El éxito de la Revolución Cubana en 1959 y el ascenso de Fidel Castro proporcionaron a las fuerzas armadas salvadoreñas una poderosa narrativa que luego utilizaron para aumentar de forma sustancial su poder político. Un ejemplo perfecto se encuentra después del golpe de estado de enero de 1961 que llevó al poder a los oficiales que luego organizaron el Partido de Conciliación Nacional (PCN). Ellos comenzaron a reunir las piezas que de lo que eventualmente se convertiría en la narrativa maestra de la comunidad de memoria de los militares. El escenario estaba servido desde el principio: un ejército institucional que, cuando lo dirigían oficiales honrados, defendía a los salvadoreños contra un grupo de comunistas internacionales sus aliados locales —los llamados “comunistas criollos”—; y un puñado de élites civiles corruptas y oficiales del ejército descarriados que querían llevar a la nación por el rumbo equivocado.
Después de tomar el poder, los militares que encabezaron el golpe de enero de 1961 se encontraron en una situación precaria. La junta que derrocaron, que había llegado al poder en octubre de 1960, era popular entre las masas y había prometido una serie de reformas sociales, políticas y económicas, incluyendo elecciones libres y justas. Los golpistas de 1961 defendieron su conspiración acusando a sus predecesores de ser comunistas y, para obtener apoyo popular, lanzaron una vigorosa campaña de propaganda que los pintaba como aliados y defensores del salvadoreño común.
Uno de los primeros elementos de esta campaña fue el semanario El Popular, que a mediados de 1961 inició una vida corta pero espectacular. En las páginas de El Popular los portavoces de la junta dirigían ataques virulentos tanto contra las élites civiles corruptas como contra los comunistas.
Una de las tácticas que utilizaban los editores de El Popular era reimprimir artículos de los medios internacionales que compartían su perspectiva. Los extractos que se reproducen a continuación provienen de un artículo que había aparecido inicialmente en el diario mexicano El Excelsior. El tema específico es la Revolución Cubana de 1959. Es evidente por qué los editores de El Popular eligieron dicho artículo: su autor, en su análisis de la ascensión de Castro al poder, no solo critica el comunismo sino que defiende la institucionalidad militar de Cuba.
El autor retrata a los comunistas como perennes conspiradores, seres inmorales, empeñados en tomar el poder en nombre de la justicia social, con un impacto que superaba con creces su número. Esta imagen es un elemento que se convertirá en fundamento de la narrativa de memoria de los militares salvadoreños muchas décadas más tarde. Un segundo elemento, que también se convertiría en fundacional, es la idea de los militares como una institución sana y saludable, pero que puede perder el rumbo si sigue a un puñado de líderes civiles y/o militares corruptos, que capaces de crear condiciones que pueden aprovechar los conspiradores comunistas.
Por lo tanto, era necesario reemplazarlos. Esta combinación de elementos narrativos no sólo justificó acciones como el golpe de enero de 1961, sino que reapareció frecuentemente en las décadas siguientes para legitimar cosas como la purga de las filas del ejército de algunos responsables de abusos de los derechos humanos y la imagen del ejército como defensor de los derechos comunes, inclusive cuando estaba participando en violaciones masivas de derechos humanos y masacres de civiles en gran escala. Después de 1992, estos elementos discursivos se han fusionado en una narrativa rígida que todos los exoficiales, sin excepción, repiten en sus memorias.
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El Popular, 4 de julio, 1961
Los ejércitos profesionales y la conjura comunista
Por Francisco Ichaso
Los ejércitos profesionales de América, a pesar de las grandes responsabilidades históricas en que algunos de sus jefes han incurrido al promover y apoyar dictaduras repugnantes, constituyen uno de los diques más eficaces para contener la marea comunista. Por esta causa uno de los objetivos principales del comunismo en todas partes es la destrucción física del aparato militar. Puede decirse que los partidos comunistas mantienen una conjura permanente contra las fuerzas armadas, convencidos de que mientras estás no cedan, les será muy difícil adueñarse del poder.
Los ejércitos profesionales americanos deben verse en el espejo de Cuba. Es muy instructiva la forma como Fidel Castro, bien aleccionado por el comunismo, a cuyo servicio estaba desde antes de haber escalado la Sierra Maestra, hizo trizas al ejército cubano, para sustituirlo en primer lugar por el llamado “ejército rebelde”, y más tarde por las milicias populares, fuerza armada política que sirve hoy de apoyo a su régimen.
Cuando los voceros del castrismo aluden al ejército profesional de Cuba, lo titulan el “ejército de Batista”. Esto encierra una deliberada falsedad. Ese ejército había sido antes el ejército de Prío y también el ejército de Grau. Batista solo cambió en él a algunos altos jefes, para colocar a sus adictos, grandes responsables en su mayor parte de la desmoralización castrense. Por tanto la tropa, como las clases y la oficialidad, fueron después del 10 de marzo de 1952 más o menos las mismas que habían existido bajo otros gobiernos.
En cuanto a la responsabilidad de ese ejército en el golpe del 10 de marzo, y en la dictadura surgida de él, solo incumbe a los jefes y oficiales conjurados o qué se aprovecharon de la situación, nunca a las fuerzas armadas consideradas como un todo. Hubo, y esto es notorio, jerarcas de uniforme de una rapacidad sin límites, oficiales, clases y hasta soldados que cometieron en sus jurisdicciones respectivas, abusos, rapiñas y delitos de sangre. Pero estos malhechores representan una minoría muy pequeña en relación con los miles de hombres que componían el ejército, la marina de guerra y la policía de Cuba. Es injusto hacer responsables a los institutos armados como cuerpo de las irregularidades, desafueros y crímenes cometidos por algunos de sus integrantes en Cuba durante los años 1952-1959.
(…)
Insisto: mírense en ese espejo los ejércitos profesionales de América. Porque existe una conjura continental comunista contra ellos. El comunismo sabe muy bien que para avanzar necesita remover el obstáculo que le opone el militar de carrera. La maniobra de Castro en Cuba puede repetirse en cualquier otra parte. No es una fórmula nueva: la han puesto en práctica los partidos marxistas dondequiera que han triunfado.
El oficio de las armas es tan honorable como el que más cuando se lleva con pundonor. Pero no basta la dignidad ni basta el valor. Hay que obrar también con astucia, porque la astucia es la principal fuerza del gran enemigo. Esa astucia le faltó al desmoralizado ejército profesional de Cuba, cuyos miembros pagan hoy en la cárcel o en el destierro sus pecados de frivolidad, hedonismo y excesiva confianza.
Hay que estar siempre alerta contra los grupos de acción comunistas, que no bajan nunca la guardia, que están al acecho de la oportunidad propicia para destruir el aparato militar, Como hizo Fidel Castro en Cuba.