EF Académico / Impunidad y memoria histórica

Memorias encontradas de la guerra civil

Los recuerdos de la guerra civil salvadoreña que se plasman en historias de vida varían de grupo en grupo. Las élites civiles, los oficiales del ejército, los comandantes guerrilleros y los miembros de las bases recuerdan la guerra de maneras muy distintas. Las historias de antiguos soldados tienen más en común con las de sus antiguos contrincantes guerrilleros que con las de oficiales del ejército o las de los comandantes guerrilleros.


Miércoles, 16 de noviembre de 2016
Erik Ching

En el caso de El Salvador, las historias de vida (memorias y testimonios) han sido quizás el método más utilizado – y ciertamente el más difundido – que los salvadoreños han escogido para dar a conocer sus memorias de la guerra desde 1992. Una dedicación exclusiva a las historias de vida proporciona más que suficiente material para un estudio extenso, además de que elimina las variables aleatorias que pueden presentarse cuando se comparan diferentes tipos de aproximaciones al estudio de la memoria. El número de historias de vida es tan grande (cientos) que los perfiles de las memorias que se escriban en el futuro se ceñirán con seguridad a los que descubrimos aquí.

Con mi nuevo libro Stories of Civil War in El Salvador no estoy tratando de presentar una versión objetiva de la guerra civil salvadoreña sino, más bien, un estudio objetivo de las maneras en que los salvadoreños están recordando su guerra. Por tanto, me convierto en testigo de las narraciones existentes en las historias de vida publicadas con miras a determinar qué nos revelan acerca de cómo los salvadoreños están debatiendo el significado de la guerra. Por lo tanto, decidí no realizar entrevistas que podría agregar a mis fuentes porque no quería entresacar opiniones privadas o “versiones ocultas” que no son del dominio público. Es más, poco importa si los autores de mis fuentes están mintiendo o si se muestran confundidos, ignorantes o sencillamente olvidadizos sobre el pasado.

Abordo mis fuentes como historiador, como alguien que busca evidencias sobre un tema en particular. También las abordo como una suerte de estudioso de la literatura, de alguien que lee varias obras para determinar si existe en ellas algún patrón o género literario, quizás más allá de la intención consciente de los mismos autores.

Mi principal hallazgo es que se nos presentan cuatro distintas comunidades de memoria a partir de las fuentes de historias de vida. Cada comunidad se define de acuerdo a una narrativa propia y coherente que utilizan sus miembros de manera muy consistente. Entre otras similitudes, los narradores de cada grupo incluyen y excluyen los mismos acontecimientos, utilizan un estilo y una estructura narrativa comunes, presentan planteamientos aproximadamente idénticos, abordan la historia salvadoreña de la misma manera y ofrecen valoraciones análogas de ciertas personas y organizaciones. Lo que comparten las narraciones de cada grupo son tan evidentes que parecerían ser el resultado de un esfuerzo coordinado de presentar una agenda preconcebida, así como los miembros de un partido político cuando se someten a un determinado discurso que les ha sido proporcionado por la dirigencia. Pero eso no es lo que está ocurriendo en El Salvador.

Estas cuatro comunidades de memoria no están sometidas a una coordinación desde arriba; no existen como entidades con nombre y apellido; ni los mismos narradores se dan cuenta de que existen. Por cierto, casi todos los narradores se mostrarían bastante sorprendidos al enterarse de lo poco originales que son sus narrativas. Es obvio que algunos saben de las otras historias publicadas, y hasta puede ser que conozcan personalmente a algunos de los autores. Pero pocos de los narradores, si acaso alguno, se reconocen como miembros de una comunidad de memoria en particular, y ninguno de ellos se propuso contar su historia de vida con miras a defender su comunidad frente a sus rivales. De hecho, algunos de los miembros detestan, y hasta odian, a otros miembros de su comunidad y nunca se identificarían conscientemente como parte de un espacio común. No obstante, los subproductos textuales de sus esfuerzos narrativos presentan patrones similares que me permiten agruparlos, algo así como a los novelistas de un determinado género literario. En otras palabras, algunos de los narradores son enemigos conscientes pero aliados inconscientes. Es más, las narraciones revelan que algunos antiguos aliados durante el conflicto recuerdan la guerra de manera bastante diferente, y que algunos antiguos contrincantes durante la guerra comparten memorias sorprendentemente paralelas.

Cada una de estas cuatro comunidades de memoria está compuesta de manera desproporcionada por un conjunto específico de población salvadoreña, y es por eso que les he asignado los siguientes nombres: élites civiles; oficiales del ejército; comandantes guerrilleros; y miembros de las bases de las organizaciones o “autores de testimonios”. La primera comunidad de élites civiles está compuesta casi en su totalidad por hombres acaudalados de orientación política conservadora, muchos de los cuales fueron miembros fundadores o partidarios de ARENA, el partido de derechas que se creó en 1981. El grupo tiene pocas mujeres, grupos de elite de orientación política liberal o miembros de ARENA que se identifican con su ala empresarial más neoliberal y menos con el nacionalismo militante de su fundador, Roberto D’Aubuisson.

La segunda comunidad de militares está conformada por un grupo de oficiales de alto rango, en su mayoría generales y coroneles, que dirigieron las operaciones militares por cuenta del gobierno salvadoreño. Es notable que esta comunidad no incluye a soldados rasos, cuyas narraciones – pocas en número de todas maneras – se desmarcan claramente de las de los oficiales.

La tercera comunidad, la de los comandantes guerrilleros, consiste de dirigentes de alto nivel de cada una de las cinco organizaciones guerrilleras que conformaron el FMLN. Han sido, con mucho, los narradores más prolíficos al haber escrito docenas de historias de vida, entre las cuales se encuentran muchos libros de memorias. El número de aportes de los miembros de cada una de las organizaciones guerrilleras corresponde en general con el tamaño de la organización. De tal manera, el mayor número de historias provienen de miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), las dos organizaciones más grandes. Es más, el número de aportes de las comandantes femeninas guarda una relación aproximada al porcentaje del total de comandantes que participaron en la guerra.

Finalmente, el grupo conformado por individuos de las bases está conformado en casi su totalidad por antiguos combatientes guerrilleros y civiles que simpatizaban con los guerrilleros, en su mayoría gente pobre de las zonas rurales. Es de notar que los combatientes de las bases no se incluyen en la comunidad de antiguos comandantes guerrilleros porque si bien es cierto que peleaban contra un enemigo común y comparten algunas memorias entre si, las diferencias de sus narrativas sobresalen más. Incluyo en la comunidad de combatientes de base un par de narraciones de antiguos soldados porque sus historias tienen más en común con sus antiguos contrincantes guerrilleros que con sus antiguos oficiales del ejército.

Estas cuatro comunidades de memoria dominan el debate público sobre el recuerdo del pasado, al menos en el campo de las historias de vida publicadas. La existencia de estas comunidades demuestra que muchos actores importantes de la guerra civil están ausentes del debate. Incluyen, entre otros, a políticos centristas, izquierdistas no militantes, simpatizantes de la guerrilla nacidos en el extranjero, soldados del ejército y campesinos conservadores que se opusieron a la guerrilla o cuando menos se mantuvieron al margen. Estos diversos actores no han narrados sus historias de vida o son tan pocos los que lo han hecho que su existencia es marginal sin que pertenezcan a ninguna de las comunidades de memoria.

En el centro de cada comunidad de memoria se encuentra un tema unificador que sustenta las narrativas de cada uno de sus miembros. El tema de las élites civiles es que sus propiedades privadas han sido amenazadas con la expropiación; que son una minoría asediada; y que tienen derecho a luchar para conservar sus bienes y defender sus derechos. En cuanto a los oficiales del ejército, los mueve el objetivo único de asegurar la supervivencia de la fuerza armada como institución. Con tal fin, recuerdan eventos a través de un lente muy flexible que les permite contemplar varias ideologías e identificarse con diversas políticas, independientemente de cuán contradictorias sean, con tal de que apuntalen la existencia del ejército. Los comandantes guerrilleros creen que las elites, los militares y el gobierno de Estados Unidos constituyen una camarilla hegemónica que preside sobre una sociedad injusta y que solamente podría ser derrotada mediante la acción armada. Al atacar al estado salvadoreño, los comandantes creían que combatían en una guerra justa y necesaria como vanguardia de las masas con miras a reestructurar la sociedad para beneficio de toda la población. Los actores a nivel de las bases comparten algunas de las perspectivas de los comandantes, en particular la guerra como una acción justificable de defensa propia, pero expresan suspicacias sobre el vanguardismo de los comandantes, y perciben sus experiencias en la guerra y en los años posteriores en términos diferentes a las de sus comandantes.

La existencia de estas cuatro comunidades mutuamente excluyentes sugiere que El Salvador de posguerra está atravesado por varias brechas potencialmente desestabilizadoras. Frente a versiones del pasado tan antagónicas que luchan por influenciar la opinión pública, ¿cómo puede conformarse un sentimiento de unidad de propósitos que oriente a la población salvadoreña hacia el futuro? Durante la guerra, dos narrativas antagónicas principales giraban en torno a la pregunta sobre quién defendía al pueblo del otro bando. Las élites y los militares decían defender a la población de los guerrilleros, a quienes denominaban “delincuentes terroristas” y los acusaban de promover la anarquía con miras a crear un vacío de poder que les serviría para tomarse el gobierno e imponer un régimen autoritario. Por el contrario, los guerrilleros daban a entender que protegían al pueblo del ejército y las élites, a quienes acusaban de haber presidido un sistema jerárquico de represión durante décadas que le negó al pueblo sus derechos y su voz. Estos planteamientos mutuamente excluyentes, así como las narraciones que se utilizaron para expresarlas, han influido ciertamente en las maneras de contar las memorias en la época de posguerra. Por ejemplo, las narrativas de las élites civiles y los militares manifiestan algunas similitudes, como también ocurre con las de los comandantes guerrilleros y los actores en las bases. Sin embargo, las historias de vida revelan que estos dos bandos se caracterizan por planteamientos complejos y a veces compartidos que obligan a separarlos en cuatro grupos.

Por ejemplo, los oficiales del ejército y las élites no recuerdan con buenos ojos su alianza en tiempos de la guerra. Los oficiales consideran que las élites fueron responsables en parte por la guerra debido a su oposición a las reformas que pudieran haber aliviado los padecimientos del pueblo llano. A su vez, las élites culpan a los militares por promulgar reformas que afectaron los asuntos propios del sector privado y que posteriormente desestabilizaron a la sociedad a tal grado que le abrieron las puertas a las fuerzas radicales. Los oficiales del ejército también sostienen que las elites los traicionaron en la mesa de negociación hacia el final de la guerra cuando se acercaron a sus antiguos adversarios, los comandantes guerrilleros, con miras a eliminar a los militares como contendientes por el poder.

Las élites civiles ignoran por lo general a los militares y centran sus memorias de la guerra en su propio activismo político, como para dar a entender que sus esfuerzos en la política convencieron más a los guerrilleros para que se acercaran a la mesa de negociaciones que los doce años de enfrentamientos en los campos de batalla. Existen otros elementos de discordia entre los oficiales del ejército y la tropa. Aunque el tamaño de la muestra de los antiguos soldados es diminuto, sus narraciones divergen no obstante de las de su antigua oficialidad y se asemejan más a las de sus antiguos contrincantes guerrilleros.

El lado opuesto del conflicto entre narrativas se caracteriza por memorias igualmente discordantes. Los cuadros de base de la guerrilla y sus simpatizantes civiles pagaron con creces su participación en la guerra civil y un tema recurrente en sus testimonios es una duda sobre la desproporción de los sacrificios frente a los resultados obtenidos. Celebran ciertamente el papel que jugaron en la democratización de El Salvador pero se preguntan de qué sirve la democracia en medio de las dificultades y desigualdades económicas existentes. La mayor parte de las bases guerrilleras sostienen que se encuentran igualmente mal parada -- o aún peor -- después de la guerra que antes de ella. Esta opinión se contrapone a la de los antiguos comandantes guerrilleros, a quienes les ha ido relativamente bien en los años de posguerra, a menudo porque han conservado cargos de dirección en el FMLN durante su transformación de ejército guerrillero en partido político. Algunos antiguos comandantes guerrilleros lamentan la ausencia de una reestructuración económica después de la guerra pero esta limitante no les ha afectado de la misma manera que a la masa de sus seguidores, muchos de los cuales viven al borde de la subsistencia. Los dirigentes eran personas de origen urbano, bien educados y con ciertas comodidades antes de la guerra, y lo siguen siendo después de terminado el conflicto. Es en eso que ciertos aspectos de sus narrativas se asemejan más las de sus adversarios de la élite civil que a la de sus combatientes de base. Los comandantes tienden a minimizar sus fracasos y destacan las reformas políticas, las cuales les favorecen en mayor medida como dirigentes de un partido político, como era de esperarse. Algunos antiguos comandantes guerrilleros se han separado del FMLN, a cuya dirigencia acusan de autoritarismo. Esta división subraya las fisuras existentes en el FMLN y sugiere que durante la guerra puede que la agrupación se haya caracterizado por un grado mayor de discordia interna que la que han detectado los estudios posteriores. O quizás demuestra cómo las memorias de la gente sobre acontecimientos pasados se ajustan a las exigencias del presente.

En la medida que estas memorias discordantes adquieren forma de narrativas y se hacen presentes en la esfera pública en la forma de historias de vida impresas, definen los parámetros de una polémica discursiva en curso. Aun cuando los narradores no se identifican como miembros de una determinada comunidad de memoria, y aun cuando no se sintieron motivados para contar su historia de vida con miras a defender la narrativa de una comunidad en particular contra sus rivales, no obstante son combatientes en una lucha narrativa.

*Erik Ching es profesor de historia en la Universidad de Furman, Carolina del Sur, y es autor de varios libros y artículos sobre la historia de El Salvador. Esta entrega es un extracto de la introducción de Stories of Civil War in El Salvador: A Battle Over Memory (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2016). El libro está en proceso de ser traducido por el Dr. Knut Walter y su publicación en El Salvador se espera para 2017.

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