperanza de que un día lleguen los cambios por los que pelearon. Mientras tanto, viven en pobreza y con la convicción de que el gobierno –sus excomandantes, sus excompañeros– los ha abandonado.</p>

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&lt;p&gt;Tarcisio López es un veterano de 72 años, que ha asumido la soledad después de haberse separado de sus compañeros de guerrilla tras la firma de los Acuerdos de Paz, el 16 de enero de 1992. Su vivienda está hecha de láminas viejas y plásticos. Cada mañana ordeña una vaca, que le da dos botellas de leche. Tarcisio perdió a tres hijos varones durante la guerra civil y sus dos hijas -adultas- residen a ocho kilómetros de distancia, en el municipio de San Fernando. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;El lenguaje de la guerra y el recuerdo de los ideales y de quienes murieron por ellos sobrevive en la mayoría de viviendas de esta comunidad, integrada en gran parte por excombatientes del Ejército Revolucionario del Pueblo, una de las cinco organizaciones que formaron la guerrilla del FMLN. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Reynaldo Hernández tiene 49 años. Se incorporó a la guerrilla a los 15 años, en 1982, en el norte del departamento de Morazán. Una ráfaga de ametralladora M60 le cortó el brazo izquierdo durante un enfrentamiento el 11 de noviembre de 1982, en la ciudad de San Miguel. Atilio era su seudónimo de guerra. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;En la zona baja del cantón El Progreso, 24 años después de la firma de los acuerdos de paz, Reynaldo vive de una pensión de 275 dólares. Su rutina la marcan el cuidado de sus cultivos de maíz, frijol y maicillo, el apoyo a su hijo menor para que continúe sus estudios y el respeto a la irónica decisión de su hijo mayor, quien a la edad de 18 años decidió sumarse a la Fuerza Armada de El Salvador, esa misma institución a la que Reynaldo combatió. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;La comunidad del cantón El Progreso carece del servicio de tuberías de aguas negras. Un estudio sobre el estado del desarrollo humano en los municipios de El Salvador realizado en el año 2009, revelaba que solo un 6.8 % de los hogares en el municipio de Torola tenían sistema de saneamiento por alcantarillado. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Florentina Ramos se involucró a los 11 años con las brigadas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), donde acompañó a su madre por dos años. A los 13 tuvo que separarse y se dedicó al área de cocina para la guerrilla. Durante ocho años vivió la guerra y recuerda las promesas de uno de los líderes del ERP, Jorge Meléndez (Jonás, ahora director de Protección Civil), sobre cómo los pobres iban a tener viviendas dignas cuando triunfara la revolución. Florentina se dedica a los oficios domésticos y cotidianamente va al molino, a medio kilómetro de su casa. En un censo realizado en los meses de julio y agosto de 2015, los habitantes demandaron mejorar los servicios de salud. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Santos Margarito Rodríguez se incorporó en 1976 a las filas de la guerrilla cuando tenía ocho años y se vio amenazado por los frecuentes operativos que realizaba la Fuerza Armada. Una bala calibre M 16 lesionó su dedo índice izquierdo y una esquirla de granada lesionó su pierna derecha, esta última no fue tomada en cuenta por el censo de lisiados de guerra. Él recibió un terreno, a través del Programa de Transferencia de Tierras (PTT), que fue gestionado por el Banco de Tierras. La vivienda que habita fue construida en el año 1996 por el fondo FUNDASAL, un espacio de 20 metros cuadrados. Abilio, como se le conocía en medio de los campos de batalla recibe una pensión de 120 dólares al mes, de la cual se le hace un descuento de cinco dólares, que se abonan en el mes de diciembre como un aguinaldo. Su responsabilidad ahora, es proveer los alimentos para su hogar por medio de los cultivos de maíz, frijol y maicillo. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;El camino que se recorre desde el casco urbano del municipio de Torola hasta el cantón El progreso muestra la belleza de la que está compuesta sus paisajes y sus extensiones de terreno, donde se alimenta el ganado, propiedad de los habitantes de la urbe, de los que aprovechan la leche para comercializar a los mismos habitantes del municipio. La comunidad cuenta también con una Cooperativa Agropecuaria, que ayuda a fortalecer las bases de producción en la zona. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;José Danilo, de 11 años, Bryan Edgardo, de 10, Eduviges Antonio, de 13, y Herbert Heriberto, de 13, son niños que habitan los cantones de Torola y sus alrededores, son parte de la tercera generación de hijos de excombatientes. Son los que se encuentran en riesgo de ser atrapados por la violencia de las pandillas con presencia en la región. Según las declaraciones del presidente de la Asociación de Desarrollo Comunal El Progreso (ADESCO- NUP), la educación ha sido uno de los planes estratégicos en la prevención: incentivar a los niños y jóvenes para que asistan a la escuela y se sumen al trabajo de la Asociación de Jóvenes que realiza actividades para prevenir la violencia y mantener el control del territorio. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Miguel Ángel Torres es un excombatiente que en la actualidad se dedica a la agricultura. Sus pies muestran el esfuerzo que hace al fabricar los adobes que servirán para ampliar su vivienda. A sus 41 años recuerda sus misiones como 'radista' y en las que le tocaba meterse de lleno a los combates. Se involucró desde niño a la guerrilla cuando fue testigo en 1987 de que la Fuerza Armada llegó a sacar a su hermano de su casa para asesinarlo. Hasta la fecha dice no haber recibido tratamiento por un golpe que recibió en su cabeza durante una retirada de combate frente al ajército. Dice, además, que no se ha cumplido la promesa de darles becas de estudio a sus hijos. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;El Progreso es uno de los cuatro cantones que son parte del municipio de Torola, una comunidad compuesta por 96 familias, 359 personas, 175 hombres y 173 mujeres, con un 35 % de jóvenes. 40 de estas familias tienen como cabezas de hogar a excombatientes de las filas del ERP. El cantón se ubica a 225 kilómetros de la capital y a 4 kilómetros del casco urbano del municipio de Torola. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Las mujeres que habitan el cantón El Progreso dedican su rutina al cuido de sus hijos, los oficios domésticos y a la preparación de los alimentos. Muchas huyeron de esta zona cuando el conflicto armado la invadió y regresaron después de la firma de los Acuerdos de Paz. La escena retrata a mujeres de diferentes generaciones durante la preparación de tamales para la realización del velorio del Patrón Santiago, una celebración que esta comunidad acostumbra montar para agradecer los favores recibidos del santo. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Fotografía encontrada entre los archivos de Rosa Haideé Amaya, excombatiente del ERP. La postal fue captada en 1985, durante el conflicto armado, en el municipio de Perquín, departamento de Morazán. De pie, de izquierda a derecha: Rosa Haideé Amaya y Mabel. Sentadas, de izquierda a derecha: Donita y Rosibel. Las cuatro mujeres aprovecharon un día de permiso para inmortalizar el momento esta instantánea Polaroid. Todas sobrevivieron la guerra, Rosa se dedica a los oficios domésticos y vive con su compañero en el cantón El Progreso, del municipio de Torola; Mabel es enfermera y trabaja en la Unidad de Salud de Perquín; Donita reside en Estados Unidos; y Rosibel vive en la ciudad de San Vicente, dedicada a los oficios domésticos. La función de las mujeres en la guerra fue atender la cocina, atender las comunicaciones como radistas y ejercer de brigadistas dedicados al cuido de los compañeros lesionados. Sus cargos no implicaban estar en línea de combate, pero todas tenían que estar armadas para reaccionar en caso de ataques al campamento. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Victoriano Sánchez, excombatiente del ERP, invierte gran parte de su tiempo en el cuido de gallinas ponedoras, una microempresa que mantiene con otros de sus compañeros en una cooperativa conformada con el apoyo de fondos internacionales gestionados por la ADESCO del cantón. Victoriano también debe 'jornalear' para completar lo que necesita para proveer a su hogar. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Una granja creada mediante una cooperativa de excombatientes brinda trabajo a algunos habitantes del cantón. Una casa en un terreno sin utilizar es aprovechada para la crianza de las 200 gallinas ponedoras que aportan al sustento de cuatro familias. Los miembros de la cooperativa organizan horarios escalonados para el cuido de los animales: servir concentrado y agua, limpieza de las herramientas y la recolección de unos 175 huevos diarios, que luego son comercializados entre los mismos habitantes. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Victoriano Sánchez perdió su dedo índice izquierdo por el balazo de un M16 durante una misión en el norte del departamento de Morazán. 'Somos un sector que se siente olvidado, aislado, y no tenemos un apoyo directo creado por el gobierno actual', dice ahora el excombatiente del ERP, mientras recuerda las misiones que tocó cumplir durante la guerra civil. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Una de las actividades que la comunidad realiza los fines de semana para fomentar la convivencia es el recorrido de 8 kilómetros –que transitan por la vía principal y las quebradas aledañas– para llevar la imagen del Patrón Santiago desde la iglesia parroquial de Torola hasta las viviendas de la comunidad. Una vez en su destino se lanzan cohetes al aire entre cánticos y guaro hasta el amanecer. El velorio de 'Santiaguito' concentra la atención de todos y recibe a quienes bajan para comer tamales y pollo sudado a convivir entre los viejos, los 'compas', las mujeres, los jóvenes y los niños, quienes son los más entusiasmados. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Los habitantes del cantón El Progreso buscan diversas actividades para lograr cubrir sus necesidades básicas porque la mayoría de pensiones no alcanzan para pagar los servicios de agua y luz, la alimentación y el gasto de escolaridad. La crianza y el cuido de animales aporta a la economía familiar. Esta es una estampa tradicional de los caminos rurales que unen a esta comunidad con el municipio de Villa El Rosario, territorios donde se instalaron los campamentos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y que, 24 años después, siguen siendo escenario de supervivencia. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;Las condiciones en las que viven los excombatientes de la guerrilla no corresponden a las promesas que recibieron por parte de la comandancia del FMLN durante el conflicto armado. Así viven muchos, sin la comodidad de una cama, ni las condiciones de una vivienda digna. Muchos de ellos se consideran 'voto duro' de la izquierda, dicen que sus ideales no han cambiado a pesar de sentir que fueron utilizados y de que ahora solo son visitados en época de campaña electoral. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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&lt;p&gt;La vivienda de la familia Rodríguez Amaya yace entre árboles frutales y cultivos de maíz y maicillo, que son muy comunes en la zona. El cantón El Progreso cuenta desde 2008 con el apoyo del programa Red Solidaria, puesto en marcha durante el gobierno del presidente Elías Antonio Saca y que les trajo servicio de energía eléctrica para las 96 familias que conforman esta comunidad. En este hogar habitan Santos Margarito Rodríguez y Rosa Haideé Amaya, dos veteranos de la guerra de las filas del ERP, ambos se conocieron en los campamentos de la guerrilla, en las zonas montañosas del norte del departamento de Morazán. Él se dedica al cuido de los cultivos y ella atiende las necesidades de limpieza y comida de esta casa. Dicen que duermen con las puertas de par en par porque ya no hay guerra, aunque lamentan que con ellos no se cumplieran los acuerdos por los que lucharon. / Foto El Faro: Víctor Peña&lt;/p&gt;

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