Cruzar fronteras cada mañana, cada noche
—No creás, nunca se acostumbra uno. Yo salgo con miedo de mi casa. Regreso con miedo. A veces he pensado en sacar varios Dui que digan que nací en zonas diferentes del país para no tener problemas.
Lo dice un joven veinteañero residente en la colonia Bosques del Río, del municipio de Soyapango. Recorremos en carro la calle La Fuente, de dos carriles, que se interna desde el centro comercial Unicentro hacia su colonia. Un recorrido de 10 minutos con poco tráfico. A lo largo de esa calle, por pequeños desvíos o pasajes, se entra a ocho colonias diferentes. Pocas veces la definición clase obrera o clase media-baja podrá aplicarse mejor que a la población que habita estas colonias. Secretarias, obreros, administradores de empresas, maestras de escuela, motoristas. Casitas de dos cuartos y una sala-cocina-comedor. Vivienda mínima, le llaman, casas con subsidio gubernamental. La calle La Fuente es de unos dos kilómetros hasta Bosques del Río. Los que la recorren en bus atraviesan en pocos minutos más de cinco fronteras de guerra. Sin eufemismos: conflicto armado, muertos.
La Fuerza Armada de El Salvador estableció un promedio: durante los 12 años de guerra civil fueron asesinados 16 salvadoreños cada día. En 2015 el promedio fue de más de 18. Fuimos más mortales que en nuestra guerra. El año terminó con 103 homicidios por cada 100,000 habitantes. Uno de cada 1,000 salvadoreños fue asesinado.
A lado y lado de la calle La Fuente, de Soyapango, se esparcen ocho colonias dominadas por la MS y el Barrio 18 Sureños, algunas de ellas son de las más icónicas colonias tomadas por las pandillas en toda el Área Metropolitana de San Salvador. La colonia del joven —que por razones obvias pidió se omita su nombre y otros detalles de su vida— es Bosques del Río y está gobernada por el Barrio 18 Sureños, una de las dos facciones en las que se partió la pandilla nacida en California.
El joven no es pandillero. Es trabajador. Trabaja desde adolescente. Ha trabajado en maquilas, almacenes, centros comerciales. No es pandillero, pero cada vez que ha obtenido un trabajo ha tenido que desnudarse ante los encargados de personal para que revisen si tiene tatuajes de pandillas. Para obtener su último empleo incluso le hicieron la prueba del polígrafo. La primera pregunta fue: ¿pertenece a alguna pandilla? El joven no es pandillero, pero es de Bosques del Río, y en el país más violento del mundo, el nombre de tu colonia es como un segundo apellido.
—Mi principal problema es Monteblanco —dice en el carro.
Monteblanco es gobernada por la Mara Salvatrucha. Parte de su gestión como gobierno es impedir que gente de Bosques del Río entre en su territorio. Impedir que jóvenes de Bosques del Río, por ejemplo, estudien en el Centro Escolar Agustín Linares. El joven debería haber estudiado ahí, en la escuela que queda a 15 minutos caminando desde su casa, pero como las fronteras son las fronteras optó por viajar más de una hora cada día y estudiar en el centro capitalino, lejos de donde lo conocían. Muchos padres en Bosques del Río optan por rascarse el bolsillo y pagar para que sus hijos se mantengan dentro de su frontera y estudien en el colegio privado Liceo Cristiano Reverendo Juan Bueno.
No es que los emeese de Monteblanco hagan algo particular. Así son las reglas fronterizas de esta guerra. Ya no solo cuenta que alguien sea pandillero. Si alguien habita de un lado de la frontera, ese es su bando, lo haya escogido o no. Para la mayoría de esa gente, gente como el joven, la demarcación pandillera es más importante que la demarcación oficial: uno puede olvidarse de dónde le toca ejercer el voto y las consecuencias no serán ni de cerca tan severas como si olvida que esa colonia por donde camina es de la pandilla contraria. Los gobiernos van y vienen, las pandillas siguen ahí desde hace dos décadas.
Adentro de muchas de estas colonias hay puestos policiales que reciben casi ninguna denuncia de los habitantes que los rodean. El lema de la MS recoge el espíritu de ese efecto pandillero: ver, oír y callar. Su versión alargada lleva incluso una alta cuota de cinismo: ver, oír y callar si la vida quieres gozar.
La demarcación pandillera cubre gran parte del país. Según datos de la Policía de 2013, hay clicas de ambas pandillas en los 14 departamentos. El departamento que menos clicas tiene, según la versión oficial, es Morazán, con 18. Esa demarcación se hace estricta en los barrios populares. Si bien incluso la exclusiva Zona Rosa de San Salvador puede considerarse territorio del Barrio 18 Revolucionarios de la comunidad Las Palmas —en marzo de 2014 ametrallaron un restaurante argentino que denunció la extorsión— los pandilleros no están en esa área pidiendo el DUI a los pasajeros de los buses. En cambio en Soyapango, entre colonias como la del joven, sí.
—En Bosques queda el punto de las Coaster de la 41B, el problema es que en el recorrido entran a Monteblanco a sacar gente. Es una vuelta de tres minutos, cinco si la Coaster va llena, pero yo no puedo entrar a esa colonia. Hago dos cosas. A veces me bajo en la entrada de Monteblanco y espero que la Coaster salga. Solo que a veces los motoristas con la cabeza me hacen que no me suba, porque llevan pandilleros emeese, y me toca esperar a que llegue otra.
Toda esa estrategia cada mañana. Todas las mañanas. Ser joven y vivir en una comunidad de pandillas es vivir marcado.
—Si no, me cruzo por los pasajes de Los Ángeles, para salir a la entrada de la colonia San José. Ahí no hay mucho problema, porque es de la misma pandilla de mi colonia. A la salida, agarro una 41B o A, pero sigo con riesgo, porque las que siguen… Es bien complicado: El Limón, MS; la Guayacán, MS, la Kiwani, MS. Ahí se paran en un muro que tapa la colonia para ver quién va en la Coaster. Yo trato de sentarme a la par de alguna señora y esconderme en ella. Silban para ver quién reacciona. Tenés que ir con la cabeza abajo.
Desde primera hora de la mañana, cientos de salvadoreños andan con la cabeza abajo.
La estrategia del joven no es suya nada más. Señores, mujeres, jóvenes hacen un plan similar para evitar entrar a Monteblanco si son de Bosques del Río. A principios de diciembre de 2015, los emeese de Monteblanco hicieron circular un papel dentro de los buses de la 41B y A. Prohibían a la gente de Bosques del Río que no era pandillera del Barrio 18 Sureños bajarse a la entrada de la colonia, en la frontera. Dice el joven que casi nadie ha hecho caso. El instinto de supervivencia tiene años desarrollándose entre los habitantes de ese nudo de comunidades inmersas en esta guerra que disputan los más de 60,000 pandilleros que el gobierno calcula, pero que marca la cotidianidad de millones de salvadoreños.
—Cuando vengo del trabajo, ya de noche, está la entrada a la Kiwani. La Coaster para enfrente. Yo me aviento antes, me cruzo la calle ligero y me meto por los pasajes de la San José, para llegar a Los Ángeles y entrar a Bosques.
Avanzamos en el carro. Tras una colonia viene otra. El joven no ha terminado de decir “aquí dominan los sureños” cuando ya estamos en zona MS. Los placazos señalizan cada territorio. Una M y una S de más de dos metros en Montes. Una mano haciendo la garra emeese decora toda la pared de una casa. Más adelante, una pequeña pintada en una pared, concreta, como si fuera mensaje vial: “Aquí comienza el dominio de la 18”. Frente a Monteblanco, donde el joven suele bajar cada mañana, dos muchachos hablan por teléfono. “Son postes”, dice el joven, sin resaltarlo, con la normalidad de quien dice llueve. Porque los postes, los vigías de las pandillas, son normales en este país, parte del paisaje cotidiano que tienen enfrente millones de salvadoreños. La gente de Bosques del Río puede no saber el teléfono del puesto policial más cercano, pero seguro saben que Pirata es el palabrero de su colonia. Para sobrevivir hay que entender quién manda.
—Aquí fue lo que te conté de la Guayacán —dice el joven cuando pasamos frente a la entrada a esa colonia. Se refiere a que la semana pasada, su vecina le gritó desde su casa que no se fuera a trabajar. La vecina había recibido una llamada de un familiar que le comentó que los pandilleros emeese de la Guayacán estaban esperando, pistola en mano, a los buses y revisando a los jóvenes. Buscando tatuajes, pandilleros enemigos conocidos. El problema es que eso no es excusa para faltar al trabajo ante los jefes del joven. El hijo de la señora y el joven decidieron aventurarse juntos y apostarle a una estrategia.
—Nos bajamos unas cuadras antes, frente a la gasolinera, antes de Monteblanco y la Guayacán, caminamos por la San José hasta la cancha de fútbol y logramos agarrar una 41A. Era cierto, estaban bajando gente ese día.
Estas colonias son como decenas de otras colonias. La normalidad salvadoreña se parece más a esto que a un lugar donde no pase esto. Lo curioso es que la vida política del país transcurra de espaldas. Será para enmarcar el día en que la cotidianidad de jóvenes como el joven marque la pauta de una plenaria legislativa en el país. Si aquí alguien pintara las fronteras entre una y otra pandilla, desde el aire se vería como un rompecabezas de piezas pequeñas. Un anillo de colonias demarcadas por fronteras invisibles rodeado por otro anillo de colonias iguales. Más allá está Montes de San Bartolo III, MS; Los Conacastes, 18; Bosques de Prusia, MS; El Pepeto, MS y 18; El Limón, MS; El Arenal, MS; Las Margaritas, MS; Las Campaneras, 18.
Llegamos a Unicentro. El acuerdo para que el joven aceptara hacer el breve recorrido fue que no entráramos a Bosques del Río, porque alguien podría pensar que daba información a algún detective policial.
Le vuelvo a preguntar si ya se acostumbró. Repite.
—Nunca se acostumbra uno.
Esa idea de que la gente se acostumbra bien a vivir bajo las fronteras de las pandillas o que los campesinos gustan de levantarse a las 3 de la mañana o que las empleadas domésticas logran ordenar sus gastos con sus miserables sueldos son ideas paridas desde la comodidad y la cobardía de los que no somos esa gente. Muchas cosas se dicen en zonas donde no dominan las pandillas sobre la gente que vive donde sí dominan. Pocas veces se le pregunta a esa gente qué quiere decir. Pareciera, si uno ve los noticieros, que solo se les visita cuando tienen un cadáver enfrente y que casi siempre se les pregunta si el cadáver, en vida, fue pandillero.
Toda esa tensión con la que arranca y termina el día solo por llegar y volver al trabajo puede incluso ser el menor de los problemas de esta demarcación pandillera. Un padre me contó que no puede visitar a su hijo en su casa ni viceversa. Su hijo y él viven a 10 metros de distancia, pero la calle que los separa en la colonia Popotlán II, del municipio de Apopa, no es una calle sino una frontera. Del lado del hijo gobierna el Barrio 18 Revolucionarios. Del lado del padre gobierna el Barrio 18 Sureños. Padre e hijo, cuando quieren verse, se citan en otro municipio o en un centro comercial. Una mujer del municipio de El Carmen, en el departamento de Cuscatlán, no pudo ir este diciembre al funeral de su tía, asesinada por pandilleros, porque el funeral ocurrió en otro territorio, gobernado por las dos letras.
El discurso oficial suele sugerir que la mayoría de los muertos son pandilleros, que esta guerra solo mata guerreros. Y sin embargo, decenas de miles viven en márgenes que pueden terminar en muerte al menor error. Si el padre cruzaba la calle para decir hola a su hijo. Si la mujer iba al entierro de su tía. Si el joven se duerme y no baja a la entrada de Monteblanco.
Le pregunto al joven cómo logró aprenderse todo este entramado de colonias si no logra visitarlas. Dice que algunas las visitó antes de que la guerra arreciara y las fronteras fueran inviolables. Recuerda haber jugado en el torneo de fútbol de la colonia Los Ángeles con un equipo de Bosques del Río hasta que un día, al medio tiempo, hubo balacera entre unos y otros. Aún recuerda que la cancha de El Pepeto es de grama artificial, “bien alfombradita”, pero ese sector quedó del lado MS y tiene años de no patear una pelota allá ni en Monteblanco. Es un aprendizaje lento, constante. Una balacera por allá, un joven muerto frente a El Limón, un placazo en cierta cancha, un retén pandillero a la entrada de la Guayacán…
El joven explica de mejor manera cómo se aprendió el mapa de su vida.
—Porque es la socazón diaria de uno. Uno tiene que saber dónde caminar y dónde no. Porque uno ha vivido toda la vida aquí.
Impuestos fronterizos
—Esta calle es el límite, mire. La frontera de guerra es todo esto. Aquí se agarran a balazos a cada rato. Allá abajo son MS. Arriba son 18 Revolucionarios. Es una L. Y nosotros en medio.
Lo dice un hombre cuarentón, recio. Él es negociador de renta de una ruta de buses y microbuses. Ese es su trabajo. En un país donde hasta la Coca Cola o Tigo pagan extorsión, hay arquitectos, paleteros, zapateros, profesores y negociadores de renta. La realidad crea puestos de trabajo. Él se encarga de negociar telefónicamente con los pandilleros el pago de la extorsión. El punto de buses donde él trabaja queda justo en el vértice entre el dominio de las dos pandillas. Es una de las rutas que tuvieron la mala suerte de que una pandilla no aniquilara a la otra y dominara todo el sector. Pagan a un lado y pagan al otro desde el punto donde sus buses arrancan. Aunque el hecho de que una sola pandilla gobierne la zona donde se ubica el punto de una ruta no garantiza que solo pague extorsión a ese gobierno pandillero. Si el recorrido de los buses implica pasar por zonas de otra pandilla, lo normal es que haya una tarifa para cruzar esa frontera y circular el territorio.
Antes de conocer al negociador me reuní con tres empresarios de buses. Uno de ellos me aseguró que hay rutas que pagan más de cuatro “impuestos de guerra”, porque atraviesan zonas de las tres pandillas y, en el caso de la MS, de dos clicas distintas, y ambas cobran por cruzar su frontera. Tiene lógica. Por poner un ejemplo: de poco le serviría a la clica de los Centrales Locos Salvatrucha, en el centro capitalino, que la de los Criminal Gangster Salvatrucha, de Mejicanos, le cobrara a una ruta en su territorio, si ni un cinco de eso llegaría a sus manos.
Ni el negociador ni los empresarios aceptan que sus nombres aparezcan. Ni el número de la ruta ni el municipio donde está el punto. Cuando se escribe de pandillas se escribe lo que se puede. El límite primero es no matar a nadie al escribir. Las pandillas delimitan otras cosas, no solo el territorio. El acuerdo es que puedo decir que es una ruta del Área Metropolitana de San Salvador.
Junto al negociador, recorremos en carro la ruta de sus buses.
—La negociación con la MS fue hace más de cuatro años. Se quedó en 550 dólares al mes. Los 18 pidieron 800, 900 dólares, lo que quisieron, hasta 1,200 dólares mensuales llegaron a pedir. ¿Ya vio los balazos en el portón de la oficina? Fueron ellos, porque no se les quiso dar lo que pedían. Empecé a negociar: ellos dijeron que se conformaban con 700 dólares. Son criminales, pero cipotillos los de la 18 de aquí. Yo les dije 200. Quedó en 300 dólares mensuales.
Pasamos por el territorio del Barrio 18 Revolucionarios. Es un lunar rural en medio de la ciudad. La calle principal es asfaltada, pero los pasajes que se abren a los lados son de tierra y dan al monte.
—Mirá —dice el negociador— aquí es la frontera. Démosle para abajo, todo esto es zona MS. A la MS así se le paga: yo les digo en qué bus va a ir la renta, les doy la placa, el color y el teléfono del motorista. En todo este trayecto (de unos dos kilómetros), salen ellos. Ellos no te van a decir dónde están. Los 18 mandan a un bichito a traerla. Bien se la entregamos con el vigilante del punto o se las voy a tirar en una bolsa allá arriba, y llega el niño a traerla… Mirá, aquí asaltan, en esta parte es que salen asaltantes comunes en la noche a quitarle la caja al motorista…
Pagar extorsión es obligatorio para los buses. Así de claro. Es imposible que en El Salvador de hoy, demarcado por las pandillas como está, las autoridades puedan proteger a los motoristas de una ruta que decida no pagar. Son un blanco fácil, hacen el mismo recorrido todos los días. Si no pagan, tarde o temprano, alguien será asesinado. En 2015, según la Policía, 93 motoristas de buses y microbuses fueron asesinados. Los empresarios de buses agremiados en dos asociaciones fuertes, que muchas veces ocupan la carta de la inseguridad para negociar con los políticos, aseguran que en 2015 pagaron a las pandillas 26 millones de dólares en extorsiones.
Así de mortal la situación, pagar extorsión ofrece algunas prerrogativas.
—Aquí asaltan… La MS me ha dicho que cualquier cosa, si alguien anda jodiendo o asaltando buses, ellos me protegen. Yo le digo (al pandillero): mirá, los motoristas me acaban de tirar que andan dos chavos, uno con short blanco, una gorra así… Él me responde: ahorita. Lo identifican y le dicen: si volvés a venir, te vamos a matar. Es más efectivo que la Policía. Es inmediato.
La relación con la Policía es, para algunos, innecesaria en estas zonas. O, si es necesaria, lo es por razones paradójicas. Algunos negociadores de renta de los buses dan el número telefónico con el que negocian la renta a los policías. Piden ser intervenidos, pero no para denunciar la extorsión, sino para que en caso de escuchas no los vayan a confundir con extorsionistas. A la hora de negociar con un pandillero, se habla como si se hablara con un amigo: qué ondas, perro; qué pasó, compa; buena feria te mando ahí, buen alivián. En ocasiones, lo único que quiere un negociador que da el teléfono a la Policía es no terminar preso por hacer su trabajo.
El negociador no sabe el apodo real de ninguno de los pandilleros con los que habla. Tiene ocho teléfonos controlados desde los que se comunican. El que un día dijo llamarse Chino la próxima vez dirá llamarse Seco. Pero el negociador tiene maña para identificar voces y saber, por la experiencia de cómo se resolvieron problemas, qué voz los resuelve.
Hace algunos meses, dos pandilleros abordaron varias unidades lejos del punto de buses. Dijeron ser miembros de una clica de la MS, dieron dos apodos, dos números de teléfonos y una orden a los motoristas: queremos un dólar diario por unidad. Suena a poco, pero en este caso iban a ser más de 600 al mes. El negociador llamó a los teléfonos recibidos por los motoristas y les pidió un favor: entiéndanse con el pandillero de la MS al que ya le pago renta. Les dio el teléfono de la voz a la que relaciona con la solución de sus problemas. El negociador enlazó telefónicamente a dos mareros. Sus problemas se solucionaron.
—Vaya, aquí salimos de zona MS para volver a zona 18. ¿Viste ese poste? Ahí va el bus. Nos tienen bien vigiladitos. ¿Ves esa casa? Ese es el punto donde hay que mandarles el bus cuando hay un muerto.
Tener un punto de buses dentro de una frontera pandillera implica ponerte del lado de esa pandilla a la hora en la que hay muerte y en la que se necesita diversión. El negociador, al señalar la casa, se refiere a que ahí es donde se hacen los velorios de los pandilleros asesinados. Él tiene que enviar un bus cada vez que matan a alguno, para trasladar a la gente al cementerio. Combustible y motorista corren a cuenta del busero. Lo mismo ocurre alrededor de fechas como navidad, semana santa o la primera semana de agosto. Los pandilleros vacacionan.
—A veces piden ir a la playa El Sunzal —dice el negociador—, El Majahual. La vez pasada pidieron ir hasta El Cuco. Nooo, le dije, no jodás, más cerquita. Bus y gasolina. Les negocio: mirá, los buses están malos, se van a quedar. El de aquí responde: no te preocupés, yo llamo grúa si se queda, y voy a llevar mecánico.
El negociador negocia. Si ya hizo dos viajes por muerte o placer al mes, intenta desviar el favor. Les pide que busquen otra ruta y le pidan sus buses.
Regresamos al punto. Cinco motoristas saludan al negociador. Esperan su turno para salir de ruta. Los motoristas cruzan fronteras de guerra a diario. Gracias a la extorsión, tienen permiso de circulación en diferentes zonas. Aunque a veces ni la extorsión les otorga la libre circulación.
—Si se dan cuenta de que un motorista anda tatuaje o anda manejando con un bicho de pandilla contraria o de una colonia muy identificada con la otra pandilla, rapidito lo sacan. Nos llaman y nos dicen: por este lado que ya no pase. A veces directamente nos dicen que ya no lo quieren ver trabajando en la ruta. Tenemos gente que ha tenido que sacar Dui nuevo para poder trabajar y que los mareros no los jodan.
Hay quienes necesitan documentos con información falsa para poder recorrer algunas zonas de su propio país. Documentos falsos para transitar, como los que algunos migrantes centroamericanos compran para cruzar México o entrar a Estados Unidos, aquí hay quienes los ocupan para pasar de una colonia a otra.
El negociador asegura que es costumbre que los motoristas hagan paradas no establecidas formalmente a la entrada de colonias gobernadas por las pandillas. Paran, dice, para que se baje la gente que no puede entrar a esas colonias.
Le pregunté a uno de los empresarios de buses con los que hablé qué hacen en esos casos. Me respondió que despiden al motorista y que el motorista entiende la razón. Si trabaja, muere. El mismo empresario, luego de responder, soltó una frase de esas que caen pesadas, que generan un momentáneo silencio en la sala: “Si a mí la pandilla me dice que ese motorista no trabaje, no trabaja; si me dice que por esa calle no pase, no paso; si me dice que cambie una parada, la cambio; si me dice que ese día no salgan los buses, no salen. Aquí ni Viceministerio de Transporte ni Policía de Tránsito, yo obedezco a las pandillas y punto”. La sentencia viene con agravante: el empresario que la pronunció ha sido diputado de la Asamblea Legislativa.
La última semana de julio de 2015, como una medida de presión hacia un gobierno que aumentaba la represión contra las pandillas y las comunidades que gobiernan, las tres pandillas ordenaron un paro general de transporte que se cumplió casi totalmente. Algunos no acataron. Solo esa semana, siete motoristas fueron asesinados mientras trabajaban.
El negociador se baja del carro y se despide desde la ventana. Hago la última pregunta:
—¿Ya pagaron aguinaldo?
—Ya, 300 dólares extra a la 18; 550 a la MS.
Pequeña zona neutra
—Antes estaba un grupo de un lado y otro del otro. Querían marcar la diferencia. Se habían dividido en dos pedazos la cancha.
Lo dice, a la par de la cancha de baloncesto, la directora de una escuela del municipio de Apopa. Ella pasa de los 40. Está a cargo de una escuela que ha quedado justo en zona neutra. De un lado tiene al Barrio 18 Revolucionarios. Del otro lado tiene a la Mara Salvatrucha. La escuela no está cerca del límite. Es el límite. Está rodeada por dos colonias del Barrio 18 y cinco de la MS. Adentro de la escuela, de hecho, estudian los palabreros de las dos colonias que cercan la escuela. Toda esta situación es, para la directora, una suerte.
—Estamos en el límite. No está definido quién va a tomar las riendas de la institución. Estamos en el limbo. Eso es un punto a nuestro favor. Mientras ellos se definen, quizá es de las pocas instituciones de Apopa donde no se nos pide dinero.
Lo usual, según confirman esta directora y dos maestros más con los que hablé, es que los pandilleros hagan llegar un mensaje a la dirección por medio de un maestro o del portero de la escuela: queremos tanto dinero mensual. Ese dinero sale de las bolsas de los maestros. Pagan para poder enseñar.
Una de las grandes ventajas de delimitar fronteras es imponer impuestos. Todos pagan, las compañías que instalan televisión por cable, las señoras que venden en los mercados del centro, taxistas, el camión del Agua Cristal, el marinero que vuelve de meses en el mar. Hay colonias donde los pandilleros exigen una cuota mensual a cada habitante que tiene vehículo, un impuesto por ser privilegiado.
La escuela de esta directora, en cambio, está en zona neutra. Nadie ha terminado de imponerse.
—El día que definan la rivalidad, se nos van a ir todos los alumnos contrarios y nos vamos a quedar a disposición de la pandilla que gobierne.
El día que una pandilla amplíe su frontera, la escuela será suya y no aceptarán foráneos.
Para otros maestros, la situación de esta escuela de Apopa sería catastrófica. En lugar de un territorio de despeje, la escuela podría ser un territorio de guerra intramuros. Un maestro del departamento de La Libertad me describió su escuela como un lugar “tranquilo” porque “gracias a Dios solo tenemos alumnado que vive en zona MS”. Sin embargo, eso depende del talante de cada directora, y esta ha sabido controlar la situación adentro haciendo algunas concesiones.
Intentan no expulsar a nadie ni aplazarlos, hacen lo posible para que pasen. E incluso, en algunos momentos, permiten que la escuela se convierta en una zona de resguardo ante otra guerra que enfrentan las pandillas.
—La escuela es un lugar seguro para ellos. Un alumno estaba en una clase a la que le adelantamos los exámenes, porque se enfermó el maestro. Los despachamos. Ese alumno llegó. Yo sé que él es de los líderes de la 18. Me dijo: ‘seño, permítame que esté viniendo, puedo hacer limpieza. A mi casa llega seguido la Policía y tengo miedo’. ¿Miedo a qué?, le pregunté. ‘No pregunte, seño, solo permítame estar aquí’.
Si bien la mayoría de los operativos de la Policía van dirigidos contra objetivos pandilleros específicos, durante 2015, el año más violento del siglo en El Salvador, las denuncias en contra de operativos policiales irregulares que se saldan incluso con masacres de gente desarmada han sido recurrentes. La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos ha asegurado que esto se ha vuelto una de sus prioridades. La institución tiene expedientes abiertos por casos como la masacre de San Blas, donde un grupo de la Policía asesinó a ocho personas, dos de ellas no pandilleros, desarmados y rendidos, que murieron de tiros en la cabeza y en la boca en una finca cafetalera.
La directora asegura que algunos alumnos han hecho sus intentos por echar leña al fuego, pero no han prosperado en esta zona neutra. No faltan en las aulas los gritos de “hay barrio” cuando alguna suma o resta da 18; ni los aplausos cuando el resultado es 13. Han encontrado pintas de MS y 18 en aulas como la de cómputo, pero tras dialogar con ellos y asegurarles que llamarán a sus padres, son “los mismos líderes los que se han sentado a resolver y al día siguiente ya no están las pintas”. La directora, inmersa en su cotidianidad compleja, describe las señales de paz de una manera muy particular.
—Le digo, aquí es tranquilo, por ejemplo, nunca me le han dicho a un maestro que va a aparecer en una bolsa.
Lo del recreo lo lograron resolver con una charla general de la directora a los alumnos. “Aquí no hay jóvenes de un lado o de otro, sino solo alumnos”, dijo. Y logró que desapareciera la frontera dentro de la cancha de la escuela. Solo esa frontera.
—Del portón de la escuela para afuera ya todo está mapeado. Unos se van por un lado, otros por otro. Algunos esperan unas horas para irse. Se reparten. De cada lado caminan los de cada pandilla. El problema son los que viven en la colonia MS que está del otro lado de la calle, no en la colonia de la par de la escuela.
Esos alumnos tienen que atravesar toda la calle principal de la colonia del Barrio 18 Revolucionarios para cruzar la carretera y llegar a su zona MS.
—Se ha negociado que un pick up los venga a traer, incluso a los grandes —hay alumnos de más de 20 años en la escuela—. El pick up se va por la calle principal, no entra a los pasajes.
Una especie de amnistía, un salvoconducto, un permiso temporal para atravesar la frontera prohibida. Solo a ciertas horas del día y solo para uniformados de la escuela.
La amnistía no es total. Es para ese pick up que lleva a esos muchachos. Este año, un estudiante de la 18 cruzó la frontera MS y murió baleado.
La directora asegura que los verdaderos miembros de las pandillas que estudian en la escuela son contados. Asegura que los dos líderes tienen 14 y 15 años y estudian en octavo y noveno grado. Niños sumergidos en una guerra que les deja solo caminar por pedazos de su país. Los demás son estudiantes que no pertenecen a ninguna pandilla, pero viven en colonias dominadas bajo su signo. Cuando hay que identificarse se identifican con su colonia, como es obvio. ¿Quién de adolescente no defendió su aula? ¿Quién no fue parte de una pandilla inocente en su colonia, de esas que servían para ganar guerras de silbadores en navidad o para pinchar llantas y tocar timbres? A ellos les pasa lo mismo, pero en medio de una situación que no tiene nada de divertida ni de navideña. Son niños respondiendo a su ambiente. Su barrio lo dominan pandillas sanguinarias y ellos, sin formar parte, se identifican con sus letras, sus números, imitan a sus líderes, caminan como ellos y se dan de puños contra niños de la otra colonia que tampoco son pandilleros. ¿Lo hacen porque son asesinos? ¿Porque traen el gen de la muerte? ¿Porque son peores que otros niños? No, porque son niños que actúan normalmente, se acostumbran a la situación que los rodea, y esa situación es anormal, enferma, destructiva.
Las fronteras no solo delimitan una cancha o una colonia. A veces, también el aprendizaje.
—Una vez, un alumno nos dijo: ‘tengo que aplazar este año’. No sé qué misión traía, pero tenía que estar en medio del grupo que subiría a su grado. Él lo dijo: ‘este año me han mandado a aplazar’, y no se refería a sus papás.
Hay quien dirá que la directora concede, que otorga a las pandillas. Hay quien jamás entenderá la complejidad de esta guerra. Esta guerra, por ocurrir todos los días en las zonas donde viven millones de salvadoreños, ha modificado el tejido social, cada pedacito. El recreo en una escuela, el camino al trabajo, las pruebas para obtener un empleo, los lugares donde se juega fútbol, la hora de salida de la escuela.
—Prácticamente, nosotros mantenemos todo el año una tregua aquí adentro. Todo el año tenemos que estar orientando. Mi pregunta es: ¿qué hay afuera de la escuela? ¿Qué se les ofrece?
La guerra.