Es cada vez más frecuente que en conversaciones con amigos y colegas surjan dos preguntas relacionadas: ante la delicada situación fiscal de El Salvador, ¿es posible que se llegue al punto de desdolarizar la economía?. Y de llegarse a tal situación, ¿qué impacto concreto podría tener en nuestro día a día?
Comencemos por la segunda interrogante. A poco más de quince años de la dolarización, ¿cómo viviríamos una salida de este esquema monetario?
Imagínelo de la siguiente manera: Acto 1: el gobierno anuncia que pondrá a circular nuevamente los colones, y que dicha decisión permitirá continuar honrando los compromisos del gobierno —pago de salarios, pensiones, etc.—. Las autoridades tratan de asegurar que el reingreso de colones se hará de manera responsable y ordenada; que se pondrá a circular únicamente lo estrictamente necesario para atender los compromisos más apremiantes, que el colón no iniciará devaluado, que la población debe confiar en que nuestra moneda conservará su valor.
Acto 2: la población —acertadamente, y pese a los esfuerzos del Gobierno—, duda que los colones serán tan valiosos como el dólar. Y aún los más acérrimos críticos de la dolarización piensan que quizás lo mejor sería sacar sus ahorros del banco. Al fin y al cabo, no se sabe bien qué puede pasar y lo mejor en esos casos quizás sea tener la liquidez en dólares.
Acto 3: la decisión individual de cada persona y cada hogar de retirar fondos del banco detona una alarma: los ahorros se están drenando, el sistema financiero está en peligro.
Acto 4: ante el inminente colapso del sistema bancario, el Gobierno anuncia que se echará a andar inmediatamente lo que se conoce como un corralito. El corralito no es nada más que un límite diario o semanal que se impone a la cantidad máxima de dinero que una persona puede retirar de los bancos. Argentina en 2001 restringió durante tres meses los retiros bancarios semanales a 250 pesos, mientras que en Grecia, en la crisis del 2015, los griegos podían retirar un máximo de 420 euros cada semana.
Y es que, cuando se produce una masiva corrida bancaria, en cualquier parte del mundo los gobiernos se ven forzados a restringir las salidas de capitales y a limitar la pérdida de depósitos de los bancos. Grecia y Argentina, en el siglo XXI, han sido testigo de ello.
Acto 5: la paralización del sistema financiero y la interrupción de la cadena de pagos genera efectos drásticos e inmediatos en la población. Empleados del Gobierno no desean ser remunerados en colones y protestan, las inversiones se detienen, la actividad económica se frena, el desempleo aumenta. Crisis política, salvadoreños que expresan su descontento en las calles.
Acto 6: se mantiene por un tiempo el corralito y eventualmente el gobierno anuncia que pueden hacerse retiros, pero que no serán a una tasa de un dólar por un colón, sino que cada dólar será equivalente a 1.40 colones —tomando de ejemplo, para efectos ilustrativos, la tasa de convertibilidad que impuso Argentina en 2002—. Es decir, los colones efectivamente valen menos que los dólares, y quienes no lograron sacar sus depósitos se encuentran con que éstos perdieron valor, su riqueza, parcialmente se evaporó.
Acto 7: paralelamente, el hecho que el colón se ha devaluado genera importaciones más caras y mayor inflación, lo que reduce aún más el poder adquisitivo de la población. Aumenta la pobreza.
¿Cuál es el principal mensaje? Que no nos equivoquemos: no puede haber una salida de la dolarización sin que se produzca un corralito, una afectación del sistema de pagos de la economía, y drásticos impactos en la actividad económica y el empleo. Lo enfatizo: la desdolarizaicón necesariamente implicaría restricciones a los movimientos de capitales.
Dicho de otra forma: de ninguna manera puede haber una salida ordenada y sin altos costos de la dolarización; la evidencia y la teoría económica son contundentes; los efectos son inmediatos y drásticos. Los ejemplos recientes de Grecia y Argentina, con regímenes cambiarios similares al nuestro y con desórdenes fiscales previos a sus crisis, confirman esta aseveración. No se trata de ser alarmistas, se trata de ser realistas.
Los economistas tendemos a ser muy conscientes de las profecías autocumplidas: si muchas personas creen que la dolarización no es sostenible, actuarán acorde a ello retirando sus depósitos. Pero si muchos lo hacen, dichos retiros harán tambalear el sistema financiero, lo cual obligará a que el Gobierno actúe anunciando un corralito, confirmando así los temores iniciales. La falta de confianza puede provocar una crisis, y de ahí que muchos tengamos mucho cuidado y nos tomemos muy en serio el impacto de las opiniones en las expectativas de la población.
Lo cual me lleva a la primera pregunta: si la desdolarización provocaría un descalabro en la economía y una pérdida de riqueza para la población en general, ¿es posible que la crítica situación fiscal provoque la desdolarización de nuestra economía?
Con justa razón ha habido mucha cautela a la hora de mencionar la DD (desdolarización): ya vimos que la confianza es un elemento central para la sostenibilidad misma de la dolarización y el sistema financiero, por lo que debemos ser muy prudentes a la hora de emitir opiniones al respecto. Dicho esto, mi respuesta sería que la gran mayoría de la población (y economistas) carecemos de información para saber qué tan probable o no es un escenario de desdolarización.
Lo único que puedo aseverar es que el gobierno sabe que desdolarizar tendría un altísimo costo político —pues comprende perfectamente la secuencia de eventos que desencadenaría una decisión de tal índole—, y por ello evitaría a toda costa llegar a una situación tan crítica. Basta con ver el caso de Grecia: su desorden fiscal provocó una contracción de su economía de más del 25%, y un cuarto de la población desempleada.
Mientras escribo estas ideas leo en las redes que hay quienes ya hablan de un viernes negro, que el próximo 7 de octubre el país podría caer en impago. ¿Podría esto generar un mayor riesgo de desdolarización? La verdad, no lo sé, sería imprudente ser alarmista en un escenario en el que no hay total claridad sobre las cifras clave. Los economistas y formadores de opinión deben ser particularmente responsables en esta coyuntura, a la hora de emitir opiniones que puedan incidir en la confianza en el sistema.
Lo que sí sé que los políticos comprenden que el costo de la DD sería altísimo para la población. Quiero creer que el gobierno y los partidos entienden que lo mejor es evitar llegar a este extremo, que lo que les conviene es alcanzar un acuerdo para evitar el descalabro que esto acarrearía.
Entonces, ¿qué consejo doy a mis amigos cuando me preguntan qué hacer en esta incierta coyuntura? Mantenerse vigilantes e informados. Nuestro país tiene a este día un sistema financiero sólido, al mismo tiempo que presenta un panorama fiscal plagado de incertidumbres.
El Salvador ha salido históricamente bien evaluado en los rankings que miden la estabilidad macroeconómica y ahora dicha estabilidad está siendo puesta a prueba. Un amigo dijo a sus estudiantes de economía: “la estabilidad macro es como el amor, no se siente su ausencia hasta que desaparece”. Confío en que los liderazgos serán capaces de anticipar las graves consecuencias de llegar a una situación extrema y actuarán responsablemente. El Salvador puede aún reestablecer su estabilidad macroeconómica.
*Carmen Aída Lazo es Decana de Economía y Negocios de la ESEN. Es Magíster en Macroeconomía Aplicada de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Master en Public Administration in International Development por la Universidad de Harvard. Fue asesora del Ministerio de Economía de El Salvador entre 2005 y 2009 y coordinadora adjunta del equipo del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD en El Salvador.